En 2016, el PT de Brasil inició la campaña “Não vai ter golpe”, rechazando la posibilidad de que la derecha lograra realizar un golpe de estado, lo que implicaba la doble dimensión de admitir la debilidad (existe la posibilidad de que el golpe se realice) y a la vez contraatacar (acusar al opositor de golpista, además de una consigna estilo “no pasarán”). Visto desde 2018, con el golpe realizado, Temer en el poder y Lula preso, puede ser difícil comprender esto, pero se debe entender que en el contexto de crisis política la idea de un golpe estaba a la vez presente y ausente; negada por un Gobierno que en la misma negación debía nombrarlo, negado por una oposición que era cautelosa pero que a la vez no podía (no quería) descartarlo.
El 31 de agosto de 2016, Dilma Rousseff era oficialmente destituida por el Congreso, víctima de un golpe que ha sido caracterizado de institucional, político, “blando” y varios adjetivos más, pero cuya dimensión tal vez haya sido mejor definida por aquella campaña del PT: simplemente “golpe”, sin excusas ni atenuantes.
Cuando Rousseff asumió la presidencia por segunda vez en 2014, la posibilidad de un golpe no existía. No hubo, sin embargo, grandes crisis socioeconómicas que modificaran las condiciones objetivas/subjetivas. El escándalo de corrupción fue uno entre otros que han existido en la historia de Brasil, incluso en las presidencias del PT. La nueva política económica impulsada por la presidenta no fue positiva y hubo reveses, pero sin duda de lo que podemos hablar es de un desgaste continuo más que de una crisis política desatada en los dos años entre asunción y destitución. Cuando Rousseff fue electa como presidenta por segunda vez en 2014, la posibilidad de un golpe no estaba presente en la imaginación de la dirigencia política y las élites económicas, ni en la gran mayoría de la población. Decir “não vai ter golpe” en 2014 no tendría sentido, ya que no había golpe que negar. Un factor fundamental del proceso 2014-2016 es, precisamente, el ingreso de la idea de un golpe en la imaginación de las élites y la sociedad civil.
La historia es conocida: la cooperación de sectores de la derecha con conglomerados mediáticos, el Poder Judicial y el empresariado (y sin duda más de una ayuda extrafronteriza) culminó con la destitución y Temer, quien fuera vicepresidente de Dilma por el moderado PMDB, ocupó su lugar. El programa del nuevo gobierno incluye una Reforma Laboral radical y un severo ajuste, acompañado de una creciente militarización, una represión cada vez menos limitada. Temer sacrificó su carrera política, su imagen y apoyo: se comprometió a pagar el impagable costo político de ese programa.
Un factor fundamental del proceso 2014-2016 es el ingreso de la idea de un golpe en la imaginación de las élites y la sociedad civil.
Aun así, nadie imaginaba a Lula preso. La cárcel de Lula fue una idea que ingresó gradualmente a la imaginación de las élites y de la sociedad como lo había hecho antes el golpe (si bien ambos fueron tomados como posibilidades reales primero por los sectores de poder y luego por la sociedad civil).
En Brasil se corrió la frontera de lo impensable. Aquello que en un momento no habría podido pronunciarse pasó a ser cotidiano, y otra cosa ocupó el lugar de lo impronunciable. Y luego la frontera se corrió de nuevo, y una vez más. Brasil era en 2013 una economía emergente que además de continuar un ascenso que lo posicionaría como actor fundamental de un nuevo escenario mundial, le demostraba al resto del mundo cómo podía y debía gobernar una fuerza laborista/progresista/de izquierda. Brasil es, en 2018, un país sin rumbo y sin Democracia.
En esta nota, tomamos el concepto de “imaginación de las élites” de otro artículo sobre nuestro vecino sudamericano: “Brasil va calmo hacia el abismo”, de Fede Vázquez, que lo usa para referirse a la situación actual:
La imaginación de la elite brasileña para terminar con el ciclo histórico del lulismo quedó en encarcelar a Lula y prohibirle participar en las elecciones (falta una última decisión judicial que todos dan por descontada). En parte, esta ausencia de imaginación electoral es hija de la decisión de sostener a Michel Temer, rechazado por más del 90% de la población. Es decir: la elite que asaltó el poder en 2016 cuando destituyó a Dilma, eligió bancar a un gobierno de “clase”, antes que ensayar una salida política más compleja.
Tomamos la frase sólo como punto de partida y extendemos el concepto más allá de los grupos concentrados de poder para pensar en la otra mitad: lo que puede imaginar la sociedad civil. Aquello que está dentro de la imaginación no es sólo aquello que estas consideran dentro de los límites de las posibilidades, sino aquello que estas consideran: el decir que algo no va a suceder implica considerar que pueda hacerlo, que está “dentro” de la imaginación. El golpe en 2014, como luego el encarcelamiento del principal dirigente opositor, estaba más allá de la frontera de lo que se piensa, de los dos lados del mostrador: ni los ciudadanos ni las élites lo imaginaban.
El motivo por el que tomamos este concepto es que esta última frase puede aplicarse, verbatim, a la Argentina de hoy.
Una consecuencia de este constante corrimiento de las fronteras es que transforma la base misma de esa imaginación; ante la evidencia de que lo que ayer parecía imposible hoy nos parece natural, mañana seremos más cautelosos a la hora de definir qué nos parece imposible. Los brasileros (de nuevo, tanto élites/dirigencia como ciudadanos) se ven obligados a imaginar más escenarios y actuar en consecuencia.
El golpe en 2014, como luego el encarcelamiento del principal dirigente opositor, estaba más allá de la frontera de lo que se piensa.
Los argentinos nos enfrentamos a una situación comparable en lo que respecta a nuestra economía. La crisis de los últimos meses y la salida hacia el FMI que eligió el Gobierno corren las fronteras y nos obligan a pensar que algunos de los momentos más oscuros de nuestra historia económica pueden volver a suceder, con los matices de la nueva época. En lo político no sucede algo similar. Confiamos en que habrá elecciones libres; como lo venimos haciendo desde que la casa está en orden. Y sin embargo, la situación de Brasil nos obliga a pensar más allá.
Cambiemos ha sido más de una vez sobrestimado económicamente y subestimado políticamente. Existe un aparato mediático-intelectual afín al oficialismo que trabaja duramente para instalar la idea de que esta alianza expresa una nueva derecha democrática, idea que implica pasar por alto los presos políticos, la persecución a dirigentes políticos, sociales, sindicales y periodistas, la represión a la protesta que tiene como punto máximo la desaparición de Santiago Maldonado, la intervención del principal partido opositor por cuatro meses y un hecho que generalmente no aparece mencionado en las listas de acciones del Gobierno que demuestran cierto recelo hacia la democracia: el fraude electoral realizado en las PASO bonaerenses en 2017. El Gobierno hizo un recuento selectivo de los votos, decidió detenerlo en un punto arbitrario y anunció una victoria de su fuerza política que no había ocurrido, para desmentirse por lo bajo luego de dos semanas de secuestro de los votos.
Hablamos de la imaginación de los ciudadanos y la imaginación de las élites, sabiendo que muchas veces (casi siempre) estas no se encuentran sincronizadas. El Golpe en Brasil fue imaginado por las élites cuando todavía era inimaginable para lo sociedad civil, lo que lo hizo mucho más efectivo. Hoy en día los ciudadanos de nuestro país no imaginan la posibilidad de elecciones no limpias, ya sea por fraude o por partidos o candidatos proscritos. Es imposible que sepamos si las élites lo hacen. Esta nota no busca proponer que es así, sino tan sólo plantear que la crisis brasilera hace necesario imaginar lo inimaginable.
Cambiemos ha sido más de una vez sobrestimado económicamente y subestimado políticamente.
Cuando el Partido Justicialista se encontraba intervenido, muchos de sus principales dirigentes aseguraban en off a los medios que están seguros de que esta situación terminaría antes de las próximas elecciones, pero no parecían muy convencidos: tal vez, pensaban, se deban correr más allá las fronteras de lo que creen posible. El experimento de las PASO 2017 en PBA puede haber alterado el resultado de las elecciones de octubre, cuando no fue necesario repetirlo, o no. Pero ¿qué nos asegura que, de ser necesario, no lo harán en 2019, a nivel nacional? ¿Cómo podemos, en un continente pos-cárcel de Lula, no pensar en ello?
Una última anotación: en Brasil, el estado de excepción es sostenido por conglomerados económicos, mediáticos, el Poder Judicial y un sector político. El sector político demuestra cada día más ser sólo una herramienta de los anteriores, pero a medida que la legitimidad de estos cae, el régimen es cada vez más mantenido en pie por un sector que no aparece en la lista: las Fuerzas Armadas y la Policía. Cuando el TRF4 ordenó la liberación de Lula hace unas semanas, fue más la voluntad de la Policía de negarse a liberarlo que los movimientos internos de la Justicia el factor que impidió la libertad del dirigente. Los golpes “blandos” abren una vía muy directa a la instauración de autoritarismos. Hay cosas que sería preferible no imaginar.