Cuando la Alianza Cambiemos asumió el gobierno en diciembre del 2015, la mayoría de los ciudadanos creía que su fortaleza estaría en la gestión económica. No fue así. Desde que explotó la crisis cambiaria en abril de este año, mucho se habló de un nuevo 2001 y, con la llegada de un préstamo del FMI, la tesis tomó aún más fuerza. Pero ¿estamos realmente frente a un nuevo 2001? Nos proponemos responder una pregunta difícil pero muy presente en la sociedad. No es el objetivo de esta nota sacar conclusiones apresuradas, sino intentar entender las similitudes y diferencias entre la crisis más traumática de la historia de nuestro país y una que estamos viviendo ahora, en el presente, y que, al parecer, tiene para rato.
Los hechos que vamos a desarrollar son conocidos, pero es importante refrescarlos para entender las diferencias y similitudes entre el ayer y el hoy. En diciembre del 2001 las condiciones eran otras: un endeudamiento superior al 100% del PBI, una ley de convertibilidad insostenible y la sequía más importante en muchos años, entre otros factores. La debacle final comenzó a principios de diciembre del 2001 con el llamado “Corralito”. Esta medida tomada por el entonces ministro de economía Domingo Felipe Cavallo y el presidente De la Rúa fue la gota que rebalsó el vaso. Habían tocado los intereses de los principales votantes de la alianza: la clase media urbana. Rápidamente se produjeron cacerolazos y demostraciones de rechazo que derivaron en el establecimiento del estado de sitio, la muerte de decenas de argentinos y la renuncia del presidente el 20 de diciembre del 2001. Durante las semanas siguientes reinó la incertidumbre y la inestabilidad.
Puerta asumió el gobierno, y fue reemplazado rápidamente por Adolfo Rodríguez Saa. El entonces gobernador de San Luis, en su discurso de asunción, anunció que la Argentina no cumpliría con sus obligaciones de deuda y el país entró en default. Su mandato debía durar hasta el 2003, año en el cual se realizarían las elecciones presidenciales, pero las presiones y la inestabilidad causaron su renuncia, hecho que traería profundas consecuencias negativas, tanto políticas como económicas. Es bastante conocida la anécdota de cómo le cortaron la luz de la Casa Rosada para presionarlo, hecho que demuestra la profunda soledad en la que se encontraba el entonces presidente que, sin apoyo, tuvo que renunciar a la presidencia a solo una semana de haber asumido. Asumía en su lugar Camaño, el entonces presidente de la Cámara de Diputados. El día siguiente, 2 de enero, por acuerdo entre la UCR liderada por Alfonsín y el PJ, lo reemplaza en la presidencia Eduardo Duhalde, que elige como ministro de economía a Jorge Remes Lenicov.
Juntos enfrentarían una de las peores crisis económicas de nuestro país. El 6 de febrero del 2002 harían historia al anunciar una medida inédita y creativa, fuera de todo libro de teoría económica: la pesificación asimétrica, medida que pasó deudas con el sistema financiero a razón de un peso por dólar, pero los depósitos en moneda extranjera a 1,40 por dólar. Esta impensada decisión tuvo un doble efecto. El primero, un gran beneficio para bancos y grandes grupos económicos que pudieron licuar sus deudas. El segundo, permitió que las entidades financieras no quiebren y que la crisis no se agravase aún más. La gran depreciación que sufrió el peso en los meses posteriores provocó grandes pérdidas en lxs pequeñxs ahorristas que se vieron imposibilitadxs de disponer libremente de sus dólares, los cuales solo podían usarse para comprar bienes como autos e inmuebles. También el Estado sufrió grandes perjuicios, ya que la deuda pública creció para pagar los costos de semejante medida económica. Es cierto que Duhalde podría haber dejado caer el sistema financiero, barajar y dar de nuevo, como se dice, pero la realidad es que ni tenía la intención de hacerlo, ni contaba con el apoyo necesario para realizar una medida de semejante envergadura. En el plano de lo real y lo ideológico, Duhalde fue profundamente creativo y tomó una decisión que, si bien fue profundamente regresiva en términos de distribución del ingreso, permitió detener una sangría aún mayor.
Cuando la Alianza Cambiemos asumió el gobierno en diciembre del 2015, la mayoría de los ciudadanos creía que su fortaleza estaría en la gestión económica.
El 4 de abril del 2002, Remes Lenivcov y Duhalde volvían a proponer una medida inédita: anunciaban el plan Jefes y Jefas de hogar, un plan social masivo que sirvió para contener el aumento de la pobreza y la indigencia, así como empezar a generar una redistribución del ingreso. Esta política iba en la dirección correcta para paliar los efectos de la crisis y combatir la pobreza y la indigencia, pero no fue suficiente para la posterior reactivación económica del país, pero si fue fundamental para contener la difícil situación social y económica y permitir sentar las bases para una posterior recuperación. No fue hasta que el precio de la soja subió y que la sequía terminó que la Argentina comenzó a recuperarse definitivamente de la peor crisis económica de la que se tenga memoria. Unas semanas después habría un cambio en el rumbo económico: Lavagna se convertía en ministro de economía y comenzaba así una etapa en la cual se priorizó contener el aumento de la pobreza y comenzar a pensar en políticas de distribución del ingreso en favor de los trabajadores.
Duhalde podría haber dejado caer el sistema financiero, barajar y dar de nuevo, pero ni tenía la intención de hacerlo, ni contaba con el apoyo necesario para realizar una medida de semejante envergadura.
Pero lo que queda evidenciado como fundamental es que, en un momento de tensión y crisis como fueron los primeros días del 2002, Duhalde y su equipo fueron capaces de tomar decisiones de política económica que, equivocadas o no, permitieron paliar los efectos de la crisis en el corto plazo.
La situación que estamos atravesando en este tormentoso 2018 tiene similitudes y diferencias. Por un lado, hay actores y factores que se repiten: el FMI volvió a ser prestamista de nuestro país, la política económica del gobierno tiende hacia una concentración del ingreso y la sequía volvió a golpear fuertemente al campo. Las diferencias no son menores: el país aún tiene todavía cancha para endeudarse y la mayoría de la deuda de los ahorristas y de las empresas es en pesos. Esto es fundamental si se tiene en cuenta que el bajo endeudamiento que el gobierno anterior le dejó de herencia a Mauricio Macri permitió que los problemas autogenerados por este gobierno sean pateados hacia adelante y parcheados con más y más deuda.
Queda claro que no es una situación sustentable en el mediano plazo y, si no se corrige el rumbo del plan económico, las consecuencias pueden ser catastróficas. El gobierno se ha autogenerado esta crisis a través de un pésimo manejo de la política macroeconómica e impericia por parte de los supuestos expertos en dicha materia. La falta de cintura política y sentido de la oportunidad de quienes condujeron el Banco Central hasta junio de 2018 hace pensar que o no estaban preparados para semejante responsabilidad, o decidieron, por presiones y negocios, beneficiar a ciertos sectores del poder. Por ejemplo, resulta incomprensible que, en medio de una crisis cambiaria, hayan decidido seguir con la aplicación del impuesto a la renta financiera, medida que favorece a la distribución del ingreso, pero que en el momento que fue aplicada era inviable.
Es por todo lo antes expuesto que, si la oposición asume la presidencia el año que viene, tendrá una tarea muy dura y quién sea electo presidente deberá estar preparado para enfrentar una difícil situación donde el equilibro económico y político vaya a ser, seguramente, muy delicado. Es llamativo ver que hay tantas personas deseosas de ocupar la presidencia en un momento de crisis donde será necesario pagar importantes costos políticos para salir adelante con un plan que tienda a beneficiar al pueblo en su conjunto, devolviendo derechos quitados y generando las condiciones necesarias para el desarrollo nacional. Queda claro que, si algunx opositorx llega a la presidencia con un plan que responda a un proyecto nacional y popular y logra cumplirlo, tendrá un merecido lugar en la historia de nuestro país.
Al igual que en la salida de la crisis del 2001, quien gobierne a partir del 2019 deberá ser capaz de tener la creatividad, rapidez y decisión que tuvieron Duhalde y su equipo en un momento de profunda inestabilidad, la cintura y capacidad política de Néstor Kirchner para gobernar un país en llamas, generando consensos y aplicando políticas de redistribución del ingreso, pero sabiendo que posiblemente, a partir del 2020, las condiciones no sean tan favorables como las fueron en el 2003 y que probablemente va a ser necesario generar amplios consensos con la población para salir de la crisis de la mejor y más rápida manera.
Quien gobierne a partir del 2019 deberá ser capaz de tener la creatividad, rapidez y decisión que tuvieron Duhalde y su equipo y la cintura y capacidad política de Néstor Kirchner.