Desde RÁNDOM decidimos esperar 24 horas desde el resultado de la primera vuelta electoral en Brasil para dar nuestro análisis (un poco) más en frío. Invitamos a Manuel Chávez a acompañarnos en una nota compuesta de tres breves análisis sobre tres facetas de la elección, mientras empezamos a pensar en la segunda vuelta del 28 de octubre.
Anti-petismo, anti-Bolsonarismo
Por Manuel Chávez (@ChavezManuel_)
Los resultados de ayer, que dejaron una segunda vuelta casi cantada, y la gran diferencia que sacó Bolsonaro es uno de los productos de la crisis orgánica que atraviesa Brasil. Los partidos tradicionales se derrumbaron y sus bases migraron hacia la ultraderecha, perdiendo muchísimo en la elección presidencial. Eso sí: retuvieron gobernaciones, donde el partido de Bolsonaro sólo se hizo con una (de las más chicas de Brasil).
En la cámara de diputades el PSL de Jair quedó como segundo bloque, atrás del PT. Y con potenciales alianzas con el centrao y los Evangélicos. Por como funciona el sistema electoral brasileño es fundamental que existan alianzas legislativas antes la gran diversidad de bloques.
Haddad hizo 30 puntos en 25 días. Es muy significativo, pero insuficiente. El PT perdió bastiones y legisladores historiques. Y es también responsable de la crisis que se atraviesa en este país, la estrategia de Lula parece haber fracasado, pero hay que ser honestes, con todo en contra. Todo. Sin candidato, el impeachment y el desgaste propio (profundización de la recesión en el gobierno de Dilma), la persecución judicial, falta de dinero, tiempo y lo que creo que es más importante y considerable: el anti-petismo (consolidado a raíz de varios de los temas antes enumerados), enormemente más construído que el anti-bolsonarismo. Un espacio que ya estaba consolidado, ahora la gran diferencia es quien lo sintetiza.
Lo que viene: se va a marcar el PT como última alternativa inmediata. Y por eso es momento de diversificar su programa y sus alianzas, que ahora son esenciales en pos de la conformación de un frente anti-fascista, se pierda o se gane el próximo 27, sabiendo que lo primero parece inevitable. Unificar en la diversidad y sostenerse en la incertidumbre atroz que atravesamos es la primera tarea. Reconstruirlo todo es lo segundo y fundamental. Porque lo volvimos a ver con la estrategia de Lula este año, la mera resistencia a los embates del enemigo no basta.
Dos datos relevantes: 29% suma el voto blanco, nulo y abstención. Sólo el 25% de los senadores que iban por la reeleccion la consiguieron efectivamente.
Bolsonaro: una nueva fuente de legitimidad
Por Dante Sabatto
Uno: el candidato machista, homofóbico, racista, que busca representar los intereses del Ejército, la Iglesia y los Terratenientes, ese que aparecía segundo lejos en las encuestas que incluían a Lula, ese que no conocíamos más que como freak de la política, ese que dedicó el voto a favor del impeachment a Dilma Rouseff al militar que la torturó durante la dictadura, Jair Bolsonaro, obtuvo 15 puntos más de lo que le daban las encuestas más generosas y estuvo a un puñado de votos de hacerse con la presidencia en primera vuelta.
Dos: el partido cuyo candidato está encarcelado ilegalmente, sin voz, sin imagen, sin rostro, que eligió jugar a un candidato tan desconocido que el primer spot de campaña se refería a que los brasileros no conocían su apellido, el PT con Fernando Haddad, hizo diez puntos más de lo que le daban las encuestas más generosas y disputará en 20 días la presidencia con Bolsonaro. Ambos candidatos hicieron elecciones muy superiores a lo esperadas, Bolsonaro más que Haddad. Ninguno era el candidato que el establishment quería, aun si el primero abandonó hace años el nacionalismo proteccionista por un ultraliberalismo que lo acerca aún más al pinochettismo, aun si ese establishment se acercó cada vez más a él y probablemente lo abrace de cara a la segunda vuelta.
Los ciudadanos de Brasil se ven obligados a elegir entre dos candidatos demonizados por la prensa, si bien en distintos modos y por distintos clivajes. Pero entre ambos suman más de tres cuartos de los votantes. La grieta en Brasil se trastornó en los últimos días, con el rápido ascenso de ambos candidatos, y sobre todo de Bolsonaro. Pasó de ser la disputa entre el juez Moro y el petismo, entre O Globo y el petismo, entre los empresarios y su PSDB y el petismo, entre los traidores del PMDB y el petismo, entre la derecha disfrazada de izquierda ecologista y el petismo; pasó de todo eso a ser la grieta entre dos proyectos de país opuestos, y no un proyecto y la oposición toda de ese proyecto. Hay muchos elementos de Bolsonaro que no se construyen como antipetismo, como AntiLula, si bien ese puede ser el origen primero de su giro al liberalismo; Bolsonaro enamoró no sólo gracias al apoyo eclesiástico y de cada vez más sectores empresariales y del campo, sino también, desde el punto de vista de la representación política, porque presentó una alternativa posible, elaboró un discurso de futuro creíble, porque performó, porque se hizo ver como un posible futuro presidente.
Bolsonaro no es el candidato que el establishment quiso. Pero es el que el establishment produjo. Porque el poder tradicional en Brasil, en el sentido más coloquial de la palabra, creyó que lo que le daba las fuerzas que obtuvo desde 2016 en adelante era la Justicia que le era adicta, el poder económico que representaba, las instituciones religiosas, los medios concentrados de comunicación masiva, etcétera: en fin, sus fuentes de legitimidad en sí. Y junto a eso, una pata política, una serie de partidos con historia y capacidad de representación, que naturalmente volverían a gobernar el país. Y junto a todo esto, un Ejército y una Policía que ejecutaban órdenes.
Pero la legitimidad se agota. Muchos factores pueden hacer agotarse esta legitimidad. El hambre de millones y millones de personas es uno que actúa particularmente rápido. Y cuando se acaba la legitimidad, el poder que la detentaba encuentra que lo único que lo sostiene realmente son las balas. Si el monopolio de la coacción física que se pretende mantener con éxito deja de ser legítimo, o bien el orden social cae en la anarquía, o bien surge otra fuente de legitimidad. No sorprende que esa nueva fuente de legitimidad gire en torno a la violencia. ¿Cuántos brasileros que habrían votado a Lula se definieron por Bolsonaro, el único candidato que sienten que les garantiza cierta seguridad? ¿Cuántos, ante la ausencia de el candidato que me defiende, eligieron a el candidato que me da un arma para que me defienda solo?
Cuando la noche es más oscura
Por Martín Pont Vergés.
“Durante siglos, Brasil se la pasó mirando a los Estados Unidos y a Europa, pensando que todo lo que era malo para Estados Unidos era malo para Brasil, o que todo lo que era bueno para Europa era bueno para Brasil. […] Hoy estamos logrando un hecho inusitado: a pesar de nuestras diferencias, los países latinoamericanos estamos convencidos de que no existe una salida individual. O encontramos soluciones conjuntas para financiar nuestra infraestructura, o encontramos soluciones conjuntas para facilitar nuestro comercio, o no tenemos solución.”
Lula Da Silva, Mar del Plata, 2005.
Duele. Duele leer esas líneas. La primera reacción al ver los resultados preliminares de las elecciones del 7 de octubre en Brasil viene con angustia, y está bien. Pero de los golpes, para aquellxs que se hacen cargo de luchar contra las injusticias, hay que recuperarse. Porque embriagarse en el llanto y el reproche a “las mayorías estúpidas” es un lujo de lxs que se quedan al margen de la Historia (afloran ejemplos al recordar Twitter en octubre de 2015 o la CNN tras la victoria de Trump); para el resto, superar el aturdimiento es un deber. No reir, no llorar: comprender.
La victoria en primera vuelta de Jair Bolsonaro llega como esos goles inoportunos que, en plena remontada, parecen liquidar el partido. Ni el ejemplo de entereza, dignidad y ternura de Lula, ni la movilización de lxs estudiantes y las mujeres, ni el ya moribundo consenso liberal del occidente políticamente correcto pudieron evitarlo. Los profetas del fin de ciclo continental se regocijan imaginando una América Latina en la que, muertos Fidel, Néstor y Hugo Chávez, exiliado Correa y acorralados Maduro y Morales, el obrero metalúrgico fundador de universidades pase el resto de sus días en un cuarto pagando sus pecados imperdonables, mientras su país natal pisotea las normas más mínimas de la democracia. Se acuerdan de la frase “libre seré presidente, preso seré un héroe”, miran Brasil y se sonríen pensando en cuán aplicable resultará en unos meses para el caso de Cristina.
Pero no hay nada nuevo bajo el sol (decir “no hay nada que temer” parece demasiado, pero al menos no hay nada “nuevo” de lo que preocuparse). La derecha latinoamericana, notablemente mediocre y pusilánime, se radicaliza y se sube (acertadamente) a la ola antisistema internacional, pero se olvida del proyecto. Se la pasan olvidándose del proyecto. Desde 1870, más o menos. ¿Esto significa que la izquierda deba dormirse en los laureles imaginarios de la “verdad moral” y no se repiense? Para nada. Esa es la peor idea posible.
El hecho de que el otro sea malo no implica que uno vaya a ganar. La posibilidad de un verdadero florecimiento del fascismo en América Latina, si bien parece ser poco sustentable, representa un inmenso doble desafío para la izquierda continental: ser capaces, por un lado, de mantenerse competitivos y retener sus pisos de representatividad, cerrando filas y presentándose como una opción de gobierno alternativa (es decir, no morir) y por el otro, encontrar la manera de constituir un proyecto continental, como pedía Lula en 2005 y como vuelve a pedir Haddad en 2018, pero más rápido. Unidad nacional, integración continental acelerada e incorporación de criterios tanto en los modelos económicos como en las instituciones políticas que signifiquen un futuro relativamente sólido de prosperidad y felicidad popular. Las derrotas del presente iluminarán las victorias del futuro, decía Cooke, y en este caso deberán servir de aprendizaje para la construcción del retorno definitivo de la Nación Sudamericana. Al fascismo ya se lo derrotó muchas veces, en distintos lugares. El verdadero reto es sacar de su derrota -que hay que arrancarle- el impulso para, por primera vez, ganar nosotrxs.