Para comprender los resultados de las elecciones de medio término (midterms) que se realizaron ayer en Estados Unidos, en primer lugar, es importante entender que es lo que se votaba ayer. La jornada presentó tres tipos de elecciones.
En primer lugar, el Senado. La Cámara Alta tiene un total de 100 bancas, dos por cada uno de los 50 estados. Con un complejo sistema de rotación con elecciones cada dos años se asegura renovar la totalidad de la cámara en 6 años. En cada elección, algunos estados renuevan un senador cada uno. En esta cámara los republicanos no sólo retuvieron la mayoría sino que avanzaron sobre algunas bancas previamente demócratas.
En segundo lugar, la Cámara de Representantes, un modelo electoral distinto al que conocemos en Argentina. Mediante un sistema de distritos electorales uninominales se eligen candidatos a esta Cámara Baja. Cada estado por su cantidad de población en el último censo tiene asignado un número de representantes. En base a cuántos representantes tenga, se divide el estado en circuitos electorales que votan cada uno a un representante.
Es en esta cámara donde el resultado se vuelve complejo. Con solo una mirada del mapa electoral se nota claramente el dominio que mantienen los republicanos en los distritos geográficamente más grandes y menos densamente poblados, es decir, el heartland rural, el lejano oeste y el sur. Los demócratas, en cambio, controlan los territorios más «liberales»: las grandes ciudades, las zonas costeras, los distritos con mayor población afroamericana e hispánica. Este sistema da lugar al llamado gerrymandering, que implica la modificación de los circuitos electorales a conveniencia para “anular” la capacidad electoral de algunas poblaciones uniéndolas con otras o de acumular todas las zonas votantes de un partido en un solo distrito para asegurarse una victoria fácil en los demás.
Finalmente, también se votaban candidatos a la gobernación en varios estados, así como los senados y cámaras de representantes a nivel estatal. Esto es muy importante para sectores chicos y espacios internos a los partidos: los aliados de Bernie Sanders en la interna demócrata tienden a crecer en estos espacios más que en las legislaturas nacionales, ya que su movimiento es de bases y bastante localista, y atraviesa una etapa inicial en la que aún no llega a niveles mayores. Estas legislaturas estatales son muy importantes por el alto nivel de federalismo de Estados Unidos, que deja muchas facultades a estas instancias. Por otro lado, como en todas las elecciones estadounidenses, se incluyó en las boletas una serie de referéndums a nivel estatal, entre los que se destaca, en Florida, permitir votar a los exconvictos, medida que al ser aprobada permitirá de ahora en adelante votar a más de un millón de personas que estaban inhabilitadas a hacerlo, mayoritariamente jóvenes negros de ambos géneros.
Este panorama explica en gran medida la confusión que genera intentar explicar el resultado de la elección de ayer, donde ningún actor ganó ni perdió demasiado. Algunos títulos sensacionalistas pueden surgir de una mirada parcial a algunos resultados en circuitos electorales que resultan sorprendentes para quien no conoce el sistema de la cámara baja: demócratas ganando bancas en Utah, Alabama o Texas y republicanos ganando bancas en Nueva York y California.
El resultado general es el siguiente: los republicanos ganaron la mayoría de las gobernaciones, ampliaron la ventaja que ya tenían en el Senado y perdieron el control de la Cámara de Representantes, que pasará al Partido Demócrata por primera vez desde 2010.
El clima preelectoral estuvo marcado por la importancia de la figura de Trump como polarizador del panorama político, y se veía a la elección como un referéndum sobre los primeros dos años de gestión. Estos años se caracterizaron por un altísimo nivel de conflictividad tanto en la esfera mediática y pública como en protestas y movilizaciones callejeras. Este fenómeno permitió crecer a los discursos más radicales de la izquierda tanto como los más reaccionarios, como nunca en la historia cercana.
A favor de Trump jugaba la buena situación económica que está pasando el país, con niveles muy bajos desempleo. Como puntos de discusión en la agenda se pueden destacar los siguientes: reformas impositivas, conflictos étnico-sociales, inmigración, nombramiento de Kavanaugh a la Corte Suprema.
En cuestiones inmigratorias, Trump intensificó su retórica nacionalista para lograr movilizar a su núcleo electoral (importante aclarar lo siguiente: las elecciones son no obligatorias, con lo cual una base no movilizada es una base electoralmente inexistente). Esto también produce el efecto contrario que es movilizar y polarizar para el lado demócrata a la población negra (12% del país) y la población hispánica (aproximadamente 17%). La “Caravana Migrante”, un grupo de miles de personas que, desde Centroamérica, está intentando llegar a EEUU legal e ilegalmente tuvo mucho peso en la agenda mediática en las últimas semanas.
Un gran recorte a impuestos para los más ricos unido a una mejora económica solidificó el discurso económico republicano para estas elecciones en lo que respecta a su propia base. En contraposición a esto, surgiendo desde el partido demócrata, el “sanderismo”, corriente progresista (progressive) construida en 2016 en torno a la candidatura de Bernie Sanders, comienza a solidificar posiciones con las plataformas Our Revolution y Democratic Socialists of America. Empieza a demostrar resultados políticos reales el discurso contra la reducción de impuestos a los millonarios y las empresas, a favor de salud gratuita para toda la población y por la anulación de las deudas para el pago de las cuotas universitarias que aplastan los millenials, que están convirtiéndose en un grupo electoral importante.
El mayor reto para esta línea política es superar la propia interna del partido demócrata. Por ejemplo, en Illinois acaba de ganar un billonario la gobernación por el Partido Demócrata. Ese caso contrasta enormemente con Alexia Ocaso-Cortez, una latina de 29 años que ganó con más del 70% su distrito electoral en el Bronx, Nueva York. Lo sorprendente de su victoria fue lograr desplazar al sector «clintonista» en la interna hace unos meses. Luego de eso, por la condición social del Bronx, la victoria era segura.
Así y todo, cierto sector demócrata (y también algún sector republicano) buscan apelar más al centrismo independiente que en algunos estados puede dar resultado. Se pudieron ver desde demócratas con una postura muy restrictiva en la inmigración y “localistas” hasta republicanos con discursos muy lavados de conservadurismo.
El nombramiento del juez Kavanaugh a la Corte Suprema, acusado de violar a una mujer mientras ambos eran estudiantes universitarios, en medio de la oleada del feminismo y del #MeToo, generó una polémica cuyo efecto aún es incierto. De por sí la mayoría de adherentes al feminismo o al progresismo en general ya tenían definido su voto a cualquiera que pudiese ganarle al candidato republicano local. Para la propia base republicana, la cuestión Kavanaugh fue un tema de campaña que llevó adelante con orgullo como un “ataque infame contra un hombre digno con fines puramente políticos” (más o menos textual de varios candidatos y funcionarios republicanos durante las últimas semanas). Probablemente esta cuestión simplemente haya radicalizado a los núcleos electorales de ambos partidos y no mucho más que eso, quizás solidificando algunas posiciones ya relativamente seguras para los demócratas entre la población de más estudios.
En realidad la elección no trajo grandes sorpresas, la mayoría de las encuestas acertaron y todo salió más o menos como se pensaba que iba a salir. Esta ausencia de sorpresas es, de alguna manera, algo sorprendente, teniendo en cuenta lo impredecible de los resultados electorales de los últimos años en el mundo. Cualquier esperanza de una Blue Wave, una avanzada demócrata que arrase posiciones claves de los republicanos especialmente para el senado fue contenida. Tampoco los republicanos consiguieron nada de lo cual estar demasiado orgullosos esta elección: perdieron el control de la cámara baja, complicando la posibilidad de que Trump continúe con su agenda legislativa los próximos dos años.
Desde el mismo día de la elección ya se empieza a mirar hacia 2020, cuando Trump buscará la reelección, y se piensa cuál será la alternativa que presente el Partido Demócrata. Las fuerzas demócratas socialistas tienen enfrente una oportunidad única, tanto de ganar la interna como de ganar las nacionales. Esto es bastante impresionante teniendo en cuenta que hace unos años eran parias políticos.
La cuestión de la presión inmigratoria hispánica asegura al Partido Republicano una fecha de caducidad en el mediano o largo plazo: mientras la proporción de hispanos continúe creciendo, y mientras continúe siendo leal a los Demócratas, los Republicanos tenderán a retroceder. Se pronostica que incluso Texas puede, en algunos años, caer bajo una mayoría azul.
Esto genera que la Alt-Right, la derecha neo-fascista, tome fuerza puesto que el complejo sistema electoral que en su momento permitía proteger los intereses del establishment masculino, blanco, anglosajón, protestante y rural ahora parece estar lentamente dándose vuelta. La base más fervientemente demócrata es justamente la de las mujeres, la people of color (literalmente gente de color, el término más aceptado para referirse a las personas no blancas), los hispanos y la población de las ciudades más grandes. Esta última alianza social parece destinada a convertirse en mayoría aplastante tarde o temprano
Lo interesante de esta elección es que mientras los resultados parecen indicar un fortalecimiento del sistema democrático-republicano tradicional, por lo bajo, tanto por izquierda como por derecha se van generando las condiciones sociales para un cambio antisistémico y, por ende, un aumento de la violencia política en los próximos años.