Háganse cargo

¿Se terminó?

Cristina habló y dijo: no vamos a ser Venezuela. Macri respondió: pues tampoco vamos a ser Brasil.

ADVERTENCIA: Este artículo puede perder toda su validez en las próximas horas. El autor puede estar haciendo una lectura apresurada de la situación. Los peligros de escribir en estas semanas de cierre de listas, en un escenario de alta volatilidad. Maneje con precaución.

Macri eligió como compañero de fórmula a Miguel Ángel Pichetto, histórico líder peronista de la Cámara Alta, justicialista hasta la médula (hasta hoy). La jugada no puede no mirarse en el espejo de la nominación sorpresiva de la fórmula Alberto Fernández – Cristina Fernández hace tres semanas. No hubo en la historia argentina anuncios de candidaturas con este nivel de sorpresa. Y todavía faltan, en el momento de escritura de esta nota, 11 días hasta el cierre de listas.

Mientras Macri anunciaba la fórmula, Massa se paseaba por el PJ, confirmaba sin confirmar el frente amplio con el kirchnerismo, y el país se empezaba a preparar para el 10 de diciembre, tan cercano y tan lejano. Las incógnitas se iban despejando, una por una. Los radicales, Carrió y el macrismo emocional (Fernando Iglesias es su representante legal) apoyaban la designación. Schiaretti no se suma al oficialismo y colgará sus diputados nacionales de la boleta de Juan Manuel Urtubey. Lavagna confirma candidatura. Massa pareciera ser la última pieza del tablero que no terminó 100% de acomodarse.

Es pobrísimo analizar la fórmula MM-MAP en términos puramente electorales. Lo mismo aplica a AF-CFK. Y fue, definitivamente, una respuesta al lanzamiento de Alberto Fernández. Cuando ocurrió este, un politólogo (con el que este cronista no suele coincidir), Andrés Malamud, dijo algo así como que CFK elegía consolidar la grieta, pero moderarla. Podemos aplicar esa lectura, también, a la definición del oficialismo.

Cristina habló y dijo: no vamos a ser Venezuela.

Macri respondió: pues tampoco vamos a ser Brasil.

Más en profundidad: el kirchnerismo jamás fue el chavismo. Cristina nunca iba a ser Maduro. Pero hacía falta que lo enunciara. Y que lo produjera. Lo intentó (¿lo logró?) con el lanzamiento de Alberto Fernández. Macri podría haber seguido el camino autoritario, y algunos jugaban con Bullrich de vice como representante de aquello. Pichetto representa el punto opuesto: es el guardián de las garantías, y sobre todo, de los fueros de Cristina.

Maticemos lo anterior: Pichetto no es el guardián de los fueros de Cristina. Pero lo fue. Son inútiles los conteos de senadores que están circulando, vinculados a si con la salida de Pichetto del bloque AF en el Senado (que es profundamente necesaria, así como su desafiliación del Partido Justicialista) darán los votos para desaforar a CFK.

Para empezar porque los senadores justicialistas no responden a Pichetto hace meses. Para seguir, porque algunos de los que podrían haberse sentado a votar hace unos meses en el camino hicieron acuerdos con la expresidenta. Y para finalizar, y este es el quid de la cuestión, porque es el oficialismo el que no quiere el desafuero.

Esta es la apuesta principal de este artículo, el punto más polémico y por el que tal vez el autor sea crucificado si apostó al caballo incorrecto: Pichetto vicepresidente significa que el macrismo renuncia a la bolsonarización.

Podemos pensar que se acuerda tarde. Es tarde para Milagro Sala, para Amado Boudou, para Julio De Vido, y tantos más. Es más tarde aún para Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, y tantos más. Podemos responder que nunca es tarde para abandonar un camino oscuro de creciente violencia. Y que tienen la posibilidad de apagar los fuegos, de dejar de alimentar el autoritarismo social.

La normalización como fruto del caos. De la debacle económica a Pichetto, ¿no es una salida impensablemente mejor que elegir sendas fascistoides? De la crisis política del kirchnerismo a Alberto Fernández, ¿no es una salida mejor que profundizar el modelo, Cristina o nada? CFK y MM, ambos buscan a sus críticos y eligen contenerlos. Acentúan la polarización, pero en otros términos. Y se atreven a cambiar los polos.

Jorge Capitanich decía en una brillante nota de 2017 que la política se rige por el principio de contradicción. A un kirchnerismo que busca superarse sin abandonarse, Cambiemos opone un Cambiemos (pronto con nuevo sello) que también esboza un nuevo rumbo. Es una mala señal que en el mismo anuncio Macri insista con que en estas elecciones se elige entre república y populismo. Debería cambiar el cassette.

Porque el principio de contradicción implica la existencia de un terreno común donde esta contradicción se de. No niega al otro. Lo reconoce como otro. No busca subsumirlo, le respeta la diferencia. Porque lo reconoce como adversario, lo reconoce como igual en el sentido de igualdad de condiciones; pero a la vez elige enfrentarlo. En una contienda con reglas claras, donde se respeta al perdedor. ¿Ese es el camino de Macri-Pichetto o el camino que nos gustaría leer en esta decisión?

Tratar al kirchnerismo de antidemocrático y antirepublicano es, primero, falso, y segundo, peligroso. Insisto: esa senda debe ser abandonada. Esta decisión puede ser el primer paso en ese sentido. Tal vez la verdadera decisión entre república y populismo la hicieron Macri y Cristina, dentro de sus frentes, y tal vez ambos eligieron la república. Cristina, porque siempre iba a hacerlo, porque parafraseando a Eduardo Rinesi, por mucho que se llenen la boca los liberales, los verdaderos garantes de las libertades en Argentina, los verdaderos republicanos somos siempre los peronistas. Macri en cambio, ¿habrá elegido finalmente la república verdadera, la del respeto democrático al adversario, o solo su enunciación?

Nada de todo esto implica que el proyecto de Cambiemos sea pésimo, en lo económico, lo social, lo político. Justamente porque es un proyecto pésimo queremos enfrentarlo.

La fórmula puede ser un pifie electoral. Puede no sumar más peronistas que Pichetto, y restar antiperonistas. Pero creo que así como la decisión de poner a Alberto Fernández como candidato a presidente estaba también destinada al día después de las elecciones, también lo está la candidatura de Pichetto.

Martín Rodríguez dijo en una nota, hace unos días, que cuando Macri deje de gobernar (en 2019 o 2023, cuando finalmente Cambiemos sea vencido) la “Patria Macrista” seguirá existiendo. Su base existía antes de 2015: los votos que no fueron a Perón en el 73, los que fueron a Angeloz en medio de la híper, los votos de Cavallo, de López Murphy, de Carrió. Cambiemos la galvanizó en un espacio. Y con esta nueva fórmula, puede transformarla. Si Macri-Pichetto pierden las elecciones en octubre o noviembre, espero que sean los conductores de una oposición que tenga manejos distintos al oficialismo que han encabezado.

Escribo estas líneas desde dos premisas básicas. Primero, que esto es una oportunidad que Cambiemos puede aprovechar o desaprovechar; que pueden avanzar en el sentido positivo que he planteado, o no hacerlo. Esta nota está escrita, tal vez, con el optimismo de la voluntad. Segundo, leo la decisión de Macri en el espejo de la de Cristina porque creo realmente que así la tomó él.

Finalmente. Esta lectura no es similar a la que han tenido muchos compañeros y compañeras que se encuentran del mismo lado de La Grieta que yo. Y está bien. Está bien que se burlen, que nos burlemos de Pichetto y su salto mágico, de presidente del bloque opositor en el Senado a candidato vicepresidencial. Es parte del principio de contradicción: juramos militar para aplastarlos en las urnas, sacarles cada intendencia y cada consejero escolar, juramos convencer a cada suegro gorila de que no los vote, y si todo eso falla, juramos chicanearlos por Twitter hasta que nuestros TT venzan a los suyos.

Ojalá juremos, ambos, con la misma vehemencia, respetar al que sea derrotado en estas elecciones. No perseguirlo. No tratarlo de fascista. Aplica a nosotros también: hay sectores dentro de Cambiemos a los que les gustaría avanzar hacia el autoritarismo; sería inteligente tratar de convencerlos de que es una mala idea. Ojalá juramos, en fin, no definir en estas elecciones entre república y populismo, sino entre un modelo de país y otro. Porque (y acá está tal vez la trampa) el nuestro es mejor, y esa es la base de la política: creemos que tenemos algo superador para ofrecerle a la nación argentina, y cuando perdemos, buscamos mejorarlo.

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