“Si el enemigo se equivoca, no lo distraigas.” Napoleón Bonaparte
La mañana del día después a las PASO fue un tanto convulsionada, el Banco Central convalidó una tasa superior al 74% anual -la más alta desde la crisis de 2002-, el riesgo país superó los 1460 puntos y el peso se devaluó en valores que oscilaron el 30%. El presidente respondió a “la reacción de los mercados” con acusaciones a la oposición y minimizó en una conferencia de prensa que “la elección no sucedió”, su candidato a vicepresidente, Miguel Ángel Pichetto, hizo lo propio y pidió “que los argentinos entiendan las consecuencias del voto».
Con un tono más confrontativo que el habitual y ya sobre la recta final del proceso electoral, el oficialismo insiste con la idea de que el equilibrio del universo y de la Argentina dependen de su continuidad y peligran ante un inminente regreso “kirchnerista”, estigmatizando bajo un único rótulo la totalidad de voces polifónicas que componen el Frente de Todos. Este ejercicio -enmarcado en la definición estratégica del marcopeñismo- pareciese a primera vista y a riesgo de dar definiciones prematuras, no haberle funcionado a Juntos por el Cambio; la alianza pronosticaba un segundo lugar en las PASO y algunos pocos puntos de diferencia pero se encontró con una derrota abrumadora que lo aleja de un posible ballotage.
Macri redobla una apuesta que puede salirle cara y no parece tomar precauciones frente a una coyuntura muy riesgosa y delicada. La cuestión electoral pasó ya a un segundo plano y el protagonista volvió a ser el dólar, la preocupación se redirigió a la estabilidad política, la estabilidad social y la estabilidad financiera, objetivos que involucran a los candidatos opositores y a los gobernadores provinciales.
Ante este escenario, Alberto Fernández actúa tenue y parece aplicar a la perfección aquel viejo refrán que dice: «a enemigo que huye, puente de plata» . En sus apariciones televisivas y mediáticas el día posterior a la elección y ante las reiteradas acusaciones por la fluctuación del dólar y el “descontento” que expresaron los mercados, el candidato a presidente por el Frente de Todos busca evitar al rival, esquiva la confrontación a la cual es desafiado y se dispone a trabajar para calmar la turbulencia en la gobernabilidad, le ofrece a Macri un puente de plata y un abandono pacífico de la Rosada, por la alfombra roja, de manera ordenada. Sin entrar en chiquitajes, Alberto se ofrece de garante de la institucionalidad y espera un llamado del presidente que aún -sostiene frente a las polémicas- no llegó.

Entre Macri y el conjunto de la población algo se ha roto, el presidente pide demostraciones de apoyo y reconocimiento pero no ofrece explicaciones, no otorga retribuciones pero castiga con penitencias al votante. El presidente se dispone a “ayudar” para frenar la inestabilidad, fingiendo demencia frente a la obligación asumida en una suerte de postura caritativa. Envuelto en una campaña sobreideologizada, el tercer gobierno radical apela a los valores morales de los indecisos y continúa apostando a que el miedo al pasado edifique su eventual reelección. Sin abandono y con actitudes que rozan el psicopateo institucional, el oficialismo no plantea modificaciones en su línea. Hostiliza su relato con calificativos que van desde el autoritarismo a la aislación global y le reclama autocrítica a un frente que se impuso en las PASO pero que aún no ganó. En una lógica de enojo con los resultados democráticos y partiendo de la premisa de que los pueblos se equivocan y los mercados rectifican sus errores, Macri patea la pelota afuera de la cancha y culpa a la tribuna.
Al principio de la campaña, y con la economía como preocupación ordenadora de la coyuntura, ambas fórmulas parecían hablarle más al mercado que a la gente. Sobre el sprint final, y más específicamente en el mes de Julio, Alberto le dio una vuelta de tuerca a su discurso. Quizá allí, radique el acierto que traduce en 11 millones de votos cosechados. La insistencia de Fernández con el recupero de lo público, con la importancia del sistema sanitario, el desarrollo científico-tecnológico y su falta de interés por modificar la ley laboral, le pusieron impronta a su fórmula. Haciendo hincapié en la diferencia, «¡Viva la diferencia!«, la fórmula Fernández le puso sello a sus intenciones y acertó la retórica: pueblo sí, bancos no.
Alberto tomó una postura parecida a la que había esbozado Bernie Sanders en 2016, se negó a aceptar la idea de que este estado de vulnerabilidad debe empujar a los políticos a llevar tranquilidad a los mercados y no dirigir sus discursos a la gente. Fernández dijo no, eso no es normal, los mercados no necesitan seducción, el capital debe ser regulado y se debe coartar la libertad de juego que tiene con las expectativas de la gente. Párrafo aparte para el impacto que demostraron poder tener en tan solo un día, evidencia de un modelo económico frágil que no resiste siquiera unas elecciones primarias.
El batacazo del Frente de Todos en las elecciones primarias vaticinó una derrota del gurú de campaña Jaime Durán Barba, despertó revuelos y pedidos internos de renuncia a Marcos Peña, generó incertidumbres con respecto a la figura de Frigerio y consumó una mala apuesta del pro-peronista Miguel Ángel Pichetto. En la tajada, y con las mismas heridas, fueron lastimados Vidal y Cornejo, en la Provincia de Buenos Aires y en Mendoza respectivamente, distritos donde los números sorprendieron y mucho al oficialismo. A excepción de la provincia de Córdoba y el corredor norte de la Ciudad de Buenos Aires, el Gobierno perdió votos en su zona núcleo, donde le rindieron fidelidad siempre. Retrocedió notablemente en Santa Fe, Entre Ríos, Provincia de Buenos Aires y partes de Jujuy, Mendoza, San Luis y Corrientes.
Es importante vislumbrar que las conjeturas elaboradas en este artículo pueden ser apresuradas y corren el riesgo de ser falseadas por la realidad efectiva en cuestión de minutos. Los tiempos candentes pueden desmentir nuestras hipótesis muy rápidamente. La intención de este primer esbozo tiene que ver con un pedido de responsabilidad institucional al gobierno, es su deber cumplir con las obligaciones que asumieron al tomar control del Estado y para ello, deben evitar las provocaciones que ponen en vela la estabilidad de la Argentina, materializadas en la conferencia del pasado lunes.
Este miércoles, sin embargo, el oficialismo se mostró receptivo frente a la crisis social. Antes de la apertura de los mercados, a las 8 de la mañana y mientras se terminaba de editar esta nota, el presidente anunció una serie de medidas con el objetivo de reactivar la demanda interna y paliar la pulverización del salario. A priori, las medidas parecen insuficientes y escasas, pero constituyen un ensayo de autocrítica en una alianza que no para de sorprendernos. El enemigo no debe ser subestimado siquiera cuando se encuentra en el piso y al borde del knockout.
La responsabilidad del presidente también tiene que ser con sus votantes, con esa Patria macrista que, como bien dice Martín Rodríguez, seguirá existiendo una vez termine el gobierno.
Macri tiene por delante 4 meses de gestión y la obligación de garantizar una transición ordenada en caso de que resulte perdedor. Su mandato puede terminar el 10 de diciembre, pero -hasta aquí- si Macri muere, lo hace con las botas puestas; sin renegar su táctica y su gente, soltando un poco de su ADN en cada pelea pero negándose a pelear distinto, con el mismo gabinete con el que se decidió a competir. El mago no tiene dientes y el rey agotó las cartas.