Probablemente, cuando escuchamos hablar de “mundo bipolar” las primeras palabras que se nos vengan a la mente tengan remisión directa a la segunda mitad del siglo XX: Guerra Fría, Unión Soviética, carrera espacial, Kennedy y Reagan, Kruschev y Gorbachov, Cuba y misiles, entre otros personajes y elementos simbólicos que marcaron la concepción de un mundo dividido en dos. El bloque anticomunista, liderado por los Estados Unidos y el bloque soviético con la URSS a la cabeza.
Entrado el siglo XXI -con el recuerdo del muro de Berlín ya lejano en el tiempo- la globalización y las nuevas tecnologías, la articulación del mundo en polos extremos comenzó a esfumarse para entender las relaciones internacionales de manera multipolar. Este nuevo paradigma se armó a imagen y semejanza de los Estados Unidos y Occidente.
Con el paso de los años y en la ya tardía segunda década del siglo XXI, emergen en el plano mundial circunstancias que nos recuerdan nuevamente la bipolaridad que los grandes bloques de concentración política y económica nos siguen dando.
Peleas de gigantes.
No es una novedad que estas dos potencias vienen hace algunos años tensionando relaciones y escalando cada vez más dentro del marco de lo que en los titulares de los diarios se ha bautizado “Guerra Comercial”. Pareciera ser que los conflictos ya no se resuelven desde el plano bélico (suerte que solo corre para potencias mundiales no ubicadas en medio oriente y regiones tercermundistas en desarrollo) sino que se resuelven en el plano de la economía y el comercio internacional. De hecho, es el mismo presidente Trump quien se ha pronunciado reiteradas veces en contra del gasto que erogan las guerras territoriales y su “ineficacia”.
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De alguna forma, las tensiones entre la República Popular China y los Estados Unidos se parecen mucho a la bipolaridad existente entre la URSS y EEUU durante la Guerra Fría. Son las potencias hegemónicas de nuestros días y esta bipolaridad se ha posicionado en el centro de la configuración geopolítica mundial, desde el momento en que los Estados Unidos, bajo el gobierno de Trump, ha decidido dejar de acatar las condiciones definidas por la OMC (Organización Mundial de Comercio).
De todas maneras, los diversos factores que han configurado esta situación, son complejos y exceden la capacidad de estas líneas de poder abordarlos en su totalidad, pero en el ejercicio de tener presente esa amplitud para llevar adelante cualquier análisis están, por ejemplo, la imposición de aranceles a las importaciones chinas, la Nueva Ruta de la Seda, el Plan China 2025, etc.
Es el mismo presidente Trump quien se ha pronunciado reiteradas veces en contra del gasto que erogan las guerras territoriales y su ineficacia.
Y es que, desde la asunción de Trump en adelante, se ha tornado más vistoso y se han llevado al límite las posibilidades de condicionamiento a nivel global. Las políticas del presidente norteamericano que tienen su foco en la protección del sistema productivo de su país y las posteriores y polémicas decisiones que ha tomado son una muestra cabal de esto, como lo son la suba de aranceles a las importaciones provenientes de China o la prohibición a Huawei (el caballito de batalla chino que abordaremos más adelante) de operar con capitales estadounidenses, de la cual luego de unas semanas, por el impacto negativo que tuvo, debió dar marcha atrás.
Pero de todo esto -y de lo que no cabe ninguna duda- es de que esta guerra tiene uno de sus ejes en un motivo muy puntual: el deseo de EEUU de mantener su posición como superpotencia en tecnología preeminente en el mundo y el deseo de China de posicionarse en ese lugar. Y en este sentido uno de los fenómenos que se destacan en esta contienda está dado al compás del desarrollo del 5G.
La Cuarta Revolución Industrial
La Cuarta Revolución Industrial, también llamada Industria 4.0 desde que así pasó a llamarla Klaus Schwab en el Foro Económico Mundial, surge como consecuencia de la Revolución Digital vigente desde mitad del Siglo XX. Es que esta etapa se caracteriza por los avances tecnológicos emergentes de campos como la nanotecnología, la robótica, la computación cuántica, los vehículos autónomos, la inteligencia artificial (IA), el Internet de las Cosas (IoT), la biotecnología y la impresión 3D, entre otras.
El modelo industrial de esta etapa se conoce como “4.0” y está principalmente integrado por “Fábricas Inteligentes”. Este nuevo paradigma de la producción está compuesto por sistemas ciber-físicos que controlan procesos físicos que son capaces de tomar definiciones descentralizadas, a través de las impresiones 3D, el Internet de las Cosas (un sistema de dispositivos de computación interrelacionados, máquinas mecánicas y digitales, objetos, animales o personas que tienen identificadores únicos y la capacidad de transferir datos a través de una red, sin requerir de interacciones humano a humano o humano a computadora). También por la robótica, comunicándose y cooperando entre sí y con humanos en tiempo real, haciendo posible la producción bajo demanda y dando oportunidad a que mediante el uso de tecnologías pueda aplicarse a sectores de producción para potenciar su desarrollo, como el mundo de las pymes, el sector agropecuario y hasta el trabajo.
La aplicación de softwares, Inteligencia Artificial, realidad virtual y Big Data entre otros está ayudando a modificar la forma de producir, vender, su rendimiento y la forma de relacionarse. Y nuestro país no es ajeno a este modelo de Industria 4.0, donde se requerirá comprender y dimensionar esta nueva revolución tecnológica, que indudablemente no se detendrá a esperarnos y que conducirá a una transformación de la humanidad debido a la convergencia de sistema digitales, físicos y biológicos.
En un país donde 1 de cada 3 argentinos no tiene acceso a una red de banda ancha y además es una de las más caras de la región, la brecha tecnológica sigue siendo un impedimento para la rápida adaptación a los cambios que están modificando la manera en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos los unos con los otros, y la velocidad, la amplitud y la profundidad de esta revolución nos obliga a repensar cómo los países se desarrollan, como las organizaciones generan valor e incluso hasta cuál es nuestro rol como humanos en este paradigma emergente y desde ahí como pensamos políticas que abarquen la inclusión tecnológica que ayuden a acercarnos a una agenda tecnológica mundial que avanza velozmente.
En un país donde 1 de cada 3 argentinos no tiene acceso a una red de banda ancha, la brecha tecnológica sigue siendo un impedimento la rápida adaptación a los cambios de la Industria 4.0.
El futuro usa 5G
De esta nueva carrera espacial versión tecnológica que protagonizan las dos mayores superpotencias mundiales, hay sin dudas mucho para observar y mucho para aprender. En estos tiempos, la seguridad internacional de los países está fundamentalmente vinculada a la soberanía tecnológica y a la posibilidad de contar con un sistema propio de Internet que les permita protegerse de los Cyber-ataques o injerencias maliciosas de otra índole, como por ejemplo Rusia, que desde hace tiempo viene trabajando en Rutnet, un servidor alternativo a la World Wide Web que le permitiría migrar todo el tráfico de internet ruso y manejarse de forma autónoma a la red mundial.
Es a partir de este contexto que se presenta una nueva escalada de proporciones inimaginables, comparable tal vez, salvando las distancias cronológicas e históricas, con la crisis de los misiles; la batalla por el 5G.
Por un lado, China es el principal productor de tierras raras, nombre con el que se conocen los 17 elementos químicos que se utilizan para el desarrollo de tecnología y de gran interés para las superpotencias, necesarias para la implementación del 5G y el desarrollo de nanotecnología en general y la industria aeroespacial en particular. Su ubicación geográfica se vuelve aún más interesante cuando observamos que las mayores reservas se encuentran en India, Brasil, Sudáfrica, China, Canadá, Australia y Estados Unidos, entre otros; o que el 80% de las tierras raras que utiliza EE.UU proviene de China.
En Argentina se conoce que hay presencia de estas tierras en San Luis, Santiago del Estero y Córdoba y que ya hay empresas canadienses y australianas iniciando su exploración, algo que nos podría posicionar en el mercado mundial. Discutir nuestros recursos naturales y su explotación para el desarrollo del país, será otro ítem más en la lista de pendiente para el futuro inmediato.
El 5G es la quinta generación de estándares móviles de conectividad, es decir que reemplazará a la actual de 4G. Se espera que a partir de 2020 comiencen a instalarse redes comerciales 5G y que -como dijimos- los avances que esta nueva generación representa respecto a la 4G son de tales magnitudes que podríamos hablar de un cambio de paradigma. Estamos hablando de un cambio radical en la velocidad de datos máxima, la velocidad de datos que percibe el usuario, la eficiencia del espectro, la demora, la movilidad, la densidad de conexión, la capacidad de tráfico por área y hasta en la eficiencia energética. Actualmente la velocidad de datos del 4G es de 1GB por segundo y se estima que alcanzará los 10GB por segundo con el 5G. La demora que es de entre 60 y 98 milisegundos, se calcula que será de 1 milisegundo.
Esta nueva generación permitirá un aumento en la velocidad de datos y una reducción sustancial de la demora clave para el desarrollo científico-tecnológico y socioeconómico tanto en el ámbito privado como en el de servicios públicos. Su aplicación permitirá desde el control del hogar sin cables hasta la beneficiosa aplicación en el campo militar.
Y al observar los avances que implicaría la aplicación de estos cambios a los principales ámbitos de desarrollo y producción que se entiende aún más el interés de Estados Unidos y China en no ceder ni un poco en esta competencia. Así, por ejemplo, se expresó el Ministro de Industria y Tecnología chino en la Exposición Internacional de Big Data que tuvo lugar en el pasado mes de mayo de 2019 en Guiyang, China: “el 5G, el Big Data y la inteligencia artificial son los motores de la economía digital”. Así también se entiende el accionar de Donald Trump en su cruce con Huawei, prohibiendo su uso a las empresas estadounidenses, acusándola de espionaje para el gobierno chino. O así también pueden entenderse las intenciones del gobierno chino de fusionar los dos principales operadores telefónicos del país China Telecom y China Unicom. En este juego, ambos países se empujan en una suerte de carrera armamentista para dominar las redes 5G.
Actualmente la velocidad de datos del 4G es de 1GB por segundo y se estima que alcanzará los 10GB por segundo con el 5G.
5Geopolítica
En resumen, podemos afirmar que estamos frente a una nueva carrera tecnológico-armamentista, pero esta vez entre China y Estados Unidos. Carrera que en sus características excede el simple término de Guerra Comercial que solemos escuchar y que tiene que ver con quien se hace del control del nuevo orden mundial. Después de todo, ya no está solo en juego el control territorial -que en simultáneo tiene su contienda en puntos geográficos tácticos- sino que también está en disputa el control del ciberespacio y, en este sentido, probablemente quien tenga el mando del 5G en el futuro próximo será el actor preponderante en las relaciones internacionales.
Por nuestro lado, si bien resulta difícil pensar en términos estratégicos la maduración de una agenda que tenga al desarrollo tecnológico, el uso estratégico y responsable de los recursos naturales y la incursión en el mapa mundial industrial cuando amanecemos día a día con parámetros altísimos de desigualdad, pobreza y desocupación, es este el mundo bipolar en el que nos toca vivir y no podemos obviar la necesidad estratégica de -ojalá más temprano que tarde, y desde una perspectiva que no deje de asumirnos como parte componente de la región más desigual del planeta- afrontar la necesidad de insertarnos o al menos estar a tono con los ejes que debate el mundo y las relaciones en las cuales se configuran los Estados actuales