“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
Jorge Luis Borges
La juzgo tan eterna como el agua y el aire.”
Los chicos raros que, tarde a tarde, tomábamos la leche con Discovery Channel y Animal Planet a pleno siempre tuvimos claro que había un mundo horrible y hostil lleno de terremotos, tsunamis, huracanes, avalanchas de nieve, arañas gigantes y cocodrilos asesinos. Pero teníamos más claro todavía que no vivíamos en ese mundo horrible; no era acá, era en otro lado y bien lejos. En la civilizada y familiar Ciudad Autónoma de Buenos Aires, urbe de llanura y clima templado, no pasaba nada. A lo sumo una inundación traumática o una discreta nevada, que fue tan memorable como excepcional, o más bien, fue tan excepcional que se volvió memorable.
El discurso de Greta, la denuncia de un grupo de jóvenes ante el Comité ONU de los Derechos del Niño, que involucraba a la Argentina, y la posterior respuesta del Canciller Faurie pusieron a la Cuestión Climática en el centro del debate público y de las cenas familiares. Después de dos –a lo sumo tres– días de repentino interés por el tema, los y las argentinas volvimos a pensar en otra cosa. Aún así, el rush de angustia climática dejó al menos dos saldos: por un lado, que el calentamiento global es real, da miedo y es un problema; por el otro, que la Argentina tiene muy poco que ver en el asunto (“contamina muy poco en comparación con el resto del mundo, menos del 0.7 de impacto en el calentamiento global», según el Canciller).
¡Ah! Entonces los porteños, que somos argentinos, no solo vivimos en una ciudad pulcra y amigable, sin terremotos chilenos, ni tsunamis japoneses, ni huracanes cargados de alligators miamescos, sino que además no tenemos nada que ver con los problemas climáticos globales. Espectacular. ¿Eso quiere decir, entonces, que los porteños y porteñas somos INDESTRUCTIBLES?
No, de hecho, todo lo contrario.
Partamos de dos premisas de base:
- La temperatura del planeta tierra viene en aumento desde 1880 a la actualidad (NASA, ver: https://data.giss.nasa.gov/gistemp/graphs_v4/ y https://data.giss.nasa.gov/gistemp/maps/index_v4.html). Existe una postura del negacionismo radical que atribuye el calentamiento a procesos climáticos de tiempos geológicos que nada tienen que ver con la acción humana; incluso si esta fuera cierta (que no consideramos que lo sea), la modificación de la causa del proceso no niega la existencia del proceso, ni mucho menos sus efectos. La inmensa mayoría de los especialistas coinciden en atribuir este proceso a la actividad antrópica (provocada por el humano: emisión de gases efecto invernadero, deforestación, etc.)
- La República Argentina es responsable de aproximadamente el 0,71% (a 2012) de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero. Es el tercer emisor de América Latina, pero su aporte a la emisión global aún es minúscula. Sin embargo, independientemente de sus responsables, el calentamiento global –tal como lo indica su nombre– afecta al hábitat común de todas las naciones sobre la tierra; de hecho, perjudica de manera particularmente injusta a los países menos desarrollados, que disponen de muchos menos recursos para responder y mitigar sus efectos (Camilloni, 2018). No importa quién tiene la culpa: los platos rotos los pagamos todos. A su vez, que la responsabilidad ajena sea mayor que la propia no nos exime de una porción del deber: nuestro país (y ni hablar la Ciudad de Buenos Aires) está en deuda en lo que respecta a políticas ambientales, tal como se puede ver en este informe.
Ahora sí, vamos a la pregunta: ¿Somos acaso los porteños y porteñas completamente indestructibles? A nivel global, el Cambio Climático tiene efectos variados que se relacionan con el aumento de los eventos extremos: más sequías, mas huracanes, incremento de la temperatura media, el aumento de las precipitaciones (lluvia) y la elevación del nivel del mar (FARN, 2018; Leveratto, 2019). Teniendo en cuenta que nuestra Buenos Aires está exenta de los primeras dos, abordemos uno a uno los efectos que nos quedan.
Ciudad Inundada
«There is no danger that Titanic will sink. The boat is unsinkable and nothing but inconvenience will be suffered by the passengers.»
Philip Franklin, 1912
Tal vez seamos menos conscientes de lo que quisiéramos (¿cuantas veces a la semana vemos los porteños el Río? ¿y cuantas veces al año un arroyito?), pero que no tengamos huracanes recurrentes ni arañas gigantes no significa la ciudad en que habitamos no esté asentada sobre un territorio que supo ser tan “natural” como cualquiera. Lo urbano, por más asfalto que ostente, nunca se divorcia de su fantasma, aquel “estado de naturaleza” que lo vio nacer y que vuelve permanentemente para recordarle que, aunque se crea autónoma e inmortal, sigue sujeta a los mandatos de la naturaleza.
Y esa relación, fluída y necesaria, entre lo natural y lo urbano que muchos especialistas deciden ignorar, está siempre ahí porque es su marca de nacimiento: el hijo apócrifo de una loba fundó la ciudad más importante de la historia en siete colinas a la vera del Tíber; un andaluz trazó compulsivamente un damero entre el Arroyo Granados (Tercero del sur) y el Riachuelo, a pocos metros del Río de la Plata, y dió un primer puntapié fallido a lo que luego sería la Reina del Plata. Así, ventosa y hecha un barrial, la Ciudad de Buenos Aires nació y vivió para ser guardiana del acceso a la red fluvial que contiene a la estratégica Cuenca del Plata de 3.250.000 km², junto a su hermana y adversaria Montevideo.
La ciudad que nació en el agua, creció y continuó viviendo sosteniendo una relación fundamental con lo fluvial. Buenos Aires se expandió, y lo hizo en torno a los arroyos que la vieron nacer. Señala González (2018):
La ciudad de Buenos Aires se ha expandido sobre un conjunto de arroyos que desembocan en el río de la Plata (De norte a sur, culminan en el Plata los arroyos Medrano, White, Vega, Maldonado, Ugarteche -antes Tercero de Manso-, Tercero del Medio y Tercero del Sur o Zanjón de Granados -estos dos últimos, hoy inexistentes-) y en el Riachuelo (De este a oeste, desaguan en el Riachuelo cursos de arroyos menores -Teuco, Erézcano, Lafayette- y el Cildáñez, en las cercanías del límite con la avenida General Paz. A medida que la ciudad fue creciendo, los arroyos mayores fueron canalizados y entubados; sobre ellos se trazaron calles y avenidas, de modo que quedó “oculta” su existencia y las áreas inundables a ellos asociadas.
Arroyos Maldonado (principios del siglo XX) y Medrano (1936, Saavedra).
Pero por más que los porteños hayamos querido olvidarnos de ellos, recurrentemente los arroyos vuelven a recordarnos que están ahí cada vez que se inunda media Ciudad de Buenos Aires, especialmente cuando el viento sudeste, acompañado por fuertes lluvias, corre opuesto al cauce del Río de la Plata y, afectando su desagüe normal, produce un aumento del nivel del río y obstaculiza el drenaje de los arroyos porteños. Sí, la famosa Sudestada.
La Ciudad Autónoma de Buenos Aires se despierta todas las mañanas a orillas de un río (y uno bastante grande de hecho) y un riachuelo y habita entre arroyos olvidados. Con una elevación promedio debajo de los 30 metros, un aumento del nivel del mar como el que se predice no sólo multiplicaría el riesgo de inundaciones sino que podría dejar áreas enteras bajo el agua. A esto se suma un aumento gradual pero consistente de las precipitaciones anuales, tal como demuestra Camilloni (2012) que, vinculado al calentamiento global, agrava la situación.
Buenos Aires se inunda (pobre Mauricio), aumenta el nivel del mar y llueve cada vez más: definitivamente no somos invencibles. El cambio climático y su consecuente aumento de las precipitaciones y del nivel del mar significa una doble amenaza para una ciudad que, rodeada de ríos y arroyos con problemas de drenaje y de inundaciones, insiste –a instancias del Gobierno de la Ciudad, por acción u omisión– en ganarle tierras al río y entregar tierras públicas en zona de riesgo hídrico para construir torres, que aumentan el área impermeable (tapada con materiales constructivos que no permiten el escurrimiento del agua) y agregan presión adicional a la ya frágil estructura pluvial, cloacal y de agua potable. La ciudad continúa perdiendo espacios verdes permeables, ignorando su relación con el río y sus arroyos y apostando como solución casi únicamente a grandes obras de infraestructura que, al tratar de luchar contra las presiones de la naturaleza en vez de adaptarse a ellas, exigen un alto costo de construcción y de mantenimiento y tienen que ser “parcheadas” cada quince años para contener una red cada vez más saturada. Mientras siga por ese camino, los riesgos de inundación (que amenazan particularmente a los habitantes de viviendas precarias y villas miseria) van a persistir e incluso empeorar aunque no queramos verlo:
la historia de lo urbano y lo fluvial en la ciudad de Buenos Aires es una historia de desencuentros […]. Estos continuos desencuentros entre la planificación urbana y la gestión del riesgo hídrico incidieron directamente sobre el proceso de construcción social de ese riesgo, toda vez que, una vez montado el sistema pluvial –hidráulico- sobre el sistema fluvial –hídrico-, los arroyos y con ellos, la inundación, quedaron ocultos a los ojos de los gestores públicos (González, 2018).
Ciudad Cocinada (Ciudad Inviable)
«Este infierno está embriagador,
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
Esta noche está encantador…”
En consonancia con los efectos globales del cambio climático, la temperatura media anual en la Ciudad registró un incremento de 1°C en estos últimos 50 años (PAAC, 2015). Este incremento en la temperatura promedio, que se conoce como “isla urbana de calor”, es una de las modificaciones más evidentes producidas por la urbanización (en comparación con el entorno rural, las ciudades –de cemento, vidrio y asfalto– tienen menor capacidad y menor velocidad de enfriamiento (Oke, 1988)), pero también deja traslucir los efectos del Calentamiento Global.
Junto con las tormentas y las inundaciones (y el tráfico, pero eso es otro tema), cualquier porteño marcaría sin dudarlo al “calor insufrible del verano” como uno de los principales problemas de Buenos Aires. El tormento de las olas de calor, a su vez, suele tener dos soluciones: irse de la ciudad durante el verano (o al menos a algún lugar con pileta) o clavar el aire split en 18 en la casa, en el trabajo y si puede ser en el colectivo, también. Con construcciones de baja calidad para reducir gastos, sin aislamiento apropiado y con la obsesión compulsiva de poner mucho vidrio, donde sea y cómo sea, sin importar la radiación solar ni la vulnerabilidad en invierno, en las casas de Buenos Aires –en general– hace demasiado calor en verano y demasiado frío en invierno. Es por eso que la solución por default sea, en vez de construir mejor, “instalar un split frío calor y después vemos” a pesar de que en el mediano y largo plazo esto resulte más caro.
Esto explica en gran medida por qué en los últimos 20 años, sin cambios importantes en la población, el consumo de energía eléctrica en hogares se duplicó (Ver gráfico 5, Leveratto). Con malos edificios y malas políticas públicas para cambiar la situación, el aire está prendido más fuerte y más tiempo del necesario: el 40% de la energía consumida en las casas de los porteños es utilizada para calefacción y aire acondicionado (Azqueta).
“I have a bad feeling about this…»
Luke Skywalker
Con un claro perjuicio al bolsillo de los habitantes, este escenario también tiene consecuencias ecológicas. La ineficiencia energética se paga con un consumo de energía mayor del necesario: ¿de dónde proviene en su inmensa mayoría esa energía? De combustibles fósiles (Galiani, 2019; G20 Green to Brown Report 2019). Mientras las ciudades del mundo discuten cómo volverse carbono-neutrales (es decir, reducir sus emisiones de gases efecto invernadero en un 80 a 100%; ver https://carbonneutralcities.org/cities/) y con edificios con consumo neto de energía cercano a cero (todos los países de la UE presentaron planes en este sentido), en Buenos Aires el sector residencial es el principal responsable de la emisión de gases de efecto invernadero. Los hogares de los porteños, dependientes de la quema de combustibles fósiles para su calefacción, contaminan más que los camiones, autos y colectivos de sus calles (Agencia de Protección Ambiental, 2014).
Con más espacios verdes y una configuración más abierta a los vientos frescos del río, podríamos tener menos olas de calor. Con menos construcción de baja calidad, esa de mal aislamiento térmico, materiales de vidrio, hormigón y aire acondicionado, y más construcción bioclimática, que tenga en cuenta el clima de la ciudad y los usos del sol y del viento en las distintas estaciones, podríamos depender menos del aire split. Con menos aire split, la Ciudad podría contaminar menos, dejar de tener el “Verde” como etiqueta de marketing, mejorar la vida de sus habitantes y convertirse en la ciudad cultural, tecnológica y de avanzada que le demanda su país, aquella República Argentina que la honró con el estatus de Capital y que, ahora más que nunca, necesita fortalecer su perfil tecnológico, agregar valor a su producción a partir del conocimiento y de su capital humano y construir una marca moderna, progresista, inteligente (tres valores que el mundo quiere reconocer en los argentinos y las argentinas), que demanda desesperadamente una política ambiental ejemplar. Buenos Aires es la ciudad hispanohablante con la segunda economía más grande, después de México: su presente y –sobre todo– su futuro, le imponen el deber de ser líder en el proceso de transformación ambiental. Si honrará con su deber es otra historia, pero elegimos creer que, aunque sea un poco, depende de nosotros.
“¿Qué destino puede darte
José Larralde
quien no asume tu destino?
¿Quién tiene rota la parte
de pensar en argentino?»
Fuentes consultadas
Camilloni, I. (2012). Cambio climático en la Ciudad de Buenos Aires: cambios observados y escenarios futuros.
Camilloni, I. (2018). Argentina y el cambio climático.
Climate Transparency. G20 Brown to Green Report 2019: Argentina.
Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN). Informe Ambiental 2018.
Galiani, S. (2019). Sobre la matriz energética argentina y su impacto en el cambio climático.
González, S. G. (2018). Riesgo hídrico y planificación urbana en la ciudad de Buenos Aires.
Leveratto, M.J (2016). Mejores edificios como estrategia hacia una mayor eficiencia energética. Clarín.
Leveratto, M.J (2019). Cambio climático y planificación : ¿es el Nuevo Código Urbanístico una oportunidad perdida para Buenos Aires?
Okke, T.R (1988). The urban energy balance.