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¿El año más intenso de nuestras vidas?

Como ya es sabido, Latinoamérica es el continente más desigual del mundo. Los diagnósticos diferirán de acuerdo a las variadas fuentes de análisis. La débil estructura impositiva y su carácter profundamente regresivo juegan un papel de importancia a la hora de lidiar con estos contrastes sociales.

Existen dos disparadores típicos de conversación con amigos, amigas o hasta de intercambio de ascensor para estas épocas de diciembre. El primero ya es un clásico: “¿Podés creer que haya pasado tan rápido este año?”. Y el segundo resulta tal vez la otra cara de la moneda: “¿No te parece que enero fue hace un siglo?”. Teniendo en cuenta las características de este 2019 ¿Hacia cuál de las dos opciones se dirigirán la mayoría de las conversaciones? Nuestra hipótesis es que este fue el año más largo e intenso de nuestras (latinoamericanas) vidas, por lo que nos inclinaremos más bien a la segunda.

Alcanzará entonces con nombrar nuestros tres casos de estudio para dimensionar lo vertiginoso de estos últimos 12 meses: Chile, Bolivia y Argentina. Sin dudas, pocos países en el mundo experimentaron tantos cambios en apenas un año. Sin embargo, en vez de realizar otra enumeración periodística de sucesos, viendo los hechos a un poco más de distancia (y en forma de balance anual), decidimos encarar un pequeño estudio comparativo entre ellos, ¿Qué los diferenció? ¿Qué los unió? De esta manera, los aspectos de los que nos serviremos serán el nivel de desigualdad económica y social, el grado de desafección político-partidaria y el rol que jugaron las Fuerzas Armadas en estos procesos. Empecemos entonces a transitar este camino:

Como ya es sabido, Latinoamérica es el continente más desigual del mundo. Los diagnósticos diferirán de acuerdo a las variadas fuentes de análisis. Sin duda la débil estructura impositiva y su carácter profundamente regresivo juegan un papel de importancia a la hora de lidiar con estos contrastes sociales. Y aunque el periodista chileno Polo Ramírez afirme que “sabíamos que había desigualdad, pero no que les molestaba tanto”, es imposible no relacionar los altos niveles de conflictividad con este factor. Viendo que todos los países a analizar comparten la parte más baja del ranking del coeficiente de Gini (con Chile por ejemplo, entre los 10 más desiguales del mundo, Banco Mundial 2018), y más allá de que hayan logrado reducir esta brecha en los últimos 15 años, podemos concluir que la desigualdad económica y social es la que aglutina a estos tres países, pero que no permite explicar por sí misma los procesos de cambios de este 2019.

Hay otro factor que si nos permitirá entender un poco más en su dimensión estos ciclos, y es el grado de desafección político-partidaria. Los casos nos arrojan experiencias algo dispares: Chile vivió tal vez uno de sus años más convulsionados desde el retorno a la democracia. A partir del aumento del boleto del metro, se desató una ola de protestas que se suceden hasta estos días. Sin embargo, el verdadero motivo lejos estaba de ser el aumento en la tarifa del subterráneo; y una de las consignas así lo afirmaba: “No son 30 pesos, son 30 años”. ¿Qué nos sugiere esta ya famosa consigna? Que a la desigualdad económica y social anteriormente nombrada, hay que sumarle un fuerte grado de alejamiento de la ciudadanía con los dos partidos tradicionales. La concertación y la derecha se han alternado desde el retorno democrático y más allá de sus diferencias, no han puesto nunca en duda el orden neoliberal, herencia del pinochetismo. No parece casualidad entonces que menos de un 46% de los votantes habilitados hayan sufragado en las últimas elecciones del 2017, las que coronaron a Sebastián Piñera como presidente de la nación trasandina.

En cuanto a Bolivia y Argentina, podemos valernos de las categorías políticas de Giovanni Sartori, refiriéndonos al primero como un pluralismo polarizado, y al caso de nuestro país como el de un pluralismo moderado. Se asemejan en lo que respecta a la centralidad de un partido o movimiento político en cuanto a la representación popular (Movimiento Al Socialismo en Bolivia y el peronismo en argentina), pero difieren en cuanto al estímulo a la competencia. Es decir, mientras en Argentina se ha dado una alternancia política basada en los ejes peronismo-antiperonismo (con niveles relativamente altos de participación política y electoral), el MAS ha ejercido una centralidad que no ha repercutido en competencia democrática, sino más en la existencia de una oposición de derecha antisistémica. Una oposición que constantemente pone en tela de juicio el régimen político y pretende socavar su base de apoyo. Así, mientras en la Argentina pudimos ver por primera vez un traspaso presidencial exitoso desde la derecha al peronismo, en Bolivia la oposición impugnó el valor de las elecciones y se alzó en el poder a través de un golpe de Estado.

El tercer factor, el rol de las FF.AA., parece ser clave a la hora de analizar la consolidación de las democracias en cuestión. Con más continuidades que rupturas, en nuestro país existió lo que se llamó un Consenso Básico en cuanto a la prescindibilidad de las Fuerzas Armadas en cuestiones de seguridad y política interior, como parte de la pesada herencia represiva de la última dictadura cívico-militar. Fuerzas que también fueron en gran medida juzgadas por su accionar ante la justicia civil.

Al analizar el proceso de consolidación democrática en clave chilena, podemos ver cómo las fuerzas armadas no sólo no fueron juzgadas, sino que se garantizaron en su salida del poder una amplia cantidad de prerrogativas. A diferencia del caso argentino, donde la transición se dio por colapso (sobre todo económico), en el país trasandino se dio de forma gradual y consensuada entre elites políticas. Estas concesiones anteriormente nombradas se vieron volcadas en la Constitución, que garantizaba fondos para las fuerzas (ley del cobre), senadores vitalicios, una sobrerrepresentación de la derecha e inamovilidad de los cargos militares; en lo que se conoció como una “democracia tutelada” que iba de la mano de un orden claramente neoliberal. Por eso no sorprendió ver el amplio margen de libertad con que se movían el ejército y carabineros a la hora de reprimir las protestas en Santiago y en el interior chileno (proceso que inicialmente el presidente chileno denominó como “una guerra”). Así, mientras el debilitado Piñera se apoyó en los militares para sostenerse vía represión, en Bolivia resultaron un factor crucial a la hora de explicar la salida de Evo Morales del gobierno.

En resumen, la desigualdad económica y social jugó y juega un papel en los tres casos de estudio. Hablar de Chile, Bolivia y Argentina es hablar de sociedades profundamente desiguales; lo que deriva en un alto grado de conflictividad social. Pero no permiten explicar por si misma los procesos de cambios de este 2019, ya que Argentina poseía iguales o peores indicadores y no sufrió una crisis a la chilena o boliviana. En cuanto al segundo factor, podemos notar un elevado nivel de desafección política en Chile (por un bipartidismo atenuado que repercute en una baja representatividad), un grado bajo en Argentina (dado por la canalización institucional en las opciones partidarias peronistas y antiperonistas) y un caso de polarización extrema en Bolivia (con el MAS en el centro de la escena y una oposición antisistémica). En lo que respecta al rol de las fuerzas armadas

existe una subordinación democrática-militar en Argentina y un alto grado de autonomía en Chile y en Bolivia (aunque en Chile en alianza con la derecha gobernante y en Bolivia de final oposición a Evo Morales).

Estos tres factores concluyeron en todos los casos en cambios profundos, pero de distinto tipo: Alternancia de signo político por vía electoral en Argentina, en por ahora un referéndum constitucional en Chile y en un golpe de Estado con vista a elecciones próximas en Bolivia (pero con proscripción de Evo Morales). ¿Alguien imaginaría acaso estos escenarios impensados en una conversación de amigos a principio de año?

Distintos estudios científicos afirman que nuestra percepción del paso del tiempo (su rapidez o lentitud) depende de la cantidad de hechos significativos que se hayan sucedido en ese intervalo cronológico. Teniendo en cuenta entonces estos tres países y la experiencia de otras naciones hermanas como Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Brasil y México nuestra hipótesis se confirma: Este fue, sin dudas, el año más intenso y largo de nuestras (latinoamericanas) vidas.

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