Editorial Fantasma

El peronismo ante la crisis de occidente

Con esta tesis, la izquierda global asumía de manera inconsciente la idea del Fin de la Historia de Fukuyama. La historia había efectivamente terminado en noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín, la hegemonía del liberalismo era total y esa es la premisa desde la que se construye el entramado político.

Una idea que sobrevoló en los últimos años planteaba como uno de los principales problemas de la época la apatía y la antipolítica. Palabras más, palabras menos, indicaba que el gran problema era el desinterés de la población sobre las problemáticas sociales, que los reclamos colectivos se veían disueltos en la marea liberal individualista. Con esta tesis, la izquierda global asumía de manera inconsciente la idea del Fin de la Historia de Fukuyama. La historia había efectivamente terminado en noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín, la hegemonía del liberalismo era total y esa es la premisa desde la que se construye el entramado político.

Así en el viejo continente se produce la adaptación mutua y la fusión entre la izquierda de la socialdemocracia y la “retaguardia” de la izquierda clasista. Podemos, Syriza, Momentum, Bernie Sanders. Los tradicionales reclamos del eurocomunismo se fusionan con las reivindicaciones del Mayo Francés, los clasistas incluyen la perspectiva de género, los movimientos de derechos civiles toman lo popular como una bandera central, la perspectiva ambiental se transversaliza. De a golpes se va forjando el nuevo sujeto histórico, interseccional y plural; se va forjando la idea de la sociedad abierta, la democracia radicalizada, se va templando la masa para la vuelta del Estado de Bienestar.

Con estas fuerzas se proponen romper la hegemonía liberal imperante, pero se encuentran con una extraña sorpresa. Cuando llegan a ser bloques políticos respetables ya es “tarde”. Los otros también juegan. Desde Clinton y la “third way” inglesa comienza a aparecer un verdadero “centro” en el mapa político occidental: figuras como Macron, Trudeau, Obama, Hillary Clinton, el partido Liberal Demócrata en el Reino Unido (lo que Macri en algún momento intentó ser). La interseccionalidad, por su propia naturaleza, escapa de la izquierda. Cristaliza, autónomamente, una posición “liberal-liberal” (en lo económico y en lo cultural). El plan 2030 de la ONU podría ser una consigna de vanguardia del Partido Verde Alemán en 1990; hoy, es la línea de la institucionalidad hegemónica occidental. En lo económico el rumbo del centro es el heredado de los ‘90: liberalización, flexibilización, globalización.

En el subsuelo de occidente, mientras tanto, las cosas se iban volviendo más oscuras. En los giros de las décadas del 1990 y el 2000, iban quedando muchos huérfanos por el camino. La relocalización de empresas en Asia deja tras de sí enormes agujeros en los cordones industriales de Estados Unidos y Europa. Detroit es el gran símbolo de la tercermundización del centro, en reflejo espejado de ciudades como Shanghai o Singapur, la “periferia” más próspera de la historia de la humanidad. Las élites económicas abandonan la defensa de los intereses de sus propios estados-nación, a los que consideran más una atadura que una protección, en el momento que la clase obrera más los necesita. 

En otra sintonía, las guerras en Medio Oriente y las crisis económicas-climáticas-civiles en Africa subsahariana empujan a miles de inmigrantes a cruzar el Mediterráneo. Algo similar pasa con las migraciones desde México y Centroamérica hacia Estados Unidos, por la pobreza y la guerra contra el narcotráfico. Un trasfondo importante es que el propio establishment euro-estadounidense es el responsable de estos procesos. Siria no colapsa repentinamente, el narcotráfico no hace estragos en México porque sí. Sus causas están directamente vinculadas a la acción política y económica de los gobiernos occidentales. Es en este marco las respuestas son claramente insuficientes. Ante un gran desplazamiento de población hay dos formas de entenderla, como una migración o como una invasión. Las democracias liberales reaccionan de la primer forma, obviamente. La opinión pública progresista, luego de la circulación de fotos de inmigrantes muertos, ahogados en las costas del Mediterráneo, fuerza a Merkel y la UE a acordar las cuotas de reparto de inmigración. 

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Los fenómenos migratorios son siempre complejos, pero los mecanismos de integración de las sociedades están muy debilitados, con la situación de los sectores precarizados “verdaderamente europeos” empeorando. No sorprende que todo esto sea visto como otro insulto de los partidos políticos hacia la población (“Hay plata para los inmigrantes pobres y no para los pobres españoles/británicos/alemanes/americanos/etc”). La nueva etapa del terrorismo islámico en su formato ISIS consolida la idea del inmigrante como el enemigo “entre nosotros”. 

Los partidos de centroizquierda y centroderecha toman los discursos republicanos e institucionalistas ante las presiones de la “opinión pública” y ya no hay un partido para que los trabajadores canalicen su descontento ante la situación porque ven a la socialdemocracia y a la izquierda  como responsables o encubridores de los problemas. La veta para una nueva derecha popular está más que lista.

No menor es el elemento espiritual religioso en todo este caos. La posmodernidad amenaza con barrerlo todo y en cada vez más  lugares del mundo se ve a grupos volver a instituciones religiosas con la necesidad de un “espíritu en un mundo sin espíritu”, diría Marx. Ejemplos sobran, la Iglesia Ortodoxa Rusa resurgiendo con la caída del comunismo, el islamismo político radical en medio oriente, la avanzada evangélica en América Latina, el “pachamamismo” de la Bolivia de Evo Morales y, últimamente, el catolicismo popular de Francisco en nexo con los movimientos sociales.

Este es el escenario planteado y las fuerzas en juego, con tres grandes actores generales. En primer lugar, un liberalismo que va de centro izquierda a centroderecha como bloque del establishment. En segundo lugar un social-progresismo radicalizado e interseccional. Por último, una derecha popular-conservadora, generalmente capitalista, chauvinista y antiestablishment en la retórica.

Para completar este análisis hay que tomar las particularidades de la “cuestión nacional” en cada país y el panorama está: Catalunya, Brexit, Make America Great Again, etc.

Una buena pregunta ahora sería, ¿y todo este recorrido por Estados Unidos y Europa para qué nos sirve? Y no estaría mal preguntarlo, porque intentar aplicar los lentes del Norte a la situación argentina y sudamericana fue la gran equivocación de muchos movimientos políticos locales. Pero es justamente por eso, porque identificar las claves extranjeras con las que vemos el mundo puede ahorrarnos muchos problemas.

Y como siempre, toca de hablar del peronismo.

Si prestamos la suficiente atención, podemos ver elementos de esos tres grandes bloques globales en el peronismo, conviviendo más o menos pacíficamente. En el contexto actual podemos intentar encajar, un poco forzadamente, distintos actores en ese esquema. 

La línea más pura del progresismo que sumó al kirchnerismo-cristinismo, “plurinacional, popular, democrática y feminista”, es el reflejo más claro y quizás el mejor exponente a nivel internacional (arriesgo esta hipótesis) de la radicalización de la democracia. Los feminismos del mundo tienen al colosal movimiento feminista argentino como referencia; Podemos mira hacia acá para guiarse; el ejemplo del alfonsinismo-kirchnerismo y la lucha de las Madres y Abuelas es ejemplo internacional en materia de DDHH. También estos movimientos se sienten profundamente identificados con sus reflejos españoles, ingleses, estadounidenses.

Por otro lado, la línea del establishment de centro también es identificable si nos esforzamos un poco. Massa y el frente Renovador como bloque racional de centro o centroderecha, bien recibido en Davos. O Alberto Fernández y Felipe Solá dialogando con la Socialdemocracia española. Incluso Pichetto, antes de su radicalización para la campaña electoral proponía, textualmente, “volver al peronismo un partido de centro, capitalista, racional”.

Y tampoco es muy difícil ver algo del imaginario popular-conservador en el peronismo. Muy distinto que el europeo o el yanqui, seguro, pero ahí está. Quizás, como decía Jauretche, “cruzando el charco los signos políticos se dan vuelta”. Qué es sino la Ortodoxia Peronista, la vinculación de lo religioso-popular (¿el francisquismo?), Moreno y Milani, el peronismo celeste, o el sindicalismo que no baja el cuadro de Rucci. O también, ¿Cómo se vería hoy el menemismo a la luz de Trump? 

Entonces, vemos que tenemos expresiones de los principales actores que en todo occidente parecen estar listos para entablar una guerra a muerte por el control del poder, en el mismo frente político de gobierno. A su vez, este gobierno está rodeado por una oposición que no parece que vaya ser muy amable ni débil en un contexto económico catastrófico. 

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Ante una situación similar, en los años 70, el resultado fue la guerra interna, con resultados trágicamente conocidos. Más de 4 décadas después, quienes sobrevivieron de esa generación diezmada integran la primera línea del movimiento y las generaciones que le siguen empiezan ya a consolidar sus posiciones de recambio. Se le plantea al Movimiento más grande de occidente una de las coyunturas más complejas de su historia, también una oportunidad inmensa de probarse ante una nueva generación y un nuevo mundo.

El recorrido de estos 75 años de política dejan muchas puntas limadas. Es muy dificil encontrar “orgas” peronistas que utilicen el racismo como bandera política central, desde Tacuara. No hay voces que impugnen la necesidad de cierta institucionalidad democrático-republicana, los pañuelos de las madres son símbolo casi sagrado, lo nacional es bandera central y solo sectores marginales lo impugnan, el rol del Estado como árbitro de la injusticia social es admitido, la lucha armada es palabra maldita y el proceso de 2019 reforzó la Unidad en torno a estos principios. Los anticuerpos de Perón funcionaron mejor de lo esperado.

Sería, también, profundamente anti-pragmático pedirle al peronismo ser delicado y ordenado. Su potencia radica en sus grises, en sus mezclas, en sus choques. En que cuando parece que nos peleamos, nos estamos reproduciendo. El peronismo devora, digiere, se nutre y cambia al compás de las demandas y necesidades del momento. Desde su génesis es un crisol de líneas, ideologías, grupos y partidos, unida por la obra de Perón primero y por la doctrina después. Esos fueron algunos de los mejores momentos de la historia del movimiento, cuando se solucionaron con rosca y negociación lo que se podría haber hecho en el campo de batalla. Más incluso cuando se supera el “aurea mediocritas”, el centro justo, y se logra llegar a una síntesis superadora. Cuando nos acordamos que el peronismo no es simplemente un “centrismo” entre los extremos planteados sino una creatura política totalmente propia.

Debe ser dicho también: hay algunas tensiones internas que, o bien parecen insalvables o no tienen una solución a la vista. En lo espiritual, está abierta la lucha entre las concepciones posmodernas y (pre)modernas. Género, aborto, religión. La “ampliación de derechos” en los términos liberales-progresistas contra los “valores permanentes” monoteístas. 

En lo económico, la disputa pasa por el tipo de relación con las distintas clases o sectores productivos. El rol del Estado frente a la disputa entre empresariado y trabajadores o el arbitraje entre los distintos sectores económicos. Keynesianismo expansivo contra responsabilidad fiscal. Un peronismo que debe decidir entre lo rentable y lo popular, entre la dinámica capitalista y el subsuelo humano de aquella.

En lo político-estratégico, queda abierto el debate sobre el rol del movimiento en la nación y el de Argentina en el mundo. Un PJ adaptado totalmente a la dinámica democrática-liberal o la vuelta a la concepción de la Revolución Nacional. La profundización de las contradicciones o el diálogo con el macrismo. En lo internacional, el alineamiento (o no) con la región, las potencias y los organismos internacionales,  el rol de las fuerzas armadas y las hipótesis de conflicto (narcotráfico, sublevaciones, Malvinas, Brasil, etc). 

Las distintas “tribus” del pan-peronismo ya están posicionándose frente a estas cuestiones. Funcionarios, dirigentes, cuadros, organizaciones y militantes por igual. Habrá que esperar a ver en qué medida la conducción (y cuál será) toma posición o funciona como moderadora. De cualquier forma, el mandato popular obliga a todos los hombres y mujeres del movimiento a un enorme grado de responsabilidad para esta etapa. No va a alcanzar más con esperar al programa de Navarro o al proximo discurso de “la Jefa” para saber quienes son los buenos y quiénes los malos. El mandato del “es con todos” es mucho más complejo que el de la “sintonía fina”. Será tiempo de ver si la maduración política del último año se profundiza.

Finalizando, no es la idea de esta nota intentar proponer una actualización doctrinaria mágica que resuelva todos los problemas del mundo y sus alrededores. Cualquiera que lo haga se presenta, a priori, como un falso profeta. Sí se puede proponer una serie de ideas-fuerza, ancladas en nuestras mejores tradiciones, para intentar no tropezar en el camino:

Admitir la pluralidad, no confundir conducción con hegemonía, ser piadoso en las internas, tener fe en el movimiento, dudar de los sectarismos, cuidar la unidad. La pelota está en nuestra cancha. Tenemos el bastón de mariscal y la Patria espera.

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