Por Mateo Barros y Dante Sabatto
Durante el año 2017 se realizó a lo largo y ancho del territorio nacional un Relevamiento Nacional de Barrios Populares (RENABAP). El trabajo se desarrolló conjuntamente entre algunas áreas del gobierno nacional y distintas organizaciones sociales como Cáritas, TECHO, la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa (CCC). El relevamiento registró 4.228 barrios que cubren 330 kilómetros cuadrados y cerca de 3 millones de habitantes.
Cada barrio popular tiene su historia, su idiosincrasia y, también, sus difíciles condiciones de hábitat. La ausencia del Estado origina los problemas que ya conocemos: familias hacinadas, sin títulos de propiedad del suelo que habitan, inquilinos informales, falta de acceso a los servicios básicos formales (red de agua, red cloacal, energía eléctrica con medidor domiciliario) y un largo etcétera. En la gran mayoría de los barrios populares los tendidos cloacales son colocados de forma comunitaria por los propios vecinos de cada una de las manzanas, esa organización, que se forma en torno a la solución de problemas comunes, se traduce en referencias barriales, referencias políticas o comisiones vecinales.
Del Padre Mugica al Barrio Mugica
Las experiencias de organizaciones como la JP Lealtad y Montoneros Soldados de Perón, espacios que rompieron con el resto de la guerrilla peronista para mantener el apoyo al presidente aún después del fatídico primero de mayo de 1974, son conocidas en nuestro país. A esto ha ayudado la publicación de La lealtad. Los montoneros que se quedaron con Perón, el libro de 2015 de Aldo Duzdevich, Norberto Raffoul y Rodolfo Beltramini. No se conoce tanto la forma en que esta misma división se dió dentro de otros ámbitos de la Tendencia Revolucionaria.
Dentro del Movimiento Villero Peronista, se forjó una ruptura simétrica a la de Montoneros: se desprendió un sector que pasó a ser conocido como MVP Leales a Perón. Esta escisión fue liderada por Jorge Vernazza, Jorge Goñi y por el padre Carlos Mugica. En su biografía sobre el cura villero, Entre dos fuegos, Martín De Biase relata una de las disputas específicas que produjo este cisma, más allá de la concepción general sobre la situación política. La escena descrita no puede ser más actual: se refiere a la Villa 31, que hoy lleva el nombre “Barrio Padre Mugica”.
El movimiento villero sostenía históricamente el reclamo de que las tierras fueran cedidas a sus moradores y que se convirtiera la villa de emergencia en un barrio obrero. Cuando Perón volvió al país sostuvo que esto no podía realizarse debido a que el terreno está situado en área de frontera y no podía, por lo tanto, ser cedido a particulares. En su lugar, proponía un operativo de traslado de los habitantes a otras viviendas, construidas expresamente para esto. El MVP Leales a Perón decidió aceptar esta definición, mientras que el MVP enfrentó a Perón y rechazó la solución propuesta.
Estamos en la prehistoria del debate entre urbanización o erradicación de las villas. Resulta profundamente interesante la manera en que las y los villeros, en los 70, plantean el accionar posible con la villa: buscan traducirla a un barrio obrero, reconvertirla en algo que la concepción ideológica de la época pueda comprender. Quieren leer la villa de emergencia en lengua fordista. Corre el año 1974: el posfordismo está naciendo, y como al resto del movimiento peronista, al MVP le toca descubrir que no puede volverse atrás.
Pero la solución de Perón también estaba a destiempo, también intentaba retornar a algo que ya no era posible. Desde el retorno a la democracia, y en particular desde los 90, se asume públicamente que la salida es la urbanización y se disputa exclusivamente el cómo. La urbanización no busca convertir a la 31 en un barrio obrero, sino en un barrio (y punto). Con mayor o menor presencia del Estado o del mercado inmobiliario dependiendo del signo del gobierno nacional y porteño, por supuesto.
En base a anécdotas como esta escribimos esta nota. Buscamos indagar en los cambios desarrollados en el mundo de la economía popular argentina, desde los 70 hasta el presente: su vínculo con el sistema productivo, su hacer político, su desarrollo subjetivo. Intentamos pensar este actor político que cada día cobra más protagonismo como parte de una continuidad y no como una novedad absoluta o surgida de la nada.
Nueva clase de trabajo
Los argentinos vivimos en un país de prejuicios firmes, en el cual todos nos convertimos rápidamente en opinólogos de las realidades ajenas y, de algún modo, en dueños de una porción de la verdad que consideramos la única acertada. Buena parte del sentido común imagina que quienes viven en los barrios populares son en su totalidad beneficiarios de planes sociales, “vagos”, trabajadores informales o desempleados, inmigrantes y ladrones. En definitiva, los mismos adjetivos despectivos -aunque actualizados- con que se estigmatizaba a los «cabecitas negras» de 1945. La realidad, por supuesto, difiere de estas débiles clasificaciones xenófobas con las que se señala a la pobreza.
Los movimientos sociales, la creación de la CTEP, las iglesias barriales y el conjunto de trabajadores de la economía popular, nos obligan a pensar una alternativa para ese tercio de la clase trabajadora argentina que se inventa su propio trabajo, que fue capaz de crear un sistema laboral alternativo que no es ni el trabajo en negro ni el cooperativismo social que muchas veces se idealiza al referirse a este sector. Los movimientos sociales -con la CTEP a la cabeza- constituyen un tejido social hecho por y desde los de abajo bajo un proceso de autocaracterización y autovalorización.
Este proceso se origina con el saldo organizativo que deja el año 2001 y alcanzan una mayor madurez y articulación durante los gobiernos progresistas del período 2003-2015. Con algunas peculiaridades que van desde el arraigo territorial, a las iglesias clasistas y la sustentabilidad ecológica, se erigen como un fenómeno de suma importancia al cual hay que prestarle especial atención.
La CTEP nace en el año 2011 como herramienta sindical de los trabajadores de los márgenes de la sociedad, los que no tienen lugar en la economía formal capitalista. Esa economía invisible constituye una nueva forma de trabajo, una muy particular propia de una sociedad post-salarial, que también construyó su propio sindicalismo: el de los trabajadores sin patrón.

Nuevo tipo de sindicalismo
En las épocas del preperonismo -modelo agroexportador y país bananero- sucedía que la Argentina se reducía a consolidarse como “granero del mundo” y no pretendía el desarrollo de una sociedad industrial. Durante la década infame empieza a aparecer la idea de industrialización por sustitución de importaciones y toma forma el sueño de una incipiente sociedad industrial, la que se concretará ulteriormente con el Peronismo. Una vez establecida una sociedad industrial, con altos índices de empleo fabril, nace la patria trabajadora. Posteriormente, y por decisión política, el sindicalismo nacionalista. En el periodo que va del primer peronismo hasta los años setenta existía la típica estructura de una sociedad salarial.
La Argentina mantuvo -y mantiene a medias hoy- una marcada tradición de movilidad social ascendente que nació con la gratuidad universitaria y la expansión de derechos civiles. Con Perón vivo, en 1974, la distribución de la riqueza llegó a ser del 52% para los trabajadores. Esa sociedad, que caminaba hacia la igualdad y la distribución equitativa, comienza a desintegrarse con el rodrigazo y a descomponerse por completo a partir de Martínez de Hoz. La destrucción de la matriz productiva, el fraccionamiento del movimiento obrero, los avances tecnológicos del mundo globalizado y la liberalización de la política cambiaria y financiera de esos años, arrojaron resultados fatales para la Argentina: la imposibilidad fáctica de erigir, nuevamente, una sociedad industrial de pleno empleo.
Fuente: La continuación de la industrialización, J. D. Villadeamigo F. a partir de la base de BCRA. 2012.
La estructura de la patria trabajadora sufrió fracturas ininterrumpidamente hasta el año 2001, el modelo de acumulación del capital de la dictadura no fue modificado por Alfonsín ni por Menem o De La Rúa. Esto llevó a un deterioro muy grande en el trabajo formal asalariado, alcanzando cifras exorbitantes de desempleo y pobreza.
En este contexto nacen los movimientos sociales, al calor de la falta de oportunidades de los años 90 y con el movimiento piquetero como exponente central. Sus proclamas distinguidas se mantienen con el paso del tiempo: tierra, techo y trabajo; dignidad.
Reconocimiento e integración
El Kirchnerismo supo contener a los movimientos sociales con políticas de reconocimiento, redistribución e integración institucional. Una buena parte de los movimientos sociales -es necesario aclarar que otra parte no menor no actúo de este modo- adhirió al modelo y ocupó cargos de gestión en las distintas dependencias del Estado. Sin renunciar a su identidad y sin abandonar la calle cuando lo creyeron necesario, varios referentes pasaron a trabajar en intendencias, secretarías y obtener bancas en la legislatura y en el congreso. La integración planteaba entrar al Estado sin burocratizarse ni perder la autonomía, “no somos obsecuentes y hemos demostrado nuestra lealtad” dijo Fernando “Chino” Navarro del Movimiento Evita en el IV Congreso Nacional de la agrupación en el año 2013.
La figura del salario social complementario cristaliza el reconocimiento del Estado hacia el sector. Se reconoce la labor de las mujeres que trabajan en los comedores de los barrios para garantizar el plato de comida de los chicos, de las organizaciones sociales que suplen un rol de integración social en los lugares donde el Estado no llega, de las y los trabajadores de las cooperativas de barrido, recolección y cartoneros con salarios insuficientes. Todo aquello que era trabajo y no era reconocido como tal, se reconoce a partir del salario social complementario.
La integración de los movimientos sociales a la gramática del Estado tiene que ver con una apuesta valiente a la Política y no alcanza a la totalidad de las organizaciones. Algunas agrupaciones autonomistas o trotskistas entienden que la construcción de poder popular es incompatible con las instituciones de gobierno y que «entrar es perder». La lectura de que la política no soluciona los problemas de la gente es vox populi cuando se tiene al 2001 a la vuelta de la esquina, la desafección política del conjunto de la sociedad y el «que se vayan todos» dominan las pasiones colectivas de una época en la que cualquier plataforma electoral es, de por sí, débil. En este sentido, la decisión de parte de los movimientos populares de ingresar al Estado en 2003 es tan valiente como necesaria y justa.

Los devoran los de afuera
La relación entre el sindicalismo tradicional, que en Argentina remite a centros urbanos y una mezcla entre industrias y servicios (UOM y Camioneros, SMATA y Comercio, Luz y Fuerza y UPCN), y este nuevo tipo de sindicalismo es, obviamente, compleja. Fue siempre y en cualquier lugar del mundo complicado el vínculo entre sectores desposeídos que ocupan posiciones diversas en la producción: sólo basta ver el tema del conflicto obrero-campesino en la historia de la literatura marxista leninista.
En Argentina, el peronismo opera a manera de gran integrador, y, como hemos dicho, durante los últimos 20 años se abrió la posibilidad de integrar justicialismo y economía popular. Los años del macrismo dieron un impulso a esta situación, al correr temporalmente de escena los conflictos inherentes a las medidas de gobierno.
El nombre del frente político que derrotó al macrismo en las urnas y hoy gobierna la Argentina devela de alguna manera el enigma del sujeto peronista. El peronismo dice “trabajadores” para decir “todos”. Con maestría lo definió el presidente en su discurso inaugural: empezar por los últimos para llegar a todos. En un mundo posfordista y poco caro a ideologismos, “los últimos” es un término muy útil para (no tener que) decir “trabajadores, desposeídos, clases subalternas, condenados de la tierra”. Es también, claro, un término amigablemente bíblico. Pero la vaguedad de estas terminologías no cierra la discusión, sino que la abre. Y se encuentra con la poca claridad inherente al mismo término de la economía popular.
¿Son los y las trabajadoras de la economía popular proletariado o lumpenproletariado? ¿Pañuelo verde o celeste? ¿Son una subclase de los Trabajadores o algo nuevo? ¿Son -como define Agustín Álvarez Rey- parte de la nueva columna vertebral del movimiento?
La columna vertebral
El peronismo luego de la muerte del conductor ha tenido cierta renuencia a actualizar explícitamente su doctrina. Pero define, como siempre lo ha hecho, por la práctica. Hacia fines de 2019, y como si faltaran noticias, se lanzó la Unión de Trabajadores de la Economía Popular, última escena del momento corporativo que viene viviendo este sector desde hace más de una década. La UTEP tiene una forma altamente contraintuitiva: en lugar de ser una central que agrupa sindicatos, es un sindicato que agrupa centrales. Parece querer expresar este desborde de la frase por el contenido en su propia existencia. La CTEP, Barrios de Pie, la Corriente Clasista Combativa, pero también el Frente Darío Santillán (que si bien tuvo un acercamiento al FdT, es de tendencia autonomista).
El objetivo del lanzamiento de la UTEP es terminar un camino que empezó en la resistencia al macrismo: que la economía popular entre a la CGT. Schmid, Daer, Moyano y muchos líderes sindicales actuales son muy distintos a los que intentaron infructuosamente conducir el peronismo en los 80. Han aprendido a adaptarse, a aliarse, a buscarse un lugar de otra manera. En este caso, potenciaron desde el principio este ingreso.
Cabe preguntarse entonces qué ocurre cuando las y los trabajadores de la economía popular entran a la CGT: ¿se trata de un intento de reintegrar a estos en la concepción tradicional del Trabajador como sujeto histórico? Pensamos que no. Que más bien se trata de afrontar el desafío histórico de un mundo que tiende a la automatización y a nuevas formas de trabajo. Que se trata de modificar lo que un trabajador o una trabajadora pueden ser.
Claro que está lejos de producirse el ingreso efectivo de la UTEP a la CGT. Hay y habrá siempre resistencias de los sectores que actualmente integran la Central, y el camino es largo. Sin embargo, el objetivo sigue existiendo y los dirigentes de la CGT que quieren unirse con los movimiento sociales se hacen oír.
El sujeto histórico del peronismo ha sido, es y serán siempre “las y los trabajadores”. Pero ese mismo término es polisémico y fluctuante, no hoy sino siempre. Y como vimos con el ejemplo del Barrio Padre Mugica, el peronismo se ha construido en sus 75 años de historia como el ámbito clave dentro del cual se da la disputa por la representación del sujeto desposeído y por la articulación de las demandas de este en un proyecto político.