Por Gabriel Alejandro Orozco*
Llegado el nuevo milenio, el consenso sobre la sustentabilidad y estabilidad del orden internacional comenzó a menguar y hacerse evidente la existencia de conflictos sistémicos. En estos momentos, el brote de COVID-19 y la respuesta internacional nos ofrece síntomas de una transición hacia una nueva forma de relacionarnos en el planeta. Este proceso puede estudiarse observando el manejo histórico de las pandemias y las aristas políticas, económicas y culturales del fenómeno que estamos viviendo. En definitiva, hay lecciones que aprender a futuro de manera urgente para que la transición sea lo más ordenada posible para toda la población.
Para empezar, la situación actual se deriva de la manera en la cual hemos interactuado históricamente con las enfermedades a nivel internacional y local. Es así que, hacia 2005, la Organización Mundial de la Salud (OMS) implementó las Regulaciones Internacionales de Salud (IHR por sus siglas en inglés) con el objetivo de incrementar la seguridad global ante emergencias sanitarias. El hecho de que estas herramientas se apliquen siguiendo el principio de confianza mutua y autonomía estatal mostraron, una y otra vez desde entonces, que existe una reticencia constante de los gobiernos a asumir sus compromisos. De esta manera, como señala Sara Davies, ante brotes como el de la gripe porcina, el Ébola y el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS), los Estados fueron proactivos en tomar medidas unilaterales y sin el aval de la OMS. En definitiva, dichas medidas siguieron una lógica más política que basada en evidencia.
En base a este contexto, podemos entender cómo se expresa la comunidad internacional ante la necesidad de brindar un bien público global como lo es la salud. En el campo político, esta crisis revela un orden relativamente anárquico y descoordinado en su gobernanza, multipolar en su distribución de poder, estratificado en la importancia de sus miembros, volátil en su estructura y diverso en su membresía. En este marco, la cooperación y la competencia se complementan en dosis variables. Es así como, por una parte, un grupo de empresas y paises como Estados Unidos se enfrascan en alcanzar y asegurar para sí mismos una vacuna para el COVID-19. Por otra parte, podemos visualizar esfuerzos de la OMS y de China por construir un entorno más cooperativo y coordinado en base a reglas comunes. De esta forma, como señala la internacionalista Maite García Urruty, si bien no existe una entidad capaz de coordinar mundialmente las voluntades de los actores internacionales, esto sí se refleja a nivel regional y por temas.
La economía, por su parte, es quizás el ámbito donde existe mayor evidencia de la estructura y los conflictos internos al sistema mundial. La libertad económica es indispensable, pero está subordinada a los intereses imperantes. Esto lleva a que, ante una pandemia como la actual, existan grandes luchas sobre cómo lidiar con ella efectivamente y cómo distribuir sus beneficios y costos. Como consecuencia, desde las esferas nacionales se han tomado medidas que otorgan al Estado un papel organizador y una capacidad coercitiva pocas veces vista. Basta visualizar el cierre de las fronteras, el proteccionismo comercial y las políticas fiscales expansivas aplicadas por Argentina y Estados Unidos. No obstante, también existen incentivos a la descentralización y coordinación global. Ellos se ven reflejados en las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional en pos de una respuesta que garantice la estabilidad y actividad económicas.
Por último, la cultura es un escenario muy relevante en estos momentos, pero que ha quedado opacado por la incertidumbre. En efecto, según el sinólogo Patricio Giusto, desde el inicio de la pandemia las naciones orientales han mostrado una capacidad organizativa y de espíritu colectivo que las vuelve comparativamente más efectivas ante la crisis. Por contraste, en gran parte de occidente se manifiesta una voluntad individualista y desorientada incluso en los ámbitos más altos del gobierno. A estos factores cabe añadir el elemento de la “infodemia”, la cual lleva a la desconfianza generalizada. Esta situación se torna más difícil por su viralización. Debido a ello, para brindar conocimiento veraz, evitar el pánico, la violencia y la xenofobia, surgen iniciativas como EPI-WIN dirigida por la OMS.
En conclusión, nos encontramos ante un estado avanzado de la transición del orden liberal internacional y la crisis del COVID-19 nos posibilita encontrar pistas sobre su naturaleza y posible futuro. Ante la experiencia actual, las lecciones que quedan relacionadas a la planificación y cooperación estratégica a largo plazo, un rol más activo de la inversión pública y la voluntad política, así como una regulación más efectiva de la salud. Nos dirigimos hacia una nueva configuración de las relaciones internacionales, por lo que como actores informados tenemos la responsabilidad de garantizar un mundo más equilibrado y resiliente a la posteridad.
*El autor es Licenciado en Ciencia Política y de Gobierno (UCES) y estudiante de la Maestría en Política y Economía Internacionales (Universidad de San Andrés).
