Editorial Fantasma

Vox Populi

Debo admitir que pensaba que Boris Johnson no era populista. Conocía su interna con David Cameron, su brexiterismo, pero achacaba la caracterización a pseudo análisis twitteros que lo comparaban con Donald Trump. Y entonces lo vi citando la Ilíada de memoria, en griego.

1. El Pueblo y el Establishment.

La Tempestad

Debo admitir que pensaba que Boris Johnson no era populista. Conocía su interna con David Cameron, su brexiterismo, pero achacaba la caracterización a pseudo análisis twitteros que lo comparaban con Donald Trump. Y entonces lo vi citando la Ilíada de memoria, en griego. El video se hizo viral, pese a que la filmación es de pésima calidad (o tal vez, porque lo es y eso le aporta una necesaria cuota de hiperrealismo). 

Pronto, Johnson arrasaba contra todos y todas. Hasta los más pesimistas no esperábamos el peor resultado del laborismo en décadas. Y no sólo cayó Corbyn, sino que se hundió la líder liberal-demócrata Swinson -y con ella los sueños de una alternativa centrista europeísta-, así como los verdes, y los tories remainers. Esa noche festejaron sólo Johnson, el populista, y la mitad más uno de británicos. La crítica situación del Reino Unido bajo el liderazgo de Johnson en la crisis del COVID-19 no quita mérito a sus triunfos previos, victorias que pasó décadas planeando cuidadosamente.

Estamos saturados ya de mayorías silenciosas, y hartos de sorprendernos con fenómenos políticos que “nadie esperó” pero evidentemente todos querían. Este eterno Brexit que finalmente Johnson llevó a cabo fue analizado hasta el hartazgo, al punto que pareció olvidarse su dimensión democrática fundamental: Cameron organizó un referéndum, y una opción fue la más votada. Fue extremadamente fácil, en los años siguientes, movilizar a la población en torno a la necesidad del cumplimiento de esa opción.

Afinidades electivas

Johnson fue el último de una serie de líderes políticos que, de manera efectiva o sólo intencional, quisieron conducir al Reino Unido por la senda del Brexit y ordenar su caos. Cameron: el pecado original; May: sucesora caretaker; Corbyn: capitalizar por izquierda; Swinson: blairismo radical; Farage: una derecha sin derecha. Este último rompió con su viejo partido, el UKIP, y propuso uno nuevo “sin la ultraderecha”: el Brexit Party.

Johnson resultó mejor conductor del Brexit que el líder del Brexit Party. ¿Por qué? Porque era más genuino, tal vez. Porque venía peleando por una posición como está desde hacía décadas. Y porque no era un tercer partido, nuevo, movimientista, con un sólo issue, sino una línea interna del más tradicional Partido Conservador de Europa. 

Los nuevos populismos, que como sabemos son de derecha en todos lados salvo en Latinoamérica, tienen una relación muy interesante y cercana con el establishment al que dicen odiar. Lula y su PT se sostuvieron en alianza con el PMDB, y cuando cayó este pacto cayó Dilma. Aún en sus momentos de mayor laclosianismo, CFK se apoyó en los gobernadores y la estructura electoral partidaria. Donald Trump, con sus faltas de ortografía y su desprecio por el deep state, es presidente por el Grand Old Party, el Gran Viejo Partido, nombre oficial del Partido Republicano. 

El afuera ya está adentro

Tal vez deberíamos decir: Trump sólo puede ser presidente por el Grand Old Party, si quiere seguir siendo Trump. No lo sería si fuera un candidato del Partido Libertario, o simplemente un hiperdandy que criticara la corrección política desde Fox News. Tiene que combinar su radicalidad con una pertenencia potente, corrosiva, con el establishment.

No tiene, tampoco, mucha alternativa. Trump es producto del Partido Republicano. Y no sólo de sus limitaciones o de sus fallas. Contra la dicotomía tradicionalmente presentada, Trump (como Johnson, como Le Pen, pero también como Evo Morales) demuestra ser un both a feature and a bug: un error del sistema (bug) y un rasgo intrínseco, una característica buscada (feature).

La relación de los líderes neopopulistas con el establishment es una relación que podríamos definir, con Lacan, como de extimidad: íntima y exterior a la vez. Trump pertenece al corazón del conservadurismo estadounidense, pero a la vez viene de más allá de sus fronteras. Y así Le Pen y Cristina, Chávez y Orbán, Salvini y Evo.

El líder populista acaba de llegar, pero no es un extraño.

Mitologías y mitomanías

En su libro ¿Por qué funciona el populismo?, la politóloga María Esperanza Casullo piensa esta modalidad política desde la óptica del discurso: el líder populista debe “explicarle al pueblo quién lo ha dañado y qué debe hacer para alcanzar la redención”. Este discurso se basa en tres elementos: un villano, un nosotros y un líder que los conduce.

El discurso populista tiene una complejidad específica. El establishment político liberal-tecnocrático, encarna, al principio, el villano. Sin embargo, el líder populista hace pie en una parte del establishment, que utiliza sin convertirla jamás en parte del “nosotros” movilizado. El “nosotros”, el pueblo a redimir, siempre serán los trabajadores, los pueblos rurales, los desposeídos, nunca un partido político, un grupo de intelectuales, un canal de TV, por mucho que sostenga al líder.

El mito populista tiene dos características que pueden parecer contradictorias, pero no lo son. Es simple, en tanto ofrece una explicación convincente al sufrimiento de la población, expresada en términos alejados de los tecnicismos tradicionales. Es ambiguo, en tanto debe preservar alianzas endebles con sectores a los que pertenece pero que simultáneamente combate. 

Coronavirus: What happens if Boris Johnson becomes too ill to ...

2. Hablando otra lengua.

Nada nuevo bajo el sol 

Hay un motivo por el cual el video de Boris Johnson citando La Ilíada fue analizado y sobreanalizado, y un motivo que me lleva a identificarlo tan intuitivamente con el populismo. Es un ejemplo demasiado claro, demasiado obvio, de lo que Johnson quiere expresar siempre: una unión específica de opuestos. En su “Estructura psicológica del fascismo”, Georges Bataille encuentra un elemento definitorio de esta construcción política: la unión de lo alto y lo bajo. La desprolijidad y el working class appeal de Johnson se funden con una cita de Homero.

Esquivemos momentáneamente la discusión sobre las similitudes o diferencias entre fascismos, populismos y otros movimientos, y centrémonos en esta definición. Ha habido, en la historia universal, grandes ejemplos de esta unidad de lo elevado y lo indigno, lo sagrado y lo profano. Ya se han marcado las similitudes entre el estudio de Bataille sobre el fascismo y algunos desarrollos de Marx sobre el bonapartismo en su Dieciocho Brumario. Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón, presidente y luego emperador, es también un bohemio, el “líder del lumpenproletariado”. (No puedo dejar de aportar, a modo de nota de color, un dato absurdo: si extendieramos el calendario republicano francés hasta nuestros días, el 18 brumario coincide con el 8 de noviembre, día de la elección de Donald Trump en 2016.)

Fuera del anecdotario, estos conceptos aportan a la diferencia que establecemos entre populismo y tecnocracia: esta última se basa en establecer distinciones claras entre lo alto y lo bajo, desde distintos discursos. Puede ser para alabar lo bajo (esto es, lo desposeído, lo ultrajado, lo sucio, lo impuro), o incluso para ponerlo bajo el gobierno de lo alto (lo elevado, lo glorioso). El discurso populista, al construir su nosotros, establece un corte distinto. El pueblo es a la vez glorioso y corrompido: de allí la necesidad de su redención. Así como el líder está dentro y fuera del establishment, el pueblo es a la vez digno y corrupto.

Por qué este artículo no compara a Chávez con Hitler. 

No se puede, sin embargo, ignorar las implicancias políticas de lo dicho. No todo es lo mismo, y si se trata de trazar una modalidad política alternativa cuya historia parece incluir al fascismo y a movimientos vinculados a la izquierda en América Latina, hay que (debo) dar explicaciones al respecto.

El populismo se construye en oposición a un tipo de construcción política que es visto como establecido, instituido, tradicional. Lo llamo tecnocracia, en lugar de liberalismo o liberalismo-tecnocrático, porque el liberalismo no es más que una de las formas que puede asumir. 

Puede pensarse esto de manera similar al consenso fordista de los años de posguerra: el stalinismo, el fascismo y el liberalismo eran todos fordistas. En un vocabulario político, el tecnocratismo admite diversas formas políticas. Definido a partir de la distinción cientificista que realiza de lo alto y lo bajo, puede interpretarse esto por izquierda, por derecha, por el centro. No es el objetivo plantear un cambio en la comprensión de la política como izquierda-derecha por una dicotomía tecnocracia-populismo, ni igualar a todo lo que quede a un lado o el otro de la línea divisoria. Evitar esquematismos y distinciones bueno-malo lleva a mejores análisis políticos, siempre.

La palabra a evitar, probablemente, es “tradición”. El populismo no es una tradición política (como lo es el marxismo, el conservadurismo, el anarquismo) porque no se nutre de fuentes comunes ni tiene un “proyecto”. Se trata de una modalidad: una forma de articular un discurso. ¿Construyeron política de manera parecida Chávez, Napoleón III, Boris Johnson y Mussolini? Es evidente que el consenso democrático del que participan (la mayoría de) los populismos contemporáneos los aleja de toda forma antidemocrática (ya revolucionaria, ya fascista).

Sin embargo, no es imposible (y a veces es muy útil) pensar que el discurso que hoy llamamos populista puede tener elementos comunes con discursos disruptivos de distintos actores de izquierdas y derechas de la Historia. En particular porque es un discurso muy efectivo no porque mienta (este es el punto clave de Laclau) sino porque aparece a veces como el único discurso capaz de articular ciertas verdades.

Estudio en rojo punzó

Creo que el interés de esta perspectiva recae en entender que nadie inventó la pólvora, o en este caso, el potencial de organizar multitudes en torno a nuevas identidades políticas constituidas por una fusión de lo alto y lo bajo. 

Si bien este no es el lugar para hacer un análisis en profundidad, quiero poner en escena un concepto -que debo al colega Santiago Mitnik-: el rosismo como un proto-fascismo nacional, o en el lenguaje de esta nota, como un populismo. Ciertamente la unión de lo alto y lo bajo está presente en ese extraño movimientismo adelantado liderado por el Brigadier General (el Ejército es el lugar eminente de la unión sagrado-profano en Bataille, como en Freud) y combatido por toda la insurgente intelligentsia nacional. Rosas era un terrateniente bonaerense que se apoyaba en muchos de sus vecinos de clase tanto como en los gauchos pobres, que rescataba el catolicismo popular frente al laicismo ilustrado, el aristócrata de los mataderos. 

El rosismo huele a la mierda y la sangre que inunda Buenos Aires en el Matadero de Echeverría, y nos es imposible enfocar en sus movilizaciones de gauchos sin ver el 17 de octubre, concebir la Mazorca sin pensar en la Triple A. Esta lectura intenta proponer una nueva forma de mirar la relación efectiva del rosismo con otros movimientos posteriores sin quedar encandilados por siglos de discusión historiográfica y militante al respecto, sobre todo al evitar el juicio de valor.

La Mazorca: El puño de Rosas - Ciencia y educación en Taringa!

3. Matices y sutilezas.

Nuance

La legitimidad del populismo, nos dice Casullo, se establece en el discurso, en la credibilidad de la capacidad del líder para vencer al villano, en la identificación correcta del nosotros, en la efectividad del villano elegido. Sin embargo, para sostener la ambigüedad necesaria del discurso, el líder debe hacer un buen uso de la sutileza.

Vladimir Putin evita continuamente convertirse tanto en China como en Estados Unidos, no sólo por su nacionalismo ruso sino por el rol geopolítico que busca jugar. ¿Cuál es la legitimidad de Putin? No es definitivamente una legitimidad democrática tradicional (sus resultados están fuertemente cuestionados sobre todo por la proscripción de adversarios de peso). Pero no es tampoco la legitimidad unipartidista de Xi Jinping. 

Donald Trump, si bien basa su legitimidad en las elecciones y, con ciertas excepciones ¿humorísticas? no cuestiona el régimen estadounidense, ha perdido el voto popular y llegó a la presidencia debido al sistema de Colegio Electoral. Sin embargo, le gusta utilizar mapas teñidos de rojo que marcan la gran amplitud geográfica de su voto, mientras que sólo algunos puntos azules marcan las costas este y oeste, donde se centra el voto demócrata.

La trampa, claro, está en que la población distribuida en los puntos azules es casi equivalente (de hecho, apenas superior) a la ubicada en los inmensos terrenos rurales del voto republicano. “Land doesn’t vote” (la tierra -vacía- no vota), responden los liberales. Y sin embargo, eso no es completamente cierto, ¿no? 

Más atrás en la historia: Salazar, líder fascista de Portugal, colaboró estrechamente con los aliados durante la segunda guerra mundial. El peronismo, cercano a tendencias pro EJE durante los cuarenta, mantuvo la neutralidad argentina. La legitimidad populista se sostiene en equilibrios precarios y sutilezas. Suelen elegir los matices (el término en inglés, más apropiado, es nuance) por sobre los blancos y negros. Trump es un mejor anti-guerrerista si ataca Irán pero no lo invade: los detalles son el centro de la escena.

Trumo y espejos

Si el populismo es un discurso, una narrativa, que tiene una fragilidad constitutiva importante, resulta fundamental que el líder no pierda el hilo de la narración. En general, cuando se pierde la capacidad de navegar entre matices, el relato empieza a caer por su propio peso y todas las características que lo hacían fuerte se convierten en debilidades.

En este sentido, las grietas intrínsecas al discurso pueden hacerlo más fuerte en momentos de mayor precariedad. A diferencia de Trump, que se muestra impávido, invencible y todopoderoso, Putin elige fingir debilidades, dejar ver a veces sus cartas. Esto le da, muchas veces, la capacidad de salir airoso de escenarios difíciles.

Entre los múltiples factores que llevaron a la imposibilidad de que Evo Morales lograra imponerse al golpismo en Bolivia, uno de ellos tiene que ver con la pérdida de su narrativa. La gracia de Morales era que podía llamarse “socialista del siglo XXI” y reunirse con Ángela Merkel. Que convivían en su partido el comunismo sociológico de García Linera y el pluri-nacionalismo de Choquehuanca. Cuando su legitimidad se vio amenazada por última vez, Morales fue incapaz de sobreponerse.

Suelo llamar “trumo” (error de tipeo devenido concepto, Trump + humo) a las acciones que parecen violar los límites de la verdad y la mentira. ¿Hubo una escalada militar riesgosa entre EEUU e Irán en enero de este año o estaba todo calculado? Por supuesto, esto es muy útil hasta que no lo es. Un error de cálculo que forzara a Trump a una guerra habría alienado a su base y generado un fuerte rechazo de amplios sectores sociales moderados. El trumo puede muy bien resolverse por el lado del humo.

Un populismo para el siglo XXI

Es evidente que los tres conceptos que vimos son distintas caras de un mismo dado. Ambigüedad, unión alto-bajo y relación Pueblo-establishment forman un todo populista que parece guiado por ciertas normas de no-contradicción. 

La tesis es que en este siglo XXI el populismo necesita más que nunca del establishment, al punto en que esto (como se dijo en el primer apartado) se vuelve un factor central de los neopopulismos contemporáneos, cuando no lo era en otras formas de la misma modalidad. 

Esto requiere, por lo tanto, una radicalización de la ambigüedad y el maticismo discursivo. Para sostenerse, Donald Trump debe aumentar exponencialmente su oposición al establishment político que lo precedió, hasta el punto en que parece difícil imaginar su rostro al lado de otros presidentes de la historia norteamericana. Debe hacerlo porque, a diferencia de populismos que irrumpen en sistemas políticos y los transforman, los actuales se encuentran vinculados al establishment político desde su mismo inicio.

¿Cuántos meses pasaron desde el surgimiento insurgente de Vox a su institución como extremo de una alianza de centroderecha que no va mucho más allá de los tradicionales votantes del PP? Y otro tanto puede decirse sobre Le Pen y el gaullismo. Lula debió equilibrar a los chicago boys de su primer gobierno con el líder social Boulos (o viceversa). Trump se hizo un GOP a su imagen y semejanza, sí. Pero desde el Poder.

Careful What You Wish For': Trump Urges GOP Voters to Back 'Crazy ...

4. Combatiendo el capital.

¿Alguien quiere pensar en el peronismo?

El justicialismo tiene diversas etapas. Sus momentos populistas más fuertes son, claro, la etapa clásica 46-55, el comienzo del menemismo y gran parte del kirchnerismo. El gobierno de los 70 fue demasiado breve, demasiado limitado por el gran Caos. El menemismo post 93, demasiado guiado por el tecno-cavallismo.

El peronismo, sin embargo, es un ámbito de gran utilidad para pensar la vinculación populismo-tecnocratismo. Porque si bien los hemos planteado como modalidades opuestas, la verdad es que se funden siempre una en la otra, y siempre se desbordan. ¿Todo populismo termina cerrándose sobre una tecnocracia? ¿Toda tecnocracia se agota y da pie a un populismo?

No sería tan tajante. Se trata, en realidad, de que el momento populista es siempre endeble e insostenible, y la demo-tecnocracia siempre excluye (Rancière dixit) a algunos de la cuenta. Y como el peronismo ha tenido la fortuna de ser el partido del orden y del progreso, por los fracasos continuos de los más diversos y extravagantes liberalismos de nuestro país, se puede contar en su historia la historia del populismo.

Pese a parecer antirrepublicano, el peronismo construyó institucionalidad durante toda su historia. Su continua ampliación de derechos (ver el voto femenino), si bien tácticamente fue parte de su estrategia movimientista, también fue, en el plano estratégico, una apertura de lugar de discusión de la política de largo plazo. Y produjo, también, a grandes cuadros técnicos en las áreas más diversas.

Tecno-gracias

El populismo se presenta como invencible, pero no lo es. Simplemente es bueno enfrentando y venciendo al tecnocratismo en determinados momentos de su agotamiento. En nuestro presentismo, viendo las encuestas de las fuerzas de derecha en Europa y los niveles de aprobación de Trump, nos parece ver que el populismo no conoce rival (más que otro populismo de signo opuesto, tal vez).

Claro que las cosas no son tan simples. Con tecnocracia se han construido décadas de estabilidad (y también más de un desastre). Ocurre que no hay tecnocracia que dure mil años.

Es el liberalismo el que resulta un mal adversario del populismo. Desde Oxford y Cambridge se rieron del video de Boris Johnson: aparentemente, su pronunciación deja bastante que desear. A esto pueden sumarse todos los videos que ha producido Saturday Night Live riéndose de Trump, tal vez el contenido humorístico menos gracioso que haya producido SNL en décadas. Estas críticas caen “en la trampa” del populismo: ataca la parte que este pone a disposición para el ataque. La tintura naranja de Donald Trump. El desparpajo de Boris Johnson. La vejez de Bernie Sanders. 

Pero un buen discurso tecnocrático puede ganar elecciones (y lo ha hecho cientos de veces). Es más: no existe populismo puro, sin elementos de tecnocracia, ni viceversa.

Que supimos conseguir

La fórmula del Frente de Todos en 2019 pareció querer expresar literalmente esto. Presidente tecnocrático, vice populista. Alberto habla de responsabilidad, pone a un discípulo de Stiglitz en el Ministerio de Desendeudamiento e interviene la AFI con seriedad. Cristina dice que hizo un renunciamiento histórico y grita contra las fake news.

Ambigüedad no es, por desgracia, combinación azarosa de extremos. El frentodismo se encuentra ahora en la difícil posición de hacer que su diversidad sea un factor de fortaleza y no desequilibrio. No hay más alternativa que el prueba y error. Una vez más, este gobierno parece estar cargado de todas las potencialidades positivas y negativas del populismo y su difícil relación con el establishment, con el liberalismo, con el tecnocratismo, con el republicanismo… con todo.

A veces los discursos fallan por demasiado responsabilistas y moderados. A veces, por demasiado radicales y trumpianos. Y muchas veces, en el momento más difícil y cuándo todo está perdido, el populismo viene a ofrecer su corazón. A veces el tecnocratismo se pierde en sus laberintos de fórmulas y burocracias, de modales y corrección y el populismo, contra toda la intuición de los expertos, funciona.

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