“Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupación de buscarse distracciones les produce surmenage. Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de sus familias.” Roberto Arlt, Los Lanzallamas, Palabras del autor.
Un hueco en las tradiciones rígidas, una ruptura en el modo de escribir, una sensibilidad distinta en el uso de la lengua y en la subjetividad de sus personajes. Lo novedoso de la literatura de Roberto Arlt es todo esto y, principalmente, su falta de corrección. Un tipo de incorrección multidimensional, que abarca tanto el plano literario, como el político y el filosófico. Arlt toma la literatura como campo de batalla, la lucha social está presente en todos y cada uno de sus textos.
Si nos viéramos forzados a realizar una comparación dual entre pares literarios, podríamos hablar de la literatura de Arlt como la literatura plebeya -de los usos populares, suburbana, paranoica- y por otro lado el registro literario de Borges: un estilo erudito, de una dimensión correctísima, solitaria y ficcional. En ambos casos nos estaríamos ubicando en Buenos Aires, aunque uno de los dos sufre el karma de vivir al sur.
Ricardo Piglia dice que “El estilo de Arlt es su ficción. Y la ficción de Arlt es su estilo: no hay una cosa sin la otra”. Se refiere a ese latiguillo que tantas veces encontramos en boca de los lingüistas, “Arlt es un gran escritor, a pesar de su estilo”. Quien piensa eso, aún soltándolo casi compasivamente con Arlt, definitivamente no lo entiende. La gracia de Arlt radica allí, en sus textos escribe lo que ve. Los usos de sus textos son una radiografía de época, también lo son su rebeldía con las formas.
La antagonía planteada entre Arlt y Borges, ese River-Boca absurdo pero muy común, representa una antagonía entre el buen uso de la lengua nacional y la corrección, propia de las clases dominantes, enfrentada al mal uso de la lengua nacional y la corrupción de la cultura literaria que la intromisión de los sectores populares y sus costumbres extranjerizadas suponen. Porque, claro, Arlt es poco argentino. Su padre, Karl, era prusiano, su madre, Ekatherine, austrohúngara. Ambos, inmigrantes pobres llegados a fines del siglo XIX, entonces, poco argentinos.
La pobreza familiar de Arlt, ese hexis corporal (término de Pierre Bourdieu para explicar aquello que no se puede explicar pero que está ahí, que se siente en el cuerpo) lo distingue del resto de los autores de la época. La propia incomodidad de Arlt se ve reflejada en sus personajes: Silvio Astier, ladrón de libros; Erdosain, fracasado, sin dinero, atormentado por el mundo moderno; Haffner, rufián melancólico, farsante, agresivo. Todos reos. Todos pecadores.
“No entiende el lenguaje como una unidad, como algo coherente y liso, sino como un conglomerado, una marea de jergas y de voces”, dice Piglia. El bueno de Arlt descarta lo unívoco de entrada, su lengua es una mezcolanza que transgrede la norma, porque el mismo es una mezcolanza marginal.
“He visto morir”
Un relato brillante y poco conocido de Arlt es su cobertura del fusilamiento de Severino Di Giovanni, militante anarquista de origen italiano que se había exiliado en Argentina producto del ascenso fascista en su país. Di Giovanni es un personaje muy controversial, un idealista de la violencia que había realizado varios atentados y asaltos a bancos, los más conocidos son el atentado en el City Bank porteño, el asalto al Banco de Boston, la bomba en la embajada de los Estados Unidos (como represalia por la ejecución de Sacco y Vanzetti) y el atentado al consulado italiano.
Era un bandido que empuñaba la violencia como lema emancipatorio frente a esa violencia mayor que representa la opresión; un personaje casi que salido de una novela de Arlt. El 31 de enero de 1931, fue capturado y condenado a muerte, por el régimen de facto de José Félix Uriburu, quien había derrocado a Hipólito Yrigoyen en 1930. 48 horas después, el 1° de febrero de 1931, el anarquista sería ejecutado en el patio de la Penitenciaría Nacional ante varios testigos, entre los que se encontraba el escritor y periodista Roberto Arlt, interesado en narrar el desenlace fatal del mítico Severino.
Imágenes de Severino Di Giovanni, recuperadas por el Archivo General de la Nación.
El relato es precioso y lo pueden encontrar acá, en estas líneas me limito a citar una parte:
“Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.”
La historia cuenta que, minutos antes de ser fusilado en la silla, el anarquista pidió un café dulce, con 7 cucharadas de azúcar. Cuando se lo trajeron, lo probó y lo escupió, riendo irónicamente y advirtiendo que “será más dulce la próxima vez”.
Radiografía de época
La represión y la censura del régimen autoritario instalado a partir de la década infame provocaron, desde ese entonces, el efecto contrario al que buscaban: se alimentó aún más la violencia política contra el régimen, se radicalizó la lucha sindical y la cultura literaria vanguardista. Los eventos de la semana trágica, o el mismo asesinato de Severino di Giovanni, símbolos de una época, nos retrotraen al conocido precepto de Spinoza: “en una república, no hay nada más caro y más dulce que la libertad”. La libertad política, sindical, de prensa, de escritura, se concilian con la conservación de la paz y la piedad del Estado, y no se las puede destruir sin destruir también la paz y la piedad del Estado.
Es el ambiente en el que se vive, el aire que se respira; las cosas que se buscan se encuentran limitadas al fuero íntimo del hogar, de la novela. En la nueva Argentina de supermercados de sangre, de militarismos de nuevo cuño, no hay lugar para el afuera. La literatura de Arlt está cortada con ese cuchillo, toda su literatura tiene esa clave clandestina, esa configuración suburbana. En Los Lanzallamas y Los siete locos esto se ve aún más claro, Arlt juega a armar la revolución en un laboratorio, con un grupo de “Especialistas en Revoluciones”. Es una idea que tiene el personaje Erdosain: “así como durante la guerra se preparaban instructores militares, enfermeras, artilleros, etc., nosotros prepararemos Especialistas en Revoluciones”. Arlt representa esa transgresión plebeya que se resiste a morir, la paranoia exacerbada que nace en los márgenes, la imaginación política desde los confines del hogar, del libro. Piglia sostiene en Formas breves: “La realidad se ha ido acercando cada vez más a la visión de Roberto Arlt. Su obra puede leerse como una profecía: más que reflejar la realidad, sus libros han terminado por cifrar cierta forma futura”. Extrañamente, sigue siendo uno de los autores más contemporáneos que parió la literatura argentina.