Parte 2 de 2.
Por Imanol Brude Vugdelija
Hasta ahora,me he dedicado minuciosamente a describir el arte nacido del seno de lo que, a modo de abstracción, podríamos llamar el sujeto neoliberal. En primer lugar, para ello, me encargué de describir, a grandes rasgos, su cosmovisión, mencionando sus características distintivas y describiendo su origen histórico. Luego, analicé y ejemplifiqué las formas mediante las cuales esta se manifiesta en el proceso de creación artística, volviéndolo un medio para la afirmación del ego, para relacionar dicho proceso, finalmente, con los modos de hacer política que rigen en la actualidad. Para esto último, me valí de un análisis sobre el caso de los artistas «comprometidos socialmente», que, a partir de un mensaje político, buscan tomar partido en la realidad de su época -es decir, asentarse en la misma- por lo cual, necesariamente, terminan cayendo en los discursos oficiales de época, dando un mensaje «antisistema» a través de los medios que el propio sistema les otorga.
Ahora bien, en este punto, surge un interrogante: ¿Es acaso esta última la única forma de denuncia artística que rige en la actualidad? Indudablemente, no. Probablemente sea la más vigente, sí; pero tan cierto como ello es el hecho de que tantas formas de hacer arte existen como artistas en el mundo –aun cuando podamos, de manera un tanto metafísica, agruparlas todas ellas según sus características-. Y así como aquel busca afirmarse en su época, existe también otro que, con su denuncia, busca escaparle a la misma.Es a este último que me quiero dedicar a analizar ahora.
Algo que podemos inferir fácilmente de este tipo de arte es que, al oponerse en su totalidad a su época y sus discursos, existe en tanto es en relación a ella. En definitiva, las partes de una dialéctica, aun siendo antitéticas, deben hablar un mismo dialecto –tal como la palabra misma lo indica-. Un gran ejemplo de esto último es el del rock contestatario de los años 90’ y 00’, surgido en contextos de decadencia cultural y crisis del modelo neoliberal, cuyo recurso distintivo, al igual que el de aquel, es el del grito. Y si bien en ambos casos podemos hallar el origen del grito en una misma causa -a saber, una angustia, una castración-, hay una diferencia radical entre los mismos: uno pretende afirmarse para poder vencer; el otro, simplemente, huir de su situación –dicotomía análoga a la del fight or flight-.
Las manifestaciones de este fenómenoartístico en nuestro país son abundantes: desde las centenares de bandas de rock barrial surgidas en la década del libertinaje (Bersuit Vergarabat, Los piojos, La renga, Viejas Locas…) hasta aquellas cuyo auge corresponde a los años post crisis del 2001 (Callejeros, Intoxicados, etc.), cuando dieron voz -y grito- a una generación de jóvenes fuertemente castrada que debía soportar la carga de una miseria heredada. Sin embargo, hay uno mucho más claro, proveniente de la cuna del neoliberalismo, que representa una completa metáfora de la pérdida de las utopías característica del mundo post ideológico: Nirvana. Liderada por el depresivo Kurt Cobain, este power trío supo combinar la vertiginosa angustia existencial que acechaba a sus miembros –manifiesta en el propio nombre de la banda, el cual alude a un concepto del Budismo que describe la liberación del sufrimiento- con la furia impotente de quien ha sido excluido de la discusión y debe resignarse a vivir en un mundo impuesto de cinismo y miseria subjetiva. Esta ambivalencia característica de la banda se vio directamente reflejada en su estilo musical que, fusionando una estética lúgubre hecha de tonos menores con la potencia de una guitarra eléctrica distorsionada, una batería agresiva y una voz chillona, dio al rock internacional una nueva forma que se volvería predominante en los años 90’, rompiendo drásticamente con la tradición de la década anterior, en la que el creciente desarrollo del modelo neoliberal en Occidente se reflejaba principalmente de dos formas: la producción de un rock comercial «divertido», amigable a la radio y las discotecas; y el surgimiento de bandas de estilo voluptuoso y misógino -visible en subgéneros como el hair metal o el hard rock- tales como Guns N´ Roses (quienes curiosamente eran íntimos rivales de la banda).
El momento bisagra de esta banda se produjo en 1991 (curioso año), con la publicación de su álbum Nevermind –cuya traducción al español es «no importa»- en el cual sintetizaron todo su material; desde su llamativa portada, la cual mostraba un bebé desnudo bajo el agua nadando hacia un billete de un dólar atado a un anzuelo –metáfora de la oposición entre la pureza de la vida y la suciedad de lo que la corrompe- hasta el propio nombre del disco, pasando por sus letras satíricas que desafiaban a la moral imperante, esta obra constituía en su totalidad una feroz muestra de escepticismo hacia la sociedad estadounidense. No debe pasar desapercibido el hecho de que el nombre original que el grupo había pensado para el mismo era Sheep -en español «oveja»-, en referencia a su público que –preveían- saldría a comprar el álbum a modo de rebaño, lo cual nos muestra que dicho escepticismo iba dirigido también a sus seguidores, que eran en su mayoría el producto de una mercantilización no pretendida. En efecto, el carácter anti sistema del álbum no sería un impedimento para que este vendiera más de diez millones de copias y se convirtiera en disco de diamante, lo cual presagiaba el futuro de la banda que, al igual que todas las surgidas en este fenómeno, acabaría por convertirse en uno de los productos más consumidos por adolescentes eufóricos de clase media. El fin del proyecto Nirvana llegaría el 5 de abril de 1994, tras el suicido de Cobain. La moraleja de esta historia es casi tan desesperanzadora como su final: no importa cuán genuino sea el grito, siempre podrá ser apropiado por el capitalismo.
A partir de esta dialéctica, me gustaría analizar el éxito que goza uno de los pocos géneros literarios en expansión en la actualidad: la poesía. Cargada de misticismo está la poesía. Su lirismo perfeccionista hace del poeta un sujeto necesariamente ensimismado en su ideal; un sujeto que, parafraseando a Silvio Rodríguez, «no vive de corrido»1 y que se halla encerrado en el refugio egocéntrico de las fantasías grandilocuentes. Probablemente, a esto se refería Nietzsche al afirmar que «los poetas mienten demasiado»2. Esta connotación épica del género puede explicar a la perfección su utilización por parte de estos nuevos sujetos egocéntricos de emociones fuertes, héroes de la película de sus vidas. Sin embargo, no se debe cometer el error de ubicar la totalidad de la poesía en el mismo plano que la poesía actual, hecha para ser publicada en redes sociales, ni mucho menos de menospreciar la belleza de este género artístico y su importancia histórica. La poesía romántica, por dar un gran ejemplo, representó una práctica heroica de retorno al sentimiento y la subjetividad, utilizando estructuras armoniosamente estéticas, en oposición a la objetiva y universal voluntad de verdad pretendida en la época. Se trató del reemplazo de la mentira creída verdadera por la mentira aceptada como tal. La poesía de Instagram, por el contrario, es la que viene a «desromantizar» y a deconstruir las estructuras, es decir, a inmacular la fantasía, utilizando el formato de versos –sin criterio de división- para darle un aire sublime a palabras banales que refieren a temáticas insustanciales y cotidianas. Esta pretensión de vaciar de idealismo el contenido poético representa en sí mismo un acto mucho más idealista que el anterior, en tanto busca esconder su matriz ilusoria. El lirismo inmaculado de la actualidad, que construye una épica de la realidad propia, es la expresión máxima de la penetración de la moral neoliberal en el arte.
Asimismo, el auge de la poesía tiene su contraparte necesaria: la decadencia del género narrativo. Si aquel mencionado anteriormente goza en la actualidad de un creciente éxito es, además de lo ya dicho, por su carácter performativo, que le permite convertirse en un objeto de consumo espontáneo, y por ende, desechable. La narración, en cambio, se halla en las antípodas de la performance. La construcción de un mundo narrativo que, a pesar de sus conexiones con la realidad de este mundo, es una unidad en sí misma distinta de aquella, requiere un sumergimiento subjetivo total, tanto del escritor como del lector, y una asignación de tiempo que nadie que esté muy ocupado en sus asuntos está dispuesto realizar. Sin embargo, la reducción cuantitativa de lectores y de obras literarias no es, como uno podría creer, la única consecuencia de la crisis narrativa, ni siquiera la más importante. Mucho más significativas que su ausencia son las formas que adquiere en su presencia. Podemos destacar, entre ellas, las novelas best seller al estilo Paulo Coelho, clichés y fáciles de consumir, cuyas temáticas refieren a la superación personal y la autoayuda. Pero hay una de ellas que considero mucho más importante resaltar: la literatura del yo. Excusándose en la obvia premisa de que no es posible escapar a la autorreferencialidad, los escritores de este formato renuncian a la compleja tarea que supone la construcción de un universo narrativo; en cambio, se limitan cómodamente a extrapolar la narrativa de la vida propia. El triunfo de la literatura del yo es, en última instancia, el triunfo de la antiliteratura.
Podría seguir explayándome, mencionando ejemplos y explicando una por una las formas que esta ideología adquiere en otras ramas artísticas igualmente afectadas. Sin embargo, considero que, llegado este punto, el fenómeno en cuestión ya ha sido desarrollado lo suficiente y no tendría sentido persistir en el intento de analizar la totalidad de las expresiones en las que el mismo se hace visible –si es acaso eso posible-. Por el contrario, preferiría utilizar las líneas que siguen para introducir los siguientes interrogantes -que, me atrevo a suponer, rondan en la cabeza de más de un lector-: ¿Hay algo que se pueda hacer para revertir esta compleja situación en la que se encuentra el arte? Y en ese caso ¿Qué es? Cualquiera podría objetar aquí que una discordia ideológica no es motivo suficiente para intervenir en la producción artística; que si en definitiva no nos gusta un tipo de arte podemos, simplemente, no consumirlo y ya. Y a pesar de cualquier intento que uno pueda hacer por refutarla, esta objeción es completamente cierta. Sería bastante iluso creer que se puede coartar a una persona o sociedad su libertad de manifestarse artísticamente –algo que los canceladores compulsivos parecen no haber comprendido aun-. Del mismo modo, sería extremadamente ingenuo atacar al arte y no a la cultura que lo crea, es decir, atacar al síntoma y no a la estructura. En última instancia, el arte no es más que una manifestación de la cultura de una sociedad. Y en una sociedad atravesada por un sistema neoliberal que se expande a pasos agigantados y se apropia de todo lo particular según su impronta, la gran mayoría de sus expresiones culturales serán, necesariamente, parte de un mismo lenguaje creado por aquel.
Una conclusión que podemos sacar de esto es que hoy en día ya ni siquiera es viable la opción de «rebelarse usando saco y corbata» que nos sugería metafóricamente el personaje de Los Simuladores Mario Santos. Ningún sector, ningún colectivo está en la actualidad exento de formar parte del entramado neoliberal o de ser potencialmente apropiado por el mismo -tal como lo demuestra el discurso multiculturalista-. Por otro lado, es cierto que sería bastante religioso pretender explicar la totalidad de lo existente a partir de una única causa. Sin embargo, tratándose esta de una doctrina altamente religiosa que, de manera similar al cristianismo, se pretende universal y opera de tal forma, todo lo que se sale de la misma es, necesariamente, una muestra de singularidad, y por ende, de individualidad. Si entendemos entonces que toda postura en la actualidad responde de algún modo a una lógica neoliberal, comprenderemos que el problema no se halla en sus distintas manifestaciones particulares, las cuales me he dedicado empeñadamente a describir. En ese sentido, estoy de acuerdo con el músico Jorge Drexler, quien afirma que «el reggaetón es un gran género con muy malos compositores»3. A fin de cuentas, si uno lo piensa el reggaetón no es más que un género con un determinado patrón rítmico, que puede ser utilizado de una manera mucho más interesante, del mismo modo que las redes sociales pueden representar simplemente un espacio de difusión masiva del contenido artístico, y el freestyle, un medio para la asociación libre, por dar algunos ejemplos.
Como vemos, la pregunta expresada anteriormente está mal formulada. No se trata, en definitiva, de hallar en la inmediatez categorías artísticas que se mantengan al margen de esta dinámica, o al menos no simplemente de eso. No habrá, a mi parecer, una transformación real en el plano artístico en tanto no se produzca primeroun cambio radical en el lenguaje que lo engendra, que permita no sólo crear nuevos estilos, sino también resignificar aquellos que ya existen.Por lo demás, la creación de este nuevo lenguaje no será para nada un trabajo fácil. Lejos de ello, requerirá una modificación estructural en las relaciones sociales, económicas y políticas existentes, así como también, por consiguiente, del entramado moral, ideológico y religioso. En una palabra: requerirá unatransformación en la totalidad de la cultura.Hay quienes afirman que la crisis que atraviesa el sistema capitalista debido a la pandemia del COVID-19 generará las condiciones necesarias para tal disrupción. Puede que así sea, como también puede que no –yo tiendo a inclinarme por la segunda opción-.Sea como fuere, la mira deberá seguir puesta en la generación de condiciones sociales que permitan el surgimiento nuevas subjetividades. Hasta entonces, los únicos artistas que podrán escaparle a la doctrina neoliberal serán aquellos que,sin más remedio, se vean obligados a voltear la mirada hacia adentro, a penetrar el angustioso campo de lo desconocido–condición fundamental para la creación de lo nuevo- y sumergirse en las aguas heladas que los mapasterrestres del yo desconocen. Ya lo dijo Charly García: «el arte es cagarte de frío».
Notas
- La frase original, que pertenece a la canción «Aunque no Esté de Moda», dice «vivamos de corrido sin hacer poesía»
- Nietzsche, Friedrich (1883). «En las islas afortunadas» en Así habló Zaratustra (Pág. 69).Centro Editor de Cultura. Buenos Aires, 2016
- https://www.abc.es/cultura/musica/abci-jorge-drexler-regueton-gran-genero-malos-compositores-201810080123_noticia.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.google.com%2F