“Consideré que estábamos, como siempre, en el fin de los tiempos…”
Jorge Luis Borges, La escritura del Dios
[1] lo que hay
Felipe Solá votó por primera vez a los 23 años, y ese año lo hizo dos veces: por Cámpora-Solano Lima y por Perón-Perón. Trabajaba, en ese momento, en la Federación de Empleados de Comercio escribiendo discursos para la secretaria Inés Dhi Giam, que le preguntó por qué boleta había votado. Cuando Solá contestó “por la del FREJULI”, Dhi Giam le preguntó si se daba cuenta de que era un pelotudo: “¡el General le da la oportunidad de frenar a los carcamanes de mierda votando con la boleta del FIP, y usted, que se supone que es progresista, va y vota al FREJULI!”. El Frente de Izquierda Popular de Abelardo Ramos inauguró tal vez la tradición de las colectoras peronistas, y en ese entorno ideológico se movía Felipe Solá, joven porteño, Ingeniero Agrónomo, un pampeano de Barrio Norte.
Esta es precisamente la clase de anécdotas que no compondrán esta nota. Felipe tiene miles, compiladas en su autobiografía Peronismo, Pampa y peligro. Mi vida en la política argentina, que compuso con algún acompañamiento de Martín Sivak y Martín Rodriguez. El libro, editado por Ariel en octubre de 2018, es un documento brutalmente honesto que relata la vida de un político que pasó por múltiples experiencias de la Argentina democrática. Es imprescindible en la biblioteca de quiénes se interesan por nuestra historia reciente. Felipe es gracioso, se disfraza lo suficiente de loser para resultar querible pero no tanto como para pecar de falsa modestia, y sobre todo, se hace cargo. El capítulo dedicado al menemato, en un claro ejemplo de lo auténtico y genuino del libro, se titula “cómo me hice el boludo y cómo no me hice el boludo”.
Pero, precisamente porque ya hay 406 páginas de puño y letra de Solá sobre su propia vida, este perfil no busca reconstruir todo lo que hizo, sino más bien responder una pregunta: ¿cómo sobrevivió Felipe Solá tantos años en la política argentina? ¿cómo pasó de la irrelevancia al primer plano, de allí a las bambalinas, de nuevo a las primeras líneas, una y otra vez?
Puede servir un breve (brevísimo) resumen de su carrera, un resumen de lo formal: los cargos, los apoyos.
Militó en la JP Lealtad, ruptura de Montoneros que continuó apoyando a Perón después del fatídico primero de mayo. Participó en algunas reuniones del PJ subterráneo durante la Dictadura. Se unió al cafierismo; entre el 83 y el 89, se convirtió tal vez en el principal experto en cuestiones de agro dentro del peronismo. Cafiero lo hizo Ministro de Asuntos Agrarios; Menem lo convocó para un seudo-ascenso en diagonal: Secretario de Agricultura nacional. Ocupó ese cargo dos veces: del 89 al 91 y del 93 al 99. En el medio fue diputado nacional por medio mandato. Fue vice de Ruckauf hasta que este renunció en 2002: en el medio de la crisis, Felipe cayó en la Casa de Gobierno. Reeligió (en realidad, eligió por primera vez) en 2003, en elecciones que se hicieron varios meses después de la asunción de Kirchner; fue en la boleta con Chiche Duhalde, pero en 2005 rompió con su predecesor y se alineó con el presidente. No se ganó la confianza de Kirchner; en 2007, quería volver a presentarse, pero una serie de fallos judiciales comenzaron a cercar la posibilidad de que los vicegobernadores convertidos en gobernadores por medio de renuncias pudieran elegir más de una vez. Néstor no se jugó por él. Si bien arreglaron la salida obvia, que Solá encabezara la lista de diputados, no se concretó el pacto: a Felipe le tocaba, como a todo ganador de elecciones legislativas bonaerenses, presidir la Cámara Baja. Kirchner (¿cuál de los dos?) se lo negó, prefiriendo a Fellner.
Se apartó así del kirchnerismo en 2007. En 2009, cerró con De Narváez y Macri, que (por supuesto) lo cagaron. Se arrepintió. En 2011 casi lanzó su candidatura presidencial. En 2013, lo convocó Massa y se convirtió en su segundo, siempre lastimado, el armador bonaerense de un armador bonaerense. Lo acompañó en 2015 como candidato a gobernador (destinado a perder), en 2017 encabezó su lista de diputados (y eso le impide elegir por ese cargo en 2019). Cuando el massismo se empezaba a despedazar, Felipe rompe: arma Red x Argentina con el Movimiento Evita, llama a la unidad del peronismo, lanza una candidatura presidencial imposible. Ya tuvo hijos y plantó árboles: saca un libro. Y consigue un cuarto logro imprescindible: la pega en twitter. La Chancha Pelota y un hashtag: #EsConTodos. Es el primero en renunciar a su campaña el 18 de mayo. Afianza el vínculo con Fernández y se vuelve uno de sus embajadores ante las Provincias. Llega, finalmente, a ser Canciller.
[2] lo que pudo haber sido
Felipe es la definición de insider de la política. Militó en la JP en los 70, en el establishment partidario en los 80, fue funcionario en los 90, gobernador en los 00, diputado en los 10, ministro en los 20. Fue el más oficialista de los opositores, el más opositor de los oficialistas, el más opositor de los opositores y el más oficialista de los oficialistas. Fue leal con el cafierismo hasta cuando el cafierismo ya no existía, traicionó casi la misma cantidad de veces que lo traicionaron. Es, sin embargo, un insider raro. Cuando estuvo en la Tendencia, fue en una fracción casi desconocida. En la política democrática, fue el experto en el tema que el peronismo nunca entendió. Fue vice de un tipo que odiaba. Lo preocupó el neoliberalismo pero confió en Cavallo. Fue el diputado nacional más votado del país y perteneció a un bloque minúsculo.
Me interesa la historia de Solá justamente porque cuenta una historia diferente del peronismo desde adentro, no desde una ruptura (como la cuenta la también interesante aunque algo más trágica historia del FrePaSo). Felipe es visto como un conservador, por su bigote, por su agrarismo, por muchas de las alianzas en las que ha participado. Cabe señalarse que fue históricamente el socio progresista de esas alianzas: lo fue con Ruckauf, lo fue con Unión PRO, y allí agotó tal vez su capital: ya no lo era en el massismo. La historia de Felipe puede dividirse en varias etapas, pero me interesan puntualmente dos: Felipe en el menemismo, Felipe en el antikirchnerismo; son las dos etapas menos aceptables, menos conciliables para los que, parafraseando Get Out, habríamos votado a Cristina para un tercer mandato. Son, por eso mismo, etapas que tenemos que entender si queremos dotar de contenido real la famosa unidad con todos del 2019. Porque la conformación del Frente de Todos fue un momento de reconciliación sin perdón, construido al calor de unas elecciones inminentes y sin demasiado tiempo que perder; desarticuló en sí mismo el reclamo continuo sobre traidores y leales, pero no se dio (no pudo darse) un tiempo para una reflexión más profunda sobre por qué el peronismo fue lo que fue y por qué es lo que es.
Esta historia empieza, entonces, en 2007. Algo pasa en ese año con los radicales: nadie quiere a la UCR, pero todos buscan parecerse a ella. Cristina llama a la Concertación Plural. Lavagna y Carrió se disputan los votos de un radicalismo que ninguno de los dos integra. Faltan solo algunos meses para que dos radicales prendan fuego el gobierno y el país: Martín Lousteau, ministro de economía sub 40, categoría que sigue cotizando alto; y Julio Cleto Cobos, a quien la historia ni siquiera se molestó en juzgar. Es 2007 y Felipe sabe que Néstor no se fía de él, y que Néstor valora una cierta confianza basada en piel, que no tiene con él. Fellner es el Presidente de la Cámara de Diputados y Felipe, que abandonó un duhaldismo en el que nunca creyó demasiado, no tiene adónde ir. (Así las cosas, algunos años después presidirá la Cámara el único otro agroperonista de peso, Julián Domínguez).
Hoy, la unidad del peronismo es prácticamente total. Poco queda del peronismo Lavagna de 2019 (su hijo Marco preside el INDEC y otros de su tropa encontraron también lugar, pese a que el exministro de economía haya rechazado casi a gritos la presidencia del Consejo Económico y Social). Hay un pequeño bloque de diputados que dicen las malas lenguas fue armado por Massa para complicarle las cosas a Juntos por el Cambio. Todos los representantes de los PJ provinciales han vuelto a sentarse en la mesa grande del justicialismo nacional, hasta los cordobeses. Pero no siempre fue así. La última vez que el peronismo estuvo tan unido fue en 1989. Durante el menemismo, se producen las rupturas del Grupo de los 8 primero y Cavallo después. En 2003, esas fracturas cuajan en las tres candidaturas de Kirchner, Menem y Rodríguez Saá. Los gobiernos K convivirán con viejas y nuevas rupturas.
El peronismo de Felipe post 2007 no es el de Duhalde; tampoco el de Menem y Rodríguez Saá. En 2008, se opone a la 125; más allá de la disputa configurada en torno a ella, los elementos que critica son rechazados hoy en día por el mismo kirchnerismo. En 2009, Felipe se equivoca. Acepta unirse a De Narváez y, el horror, a Macri. Cree que puede configurarse una oposición constructiva. Cree que algo de la política pasa por las candidaturas testimoniales de Kirchner, Scioli y Massa. Su exjefe, su sucesor, su próximo líder. Felipe se equivoca, lee mal la política: lee bien las elecciones (con el expresidente a la cabeza, el FPV pierde, ¡pierde! la provincia de Buenos Aires en manos de alica-alicate). Pero lee tan mal la política: no han cerrado las listas y ya lo han traicionado. Felipe se equivocó: se toma un tiempo.
¿Qué habría pasado en 2011 si se hubiera presentado? Cristina necesitaba ese año lo que no se necesita nunca: opositores. Cristina fue demasiado ese año: presidenta, viuda, su propia opositora, tiránica y ultrademocrática, las más votada y la menos querida, la más loca y la única lo suficientemente cuerda para mantener el país a flote. La política necesitaba políticos ese año. Son tristes hasta las boletas en 2011: Binner, Alfonsín, Rodríguez Saá, Duhalde.
En 2013, Massa tiene todo lo que no necesita. Es el candidato de Canal 13, es el candidato de todo lo bueno y nada de lo malo, es el candidato que no podés dejar de votar. Es el candidato de los moderados, de los periodistas, de los empresarios, de la farándula, el que se comenta en la mesa de Navidad, el que echaron por demasiado honesto, el del sentido común. ¡Es como Hillary Clinton! En 2015, pierde. Dentro de la ola Massa, Felipe es el último político, es el representante de algo que ya terminó. Es el único que se le anima a la temible provincia de Buenos Aires, una vez más, a sus 65 años. Es racional, moderado, aporta ideas y calma. Es aquello que Massa es ahora.
No quiero perdonarle a Felipe sus años antikirchneristas. Por suerte, no hay demasiado que perdonar: todo lo que tuvo de equivocado lo tuvo de inoportuno. Se presentó en las elecciones en las que debía quedarse en su casa, y se borró de las boletas en las que podría haber logrado algo. Lo traicionaron al menos dos veces y tuvo aliados que le habrían hecho más bien como enemigos. No hay demasiado que perdonar porque, por una década, Felipe no cambió prácticamente nada en la política argentina.
La historia comienza en 2007 con un desencuentro. Néstor le juega dos malas pasadas. Primero, no apoyarlo en una candidatura a la gobernación que la Justicia aún no había desaprobado. Sí, Felipe había cumplido más de un mandato, pero había sido votado una sola vez como Gobernador; merecía una reelección. En su lugar, Kirchner corrió a Daniel Scioli de una pelea por la Jefatura de Gobierno porteña y lo llevó al otro lado de la General Paz; creó así dos enemigos de una sola jugada: Macri y Scioli. La segunda mala pasada es más cruel. Felipe merecía presidir la Cámara Baja, como lo mereció Massa en 2019 y le fue reconocido. La regla no está escrita, pero todo legislador que se alza con esa inmensa masa de votantes cada cuatro años se ha ganado, históricamente, este cargo.
No es esta traición la que empuja a Solá a acuerdos negros con personajes grises. Para entender eso hay que pensar más profundamente en el giro neoliberal del menemismo; sobre eso, el próximo apartado. Si ese giro no fuera más que un vaciamiento de las banderas históricas del peronismo y su suplantación por un ADN extraño, ¿cómo se explica el final de esta década, el 2017, la ruptura con Massa, el llamado a la Unidad?
Con todos sus errores, tal vez salvado por sus malos resultados, Felipe Solá sobrevivió los 2000. Fue lo que todos fuimos: kirchnerista y antikirchnerista, probablemente en los momentos incorrectos. Pero si ante la debacle macrista fue uno de los primeros dirigentes que entendió la necesidad y urgencia de la unidad, es porque Felipe es más que un peronista del montón. Es porque Felipe, con Menem, con Cavallo y con Ruckauff, siguió siendo cafierista.
[3] lo que fue
La Renovación es un momento muy importante del peronismo, un peronismo que no fue. Es menos anti-neoliberal de lo que lo pintan los cafieristas; pero también es más un proyecto sui generis de lo que lo pintan los antiperonistas. El cafierismo es la reivindicación de la autonomía de la política, es un decisionismo con todo lo bueno y todo lo malo que eso implica: con su burocratización, su voluntarismo y su anticorporativismo.
Así Felipe construyó un proyecto del peronismo para el agro: un proyecto autónomo, en diálogo continuo con los productores pero nunca atado a ellos. El problema de Felipe, de manera análoga al problema del agro, es la restricción externa. Las decisiones tomadas dentro del ámbito soberano de la política pero más arriba lo constriñen plenamente, no sólo en las posibilidades elegidas sino en la misma concepción de las posibilidades. Felipe no acepta nada de lo exigido por el Campo sin una negociación, no lo toma como dado; pero no puede rechazar nada de lo reclamado por la Política. En su libro, Felipe se pregunta cómo no vieron los progresistas como él el desguace del menemismo: la entrega de la soberanía económica, la injusticia de los indultos, la exclusión de múltiples sectores. Y se contesta: creímos que era la única forma de hacer sobrevivir la Argentina.
Algunos creemos que estaban equivocados, que había otro camino. Ese no es el peronismo posible, el camino no tomado que representa Felipe. Es más: nadie representa unos 90 alternativos; ni Cafiero, ni Duhalde, ni Bordón, ni Moyano, ni Álvarez, ni aun Alfonsín.
La economía se había cerrado. Menem, sin decirlo jamás, como si siempre hubiera sido parte del plan, se rindió, se ató de pies y manos a cambio. Tuvo libertad plena de hacer con el peronismo y el país lo que se le antojara. La consiguió a cambio de entregar el poder de cambiar lo único que valía la pena cambiar: el modo de acumulación, el modelo productivo. Obtuvo la soberanía política a cambio del indulto y la soberanía económica a cambio de la Convertibilidad.
Felipe se dedicó a lo suyo por diez años sin soñar otra cosa. Con el universo de la disputa económica cerrado, se lo puede juzgar como un buen funcionario: el que libró al país de la aftosa y permitió que la Argentina volviera a exportar carne; el que introdujo la soja transgénica y dio pie a la conformación de la infraestructura del kirchnerismo.
La del peronismo y el campo podría ser la disputa que hace la historia argentina durante la segunda mitad del siglo XX. Es la disputa del Modelo Agro Exportador y la Industrialización Sustitutiva. Nada que decir que no haya dicho ya Guillermo O’Donnell: hasta el 55, el peronismo pudo sostener su alianza de los sectores populares y parte de la burguesía; desde aquel año, se reabre la alianza total de campo e industria. En el 66, el Estado intenta terciar con fuertes retenciones. En el 73, se vuelve a ensayar la alianza defensiva peronista. En el 76, ese país se cierra.
El peronismo pampeano de Solá es justamente posible por esa clausura, pero dentro suyo tiene un lugar para la política. Es debido a que la tiene que se encuentra en ella un vector abierto que apunta hacia afuera, hacia la posibilidad de la transformación social que nunca termina de cerrarse. El kirchnerismo quiso ensayar la disputa con el Campo como si fuera 1946, pero ya no lo era. Entre el modelo conciliador pero sin capacidad de soñar lejos y el modelo del disenso que no obtiene resultados, ¿se puede elegir? Es la tarea del peronismo en el Frente de Todos: intentar una disputa honesta, un disenso pleno sin entrar por ello en una pelea que se lleve puesta toda posibilidad de cambio.
Felipe Solá fue neoliberal porque la política lo era. Pero donde el neoliberalismo no cree en nada, Felipe creía aún en algo: en la política. Eso lo hundió en decisiones equivocadas. Eso le permitió también sus decisiones correctas. Eso le permitió sobrevivir.
Felipe era gobernador hacía seis meses cuando la policía asesinó a Máximo Kosteki y Darío Santillán en Avellaneda. Era el responsable político, porque el Estado siempre es responsable, porque el funcionario público siempre está en deuda, porque siempre se merece todos los reclamos. Con ellos se acabó el sueño Duhalde, porque el presidente es el nombre del gobierno y habla en nombre del Estado, y en nombre del Estado debe responder todas las preguntas. No se acabó el sueño Solá, sin embargo, porque la justicia es ciega y reparte las culpas como puede repartirlas. Escribo estas líneas mientras se busca a Facundo Astudillo Castro (publico la nota cuando ya lo han encontrado), mientras la Argentina tiembla una vez más ante un duelo que aún no puede empezar a hacer. Sabemos que no sabemos cómo hacer pagar a alguien. Sabemos que siempre es más y menos complejo: más complejo que simplemente echar a todos los policías y a todos sus jefes y a todos los responsables políticos. Menos complejo porque el dolor no admite impunidades y porque no es un dolor sino miles de dolores. La violencia institucional es estructural pero alguien tiene que pagar (y eso está bien); es estructural pero los distintos gobiernos se manejan de forma distinta, y eso cambia todo (pero no cambia nada). Es estructural pero es imposible no pedir que cambie todo ya. Es estructural pero puede y debe cambiar. Se puede juzgar el accionar del gobernador Solá ante la Masacre; se pueden juzgar sus resultados, sus intenciones, su buena o mala suerte. ¿Está mal decir que cualquier juicio empieza por una decisión de creer o no creer?
Felipe no representa un modelo alternativo de seguridad. El peronismo aún no lo tiene, y paga por ello todos los días (Massa se sumó al tren fácil de la mano dura en años legislativos, pero la abandonó rápidamente en los ejecutivos). Algunos proyectos y funcionarios de Felipe, sin embargo, algo representan. León Arslanián, su ministro de seguridad entre 2004 y 2007; Juan Pablo Cafiero, ministro de desarrollo humano entre 2003 y 2005. Son jirones.
Es difícil escribir un perfil de Felipe Solá que no sea una apología ni una condena.
[4] lo que es
La primera vez que escuché el run-run era mayo de 2019, y estábamos terminando de tragar la candidatura de Alberto, y esperábamos pensar la articulación con Massa. Me decían que Solá “se estaba formando en Defensa”, que “quería agarrar eso”. La vorágine de la campaña fue inmensa: en algún momento lo imaginamos incluso renunciando a la banca para volverla a asumir y sanar la herida de 2007; incluso pensamos que podía volver a la casita de los viejos: jugar en CABA. En fin, cuando llegaron las PASO ya todos sabíamos que Felipe se jugaba la Cancillería en una interna con Jorge Argüello.
Un ingeniero agrónomo en la Cancillería, como confirmando una identidad. Perón decía que la verdadera política es la política internacional; y la verdadera política internacional, en el siglo XXI, parece ser el comercio exterior. La vuelta de este área al Ministerio de Relaciones Exteriores es la obsesión de Solá. Lo repite en cada tweet, como antes repetía el #EsConTodos: hay que aumentar las exportaciones en USD 25 mil millones por año. Se trata de vencer la restricción externa. Cristina dijo una vez que el presidente sólo tiene el 25% del poder real; su batalla (la 125, la Ley de Medios, la Reforma Judicial) fue una batalla por ese 75%. Felipe dice, igualmente, que al Ministro de Economía le faltan 25 mil palos verdes.
Se puede decir mucho sobre Felipe, y se ha dicho, incluso en esta nota. No se puede decir que no se atreva a lo difícil. Agarrar Cancillería es agarrar algunas de las cuestiones más candentes: es agarrar Venezuela, es agarrar Bolsonaro, es agarrar un cacho de la Deuda Externa, es agarrar Vaticano, es agarrar Bolivia. Debe destacarse una cosa sobre Felipe: le repugna esa fórmula macrista que Martín Rodríguez llamó “llegar al poder para devolverlo”, y que de alguna manera refleja también ciertos manejos de Daniel Scioli que el mismo Solá le aconsejó no tomar cuando le entregó la banda bonaerense. Scioli le habría dado Educación a Barbieri, Hacienda a Batakis y Finanzas a Bein. Solá no se da a sí mismo Agricultura: quiere ir al fondo.
Lo personal es lo menos importante, pero me gusta Felipe. Le creí en su campaña de 2018 y 2019, le creí cuando leí su libro. También en eso se diferencia de Scioli y se parece a Alberto: no le gusta posar. Sabe que el valor de lo genuino, en política, es inigualable. Me gusta a pesar de que rechazo las alianzas que hizo durante el kirchnerismo, a pesar de que condeno una cierta ceguera que lo atrapó en los 90. Me gusta, sin duda, porque aprecio sus buenas decisiones: su militancia en la JP Lealtad, su gestión como gobernador, y last but not least, el gran aporte de transparencia y calma que trajo su giro unitarista en 2017.
Felipe es el sobreviviente, creo, por dos motivos que ya he mencionado. Por su creencia en la política: con ella enfrentó la aftosa, la Bonaerense y el macrismo. Con ella creyó en quiénes no podían ayudarlo, pero la política en tanto ámbito decisor, la política que no se ata de manos, siempre deja la puerta abierta para un futuro distinto. Por su honestidad consigo mismo y con los demás: por su rechazo a jugar un papel. Quedan muchos menemistas; el mismo presidente lo fue alguna vez. Pero a diferencia de muchos, Felipe no se avergüenza, y tampoco se refugia en un rol de perdedor redimido, de hijo pródigo del peronismo.
El frentodismo debe ser un espacio de reapertura de discusiones, una nueva mirada del peronismo hacia su propia historia. No alcanza el (necesario) rechazo al menemismo, a su violenta amputación del estado, a sus sucios acuerdos con lo más oscuro de nuestra historia; no alcanza si no hay una sincera conversación sobre: a) cómo llegó el menemismo, b) cómo se fue, y c) qué hacer con quiénes estuvieron ahí. La vida de Felipe ofrece buenas perspectivas sobre esos tres puntos, y también por eso vale la pena pensar en ella.
Quiero romper mi promesa del primer párrafo para incluir otra referencia a la autobiografía del Canciller. Ante el fallecimiento de Néstor Kirchner, reflexiona:
“Si esta muerte les va a resultar más dura a los pobres de la Argentina, los equivocados estaremos en la oposición. Si esta muerte le resulta dura a todos los que admiran a los hombres fuertes, a los hombres valientes y a los hombres que marcan un antes y un después en la Historia, entonces tanto el oficialismo como nosotros tendremos un futuro.”
Y así fue.