Fundar la libertad, tenerle rabia al silencio
Mateo Barros
El 17 de octubre fue la primera interlocución masiva en el espacio común de experiencia entre el movimiento obrero -organizado, subjetivado como tal- y quien se convertiría esa noche en su conductor. Es el día en el que se interrumpió algo: el orden de la dominación como trascendencia indeclinable de la política; la noche que demostró que el valor de la unión es más potente que el valor del dinero o que la fuerza de las bestias.
Fue el día en el que un pueblo postergado se desquitó de su inocencia, desandó su destino y marchó desde las periferias en busca de centralidad. Exigió ser nombrado.
La irrupción de las masas desreguló ese orden «natural» de las cosas y puso en jaque la institución de las partes: los pobres se habían reunido para fundar la entidad de los que no tenían más que un deseo irreprimible de libertad.
Cuando la olla se destapa emerge el vapor, se abren los poros, se siente el calor y el aire se respira más liviano. Así imagino el 17. El día que fundó la política moderna argentina. Se inauguró lo que podríamos llamar justicia política, porque se democratizó la práctica común. Se marcó a fuego la lealtad con un conductor, pero sobre todo, con las causas justas que componen la melodía de los iguales. Fue un relámpago que rajó para siempre el piso de comodidad de los que se habían acostumbrado a vivir a expensas de los demás.
Antes del 17, la política se encargaba de equilibrar o desequilibrar el juego aritmético de las ganancias y las deudas, de saciar el apetito de las almas vulgares de un puñado de familias. Después del peronismo, la política dejó de ser así de simple, se complejizó, se enredó.
El peronismo, en sí mismo, es complejo. Me gusta esta definición de Daniel Santoro: “el Peronismo es de arena, es imposible trazarle límites”. El peronismo tiene una historia tan pimpante como variopinta. Se aggiorna, se modifica, se reproduce y se extiende a través de las generaciones.
Vive en los recuerdos y en las lágrimas de los ojos arrugados de mi abuelo. Vive en el sudor de la compañera que levanta un comedor en Villa Palito y en el gesto del empresario comprometido que abre su bolsillo para donarle alimentos. En la jubilación de mi abuela así como en el manual de los revolucionarios. En los tranvías repletos de gente y también en el colectivo feminista. En ese pibe que es primera generación universitaria y en el acorde de una canción de protesta. En la Argentina invisible que se subleva y se organiza. En los mártires, en los libres y en cada uno de los laureles que supimos conseguir. Vive, gracias a la lealtad.
La realidad efectiva
Laura Reverter
“Sensibilidad e imaginación es base para ver, ver base para apreciar, apreciar base para resolver, y resolver base para actuar.”
Lealtad a la realidad efectiva. Lealtad como concepto donde decanta la dignidad del pueblo trabajador. Allí donde las cosas son simples, donde lo poco es mucho y donde la felicidad se hace carne en la dignidad, allí vive, se radica y se preserva el peronismo.
El peronismo abrazando a los hijos y a las hijas de la patria que yacen ahí abajo, en el subsuelo.
Irreverencia en el derecho de los trabajadores, irreverencia en las conquistas, irreverencia en cada hijo e hija que llega a la universidad. Irreverencia que hace inmensa a esta Nación.
El 17 de octubre se plantó la semilla fundacional de una patria nueva, una patria que se negó a ser colonia, que se bautizó en aquellas fuentes de la Plaza y que comenzó a recorrer el camino de la justicia social.
Pero el peronismo vive, resiste y persiste en los miles y miles de argentinos y argentinas abrazados por él durante estos 75 años.
Lealtad de humildad, lealtad de empatía, lealtad de comunidad. Lealtad allí donde el colectivo triunfa, se enaltece y vive sobre los egoísmos, sobre la avaricia. Lealtad a la política, esa herramienta tan poderosa y tan vital para transformar cualquier realidad que nos propongamos. Lealtad a aquel que vive para y por el otro. Lealtad a las manos de aquellos que entienden, que viven y que sienten a través del pueblo.
El peronismo es el hecho maldito de un país burgues, como uno dijo una vez, también somos hierba mala que nunca muere como otros vociferan. Y sí, somos eso, porque somos el subsuelo de la patria sublevada, el odio de los que no conocen la bondad de un abrazo en nuestra Plaza de Mayo. Somos el barro con el que se construye la historia, aunque los ladrillos se hagan con bosta. Somos tortas fritas con mate cocido los días de lluvia, pero también pizza con champagne. Somos miles, millones, unidos y organizados, que así conciben la felicidad. Somos un supermercado ideológico que te ofrece todo, en una inagotable pretensión de abarcar la totalidad.
Pero también somos capaces de mover y transformar la realidad de los desiguales, de los que nada tienen, para que una vez, aunque sea una vez, el sol y la justicia iluminen el rostro de aquellos que la historia pretende olvidar. Somos la realidad efectiva que le debemos a Perón.
Bienvenidos sean los hijos del culo
Ignacio Fermín Viñuales
El peronismo es la respuesta a un problema de antaño, acentuado en la globalización. Simplificado de tecnicismos sociológicos, la población se divide en dos: los que pueden y los que no pueden. Los que no pueden, los hijos del culo, los leprosos, los que no tuvieron suerte en la timba uterina, al menos en Argentina, desde el 17 de octubre de 1945 ya no están solos. Lealtad a ellos, lealtad a que a través del peronismo haya una sola categoría: personas con derechos y trabajo. El peronismo da una estocada de muerte a la infelicidad de los que no pueden poner los pies en el plato. Le moja la oreja a la soledad y empuja a los parias de los márgenes al centro. Y en el centro estamos todos juntos. Como bien dijo Leonardo Favio: “Me hice peronista porque no se puede ser feliz en soledad”
Se comprende y se siente
Sofía Schapira
Muches ya se han preguntado qué es el peronismo, no es una pregunta poco común. Y creo que podemos afirmar haber recibido las más variopintas y fascinantes respuestas por parte de distintos actores. La realidad es que no sé qué es exactamente el peronismo pero sé cómo se siente.
Ser peronista es sentir una hermandad —ese famoso compañerismo— con gente que se desvive por frenar injusticias. Es escuchar la marcha en cualquier parte del mundo y que se te ponga la piel de gallina. Es ver a millones despidiendo a Evita, despidiendo a Néstor, y sentir ese dolor como propio. Pero también es llegar a una plaza con 35°C a la sombra y percibir la mezcla de olores entre puestos de choris, transpiraciones propias y ajenas y bengalas quemadas. Y ser feliz con esa mezcla. Es ver niñes jugando en la fuente y recordar las famosas imágenes de las patas ahí metidas. Son los sindicatos, los actos, las canciones. Es la foto de Perón en la cocina pero también en conocer el peronismo de grande. Es abrazarte en una plaza con gente a la que nunca viste en tu vida pero, sin cruzar una palabra, sabés que sienten exactamente lo mismo que vos. Es ver cómo tus dirigentes toman reclamos históricos y los convierten en derechos. Es el gusto al chori o a la olla popular, el sonido de los bombos, el olor a multitudes, la multiplicidad de símbolos que nos movilizan. El peronismo rompe con la lógica y genera un sentimiento identitario imposible de procesar con palabras.
Ya lo dijo Leonardo Favio, no se puede ser feliz en soledad. Y, si todavía no tuvieron la suerte, les invito a experimentarlo. No se van a arrepentir.
Instrucciones para inventar el peronismo
Dante Sabatto
El diecisiete de octubre de mil novecientos cuarenta y cinco, el peronismo fue inventado. Todas las lecturas de esa plaza, desde las emotivas (el subsuelo de la patria sublevado) hasta las asqueadas (el aluvión zoológico), las que resaltan el espontaneísmo de las bases que se “adelantaron” al llamado oficial del paro del 18 y las que reponen el fundamental rol de las organizaciones gremiales; todas ellas buscan capturar ese “plus” que define el 17 de octubre. Aquel que no surgiría de sumar los relatos directos de cada participante y cada espectador, las cartas de Perón a Evita y las decisiones tomadas en la Casa Rosada y en la CGT.
La jornada que ocurrió hace 75 años es un momento de máxima contingencia de la política. Juan Carlos Torre escribió un ensayo titulado “La Argentina sin el peronismo” donde imagina ucrónicamente qué hubiera ocurrido si hubiese fracasado el 17 de octubre. En él, evalúa los pasos lógicos que podrían haber desencadenado tal escenario, y reflexiona sobre una figura olvidada de la historia, el general Ávalos, que se negó a reprimir la manifestación. No hay motivos conocidos que expliquen su decisión, que efectivamente fue un factor fundamental en la invención del peronismo. No hay astucia de la razón que de una respuesta satisfactoria. Y aún si podemos comprender el sentido que guió las acciones de los manifestantes (como cálculo racional, como respuesta al carisma de Perón, como respeto a la tradición obrera, como consecución de los valores propios), ¿cómo inventa esto un movimiento como el peronismo?
Ese plus, ese todo como más-que-las-partes nace del carácter colectivamente libre del 17 de octubre: no la libertad de cada trabajador y trabajadora de participar, sino la que construyeron en conjunto. Es una libertad retroactiva: como hubo una manifestación multitudinaria que rompió las barreras de lo políticamente imaginable y lo socialmente posible, los trabajadores habían sido libres.
Creo que la lealtad que proclamamos cada diecisiete de octubre, por encima de una lealtad a Perón, a Evita, a las tres banderas, debe ser una lealtad a ese evento único en la historia. Debemos ser fieles al momento que quebró fundamentalmente la realidad argentina y creó el ámbito donde fue posible que el peronismo existiera. Somos lo que hacemos con aquel 17, que nos ata, nos constriñe, nos condiciona, no nos deja ir.
Mi viejo me llevó a la plaza
Julián Goldin
Yo era niño, apenas lo recuerdo.
Vivíamos lejos de la capital, así que visitar la Plaza de Mayo era todo un acontecimiento.
Compramos garrapiñadas, le dimos de comer a las palomas.
Mi viejo me explicó el porqué de nuestra visita: Resulta que habían ubicado equipos de sonido en cada lugar importante del predio (dígase el balcón de la rosada, el cabildo, la plaza…) y estos reproducirían grabaciones históricas, como una forma de revivir todos los sucesos tan significativos que acontecieron en esta locación.
El sonido era potente. En un momento mi viejo me dijo que cierre los ojos y que me imagine siendo parte de estos acontecimientos. Entonces comenzó a sonar la voz de ese líder, le hablaba al pueblo de una forma tan directa y certera que nunca olvidaré. Y cuando cerraba cada una de sus frases, la gente bramaba. Así fue que en un momento, desde el centro de la plaza, comenzaron a sonar unas estrofas que quedarán por siempre en mí grabadas. Venían del corazón del pueblo, y así decían: «Yo te daré / Te daré patria hermosa / Te daré una cosa / Una cosa que empieza con P / Perón»
Sonó varias veces, la terminé cantando para mis adentros. Pasaron los años, estudié historia, ciencia política, me apasioné por el peronismo: Su génesis y desarrollo. Milité. Pero yo ya era peronista desde aquel día, cuando fui parte de ese pueblo que le cantaba en la plaza de mayo a su líder.
El renacer de los que sufren
Pilar Sánchez Muiño
«Yo soy la descamisada, surgida del peronismo, que ostenta justicialismo como emblema nacional. Soy la mujer argentina, el 17 de octubre, la que de orgullo se cubre porque es grande mi nación.»
Nelly Omar
Hace 75 años, como dijo Scalabrini Ortiz, se sublevó el subsuelo de la Patria. Los descamisados, los relegados. Los que durante décadas habían sido obligados a no existir emergieron en el escenario público para gritar que sí existían; que estaban ahí, esperando. Se rompió todo, y renació con una fuerza inédita. Los que todos los días levantaban la Patria con sus manos juntaron sus voces en una para gritar «Viva Perón».
Reconocerse peronista es más que adherir a un pensamiento. Es una elección de vida, una elección por la justicia social, una elección por el trabajo, por la dignidad de los humildes, por la felicidad del pueblo. Es una elección por la gloria.
Hacer política es crear trabajo. Y crear trabajo es desarrollar nuestra industria, decidir la soberanía, construir dignidad. Esas elecciones son más que una consigna. Un país libre es aquel que decide levantarse, dejar de estar de rodillas frente a intereses foráneos y espurios, para construir una sociedad más justa, sensible a las necesidades de sus hijos y de sus hijas. Un proyecto de país, pensado y planificado para las necesidades del conjunto de quienes habitamos su suelo, y no para unos pocos privilegiados. Y el único camino para conseguirlo es la autodeterminación de los pueblos. Sólo así podrán ordenarse nuestras prioridades.
Desde hace ya varias décadas, la pobreza parece haberse convertido en un fenómeno estructural, como un mal necesario con el que hay que lidiar. Un conjunto de personas descartables cuyas necesidades se limitan a recibir algún subsidio, o mercadería para comedores barriales. El verdadero flagelo es, en definitiva, habernos resignado a este disparate. Con todas las prioridades desordenadas, nos preocupamos por los índices, las estadísticas, cuántos dígitos de pobreza, cuántos niños con hambre. La justicia social está a años luz de estas preocupaciones superficiales. La justicia social es la convicción absoluta de que cualquier habitante del suelo latinoamericano nazca y crezca con la posibilidad de elegir una vida digna, plena. Y esa es y debe ser siempre la prioridad impostergable.
Hay quienes dicen que el peronismo quedó viejo, que las banderas justicialistas están obsoletas. Que pensar en una Argentina industrializada es una utopía inviable, y que hay que optar por la resignación de venderle soja a los chinos, y hacer buenas maniobras con el dólar. Si lo viejo es soñar con una Argentina libre, justa y soberana, me declaro re vieja, re soñadora, y recontra justicialista.
Algo cambió para siempre ese 17 de octubre. Tomamos la decisión colectiva e irrevocable de ser una región dispuesta a jugárselo todo por convertir en realidad el sueño de la justicia social. Y hacia allí seguiremos avanzando contra viento y marea, organizados y juntos.
La lealtad peronista es la confianza en el pueblo
Mair Williams
La lealtad peronista es una demostración. ¿Qué demuestra? Que hay que confiar en el pueblo. ¿Quién debe confiar en el pueblo? Los dirigentes, y el pueblo mismo. El pueblo, como dice Cristina, debe tener una profunda autoestima y fundamentalmente muchísima confianza. ¿Por qué? No porque “el pueblo nunca se equivoca”. Eso es una tontería tan grande como “las masas desean el fascismo”. Hay que confiar en el pueblo porque la confianza hace que las cosas se pongan en marcha, la confianza hace posible animarse a actuar con otros (la única forma de actuar). Porque poner algo nuevo y transformador en marcha es dar un paso hacia territorio desconocido. Hay que confiar en el pueblo porque solo el pueblo puede hacer el movimiento (y al Movimiento) que oriente el rumbo del país. Porque si el pueblo no puede -o mejor dicho, cuando el pueblo no puede- el país lo dirigen los que no son el pueblo. Mejor confiar en el pueblo.
La confianza del pueblo y en el pueblo no es esa confianza cruel de los mercados. La confianza del pueblo y en el pueblo no es una monedita meritocrática -que te la dan si te portás bien y te la sacan si te equivocás- y es importante ver la diferencia: el inversor saca cuentas antes de confiar, especula. No es tampoco cuestión de confiar (solamente) porque alguien hizo algo bueno en el pasado. Esa confianza es la confianza que “se construye en años y se destruye en un día”. No. La confianza en el pueblo es una cosa mucho más profunda. Es la confianza de quien ama y porque ama pone lo mejor de sí. Y siente que las cosas podrían salir bien, porque sabe que en algo va a participar del curso que las cosas tomen. Este tipo de confianza integra la convicción y la duda. Nada me garantiza que esto vaya a salir bien, excepto una cosa: que voy a poner lo mejor de mí para que salga bien.
Confiamos en el pueblo porque somos parte del pueblo y confiamos en las ideas que nos motivan, el esfuerzo que ponemos en motivar a otros, el deseo que tenemos de vivir en un mundo mejor. Y como el mundo mejor es con otros, hay que confiar también en los otros, que pueden tanto como nosotros. Esa es la confianza profunda y hermosa de la que hablamos. Esa es la confianza profunda y hermosa que ese 17 de Octubre hizo posible la lealtad peronista. Por eso la lealtad se reafirma cada año: somos el movimiento que confía en sí mismo.
No seré yo quien lo olvide
Clara Ochandio de Leo
Cuando la fuerza es el derecho de las bestias, nuestro faro en el camino de lo posible es la lealtad. La lealtad es música de pueblo, sinfonía de un sentimiento.
Es la humildad irreverente, fraterna, sorora; de cuartel, de fábrica y virtual. Es hecha y también es hacedora.
Es gratitud porque no se puede pensar una sociedad desagradecida, es trabajo porque precisa moldearse dedicadamente y es devolver en actos de justicia.
El 17 de octubre de 1945 fue devolver, devolver al Cacique de los sucios, de los abandonados, de los agujereados por la ofensiva de la desigualdad.
El antes y después más poético de nuestra historia. En esta gesta sin orquesta no se pidió credencial, ni ADN a quien sea que quisiera caminar hasta llegar a Plaza de Mayo. No existió mezquindad prejuzgadora. Cabe tener presente que ese mismo es el cimiento de nuestra identidad peronista.
El 17 de octubre es el hito que nos invita una y otra vez a seguir devolviendo al último gran Cacique que nos convocó a crear y creer en un proyecto de Nación. Sin mezquindad y sin olvido.
Leales a la Política
Alexis Schamne Aráoz
El 17 de octubre de 1945 es sin duda un momento de quiebre en la historia argentina, que cambió determinantemente la vida política e institucional de nuestro país. Es el día que los trabajadores y los humildes irrumpen en escena, y se constituyen como el sujeto de cambio de lo que después será el proyecto nacional del General Perón. Esa multitud que materializó una verdadera gesta, fue el inició de una revolución, la de los días más felices: un proyecto regido por la justicia social, que convirtió en políticas públicas y derechos todos los anhelos y deseos de las mayorías.
El 17 de octubre es el comienzo de una forma de hacer política que emociona y eriza la piel. Que en la ecuación tiene más calle que palacio. Que tiene menos rosca, y más transformación. Que dignifica. Es la política como arte. Que armoniza intereses de los más diversos en pos de un objetivo común.
Es una política incomoda, porque la hacen los trabajadores, para los trabajadores. Porque no tiene ni vanguardia, ni líderes. Tiene conductores y comunidad organizada.
La lealtad es con nuestro pueblo, sí, pero también con la política como herramienta de los que no tienen nada, para cambiarlo todo.
A 75 años del hecho fundacional del movimiento nacional justicialista, la tarea es seguir reafirmando y reforzando nuestro punto de apoyo, que son los trabajadores y los excluidos. Los que sostienen y ponen la fuerza para que en ese juego de transigencias que es la política, la balanza siempre se incline para el mismo lado.
Nuestra historia
Azul Mosquera
Lealtad con pies en la fuente. Una plaza llena de cabezas negras y zapatos sucios de caminatas tardías, a paso lento pero con extravagantes convicciones picaras. Ojos grises y deseosos, casi como unos llorones intrépidos con manos frías y sentimientos calurosos.
No tanto más lejos que ayer cuando un pueblo pisoteó y salpicó aquella emblemática fuente que se pintó de incordiosas velas prendidas. Nos remite histriónicamente a la más maravillosa música, aquella que resuena en oídos perezosos; lealtad a Perón.
Lealtad con misericordia y empatía. Lealtad con zapatos rotos y manos embarradas, algo parecido a un residuo de morbosa felicidad. Lealtad a setenta y cinco años y contando aventuras, cual hombre o mujer que sentada reposa en sus emblemáticas memorias.
Diecisiete de octubre, parecido a una huella pétrea como un abrazo de hermandad y compañerismo histérico. Lealtad como aquella intrépida cosa no explicable; quien razona sobre lealtad no comprende el inagotable y persistente sentir: la lealtad hacia los leales, transgresores artífices de la historia.
Nuestra historia.
Pero el Pueblo
Rodri Holmberg
Ayer festejamos el septuagésimo quinto aniversario de la sublevación del subsuelo de la Patria. Aquel día en que cientos de miles de argentinos y argentinas salieron de sus casas y de sus trabajos para precipitarse hacia la Plaza de Mayo y, particularmente, hacia la historia. Celebramos que hace 75 años nacía el peronismo, pero también, tautológicamente, el pueblo entendido como tal. Ni clase, ni masa, ni populacho, ni aluvión zoológico, ni turba histérica incivil, ni bonapartismo, ni pretorianismo, ni individuos, ni nada de eso. Seres humanos entendiendo la Historia, y corriendo deseosos para constituirse, por fin, como Pueblo. Y como Pueblo peronista. De la mano de Juan Perón, el primero que lo nombró y los nombró.
El 17 de octubre no es un “de abajo hacia arriba” clásico, liberal. No es la sociedad civil pactando el mejor orden político posible (¿alguna vez sucedió eso realmente?). Es lo que la generación del 80 no quiso hacer. Nos había legado la educación pública, la secularización, las vacas, la soja, la moneda, el himno, los inmigrantes. ¡Nos habían dejado hasta el Estado! Pero faltaba el pueblo. El sujeto maldito del país “potencia”. El elemento restante que descuajeringa la estructura.
El origen del peronismo y del pueblo es afrodisíaco: la muerte del viejo régimen permite nacer algo hermoso. Tan hermoso como, dicen, contradictorio. Negro pero en blanco. Alpargatas pero libros. Patriótico pero internacional. Autoritario pero democrático. Revolucionario pero conservador. Fascista pero socialista. Mágico pero real. Un historiador cuyo nombre no puedo rememorar decía que el peronismo no se llama así por Perón, sino por la palabra “pero”. No lo sé. Quizá nada es esencial en el peronismo. Ni siquiera sus contradicciones. Su esencia es la falta de esencia, pero la única verdad no deja de ser la realidad: ese día el Pueblo se hizo presente. Apareció, estaba ahí. Era insoslayable. Para negar que fuera el Pueblo, había que negar, como hizo el gran Borges, su mera presencia en la Plaza de Mayo. Borges, sabemos, era ciego.
El 17 de octubre nos encontró, curiosamente, relegados al imperio de nuestros hogares o autos. Fue un acto de republicanismo peronista: la salud está por encima de la mística. Los dirigentes más tradicionales abrazan la posmodernidad de una transmisión virtual fallida, y los liderazgos más plebeyos salen en sus camiones y automóviles para formar una caravana que permite asegurar la calle. Una vez más, la astucia popular le gana a los cálculos palaciegos. La alianza gobernante se muestra unida bajo el gran significante que empieza con P, pero seguramente nadie sintió que el espíritu peronista estaba en el improbable acto en la CGT. Ni en la página web, ni en las redes. Ni en un espacio físico claramente identificable. Y eso lo hace distinto. Estaba sin estar, siempre vivo y siempre transformándose. Cuando el virus despertó, el peronismo seguía ahí. Con menos argentinos vivos. Pero presente, indiscutido. Insoportablemente vivo.