Por Mateo Barros y Alexis Schamne Aráoz
El pueblo boliviano, luego de un año por demás convulsionado, resolvió democráticamente -y hasta ahora en forma pacífica- el pasaje de gobierno de facto a gobierno elegido por voluntad popular. Sucede a la Presidenta ficticia Jeanine Añez el ex ministro de economía y finanzas de Evo Morales, un tecnócrata cabizbajo quien se le adjudica ser el ideólogo del “milagro económico boliviano”: Luis Arce Catacora. A continuación, algunas reflexiones sobre lo que dejó la jornada electoral del domingo pasado.
[1] El binomio.
La elección de Arce como candidato a Presidente, visto en perspectiva, fue un acierto de Evo Morales. Recordemos que cuando se hizo la reunión en Buenos Aires para definir el binomio que competiría en el primer llamado a elecciones (luego pospuesto por la pandemia del Covid-19), el mandato de las bases del IPSP-MAS era que el candidato fuese David Choquehuanca. Incluso, la sorpresiva proclamación de Arce, fue vista por algunos sectores del Instrumento, como una “traición” por parte de Evo a una construcción que se suponía de abajo hacia arriba. Sin embargo, la campaña militante que llevaron adelante fue determinante para instalar la fórmula ganadora. Hubo un retorno a la mística movimientista que la burocratización de tantos años en el gobierno había anquilosado. Finalmente, podría decirse que fue un binomio reparador. Arce logró interpelar a los sectores medios urbanos que lograron una movilidad social ascendente con el masismo, y Choquehuanca aglutinó a los sectores campesinos e indígenas que se habían alejado del proceso de cambio.
La apuesta de Morales fue por el punto menos frágil de su gestión: la macroeconomía. Bolivia supo ser durante el periodo 2005-2019 la economía más sólida y expansiva del continente. Arce fue el verdadero ejecutor de esa medalla que Álvaro García Linera llamó «forma acertada de conjugar Estado, economía y sociedad» y que configuró un fenómeno casi inédito para los gobiernos posneoliberales: distribución del ingreso con la macro ordenada. Se trata de una izquierda pragmática que combina globalización donde le conviene, con nacionalización de los recursos estratégicos donde lo necesita. Bajo su gestión, Bolivia elevó su Producto Bruto Interno de 9500 millones de dólares anuales a 40.800 millones y redujo la pobreza del 60% a 37%, según datos oficiales.
[2] El fraude.
En el cortometraje golpista, el desempeño de la OEA y, en particular, el papel protagónico de su secretario general Luis Almagro en las elecciones del año pasado, fue trascendental para consumar el derrocamiento de Morales. Accionar realmente trágico y desdeñable, que lastimó con creces el prestigio de una organización de Estados que pudiera servir a los consensos institucionales del continente, pero que peca de proselitismo berreta. Este cuadro muestra los resultados oficiales de 13 centros de votación donde, en 2019, la OEA alegó que las actas eran fraudulentas porque los resultados eran “sospechosamente” altos en favor del MAS. Así es como se ve la comparación entre ambos años.
Párrafo aparte merece la estrategia que diseñó la conducción del MAS luego de que forzaran la renuncia de Evo. Cuando muchos clamaban por una “contraofensiva” que derrotara en las calles al gobierno de facto, se optó por mantener el diálogo institucional con Añez, valiéndose de su mayoría parlamentaria para allanar el camino hacia una salida electoral. Hubo confianza en la memoria del pueblo, y templanza ante las provocaciones de los golpistas. Firmeza y mansedumbre.
[3] Quiebre y dilema de la sucesión.
La derrota en el plebiscito de febrero de 2018, en el que se impuso el no a la reelección de Evo Morales, marcó un antes y un después en el denominado proceso de cambio. Tanto al interior como al exterior del MAS-IPSP, se quebró una hegemonía de gobierno. Esto no quiere decir que la conducción se haya agotado, pero es claro que el referéndum estaba diciendo algo. Un cambio de timón resultaba inevitable para esquivar el estancamiento; la excusa constitucional no fue suficiente para ordenar las asambleas internas y tampoco para atraer sectores indecisos. Se encontraba frente a un problema político que requería una resolución política: el dilema de la sucesión.
Muchos pensamos que ese plebiscito, no vinculante, podría haber sido el punto de partida de la renovación dirigencial que todo progresismo popular debe encarar para subsistir. Los liderazgos se agotan y se desgastan, existen largas bibliotecas de historia moderna de las que valernos para observar este fenómeno, pero basta con mirar a nuestros alrededores para confirmarlo. Lula no pudo definir con tiempo un sucesor en la conducción del PT en Brasil y su proscripción en medio de una campaña anticipada lo vio obligado a dimitir de su candidatura y nombrar, sobre el pucho final de la recta electoral, a Fernando Haddad. No le alcanzó para transferir sus votos al nuevo candidato.
Algo similar sucedió con la Concertación en Chile, aunque este asunto no podemos adjudicárselo únicamente a la transición electoral, sino más bien a la incapacidad de construir liderazgos y, sobre todo, de amplificar el volumen de las instituciones. El conflicto chileno desencadenó la discusión sobre una nueva constitución, que se vota esta semana, y sobre los agentes de representación ciudadana que van a definir esa nueva constitución, que pueden ser legisladores y asambleístas o solamente asambleístas elegidos por el voto popular en cada distrito. El conflicto popular no dio lugar a un nuevo gobierno de tinte popular, primero se propone recuperar la legitimidad de la política.
[4] El anti masismo y la “Revolución de las pititas”.
El resultado también tiene se explica por los problemas múltiples que había en el campo del anti masismo. Tras la renuncia forzada de Evo, nunca hubo una dirección clara de hacia dónde irían. En primer lugar, ni Carlos Mesa ni Fernando Camacho estuvieron 100% alineados con Añez. La vieron a la senadora como una herramienta para dotar de normalidad a una situación que por un momento tuvo una sola narrativa, la que explicaba que lo que había sucedido era un golpe de estado. Por eso cuando precipitó su candidatura no forzó una síntesis, sino que reforzó la creencia de que buscaba obstaculizar cualquier otro liderazgo emergente capaz de capitalizar la llamada “Revolución de las pititas”.
Por otro lado, su programa se basó en la persecución y estigmatización de los votantes del MAS. La doble R: racismo y represión. La pandemia terminó de darle el golpe de gracia a un gobierno ficticio, no solo porque mostró la ineptitud e ineficiencia para manejar la crisis sanitaria y económica, sino porque salieron a la luz múltiples hechos de corrupción que deslegitimaban incluso su propio relato sobre la “dictadura” de Morales.
Que las elecciones se pospusieran tantas veces también tuvo su costo. El tiempo acentuó las internas y la división del anti masismo provocando incluso que sus cañones no apuntaran exclusivamente a Arce. El resultado final, un conjunto de cuentapropistas sin proyecto político tratando de capitalizar un relato que en los hechos no existía.
[5] El futuro.
La etapa que se abre es un verdadero desafío para el IPSP-MAS porque deberá materializar las esperanzas de un pueblo, y revalidar sus pergaminos. Durante la pandemia la economía cayó 11% aproximadamente, con las consecuencias sociales que eso conlleva. Deberá retornar la senda del crecimiento, pero en condiciones adversas: ya no contará con los dos tercios en las cámaras a los que estuvo acostumbrado en el pasado.
El futuro requerirá acuerdos con una oposición con la que no hay casi ningún punto en común. Imprescindible será para esa tarea, que Arce y Choquehuanca puedan llevar adelante un gobierno de unidad nacional. Está por verse si el costo de eso será pasar por alto las atrocidades cometidas durante el gobierno de Añez. Resta saber también, cuál será el papel de Evo en esta nueva etapa. Las primeras señales de la fórmula ganadora son que se buscará una renovación de los cuadros dirigenciales del movimiento, en todas las esferas de poder.
Por otro lado, hay que ver cómo y de qué manera se reestructura una oposición que no tiene liderazgos claros, ni nacionales, sino meras expresiones regionales. La pregunta es si reconocerán de una vez por todas la hegemonía que logró el masismo en Bolivia, y bajo esa premisa ser capaces de articular un proyecto serio en las antípodas de este, pero fuera de las lógicas de radicalización e impugnación de todo lo que huela al MAS.