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Las elecciones yanquis en 2020 palabras

El martes 3 de noviembre “son” las elecciones en Estados Unidos (van las comillas porque, en rigor, ya votaron por anticipado más de 70 millones de personas). Como no hace falta gastar preciados caracteres en desarrollar por qué estas elecciones son importantes, vayamos directo a lo informativo:

El martes 3 de noviembre “son” las elecciones en Estados Unidos (van las comillas porque, en rigor, ya votaron por anticipado más de 70 millones de personas). Como no hace falta gastar preciados caracteres en desarrollar por qué estas elecciones son importantes, vayamos directo a lo informativo:

¿Qué está en juego el 3 de noviembre?

En juego están muchas cosas, pero lo que se eligen son cargos:

Presidente y Vicepresidente para el mandato 2021-2025 –

El presidente Donald J. Trump y el vicepresidente Mike Pence (Republican Party) se enfrentan a los Joe Biden y Kamala Harris (Democratic Party) por la titularidad del poder ejecutivo. La mayoría de los estadounidenses perciben a esta elección como la más importante de sus vidas y no es casualidad: en un sistema bipartidista en el que generalmente los presidentes duran dos mandatos, la movilización y la contra movilización política, marcada por cuestiones ideológicas, étnicas y regionales, pone el foco en estos comicios como momento clave para todos los sectores. 

Cámara de Representantes 2021-2023 –

Se renuevan las 435 bancas, dado que la cámara baja se renueva por completo cada 2 años. Todos los pronósticos anuncian que los demócratas van a mantener su mayoría, pero nunca se sabe.

Senado, clase 2 –

Más parecida a la Argentina, la cámara baja cuenta con 100 senadores (2 por estado) y reemplaza sus bancas por tercios (pero nunca un estado elige sus 2 senadores en la misma elección). Esta vez, a los republicanos, que actualmente cuentan con la mayoría, les toca renovar 23 bancas y a los demócratas tan sólo 12. En estas circunstancias, una derrota menor del GOP podría significar una mayoría demócrata en las dos cámaras.

Gobernas –

Están en juego 4 gobernaciones demócratas (Washington, Delaware, Carolina del Norte y Montana) y 7 republicanas (Missouri, West Virginia, Vermont, Utah, Dakota del Norte, Indiana y New Hampshire). Según las encuestas, Montana, Missouri y Carolina del Norte son (en ese orden de probabilidad) los tres escenarios en los que podría verse un flip partidario.

Otras cosas –

Muchos estados van a votar referéndums, además de elegir legislaturas y jueces locales.

Votar es complicado

Las encuestas le dan mal, muy mal incluso, al presidente Trump. Para nosotros los latinoamericanos, es casi intuitivo que el que tiene más votos gana, y punto. Por eso, si nos dicen que los republicanos están abajo por ocho puntos a días de las elecciones, asumimos lo lógico: no hay muchas vueltas, los republicanos NO van a ganar. Una diferencia de este tamaño no admitiría muchos escenarios. Tal vez, discutiríamos si uno llega al número para ganar en primera vuelta o qué pasaría con los votos de terceras fuerzas en el ballotage.

Pero, con apenas días de anticipación, en USA todavía puede pasar cualquier cosa.. Es porque existe una pequeña cosita que hace que, hasta el último momento, ambos candidatos tengan una oportunidad más o menos decente de triunfar. Es el Colegio Electoral. En Estados Unidos, no gana el que tiene más votos, sino el que consigue más electores. Y los electores se consiguen ganando estados, aunque sea por los 537 votos con los que Bush le sacó los 25 electores de Florida a Al Gore en el 2000. Te puede gustar más o menos, pero son las reglas. Y si algo le gusta a los yanquis son las reglas.

Los electores son delegados partidarios que cada estado elige para votar por su candidato presidencial preferido (técnicamente, una vez que los nombraron, los delegados pueden hacer lo que quieran – igual hace rato que se portan bien). Cada estado recibe un número de electores de manera más o menos proporcional a su población (estrictamente, a cada uno el número de bancas con las que cuenta en la cámara baja + las dos bancas que tiene en la cámara alta; a Washington D.C –que no es estado– le da tres fijos). Así, para ser presidente es necesario contar con el voto de la mitad más uno de los 538 electores que representan la voluntad de sus estados: el número mágico es 270*. 

Pero ¿cómo se da cuenta cada estado de cuál es su candidato preferido? En 48 de los 50 (vamos a ignorar a los otros dos), se emplea el práctico y ligeramente NADA REPRESENTATIVO “first past the post”: la boleta que obtiene la mayoría de los votos, sea con el 80% o por un voto de diferencia, se lleva todos los electores. Ganar por el 90% en D.C te va a dar tres votos; si pasas al otro por 0,3% en Texas, te llevas 38.

*: si hay empate o ninguno llega a 270, pasa esto. –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––-

Por supuesto, hay estados con mucha población y otros con poca, así como algunos estados que hace tiempo votan al mismo partido y otros que son más competitivos. No todos valen lo mismo, ni son igual de fáciles de conseguir. Esto significa que un margen chiquito en un puñado de lugares clave puede hacer toda la diferencia: para ganar (es decir, pasar la barra de los 270 electores) no hace falta tener más votos ni tampoco ganar la mayoría de los estados, hace falta jugar bien al juego

Se lo puede pensar como un juego de posiciones, en el que hay que ir llenando casilleros –de más fácil a más difícil– hasta conseguir los puntos suficientes para vencer a un adversario que intenta lo mismo, con un número fijo de puntos disponibles. Lo que gana uno está irremediablemente perdido para el otro, y viceversa. Así, como un camino espiralado, lo grafica fivethirtyeight.com:

Pero, aunque parezca una lucha cuerpo a cuerpo en cada casillero, también se lo puede concebir como un juego de tira y afloja, donde, como una soga, cada estado se mueve más para un lado o para el otro arrastrando a sus vecinos. Como vimos en 2016, si en el escrutinio un estado muestra resultados mucho más prometedores para un candidato de lo que anticipaban las encuestas, es posible que la sorpresa se repita en otros lugares. 

En caso de que por escrito siga pareciendo confuso, un mapita interactivo puede ayudar. De cualquier manera que se lo vea, estamos ante un sistema electoral que, a la hora de decidir el ganador, hace que la atención se enfoque en algunos lugares y en otros no. En el camino a la victoria, tarde o temprano, nos encontramos con un puñado de casilleros bisagra: esos que definen, yendo para un lado o para el otro, todo el asunto. Los llamados swing (o battleground) states. Veamos los de esta elección.

Los caminos a la Casa Blanca

Las encuestas en su contra, y el mapa poco prometedor ponen a Trump, a esta altura de la elección, a jugar un papel ofensivo, activo. Es él quien necesita encontrar los argumentos electorales para aspirar a la reelección, mientras pareciera que a Biden, en una postura defensiva, le alcanza con que su rival fracase. El demócrata puede llegar a los 270 electores de mil formas, mientras que el Presidente, en un esquema de reducción de daños, cuenta con pocos caminos para asegurarse 4 años más en el Salón Oval. 

¿Cuáles serían? Como buscamos caminos a la victoria y no a la derrota, podemos empezar por asumir que los 125 electores de los estados más favorables van a ser suyos. Si a eso le sumamos Texas –que está peleada pero, de vuelta, escenario optimista–, nos queda un mapa con siete estados en amarillo, que el presidente necesita conquistar: Florida, Pensilvania, Ohio, Carolina del Norte, Georgia, Arizona e Iowa – puede cambiar algun otro (Wisconsin, Michigan, Minnesota), pero si esos no son battleground states, ninguno lo es. Repetimos: ganar esos siete estados es ABSOLUTAMENTE INDISPENSABLE para la campaña de Trump. Para Biden, una victoria temprana en Florida y/o Pensilvania alcanzaría para dar por terminado el asunto.

Por un lado, no suena tan terrible: son sólo siete estados, todos más o menos parejos y todos electores de Trump en 2016. Para un candidato al que The Economist le da 1% de chances de ganar, no está tan mal. Pero, por otro, si miramos las encuestas en orden de cercanía a cada candidato la cuestión no es tan prometedora. Con 5 estados parejos y 2 en los que corre bastante por detrás, imaginar una victoria en 7 de 7 requiere optimismo y fe. En el Grand Old Party todavía se pueden ilusionar recordando esos cientos de miles de votos que, aunque las encuestas burdamente no los vieran, en 2016 dieron el batacazo. Entonces la elección también parecía cerrada desde el principio, con sondeos que daban amplias ventajas a Clinton en la escena nacional y, sin embargo, el rust belt y Florida le cumplieron a Donald. Dicho esto, el desafío no deja de parecer inmenso. En algunos lugares (como Ohio, Florida y Carolina del Norte) Trump viene subiendo, pero no se ve ninguna remontada general gloriosa en las últimas encuestas, que en algunos casos muestran incluso estancamiento o retroceso.

El pronóstico de FiveThirtyEight, que simula 40.000 veces los distintos escenarios posibles, no solo muestra a Biden triunfando en 88 de cada 100, sino que Trump solo gana en los escenarios en los que triunfa en los siete estados que mencionamos. Duro. Pero que haya escenarios no delirantes en los que gana, para un presidente ocho puntos abajo en las encuestas, no es poca cosa.

Mientras los servicios exteriores del mundo van armando discretamente cartas de felicitación a nombre de Joe Biden, Trump, el tipo que viene sacudiendo la política americana y global desde 2016, solo necesita meter un par de goles de último minuto para cambiar la historia de la elección. De corrido, debe cuidarse en Texas y encadenar al menos esas siete victorias que le permitan dar vuelta suficientes electores demócratas. Esto da lugar a una situación en la cual, colegio electoral de por medio, un batacazo de Trump es difícil pero no imposible. Lo «difícil» es lo que preocupa a los republicanos; lo «no imposible» lo que aterra a los demócratas: entre la goleada con fiesta perfecta de uno y la victoria sorpresiva del otro no hay más que un par de jugadas. Y, en el palmarés, nadie se acuerda de la posesión.

Para quien quiera profundizar o ver lo que puede pasar según como sean los resultados en cada estado, puede jugar tranquilo/a con este simulador (más simple), o con este (más completo pero más complicado). 

Algunos factores extras

Por definición, los swing states pueden ir para los dos lados. Hay algunas variables que pueden incidir sobre la elección y cuyo cálculo es difícil de estimar. Entre ellos, podemos contar:

La distribución de los votos de distintos grupos étnicos – 

El voto de las poblaciones latina y negra y de los obreros blancos del rust belt pueden definir la elección, sobre todo si votan en bloque por una posición. En algunos swing states, como Florida y Arizona, el voto de personas negras y latinas puede ser decisivo; al contrario, una explosión de voto blanco en los del cinturón de óxido podría inclinar la balanza.

Los votantes afroamericanos – 

La pregunta es: ¿cómo se traduce en las urnas la explosión de Black Lives Matter ? ¿A qué sector radicalizó más: al ala izquierda del partido demócrata, o a los republicanos, por rechazo? Y, en el primer caso, esa radicalización ¿se traduce en apoyo a Biden-Harris?

El COVID-19-

¿Votará menos gente? Por ahora no lo parece ¿Se quedarán muchos sin sufragar por la extensión de las filas, debido a los mecanismos de precaución? Esto, por otra parte, aumenta los votos por correo y anticipados, lo que nos lleva al siguiente punto.

Los votos anticipados –

En su mayoría, serán para los demócratas, pero: ¿cuántos serán? ¿Alcanzarán para inclinar la balanza? Y sobre todo, ¿habrá alguna maniobra de Trump para desconocerlos y no contarlos, como ha insinuado más de una vez? ¿Qué ocurre en ese caso, sobre todo si el margen por el que gana es bajo? Incluso por fuera de mecanismos de supresión de voto, si muchos de estos votos quedan por contarse al terminar el día de la elección no es improbable que se genere una crisis de legitimidad de características difíciles de predecir.

Fuentes y links recomendados:

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