La entrevista se concreta en “la London”, café situado a metros de la legislatura, lugar donde trabaja Aldana y en el que a escasos metros se produce una manifestación contra el gobierno local. Aldana Martino es abogada, militante de larga trayectoria y especialista titulada en Cuidados con Perspectiva de Género. Hace años se interesa en el tema y sigue de cerca los proyectos esbozados para su regulación. Antes de arrancar, pide a Revista Random no obviar en el transcurso de la entrevista el tratamiento próximo de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, que se encuentra íntimamente ligada a la problemática de Cuidados y que la mantiene ocupada con llamados y reuniones. Accedemos.
La entrevista recorre varios matices: de los trabajos de cuidados precarizados a la mercantilización de las esferas de la vida; del feminismo al desarme de la multiplicidad andante que somos; de la invisibilización al reconocimiento; de la performatividad de Judith Butler a Michael Foucault y el poder disciplinario de la estructura patriarcal familiar; de las tareas feminizadas al disenso normativo. En fin, la agencia como paradoja constitutiva en medio de días decisorios para el futuro de los cuerpos.
Te especializas en cuidados, una agenda que tuvo obligada centralidad durante la pandemia, ¿Que engloba el término «cuidados»? ¿De qué hablamos cuando hablamos de cuidados?
Lo más importante es pensar el término cuidados en dos facetas: primero como un derecho humano y después como un trabajo. Son dos caras de la misma moneda. Todas las personas, y en cualquier sociedad, requerimos en algún momento de nuestra vida cuidados, y esos cuidados los ejerce alguien.
Los cuidados son todas aquellas tareas de apoyo para que otra persona pueda realizar sus tareas cotidianas. Al interior del hogar eso implica darle de comer a tus hijes o a cualquier persona y también la organización del esquema familiar. Es importante pensar a los cuidados en su faceta laboral también en dos perspectivas: los trabajos que son remunerados y los que no. El feminismo es una herramienta para poder aproximarse al tema, aunque no es la única. Varias décadas atrás, cuando las feministas empezamos a decir que lo personal es político y que existe una adicción ficticia de separar la faceta productiva y la faceta reproductiva de la vida, lo decíamos porque dentro de las casas las mujeres nos encargamos de la reproducción de la vida y eso garantiza la paz productiva de la sociedad. Lo que nosotras hacemos es trabajo también, y como tal, no solo tiene que estar reconocido sino también remunerado y regulado por el Estado de alguna manera. Por otro lado están los trabajos de cuidados remunerados que suelen ser los que la sociedad generalmente percibe como trabajos de cuidados mucho más que los que no están remunerados. Entre ellos encontramos los trabajos vinculados a la salud, como la enfermería -nuevamente, muy feminizados- o las trabajadoras domésticas, uno de los rubros más masivos en la Argentina. Son todas tareas muy feminizadas, porque existe una idea detrás del trabajo del cuidado de que las mujeres tenemos una suerte de instinto natural para vincularnos relacionalmente con otres desde la maternidad, el amor o el cuidado; y que los hombres, históricamente vinculados a las tareas productivas, tienen que continuar esa norma. Se da una situación en la cual los trabajos remunerados de cuidados están altamente feminizados y los que no, condenados a la informalidad y al seno familiar.
¿Qué herramientas tiene el Estado para regular este trabajo que, producto de su informalidad, queda relegado al ámbito privado?
Las herramientas que tiene el Estado son varias. Hay que empezar diciendo que como las tareas de cuidados son tan diversas, lo que hay que impulsar es una batería de políticas públicas para poder alcanzar a todos los actores: a los requieren de cuidados y a los que ejercen cuidados. Hoy por hoy, el cuidado está organizado socialmente en una especie de diamante: entre las familias, el mercado, la comunidad y el Estado. En ese diamante, hoy el cuidado está altamente familiarizado y altamente mercantilizado. Necesitamos que intervenga fuertemente el Estado para desmercantilizar y la comunidad para desfamiliarizar. El cuidado tiene que ser considerado una responsabilidad social.
Una de las cosas más importantes que hay que tener en cuenta con respecto a los cuidados es que estas tareas muchas veces nos impiden insertarse en el mercado laboral en igualdad de condiciones. Gran parte de la feminización de la pobreza y de la brecha salarial, tienen que ver con que no se distribuyen los cuidados de manera igualitaria, no sólo entre los géneros sino también entre las clases sociales. Entonces, por ejemplo, generar políticas públicas que aumenten los días de licencias por paternidad o que incrementen la corresponsabilidad del cuidado en las familias entre hombres y mujeres es una de las herramientas, pero después es importante tener en cuenta que cuando el Estado comienza a hacerse cargo del tema de los cuidados, no solamente tiene que tener en cuenta el asunto de la distribución de los géneros del trabajo de cuidado sino también los derechos de las personas que requieren esos cuidados. Por ejemplo, en el caso de las infancias, la política pública de cuidados que el Estado elabore no puede nunca estar escindida de los derechos en materia de desarrollo infantil o de los criterios pedagógicos educacionales que cualquier Estado debe tener a la hora de cuidar a esos chicos y a esas chicas. Respecto de las personas con discapacidades y de los y las adultas mayores lo mismo; esas políticas tienen que velar para que esas personas tengan garantizados sus derechos laborales pero también tiene que haber una búsqueda permanente de mayor autonomía personal y asegurar vejeces libres y felices, fortaleciendo los lazos comunitarios.
Podemos generar registros de trabajadores y trabajadoras del cuidado que nos permitan incentivar, capacitar estos trabajos y jerarquizarlos para, a su vez, redistribuirlos entre los géneros y las clases. Y también, construir nuevos espacios territoriales de cuidado regulados y financiados por el Estado, que permitan que las personas que accedan a esos espacios, puedan tener garantizado el cuidado de sus hijos y sus hijas. Por eso es tan importante crear un sistema integral de cuidados y poder sentar, en una misma mesa, a las áreas estatales responsables de la salud, los géneros y el desarrollo humano, entre otras, para que juntas piensen la intervención del Estado en ese entramado tan familiarizado e informalizado.
¿Qué máximas plantea la Ley Integral del Sistema de Cuidados que se viene pensando desde el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad?
El primer paso para crear un Sistema Integral de Cuidados es que se construya habiendo hecho un proceso de participación -que es lo que efectivamente se está haciendo desde el Estado nacional- para que tanto lxs trabajadorxs del cuidado, como los destinatarios de los cuidados puedan expresar su voz.
Las máximas tienen que edificarse sobre la premisa de construir un sentido de responsabilidad social respecto al cuidado. Hay algo muy arraigado en la cultura, que proviene de la política neoliberal y su modelo de cuidados basado en que “no existe la sociedad, existen grupos de familias” en el que si alguien de tu familia requiere ser cuidado porque tuvo un accidente, por ejemplo, esa responsabilidad es deber de tu familia. Si tienen plata para conseguir ese cuidado en el mercado, genial por ustedes, pero si no lo tienen ¿qué pasa?
Laissez faire, laissez passer. Dejar hacer, dejar pasar…
¡Claro! El Estado debe intervenir siempre desde esa premisa: el cuidado debe ser compartido como responsabilidad en toda la sociedad. Además, debemos pensarlo como un derecho humano. Yo siempre traigo algo que suele decir Laura Pautassi, una de las personas que integra la comisión redactora de este proyecto: el cuidado es un derecho a ser cuidado, a cuidar y a cuidarse. Los varones también tienen derecho a cuidar a sus hijos, por ejemplo.
Y después, dos máximas fundamentales que tienen que regir ese Sistema de Cuidados son las de fortalecer esa enorme fuente de puestos de trabajo que hoy no están considerados como tales y también tener en cuenta las experiencias de cuidados que ya existen y que son comunitarias. Estas últimas no hay que pormenorizarlas: la comunidad ya se organiza para cuidar y cuidarse. En los barrios de la Argentina hay muchas experiencias de estas características, algunas incluso llegan a organizarse en cooperativas de cuidados.
¿El Sistema Integral de Cuidados no traería aparejado, en cierto punto, una mercantilización de la totalidad de las esferas de la vida?
Hoy el cuidado ya está altamente mercantilizado, y a nivel global. Acá hay que trazar una frontera: cuando hablamos de un Sistema Integral de Cuidados no estamos diciendo que va a haber un agente estatal metido en tu casa diciéndole al varón que le toca lavar los platos o a la mujer que no se haga cargo del pibe más de lo que le corresponde. Existe una frontera. Lo que sucede dentro de las casas es parte de la vida íntima del hogar. Lo que tenemos que generar son las condiciones para empezar a recorrer un camino en el que las mujeres tengamos a disposición todas las herramientas necesarias para garantizar que los trabajos de cuidados no recaigan, sin elección mediante, sobre nosotras.
No se trata de estatalizar todas los aspectos de la vida de la gente, se trata de garantizar parámetros redistributivos para que todas y todos puedan organizarse de manera igualitaria. No es mercantilizarlo, es desprecarizarlo y redistribuirlo con perspectiva de género.
Estamos próximos al tratamiento parlamentario de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que viene de la mano con el denominado “Plan de los 1000 días”, ¿considerás que este plan de los «1000 días» es un avance en la perspectiva de cuidados?
El “Plan de los 1000 días” se propone crear una Asignación por Cuidado de la Salud Integral, que se suma a la Asignación Universal por Hijo. Uno podría decir que la AUH, que generalmente la cobran mujeres, ayuda monetariamente al cuidado de los hijos y también refuerza el rol de cuidado que tienen las mujeres en el estereotipo patriarcal familiar. Es importante mirarlo desde otra perspectiva y poder pensar en el plan de los 1000 días como un apoyo del Estado para un periodo muy específico de la vida que está muy vulnerado: el periodo de la gestación y la primera infancia.
El proyecto prevee que esta asignación pueda cobrarse hasta los 3 años de vida del niño o niña. Mediante este tipo de medidas, el Estado se propone cuidar a su población ofreciéndole transferencias monetarias que se traducen, también, en una ampliación de derechos. Una mujer o un varón con hijes que sea beneficiario de esta asignación probablemente vea menos vulneradas sus posibilidades de insertarse en el mercado de trabajo si tiene un apoyo económico del Estado que le permita ejercer las tareas del cuidado de forma remunerada. El proyecto se vincula con los cuidados pero su impacto es más bien indirecto, la agenda de cuidados es más amplia y requiere ir más allá.
Hace poco Mercedes Dalessandro, desde el Ministerio de Economía, presentó una estadística de donde surge que el trabajo de cuidado representa un 15,9% del PBI, ¿qué incidencia podría tener en la recuperación económica el Sistema Integral de Cuidados que se proponen, en un contexto recesivo como el actual?
Ese porcentaje que mencionás es un porcentaje que contempla lo formal, lo informal y lo no remunerado, es un cálculo de lo que representaría porcentualmente si lo reconociéramos. La pandemia puso de manifiesto más que nunca lo que sucede hacia adentro de las casas con el trabajo no remunerado de cuidados, que fue un pilar fundamental del sostén de la vida. Con la pandemia se dio una sobrecarga, aumentaron las horas dedicadas al cuidado. Además, sucedió algo llamativo y paradójico que fue que los varones también tuvieron que dejar sus lugares de trabajo y vivir en carne propia lo que significa trabajar y cuidar. Más allá de eso, el impacto que podría tener una ley que cree un Sistema Integral de Cuidados que piense en los cuidados no solamente como una responsabilidad social comunitaria sino también una fuente inagotable de puestos de trabajo, puede llegar a ser muy grande.
Hoy cuando pensamos en la creación de empleos nuevos, solemos imaginarnos puestos de trabajo en la construcción, en las fábricas, etcétera. Si el Estado el día de mañana crea un registro de trabajadores y trabajadoras de cuidados, los capacita, los remunera y los distribuye a lo largo y a lo ancho del país para que puedan hacerse cargo de cuidados, estaría creando un montón de puestos nuevos que pondrían a girar la rueda de la economía. A su vez, eso provocaría un impacto inmenso en la brecha salarial que existe entre varones y mujeres.
El peronismo durante estos años del siglo XXI se ha mantenido a la vanguardia en la agenda de ampliación de derechos; ¿qué otros ejemplos internacionales hay en temas de Cuidados?
La más destacable, a nivel sudamericano, es la experiencia que hizo Uruguay en estos últimos años. Uruguay, desde el año 2016, tiene un Sistema Integral de Cuidados creado por ley que ya, en estos 4 años, construyó una batería de políticas públicas muy capilar para el cuidado de las infancias, de las vejeces y de las personas con discapacidad, entre otras.
Después existen múltiples experiencias, en la Ciudad de México hay experiencias atravesadas también por los feminismos que no se tradujeron al día de hoy en sistemas integrales pero que sí conformaron políticas públicas vinculadas al cuidado que son fundamentales. En Puerto Rico y Costa Rica también hubieron experiencias de esas características. Yo creo que Argentina, junto con Uruguay, puede llegar a ser pionera en la construcción de un Sistema Integral de Cuidados centralizado en una sola institucionalidad estatal que nos permita trazar esas políticas públicas garantizando los derechos de todes. Ahí hay algo que es importante resaltar: esta agenda de cuidados, que hoy impulsa el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad pero que va a ser una agenda del Estado en su totalidad, tiene mucho que ver con las conquistas de derechos que vos planteaste antes y con la principal discusión de los últimos 5 años que es el derecho al aborto, legal, seguro y gratuito. Pensar en el cuidado como una responsabilidad social nos permite pensar a las mujeres sin el mandato de maternidad encima. Nosotras queremos que el aborto sea legal, seguro y gratuito no solo para que las mujeres dejen de morirse en abortos clandestinos, sino también para que como sociedad asumamos que ser madres es una elección y no una obligación porque tenemos capacidad gestante. Lo mismo con las tareas de cuidado, las tareas de cuidado en general se asocian a las mujeres por nuestro mandato de maternidad, ligado con un estereotipo de mujer que cuida. Derribar ese mandato de maternidad obligada está muy vinculado con la agenda de cuidados, porque se empieza a pensar en ambas cosas como un derecho y eso nos permite a las mujeres elegir sobre nuestros destinos de vida y que no pese sobre nuestras espaldas el cuidado de la sociedad en su conjunto.
La agenda de cuidados es una enorme oportunidad para que, además de pensarla en clave feminista, la pensemos integralmente sobre todas las poblaciones que requieren de cuidados en clave de derechos humanos integrales. Es una oportunidad para rediscutir las vejeces, hoy consideramos a las y los adultos mayores como personas que han terminado su vida -productiva- y que solo les queda esperar el final. Lo mismo sucede con las personas con discapacidad, todavía tenemos resabios de eso que fue llamado “modelo rehabilitatorio”, que es esta idea de que las personas con discapacidad son personas que tienen algún problema -que catalogamos dentro de la esfera de lo biológico- y que lo que hay que hacer es “rehabilitarlos” para que puedan desarrollar su vida lo mejor posible. Hoy en día hay otro modelo que es llamado “modelo social” y que plantea que existen diferencias en las capacidades físicas o cognitivas de las personas y que lo que nos convierte en discapacitados es que la sociedad no asuma esas diferencias.
Butler, cuando introduce el concepto de performatividad, habla de una norma que se repite insistentemente hasta que produce los efectos que nombra, hasta que se imprime en el cuerpo. Esto también está presente en Foucault y el poder disciplinario: todo el sistema aboga permanentemente para que el cuerpo y la psiquis se ordenen siempre sobre una norma hegemónica, lo que no se adapta se considera desviado.
Totalmente, bueno, es ese clivaje entre lo que es normal y lo que no. En las personas con discapacidad se ve mucho. Particularmente, sobre este punto, creo que la agenda de cuidados tiene una deuda sobre la cual profundizar. Esto es producto de dos cuestiones principales: por un lado, como la agenda de cuidados está muy ligada al feminismo y a la idea de que las mujeres siempre estuvimos relegadas al ámbito hogareño y a la reproducción de la vida, tendemos a pensar en darle prioridad a la población de las infancias, porque es la más fácilmente asociable al trabajo no remunerado de las mujeres, o a las vejeces, que también tienen un cuidado muy altamente familiarizado y feminizado; y por otro lado, todos los seres humanos fuimos niñes y casi todos vamos a ser en algún momento adultes mayores, pero no todos vamos a ser personas con discapacidad, tal y como solemos concebir a la discapacidad. Esta población queda siempre muy relegada, aún en los estudios y en las políticas públicas que solemos pensar con la mejor de las intenciones. Creo que esta es una oportunidad de incorporar otra perspectiva sobre esas poblaciones y, en particular, sobre la población de las personas con discapacidad, dándole la relevancia que merecen, precisamente, para que dejemos como sociedad de incapacitarlos y ofrezcamos, desde el lugar de la agenda de cuidados, todas las herramientas necesarias para abordar esta problemática con creatividad.