Elecciones 2021

Nuevo orden, viejo progresismo

Continúan la campaña de vacunación y el debate por los precios de los alimentos en un país que expone al desnudo su ruinoso presente: 45% de pobres, un femicidio cada 21 horas y una tasa de contagios de Covid-19 que sigue muy por encima de lo deseable. La elección, a la vuelta de la esquina.

El 2021 es año electoral y arranca con el tablero torcido. Sobre la mesa varias cuestiones: la discusión en torno a la suspensión de las PASO -sobre la cual deberá expresarse el Congreso y es probable que se decida postergar más que suspender-; el regreso a clases presenciales en CABA y en las próximas semanas en el resto de las provincias y municipios; una campaña de vacunación que a esta altura parece una guerra mundial de insumos en el que brillan por su ausencia los parámetros justos de compra-venta y afloran los apartheids en el abastecimiento de antídotos a las naciones más pobres; la macroeconomía y la discusión en torno a los aumentos de tarifas y la depreciación del salario; la negociación de la deuda con el FMI y las novedades políticas de una campaña muy intensa que parece haberse inaugurado al compás de la temporada de verano. 

Con la excusa de la presentación de su libro, Patricia Bullrich arrancó su gira de apariciones públicas subiendo la temperatura del clima político y de la interna opositora: la venia policial en Villa Gesell, la sobreactuación del legítimo reclamo por la vuelta a clases presenciales y el fogoneo de un nuevo conflicto entre el campo y el peronismo. 

Al interior del oficialismo, no corresponde evitar referirse al affaire del llamado «vacunatorio VIP». Un flagelo evitable, que si no fuera por una desafortunada desorientación embichada del periodista Horacio Verbitsky, quizá pasaba desapercibida como tantos otros abusos normalizados de quienes alguna vez ostentaron una posición de poder. El desacierto del ex Ministro Ginés González García no impacta tanto en el abastecimiento de vacunas (según se sabe, habrían pasado unas diez personas en total) como sí lo hace en la confianza pública. La palabra empeñada se desvanece en el aire y con ella opaca los puntos positivos de una gestión que podríamos considerar exitosa: jerarquización del ministerio, ampliación de derechos de salud reproductiva, acuerdos multilaterales de compra de vacunas, etcétera. 

El hecho es inmoral y daña la coherencia del gobierno, lo que no se hace con el ejemplo no se hace por panfletear. La guerra de nervios, la grieta, la coyuntura y el error no forzado le costaron el cargo de ministro a Ginés González García. Ojalá su trayectoria, de triste desenlace, sea recordada por sus virtudes y no por los vicios enquistados en las propias lógicas de la política. Un desvío evitable no te convierte en un maldito con poder, pero aun así la explicación es pobre y la coyuntura un horno para calentar mares.

En una república ningún ciudadano tiene títulos nobiliarios y los funcionarios deben poner el bien común por sobre todas las cosas. Me gustó está definición de Constanza Bossio en Twitter: «cuando algo está mal, no hay un pero que le siga». Desde hoy, Carla Vizzotti es la encargada de conducir la cartera sanitaria.

Mientras tanto, continúan la campaña de vacunación y el debate por los precios de los alimentos en un país que expone al desnudo su ruinoso presente: 45% de pobres, un femicidio cada 21 horas y una tasa de contagios de Covid-19 que sigue muy por encima de lo deseable.  La elección, a la vuelta de la esquina.

¿Viento de cola? La macro y el contexto regional

Qué va a pasar con los salarios, el precio de las tarifas y el tipo de cambio en 2021 es la definición que más agudamente afectará el proceso electoral de este año y la convivencia al interior del gobierno. Ordenar las cuentas en años impares suele acarrear mayor complejidad que hacerlo en años pares, ya que en los últimos no se vota. En el Frente de Todos lo saben: con ordenar la economía alcanza para ganar, sin ordenar la economía no se puede; los distintos cómos en pugna propuestos por las variopintas corrientes del frente de gobierno debaten sobre la dualidad suprema: tiempo y forma. “Vos decime cómo y cuánto”. 

Como bien advierte Matías Kulfas, hoy Ministro nacional de Desarrollo Productivo, en su libro Los tres kirchnerismos, las limitaciones del proceso industrializador argentino -en este caso refiriéndose a los años kirchneristas- se expresaban en la renovada dependencia de tecnología e insumos importados, lo que requería un continuo flujo de divisas que el sector no era capaz de proveer. La manta corta del crecimiento económico se debe a la insuficiencia de divisas para su financiamiento: lo que solemos llamar restricción externa. Por esa razón, el gobierno actual apunta a una gran liquidación que abastezca de divisas al país y lo ayude a “planchar” el dólar durante el calendario electoral. El mercado no se ofende de esta iniciativa de dominio sobre el dólar, podríamos decir que a esta altura en Martín Guzmán confía casi cualquiera. Esa cualidad del joven zar económico es el indicio que explica la potencial tranquilidad de la economía en el año entrante, después de un 2020 tan tormentoso. 

En la puja distributiva con los actores de la economía, y también en los canales de televisión, el Ministro repite hasta el hartazgo la necesidad de reglas claras y de previsibilidad para volver a encender el motor de la economía, que guarda polvo hace rato. Todo indica que vamos hacia un esquema de apreciación cambiaria con aumento de paritarias por encima de la inflación -que seguramente será alta en los primeros meses del año debido al ajuste de precios relativos- y un ajuste en los subsidios a las tarifas. En el entorno de Cristina Kirchner no ven con malos ojos un aumento de tarifas si las variables convergen con una suba de salarios y si esos aumentos no se trasladan al dólar. El salario se depreció durante tres años consecutivos, acumula un 20% de pérdida frente a una inflación que no cede. 

Alberto, por su parte, equilibra ambas posturas y se ocupa de conducir la discusión con la mesa de enlace -madre de todas las paritarias- por el número de liquidaciones que necesitan las arcas del Estado, advirtiendo una eventual suba de retenciones si no cumplen con lo prometido; diario de una relación -por desgracia- siempre trunca: el peronismo y el campo. Sin embargo, después de los últimos toma y daca, pareciera haber acuerdo. Podríamos decir que todo gobierno tiene su boom de las commodities y su tiempo de vacas flacas en el que hay que vivir con lo nuestro. La política conjuga el predicado que le imprime a esa dialéctica. El gobierno, naturalmente, quiere aprovechar el “viento de cola” que significa la cosecha récord, el precio de la soja y el maíz pueden ser de gran ayuda a la hora de enderezar la nave. Por eso, el Presidente busca acordar sin doblegarse, consciente de los límites finitos en los que se mueve la negociación y del peligro que supone una escalada inflacionaria o una cruzada con el campo.

En medio del nudo, el contexto regional. Tanto en Argentina, como en Bolivia y Ecuador (países sudamericanos con elecciones más recientes) se han impuesto nuevamente gobiernos de centro izquierda o de izquierda más rápidamente de lo que podía imaginarse hace algunos años. Es posible discernir una matriz común a los 3 casos: a diferencia de otras experiencias -como la colombiana o la chilena- los proyectos de centro izquierda supieron sobrevivir por fuera del cobijo del Estado y rearmarse como coaliciones con otro nivel de amplitud ideológica. El fracaso económico de los gobiernos liberales que le sucedieron explica el principal motivo de estos tempranos regresos al poder. Una suerte de anomia por arriba que no han sabido resolver: comportamientos erráticos y poco cohesionados entre el sector empresarial que representan y su vínculo con el Estado. No han sido capaces de establecer un accionar conjunto las élites económicas una vez consumado su arribo al Estado nacional. Por momentos, pareciera que conspiran contra sus propias posibilidades de construir una representación organizada que, a su vez, se encuentre regulada en sus relaciones con el Estado.

Con estas buenas noticias electorales, el gobierno argentino suma aliados regionales y aspira a consolidar una nueva hegemonía progresista en el continente. Sin duda, el Alberto más virtuoso viene siendo el de la política exterior, equilibrista y con el mapa claro de lo que espera para el futuro de la región, que no es ni UNASUR tal y como lo conocimos ni el alineado Grupo de Lima. Acumula varias decisiones acertadas, empezando por la compra de la vacuna Sputnik V del Instituto Gamaleya y los acuerdos comerciales con Chile y México. A Alberto le sienta bien el traje de Canciller, hasta ahora le calza mejor que a Felipe Solá. En marzo se reúne con su par brasileño y, mientras tanto, espera novedades del ballotage ecuatoriano, que aunque no tiene ganador sí ha arrojado un perdedor claro: Lenin Moreno y su modelo de apertura financiera con endeudamiento forzado. 

Esa política exterior “desideologizada” y dialoguista, parece ser la puerta de entrada hacia un nuevo tipo de concertación democrática de tinte progresista, necesaria para el progreso económico de los países latinoamericanos.

Nuevo paisaje político: los libertarios y la radicalización de JxC

La autocomplacencia en la que bucea el sistema político argentino, rebalsa por sus propios poros. En este año electoral, uno de los síntomas de ese desborde podría expresarse institucionalmente por primera vez. Me refiero al fenómeno de los libertarios, corriente política liberal moderna que, a diferencia de años anteriores, ahora decide participar de elecciones y se propone componer una nueva pieza en el paisaje político actual, con serias chances de conseguir, al menos, una banca en el parlamento argentino. Este asunto no es menor para Juntos por el Cambio, que busca evitar la fuga de votantes. Patricia Bullrich parece ser la encargada de taponar eso y contenerlo en su coalición, aunque esa intentona se traduzca en una radicalización forzada con el fin de evitar la diáspora. Algo de eso le pasó al Partido Popular en España con el nacimiento de Vox, muchos dirigentes suyos se sintieron seducidos por el nuevo partido de derechas y se pasaron. El sistema político argentino, de un bipartidismo manifiesto pero reciente, no se presta tanto a la fuga de dirigentes pero sí de votantes.

Cuando se agota el sistema de representatividad política, o se limita a representarse a sí mismo, entonces se pone de moda la incorrección. Los márgenes viran a los extremos y, cómo dicen Pablo Touzon y Martín Rodriguez, la mejor política se encuentra en el borde de la política. El lenguaje de los referentes libertarios (pensemos en Milei y Espert, los más destacados) es fresco y suena sencillo. Han inundado de contenido las redes sociales, más específicamente Youtube, pero también Twitch, Instagram y Twitter; cosechan apoyo en un rango etario muy sesgado: los nuevos adolescentes, en su mayoría varones, de los centros urbanos. Sus discursos locuaces siempre están cargados de polémicas, de definiciones verborrágicas, y aunque se autodenominan liberales, son rabiosamente detractores de todo lo que huela a feminismo.

Sobre esa incorrección, resulta ilustrativa una frase de Dante Sabatto en esta revista para explicar el fenómeno Trump: “Se negó a ponerse la máscara de la política yanqui: se negó a moderarse, a conceder, a dar un mensaje inclusivo, a buscar los votos de las mayorías. Trump fue una máquina de goce puro: insoportable, irresistiblemente honesto”. Es la marca del nuevo rico, que oscila por fuera de la órbita del aristócrata tradicional ya salpicado de política. Los Bullrich, Etchevehere, Dietrich, Frigerio y Macri se esfuerzan en entender el juego de los traders libertarios del siglo XXI. Puedo hacer el ejercicio de imaginarme a un Esteban Bullrich incómodo mirando los videos de Julián Serrano, influencer conocido por haber sido actor de telenovelas de adolescentes, que ahora pide eliminar los impuestos y sugiere la independencia de algunas provincias. O a Patricia Bullrich fingiendo una risa ante un chiste neo-nazi de “El Presto”. Una suerte de radicalización forzada basada en la ausencia de conducción política sobre su masa electoral. Cambiemos se niega a conducir en el plano de las ideas, elige reproducir discursos de su base por más que estos dañen sus aspiraciones democráticas. Explíquenos sino por qué nadie detiene al Diputado Francisco Sánchez cuando sugiere públicamente armar a la gente. Lo que uno espera de la actividad política es que marque direcciones, que sea capaz de fijar límites y establecer consensos, que ante la propuesta de una libre disponibilidad de armas a cualquier sujeto pueda contrastar con estadísticas de experiencias similares en otros países y su creciente tasa de violencia interpersonal.

Quizá sea un poco temprano para arriesgar conclusiones, pero no pareciera improbable que este revés por acercar actores outsiders, por esforzarse en reproducir lo que yace al borde de la política, acarree también un retorno de esa farandulización que se niega a morir. La elección legislativa del 2009 fue la primera de la seguidilla de elecciones de medio término que el kirchnerismo no ganó. Fue una elección mediatizada, muchos se acordarán del “alica-alicate” de Francisco De Narváez en el programa de Showmatch, que le valió un triunfo electoral como diputado de un Congreso al que directamente ni asistió. Algo de eso podemos observar más recientemente con Amalia Granata, panelista de televisión devenida en diputada provincial por la provincia de Santa Fe. O ahora en Viviana Canosa, la diva trash que toma dióxido de cloro en vivo en Canal 9 y protagoniza actos de campaña con Patricia Bullrich. Figuras histriónicas que por algún motivo son convencidas de participar en política. Una colección de lo nuevo adoptada por lo viejo. 

Habrá que ver, con el correr del tiempo, cuántas de esas figuras efectivamente se transforman en candidatos/as, sin embargo, es posible vislumbrar una estrategia de acumulación en esa clave: tomar la porción de sociedad civil alérgica del sistema político que hoy encuentra una terminal en los denominados libertarios. Pero, ¿acaso sirve sumar personajes como “El Dipy”, Viviana Canosa o el bailarín Maxi Guerra? ¿En qué sentido amplían? Mirando al pasado, podemos decir que el kirchnerismo también cosechó apoyo de personajes de la TV como Nancy Dupláa, Pablo Echarri y Dady Brieva, pero esa farandulización no le significó un aumento de su caudal de representación. La figura del divulgador mediático ayuda como vector de ideología, pero no siempre mueve el amperímetro. Para ser justos, hay que decir que el gen macrista tiene un claro anclaje en la farandulización, de hecho el mismo Macri viene de ese entorno, la interrogante está en cómo se conserva el mote de outsider una vez “adentro del sistema”.

Mi sensación es que la farandulización de la política es algo que le gusta más a las encuestadoras que a los votantes. En la elección pasada quedó demostrado que el big data, el marketing político y toda la mar en coche son importantes, pero lo que realmente determina el voto es el bolsillo, la tranquilidad y el orden en la vida de la gente. Es sano el desafío de devolverle a la política una estructura de sentimiento perdida y ampliar los márgenes de representación formal, la autocomplacencia le trajo muchos problemas al kirchnerismo y al macrismo por igual.

No hay mejor forma de gobernar y de ganar elecciones que solucionando los problemas urgentes de la sociedad, los que se hacen carne todos los días. La mayoría del pueblo hoy no pide más que vacunarse, poder trabajar, comer a precios justos, no sufrir la inseguridad, tener la posibilidad de ahorrar aunque sea un poquitito y mandar a sus hijos e hijas a la escuela nuevamente. Un baño de vieja normalidad. Una ración de previsibilidad a futuro. Una clase política honesta y transformadora. Hay que volver a abrazar esa simpleza como bandera. La solución no está en radicalizarse por derecha, por izquierda o moderarse para el centro, sino en volver a pensar en serio cómo darle sentido a la actividad política, cómo ordenar la economía -y entonces organizar la vida de la gente- y hacer progresar a la sociedad toda. 

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