Elecciones 2021

De equilibrios y otras cepas

Argentina necesita que el gobierno vuelva a alcanzar un equilibrio de fuerzas. La propia lógica política de la reproducción de las organizaciones lleva a que, si una de ellas acumula más -significativamente más a veces- que el resto, esa fuerza domine a partir de la impotencia de los otros.

De equilibrios

La propia heterogeneidad fundacional del Frente de Todos lo subsume en una tensa disputa -en el buen sentido del término- de posiciones muchas veces diversas. El Frente de Todos es por definición no-homólogo, va desde Ofelia a Mayans, de Massa a Alderete y de Berni a Frederic. El año de gestión, pandemia mediante, dotó de intensidad la vida política en su conjunto y provocó la aceleración de algunos debates candentes. Por supuesto, el desbarajuste del orden de las normalidades y la vehemencia que condujo la cotidianidad, se tradujo rápidamente en cambios de mandatarios. Un darwinismo político en el que sobreviven los más “aptos”, o los que tienen una estabilidad amadrinada en su pertenencia política. Contamos hasta ahora cuatro cambios de gabinete: Vanoli, Bielsa, Ginés y Losardo. El primero por la mala organización de un operativo de cobro de jubilaciones al principio del confinamiento; a la segunda se le atribuía cierta “lentitud de respuesta” frente a los problemas urgentes de Guernica y sus mundos equivalentes; el tercero sufrió el escarnio público a raíz de la administración arbitraria de algunas vacunas; y la cuarta adujo un “desgaste individual” con olor a presión de adentro. Allí están, aislados por circunstancias singulares.

Las tres reservas de poder del Frente de Todos se conjugan rápidamente así: Alberto, Cristina y Massa. El que encarna la condición de posibilidad de la gobernabilidad, la dueña de los votos y el que puso lo que faltaba -o lo que estaba disperso-. De ese modo se compone la melodía oficialista en la que todas y todos son necesarios. Alberto es el equilibrista, el responsable de que eso funcione, preside la coalición electoral -y el país-, lo que no es igual a presidir el frente político: un frente por definición no-unívoco en la conducción.

En parte producto del escáner mediático y en parte por realidad efectiva, se respira una sensación de “desequilibrio” en el que -vamos a decirlo de una manera un poco brusca- Cristina Kirchner “acumula más que el resto”. Esto último resulta natural, no parece forzado si nos detenemos a analizar el escenario político y su composición de fuerzas. El kirchnerismo tiene un proyecto de poder claro para la Argentina y un vasto grupo de cuadros capaz de realizarlo. Tiene gente fidelizada con ese proyecto y capacitada para ocupar lugares de gestión. Lo que cabe preguntarnos es si está o no agotado su proyecto de país y si la sociedad se presta a construirle una pista de aterrizaje a ese programa; un programa de progresismo por derrame -de arriba hacia abajo- con un gen claro que se define en el enfrentamiento con la estructura de poder concentrada en el tridente medios-justicia-campo

Si analizamos los grandes logros de la gestión de Alberto Fernández desde su asunción hasta acá, veremos que esos logros son generalmente esquivos al tridente anteriormente mencionado: aborto legal, reestructuración de la deuda y cambio en la fórmula de movilidad jubilatoria. Podemos incluir entre los aciertos algunas decisiones en materia de política exterior y en la gestión de la pandemia, como la apuesta por la vacuna Sputnik V. Por el contrario, los “errores no forzados” o iniciativas inconclusas se vinculan con ese tridente incómodo para Fernández, como podrían ser la causa Vicentín, en el que el kirchnerismo y el gobernador Perotti tuvieron desencuentros, o la reforma judicial pausada por el Presidente de la Cámara de Diputados. Tenemos política cuando somos capaces de reorientar un escenario u ofrecerle eficacia a nuestras acciones, si el rumbo no está claro o se define sobre la marcha, la política que tenemos es flaca y poco efectiva. El modelo de país de un frente político no se lleva a cabo con una serie de buenas iniciativas dispersas comandadas por algunos dirigentes, sino a partir del trazo común de Todos.

Argentina necesita que el gobierno vuelva a alcanzar un equilibrio de fuerzas. La propia lógica política de la reproducción de las organizaciones lleva a que, si una de ellas acumula más -significativamente más a veces- que el resto, esa fuerza domine a partir de la impotencia de los otros. Y allí se diluye lo novedoso del frente, se disuelve la riqueza que proviene de la diferencia y se corre peligro de caer en el pantano de la autocomplacencia. Como dice aquí el dirigente del Movimiento Evita, Emilio Pérsico: “si somos verticalistas, nos rompemos”. La unidad es condición de preservación y la convivencia pacífica el modo de alcanzarla, pero si no hay un mismo punto de acumulación, en donde todas las terminales del frente siembren y cosechen, entonces se ingresa a un espiral sin salida. Ese punto no es Alberto, porque el mismo Alberto no quiere, sabe que de él depende el equilibrio de fuerzas y que el modelo de país y la reconstrucción económica deben suplir ese lugar de acumulación conjunta.

El gobierno del Frente de Todos tiene, sobre todo, dos misiones: arreglar  la economía (fue votado mayoritariamente para ello) y refundar la política. Refundar la política –dijimos en la columna anterior– es central para alcanzar definitivamente una sana cultura democrática, que evite el camino de la descalificación permanente y se esfuerce en lograr acuerdos e impulsar debates. Se trata de acercar la política como herramienta amable y abierta a una comunidad que la abrace, pero también de dotar a la política de mayor transparencia. Entre el cúmulo de errores no forzados, el que más hondo resquebrajó la confianza en el gobierno fue el escándalo de las vacunas. Perder la confianza del pueblo es mucho para un gobierno al que hoy no le sobra nada y más si tiene como alfil la campaña de vacunación. Hay que ocuparse de quitarle palacio a la actividad política, de reivindicar la rosca sin olvidarse del llano, de reemplazar círculo rojo por Estado de cercanía. De otro modo, seguirá expandiéndose la letanía antipolítica que pesa sobre nuestra sociedad desde el último estallido del 2001. Aceptemos con honestidad nuestros flagelos y trabajemos para combatirlos.

Es necesario empezar a hacer frentetodismo. Ser artífices de la construcción de amplitud, de la construcción de equilibrio interno que replique ese equilibrio en el país. De la unidad del peronismo y la familia progresista en su vasta configuración depende la condición de posibilidad de volver a hacer un país normal como el que propuso Néstor Kirchner. Ese país no se hace con iniciativas desarticuladas ni con caciquismos dispersos.

Cepas, un año después

El anuncio del Presidente el 19 de marzo primero, y el del Jefe de Gabinete y la Ministra de Salud días después, sumado al aumento de casos en vísperas de semana santa, parecen advertir que hay que arremangarse, suspirar y volver a enfrentar el devenir de una pandemia que no terminará pronto. Las vacunas llegan de a puchitos pero con constancia mientras el gobierno nacional se ocupa de cerrar nuevos acuerdos con los laboratorios. El ritmo que tiene la vacunación es contundente pero no alcanza para inmunizar a la población y dar vuelta la página en el 2021. Mientras se estudia el impacto de las cepas de Manaos, California, Sudáfrica o Gran Bretaña -más contagiosas y letales- se discute la postergación del calendario electoral. 

El objetivo de la comunicación oficial del viernes 19 de marzo parece haber sido bifronte: por un lado buscó opacar el prime time de «Primer tiempo», el libro del ex Presidente Macri, por el otro, frenar la inercia de la sociedad en su relajación respecto al cuidado. Volver a empezar. Que el otoño nos devuelva esa memoria funcional pasada: con este clima empezó la pesadilla, con este abrigo y este barbijo nos dimos cuenta que vivíamos en peligro. Peligro que sigue latente y que se ha intensificado en toda la región, lo que explica el cierre de fronteras y la reclusión de las naciones.

Un año después del ASPO, nos vuelven a dar la bienvenida al presente. Uno en el que no hay sorpresa, no hay refundación, hay continuidad: el planeta enfermo y un estado de excepción permanente. Un Estado que, con razón, nos vuelve a pedir que nos cuidemos del enemigo exógeno que acecha acá y en todas partes. Con la salida del ASPO y el ingreso al DISPO, la relación entre política y sociedad se volvió a simplificar. Seguimos viviendo la fractura social a cielo abierto, seguimos tragando -aun sin gusto- el caramelo de madera de la grieta. Nadie ha logrado, hasta ahora, destejer el arco iris. En el mundo y sus alrededores, y en la Argentina, la crisis arrojó lo que cualquier crisis cíclica del capitalismo: mayor desigualdad. En un año de aislamiento hubo 279 femicidios y un fuerte aumento de la pobreza, completando 42% en el país y 51% en el conurbano. La riqueza se concentró y la política se desconcentró. El peso del virus hizo más vívidas nuestras vidas e intensificó el binarismo de la grieta. El péndulo argentino que parecía posarse sobre un punto fijo en diciembre 2019, ya para marzo de 2020 -¿o Julio?- volvió a su recorrido gravitacional clásico: el del país empatado. El empate que lleva a la impotencia, que estanca y confunde el avance con un titubeante ir y venir. 

El fin de semana pasado fue votada por unanimidad en el congreso -una excepcionalidad mayúscula en este país- la modificación del monto mínimo no imponible del impuesto a las ganancias. Los trabajadores de mejores sueldos, esos que Martín Rodriguez describe con astucia como moyanismo social, dejarán de pagar mayoritariamente el impuesto. El piso se elevó a $150.000 de ingresos y constituye una buena noticia para los que viven adentro. El gol se lo anotó Sergio Massa, de local en la cámara de diputados. Los de afuera –de la economía formal-, un universo de más de dos millones de desocupados, continúan esperando en la frontera de la crisis permanente.

Una vez finalizada la votación en el recinto, Máximo Kirchner y Sergio Massa se reunieron con el, recién llegado de Estados Unidos, Ministro Martín Guzmán. La renegociación de la deuda parece ser el antídoto contra todos los males y se ha convertido en el eje ordenador del devenir del gobierno. Es la madre de todas las hojas de ruta posibles y la culpable de todos los fracasos. Sobre aquella negociación, Guzmán trajo una noticia importante: El FMI otorgará 4.354 millones de dólares en concepto de derechos especiales de giro a la Argentina como país miembro del organismo. Una bocanada de aire fresco al Frente de Todos en su conjunto, que con distintos tonos efusivos, sostienen el mote de “político” para referirse al préstamo que el Fondo le hizo a la Argentina, tal y como el mismo Macri confesó en su libro.

En el 2021 de la segunda ola, los apretados números de la economía no tienen margen para resistir un nuevo cierre. El IFE o el ATP parecen irrepetibles, así como un nuevo confinamiento masivo. La emisión monetaria del 2021 se calcula será aproximadamente la mitad de la del 2020, es decir que estos instrumentos de contención no están contemplados en el presupuesto. Además, desde hoy, dejará de regir la prohibición de desalojos en el territorio nacional.

Veremos cómo se desarrolla el porvenir que, en principio, no parece alentador. Requiere del esfuerzo de la ciudadanía y del abastecimiento de vacunas, pero transitar la excepción sin los elementos que redujeron su impacto es asumir una normalidad ficticia.

Dijo Moris: «Volverá el verano pronto y las noches serán tuyas, de esa vida en las esquinas que solo dura con las luces. Muchacho, pronto amanecerá». Pronto amanecerá, esperemos.

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