Capital cultural

Ceremonia en la tormenta

"Y claro, toda su mundanidad es mítica, la propia comunidad le llama “misa” a esa congregación alrededor suyo. Mientras la civilización burguesa ha caído en el escepticismo, la barbarie ricotera vuelve a valerse de un mito extraordinario: el mito posee la virtud de llenar nuestro yo más profundo."

La escena transcurre en Villa Epecuén, un pueblo costero de la Provincia de Buenos Aires ubicado en el partido de Adolfo Alsina, conocido por el alto nivel de salinidad y las propiedades curativas que se la atribuyen -debido a su semejanza con las propiedades del Mar Muerto- a sus aguas. Fundado a orillas del Lago Carhué, fue hasta la década del 70 un atractivo turístico muy concurrido durante las temporadas, integrado al resto de la provincia a través de líneas ferroviarias y dotado de un potencial hotelero y comercial realmente contundente. 

Lo cierto es que en 1985, debido a una crecida del lago Carhué, el pueblo se inundó y el agua destruyó todo lo que se encontraba a su alcance. La población de Epecuén tuvo que evacuar la ciudad en su totalidad y esta se convirtió en tierra arrasada. El lugar elegido por Solari y su banda para la celebración del show es un lugar borrado por la tormenta, un lugar maravilla que rajó apenas parida nuevamente la democracia y se fugó en el tiempo para siempre. El show transcurre geográficamente en un lugar “muerto” que remite a una época que casi parece una alucinación, y cuyo atractivo principal, lo único que yace de pie entre los escombros, es un matadero estilo art decó. Peculiar elección, simbólica en todo sentido, la propuesta es un éxodo especial y a la vez un llamado de atención: vinimos a bailar sobre las ruinas y la distorsión del mundo. 

Nuestra condición perceptiva se ve, naturalmente, afectada desde un comienzo. La impecable dirección de cámara recorre una por una las miserias del lugar y expone el fondo causal: esta presentación nace tanto de la necesidad de festejo como del dolor, lleva el tatuaje de una inevitable aceptación de la muerte como evento posible. 

Génesis: ¿Por qué será que Dios no me quiere?

La intencionalidad del show se ve plasmada, sobre todo, en el lanzamiento de dos nuevas canciones: “Rezando solo” y “Encuentro con un ángel amateur”. A las dos las une el cielo, las dos huelen a despedida e inevitablemente nos sumergen en el pantano de la tristeza. Esos dolores dulces, profesados sobre las aguas saladas.

“Parece que en el cielo no se portan bien / Se ensucian con su más feo resplandor / Y allí esa fiel serpiente / La que jamás te miente”

En el génesis, primer libro del Antiguo Testamento, Adán y Eva son puestos por Dios en el Jardín del Edén y comen el fruto prohibido del árbol de la ciencia del bien y el mal, violando la ley que Dios mismo había establecido. Al cometer este acto, la divinidad los castiga con la expulsión del paraíso, ya que Adán y Eva lo habían igualado en su poder y atributos, relativizando su divinidad. La soberanía de Dios, desafiada en ese acto, es incompatible con el accionar de los desobedientes, entonces estos deben ser expulsados para que la soberanía de Dios persista. 

Si Adán y Eva pierden la inocencia y conocen el bien y el mal, entonces son conscientes de su culpabilidad. Para Adán y Eva la expulsión es un nuevo nacimiento, es la condición primaria de la mortalidad que ahora llevan impresa en el cuerpo, la misma que lleva Solari y llevamos todos nosotros: esto es efímero, ahora efímero. Siempre hay una cosecha final.

Solari se posa sobre el génesis, el mismo que narra el diluvio universal que acechó a la tierra entera para liberarla del pecado, desde otras tierras análogamente acechadas por una gran inundación. Vuelve al mito que da inicio al texto más trascendental de la historia para explicar su propio mito, pero elige hacerlo con apatía: rezo solo y Dios se aburre, no tengo ganas de rezar por mi. Y claro, toda su mundanidad es mítica, la propia comunidad le llama “misa” a esa congregación alrededor suyo. Mientras la civilización burguesa ha caído en el escepticismo, la barbarie ricotera vuelve a valerse de un mito extraordinario: el mito posee la virtud de llenar nuestro yo más profundo. El mito redondo tiene la potencia de hacernos vivir una celebración temporalmente asincrónica, en la que un hombre con atribuciones divinas se presenta a través de una pantalla, que a su vez vemos desde otra pantalla, aislados en nuestras casas, para tocarnos una fibra íntima y recordarnos que todavía no tenemos respuestas acerca del origen de las cosas. La vida y el rock son pura suerte.

“Un ángel sonso amateur / me condenó al Paraíso / solo me falta saber la fecha y el lugar / y allí iré cantando”

A la Razón le han muerto los racionalistas; el mito, en cambio, le ha dado curso al movimiento de la Historia. El Indio nos muestra que la vida es una celebración y al mismo tiempo nos advierte que dura poco. Nos ofrece una cosmovisión y un relato ontológico con una canción que intenta conciliar el final con el principio. Caímos del paraíso por el pecado original, desde entonces, la muerte forma parte de la vida. Del paraíso venimos y hacia el paraíso vamos, estamos condenados al paraíso: también lo hacemos en la tierra, nos resistimos a vivir la finitud con resignación. Ese es el hidalgo valor de la vida. Ji-ji-ji y el “pogo más grande del mundo” son, como rito, el punto clímax de esa celebración de la vida. Es el momento en el que los desangelados nos celebramos a nosotros mismos, es la fuerza eufórica en la que nos sentimos más vivos que nunca, el desahogo corporal más potente de todos. 

“Yo ya no puedo cumplir / hazañas que prometí / solo esperar cantando”

El Indio, en su mundanidad mítica, insiste con la finitud y la existencia de un límite. No soy extraordinario, soy el haragán de siempre, intenta decirnos. Aceptémoslo, la mosca está en la sopa, la muerte es parte de la vida. Y si hemos de partir del mundo, que sea en nuestro términos, cantando.

Intimidad masiva

La temporalidad del recital es un factor al que también conviene prestarle atención. Desde el comienzo, los espectadores tuvimos que afrontar una víspera larga debido a un retraso de más de dos horas por fallas del sistema de transmisión. La ansiedad se hizo presente, pero quienes hemos ido a misas ricoteras tenemos gimnasia en la espera. La particularidad de la noche del sábado, eso que se sentía raro, es que respirábamos la masividad aislados en nuestras casas; la virtualidad tiene como finalidad evitar el roce de los cuerpos, y a la vez nos amontona como usuarios en Youtube, plataforma mediante la cual se “liberó” el show en forma gratuita. El acontecimiento-celebración requiere una logística que nunca es suficiente, que siempre desborda, se incurre en un error si se cree que se trata de un espectáculo o algo por el estilo.

Tanto los Redondos como el Indio Solari y Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, nunca fueron conjuntos de permanente presencia en la esfera pública o mediática, por el contrario, siempre rajaron de ahí. La comunicación verdadera con su público se da, por definición, a través de shows o discos. En rigor, es casi excepcional una publicación de su usuario de Instagram o Twitter tocando una pieza musical, o anunciando algo que lo tenga como protagonista. En general lo hace desde el anonimato, los videos de «El cantante tímido» siempre filman sus pies y no su rostro, el resto de las publicaciones hablan mucho más de Los Fundamentalistas que de él. Elige no posarse en el medio de la escena, en parte por fobia -estima uno-, en parte por modismo estético. En cierto modo, fue esa intimidad la que fue volviéndose masiva con los Redondos y luego con Solari. Esa intimidad, esa infraexigencia de apariciones públicas, es la que torna más intensa la espera y hace más extraordinario el acontecimiento de la ceremonia.

Este show fue definitivamente íntimo, como todo adiós implícito. Tan íntimo que revolvió del cajón de recuerdos un cúmulo de canciones inéditas que no acostumbra tocar. La lista de inéditos se conjugó de la siguiente manera: “Pura suerte”, “Un tal Brigitte Bardot”, “Rock de las abejas” y “Quema el celo”. Una intuición propia para cada época. Un corazón que no puede cumplir más promesas ya. Un régimen afectivo que acaba en las ruinas. De Olavarría a Youtube. Del encuentro corporal al aislamiento pandémico. To beef or not to beef.

Hay ceremonias en la tormenta.

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