“Mientras que el boom tecnológico de los años 1990 nos dejó con la base para Internet, el boom tecnológico de los años 2010 parece que va a dejarnos solamente con servicios premium para los ricos.”
Nick Srnicek, Capitalismo de plataformas
“Los tontos afirman que el demonio es una coartada del capitalismo. Se olvidan de observar que el capitalismo es una coartada del hombre.”
Juan José Saer, La vuelta completa
1. El origen
Una gran cantidad, si no la mayoría, de los memes que usamos habitualmente en redes sociales, nacieron en sitios de la ultraderecha estadounidense.
Esto no es más que la afirmación de un hecho, por otra parte intuitivo en términos de cálculo. Es difícil en el mejor de los casos e imposible en el peor establecer el origen de un chiste online. Al mismo tiempo, sería imposible realizar una estadística precisa de los memes más usados. Sin embargo, creo que la afirmación puede resultar sorprendente porque la mayoría de nosotros no sabe de dónde vienen los dibujitos y palabras que repetimos hasta el (cada vez más rápido) hartazgo en Twitter o Instagram. Ni nos importa.
Pero ¿debería importarnos?
Esta nota intenta hacer esa pregunta. Responderla es bastante más difícil.
El adjetivo “basado” [based], incluso con su respuesta esperada y prefabricada (“¿basado en qué?”) nació, con este sentido, en 4chan, el sitio predilecto de la alt-right y el neonazismo yanki. El personaje Chad, prototipo de masculinidad y opuesto a “Virgin”, surge del mundo incel, una de las subculturas del mismo espacio. Y desde el vamos, desconfíen de todo meme que tenga a un ario como protagonista, porque no es un accidente.
Por supuesto, nosotros no los usamos en ese sentido. Cuando veo, cada tanto, en mi Twitter a Pepe, el sapo verde que fue cooptado como bandera de la far right norteamericana (y reemplazó la esvástica en más de una bandera), sé que la persona que lo está usando no es, probablemente, un criptofascista secreto. El meme puede estar tan alejado de la cultura que le dio origen que ni siquiera recuerde a ella.
¿Puede?
2. Mateo 5:5
La anécdota transcurre en la Rusia prerrevolucionaria. Lenin y un soldado se encuentran caminando cerca del Palacio de Invierno. El soldado admira la suntuosa arquitectura zarista. “Algún día”, le dice, satisfecho, al jefe del movimiento bolchevique, “destruiremos todo esto.” Lenin responde, serio: “no. Algún día, lo heredaremos.”
3. El riesgo
Es un lugar común señalar el auge de los movimientos de derecha extrema en el mundo y su conexión con internet, específicamente para las generaciones más jóvenes. Sabemos que la radicalización de muchos jóvenes empieza, precisamente, a través de chistes donde ciertos lugares comunes son reforzados, donde estereotipos racistas son normalizados, donde se produce una subjetividad preparada para adoptar ideologías reaccionarias.
En consecuencia, el riesgo de consumir y utilizar memes inocentemente, haciendo como si no fueran creados por activistas de ultraderecha, es inmenso. ¿Hasta qué punto estamos desensibilizándonos ante una retórica extremista?
La lectura simple al respecto sería la de la conspiración. Los autores de los memes tendrían nombre y apellido, serían grupos ocultos, interconectados, que buscan activamente lavarnos la cabeza, convertirnos. No deja de tener algún componente verídico, pero es una lectura ultrasimplista que, al fin y al cabo, no explica nada. De hecho, podríamos decir que oculta más de lo que explica, ya que, por un lado, la inexistencia de la conspiración es fácil de comprobar y desbarataría completamente toda la interpretación; y, por el otro, porque indica que es necesaria una organización compleja y con objetivos conscientes para causar daño.
La lectura que propongo en este punto se asemeja más a ciertos planteos de la teoría crítica elaborada en Frankfurt en el segundo cuarto del siglo XX. No accidentalmente, la Escuela de Frankfurt es uno de los enemigos principales de la alt right, que se refieren a ellos como “marxistas culturales”, término de connotaciones antisemitas rápidamente rastreables.
En Dialéctica del iluminismo, Theodor Adorno y Max Horkheimer desplegaron un arsenal teórico forjado entre el marxismo y el psicoanálisis freudiano con el objeto de atacar la lógica progresista de las Luces. Pero lo que me interesa en este punto es el famoso fragmento dedicado a la industria cultural. La apuesta conceptual de estos filósofos es que la producción en masa conduce inevitablemente a una reproducción conservadora del orden social, a la homogeneización, la cerrazón de la imaginación revolucionaria y la pasividad de las masas, a través del mismo consumo y uso de los artículos. Y pese a que en el texto original se refieren específicamente a productos culturales (el cine, las revistas, la música), la sospecha de Adorno y Horkheimer recae sobre todo lo producido en el capitalismo: desde un automóvil hasta una lapicera, los mismos posicionamientos físicos que requieren los objetos llevan a reproducir el movimiento mecánico de la industria fabril. En el baile can-can, la Escuela de Frankfurt ve las piernas moverse como un eco de tuercas sobre una cinta de montaje.
Pero no hace falta ir tan lejos (ni haber leído a Lukács). Los memes son, al fin y al cabo, productos culturales. Sin embargo, no son producidos en masa; de hecho, a menos que caigamos nuevamente en una teoría conspirativa, debemos decir que la producción memética está plenamente descentralizada. Pesimistas, siguiendo la lectura crítica, podríamos leer en ello una nueva faceta del triunfo del capital, coetánea tal vez con el neoliberalismo: ya no es necesaria una industria organizada, porque cada uno de nosotros es capaz de crear, por sí mismo y sin indicaciones externas, la misma clase de productos que reproducen el status quo.
Un aporte valioso de la teoría crítica está en que pone el foco en la forma más que en el contenido. En este punto no es tan importante que, en el meme de una figura de perfil que afirma un simple e irrefutable “sí” ante todo cuestionamiento, el “Chad” sea representado por un varón ario. Lo peligroso, lo riesgoso, está potencialmente en el modo en que aceptamos y festejamos que todo debate debe ser “ganado” mediante una postura de heroísmo masculino completamente sordo a todo argumento. Al fin y al cabo, un Chad con una postura incorrecta, incluso estúpida, siempre vencerá a un contendiente que puede tener razón pero no es capaz de sumar la misma cantidad de likes.
Esto nos abre a muchas respuestas. Quiero responder a la primera: ¿no es un poco exagerado todo esto? Sí, lo es. La lógica de la sospecha crítica, que temía ver al fascismo (o al capital, al fin y al cabo) escondido en cada rincón, rápidamente puede convertirse en una lógica paranoide. No compartas ningún meme, puede ser fascista. O peor: te puede hacer fascista.

4. Vouliez-vous une révolution sans révolution?
La anécdota transcurre en medio del fragor revolucionario. El mundo estremeciéndose. San Petesburgo, Lenin debe estar corriendo hacia algún lugar cuando ve a un bolchevique entrar salvajemente a algún edificio de la nobleza rusa (el escenario cambia cada vez que se cuenta la fábula). Lenin lo oye rugir, lo ve descargar sus puños contra las paredes, prender fuego las cortinas. Tal vez recuerda la advertencia de Robespierre, y lo deja hacer. Y luego, tal vez recuerda el final de Robespierre, porque manda a dos camaradas a apresarlo y condenarlo.
5. El debate
Adyacentes a la Escuela de Frankfurt, el filósofo Walter Benjamin y el dramaturgo Bertolt Brecht se enfrascaron, a fines de la década de 1920, en un debate acerca de las ruinas del capitalismo. Su pregunta, sobre todo, era qué podía hacerse, luego de la inevitable toma del poder por parte del proletariado, con aquello que quedaba del antiguo régimen. La palabra “refuncionalización” (que, asumo, tiene un número de sílabas aún más espectacular en el original alemán) era el centro del debate.
Recuperando la argumentación de Brecht, podemos encontrar una salida a la cerrazón paranoica que encontrábamos en los razonamientos anteriores. Brecht tenía fe en la posibilidad de reutilizar los restos del capitalismo; incluso, consideraba que un rechazo a ensuciarse con los despojos del presente impediría la construcción de un futuro. Y por otra parte: ¿con qué más construirlo? No hay ladrillos trascendentales para montar los cimientos de la utopía: la revolución es y debe ser un proceso de pura inmanencia.
Volviendo a nuestro (más pueril) caso: no tenemos alternativa a usar y compartir los memes que encontramos. Se sabe que la generación memética debe ser espontánea, que no podemos forzar un meme; cuántas veces alguna marca venida a menos intenta hacerlo, con resultados ridículos. Esto resulta de la radical descentralización propia de internet en la creación cultural, que ya mencioné. Y, al mismo tiempo, suponer que sería posible crear nuevos memes, esta vez puros de toda ideología, no solo implica una confianza injustificada en nuestra propia capacidad de eludir la subjetivación neoliberal, sino que no es más que la teoría conspirativa dada vuelta, la idea de que nosotros podemos conspirar mejor que ellos.
Al fin y al cabo, ¿no son los memes extremadamente maleables? ¿No es su contenido, por definición, lábil, fluctuante, fácil de transformar? ¿No criticábamos más arriba la posibilidad de triunfar en cualquier debate online con el simple uso de un meme del perro grande y el perro chiquito bien utilizado? ¿Hay algo que demande que ese triunfo tenga que pertenecer al discurso reaccionario, que no podamos emplearlo nosotros?
Pero hemos dejado de lado a Benjamin. El autor de las Tesis sobre la filosofía de la historia suma al marxismo crítico alemán una buena dosis de mesianismo abrahámico. La posición de Benjamin, en el debate con Brecht, es interesante porque no es fija: más que otra cosa, parece dudar. En algunos fragmentos, Benjamin parece compartir la fe creadora de Brecht; en otros, teme. Tiene pánico de que se nos cuelen, entre los fragmentos del pasado capitalista, algunas gotas de su ideología. Que nos infecte con su progresismo positivista.
Tomemos el camino que tomemos en este debate, lo central del aporte radica en su aceptación del carácter ideológico del producto cultural. No niegan la tesis de Frankfurt, la complementan. Rechazan su determinismo. En nuestro lenguaje: que el meme haya cobrado su densidad irónica en un sitio web poblado de adolescentes filonazis no implica que en cada iteración que vemos en algún post de Facebook nos esté contagiando lentamente. Al fin y al cabo, Pepe, la rana mascota de la ultraderecha que nombraba más arriba, nació como personaje de una historieta sin contenido político (el documental Feels Good Man cuenta esta historia). Estaba tan disponible para ser apropiada por los fans de Trump como por cualquier movimiento. Pero eso no implica que la imagen sea inocente, ni que no sea riesgoso utilizarla sin, mínimamente, reflexionar sobre su historia.

6. El bien
Lo que subyace a las distintas posiciones teóricas que fui presentando es una noción fundamental sobre el bien. Una ética. La de Frankfurt se parece bastante a una depresión aguda: el mundo parece ser poco más que una conspiración secreta en el nivel molecular. No hay gesto, no hay partícula, no hay instante que no esté secretamente forjado por el Capital, que parece un ser Lovecraftiano: existe en una dimensión tan eterna y trascendente a nosotros que ni siquiera nos domina por gusto, sino por simple causalidad. El debate de Brecht y Benjamin inyecta, en cambio, una dosis importante de voluntad, de acción, de libertad. No es un determinismo.
Estamos hablando de discusiones entre marxistas europeos en los tiempos que rondan la segunda Guerra Mundial. Había muchos motivos para ser pesimista, pero también importantes razones para creer en la acción revolucionaria. El trauma del capitalismo tardío en el que vivimos reside en que creer en la libertad (contra el determinismo frankfurtiano) parece un idealismo de adolescentes, pero no menos que el nihilismo trascendental (miserabilista, diría Land) al que nos llevaría un intento de continuar la crítica sobre el mundo colonizado por el capital.
Toda reflexión de este orden sobre algo como los memes de internet es, por definición, absurda y un tanto cringe. Sin embargo, no puedo parar de pensar en la dimensión moral de compartir risueñamente una imagen originalmente popularizada por neofascistas. ¿Cómo es nuestra ética cultural? ¿Todo falla, efectivamente, cuando nos atrevemos a conspirar? ¿Por qué solo la alt right tiene sus redes sociales productoras de memes?
En el famoso monólogo del capítulo final de X Files, Fox Mulder dice que “el diablo es solo un tipo con un plan, pero el mal, el verdadero mal es una colaboración de hombres”. ¿Y el bien, agente Mulder? ¿Dónde construimos el bien? Martha Nussbaum habla de su fragilidad y creo que, más allá de si concebimos que ella es trascendental o contingente, todos coincidimos hoy en que el bien es esencialmente, biológicamente, políticamente, algo frágil.
7. Ha llegado a pasar
Las pinturas fueron realizadas en la Rusia posrevolucionaria. En ambas, bolcheviques conocen por primera vez los palacios zaristas por dentro. Miran hacia arriba. Ni la destrucción ni la herencia pueden resolver la inmensidad de eso que aún no son ruinas. Como Lenin, los bolcheviques se preguntan qué hacer. Además de mirar hacia arriba.

8. La inmunidad
Un meme bastante popular en estos años, no nacido en los think tank descentralizados de la ultraderecha yanki, es un rostro de Garfield con la leyenda “you are not immune to propaganda”. No sos inmune a la propaganda. El meme ya tiene varios años y pasó por todas las deformaciones irónicas y postirónicas tradicionales de la cultura online contemporánea. Se sigue posteando cada vez que alguna empresa intenta presentar una faceta descontracturada y cercana a la cultura juvenil en Twitter. Ahora que inicia junio, el mes del orgullo LGBT en Estados Unidos, probablemente lo veremos bastante seguido: es muy común que ciertas marcas, por ejemplo de videojuegos, tengan una fuerte campaña con la bandera arcoiris y alguna celebrity queer mientras sus sucursales chinas o rusas hagan silencio y eviten incluso cambiar los colores del logo. Ante eso, es bueno recordar: you are not immune to propaganda.
Creo que una versión mejor sería “no somos inmunes a la propaganda”. Ya sé que intentar cambiar voluntariamente un meme es considerado casi un acto de hubris, no pretendo efectivamente popularizar mi versión. Solo quiero decir: tal vez una dosis de voluntarismo y de crítica pueden conjugarse a través de una postura que comience por admitir nuestro propio lugar dentro de la cultura. Creo que es mejor evitar el pánico conspirativo tanto como el nihilismo acrítico.
A lo largo de esta nota, comparé los memes con las ruinas del capitalismo. Para Benjamin y Brecht, tenía sentido hablar de ruinas porque imaginaban una sociedad que hubiera trascendido ese modo de producción. Para nosotros, es como si habitáramos entre ruinas pero con un capitalismo insoportablemente vivo. Pero los memes son eso: escombros, JPGs pixelados, basura digital que reutilizamos y recreamos, una industria cultural de cartoneros. No tengo once tesis ni un qué hacer sobre los memes y su ideología, y su banalidad. Pero sí creo que debemos recordar que no somos inmunes: juntos, colectivamente somos consumidores y (re)productores, prosumidores de cultura y también de datos, cuya extracción, al fin y al cabo, es lo que organiza las plataformas a través de las cuales accedemos hoy en día a internet. No tenemos el poder de prender fuego veinte años de cultura memética y arrancar de cero, ni somos herederos solitarios de una internet para el pueblo; en nuestra convivencia cotidiana online, nos conviene conocer el origen muchas veces siniestro de aquellos píxeles que se acumulan en nuestras pantallas. También nos sirve para recordar su plasticidad, y, por lo tanto, nuestro rol y nuestra libertad.