Deseo
«No queremos que nos persigan, que nos prendan, ni que nos discriminen, ni que nos maten, ni que nos curen, ni que nos analicen, ni que nos expliquen, ni que nos toleren, ni que nos comprendan: lo que queremos es que nos deseen.»
La frase es del escritor, sociólogo, antropólogo y, por sobre todas las cosas, militante Néstor Osvaldo Perlongher. A mi entender, es una de las frases más bonitas e interesantes que se han escrito sobre el orgullo y la comunidad LGBTIQ+, tanto por su simpleza como por su contundencia. No vale la pena realizar un análisis personal sobre ella, dice tanto en esas pocas líneas que cualquier aditivo la arruinaría.
Salir del armario
En estos días, en el marco del día internacional del orgullo, una conocida me preguntó cuándo había salido del armario. Mi primer impulso fue darle una fecha aproximada del momento en el que me había dado cuenta de que no era heterosexual, pero a media frase reculé. Esa pregunta, aparentemente tan inocente y fácil de responder como si te preguntaran en qué año tuviste varicela, esconde en su respuesta una multiplicidad de vivencias que son difíciles de expresar. No es fácil definir cuándo se sale del armario.
Quienes somos parte del colectivo LGBTIQ+ no salimos del clóset una sola vez en nuestras vidas, es un ejercicio constante en una sociedad heteronormada como la nuestra. Salimos del clóset cuando le contamos a une amigue de toda la vida, cuando nos gusta una persona, cuando le damos un beso a alguien en una fiesta, cuando cambiamos de trabajo, cuando un tío segundo nos pregunta para cuándo el novio. Salimos del clóset cada vez que nos hacemos amigos de alguien nuevo. Salimos del clóset cuando corregimos los nombres o pronombres con los que nos llaman. No se sale una sola vez del clóset, estamos saliendo, el gerundio que se aplica al entender que la extensión de este verbo no tiene un fin claro.
Para vos, ¿qué es el orgullo? ¿Cómo lo definirías?
El diccionario de la RAE define al orgullo como 1. Sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida 2. Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que suele conllevar sentimiento de superioridad y 3. Amor propio, autoestima. Nada tienen que ver estos conceptos con lo que venimos a discutir en este lugar.
Hace unos días leí en en redes una definición del orgullo no sólo como la posibilidad de ser quienes somos, sino en el ser-con-otres y gracias a otres. Entendiéndolo como una cuestión colectiva, me parecía un sinsentido realizar una producción individual que quedara sesgada por mis propios pensamientos. Es por eso que decidí escribir esta nota de manera grupal y preguntarle a gente cercana qué entiende por orgullo, cómo lo vive. Un collage de emociones y vivencias que, todas juntas, generan su propia definición.
Debo confesar que el círculo de cercanes se me fue un poco de las manos. Lo que empezó como un tímido pedido en algunos grupos de whatsapp, de golpe culminó en audios del compañero de la facultad de una conocida explicándome sus motivos para estar orgulloso. Celebro esto también, la erupción de respuestas que fueron tanto tiempo calladas. Todos los mensajes, audios y llamadas que recibí se pueden dividir en cuatro grandes grupos:
El primer grupo es un grupo optimista, que entiende al orgullo como una forma de ser quienes son, sin miedo, sin expectativas de ser otra cosa. Lo comprende desde el lado de la expresión personal, de no aceptar que nadie busque negar su identidad. Lo que me expresaron, en su mayoría, es que el orgullo para elles fue una vía de escape después de haber vivido tanto dolor en el pasado, principalmente por presiones externas.
El segundo grupo vive el orgullo de manera diametralmente opuesta, muches de los que me hablaron desde esta postura estaban en un momento de grandes contradicciones. Voy a citar a una persona en particular, que fue quien más se expresó al respecto, y que dijo que las fechas como el día del orgullo y las banderas arcoiris por todos lados le generan muchas contradicciones; esto no le sucede solamente por el rol de estas empresas con su pinkwashing sino que también siente el peso del orgullo desde las propias organizaciones y activistas. Su sensación (y lo que me pudieron expresar varios otros) es que el orgullo a veces se convierte en una carga; que si bien es importante e imprescindible, el mandato de estar orgulloses a veces pesa. No todo el mundo vive el orgullo o la identidad de esa forma, son procesos que a veces llevan tiempo, y la presión sobre tener que sentirse orgulloses se convierte en una obligación moral insostenible.
El tercer grupo, por su parte, brindó una respuesta política. Todas personas militantes de una u otra forma que me respondieron que el orgullo, para elles, es una cuestión colectiva. Esto se relaciona intensamente con la lucha por los distintos derechos adquiridos y los que faltan por ganar. Sin todo este bagaje de lucha histórica en la región, sin todes les compañeres que hemos ganado y perdido en el camino, el orgullo no sería posible. Estamos orgulloses en conjunto, como comunidad.
Al cuarto grupo decidí llamarlo así por una cuestión de coherencia del texto, pero la realidad es que está conformado por una sola persona. Un compañero valiosísimo al que la consigna le inspiró un texto demasiado hermoso como para no copiarlo textual:
Orgullo es una palabra difícil. La frase de Jáuregui dice que es la respuesta política a una sociedad que educa para la vergüenza. La pregunta entonces es cuál es el lugar del orgullo en una sociedad que estamos cambiando para que eduque mejor. ¿Cómo se lleva la palabra orgullo con la palabra justicia? ¿Qué redes construyen juntas, qué futuros?
Orgullo es una palabra difícil de hacer entrar en el vocabulario político. Es una palabra que posiciona de un modo particular el cuerpo: el cuerpo político. Cabeza arriba, nunca abajo. Es una palabra que yergue. Ejecuta un movimiento de ascenso, desentumece, desequilibra, retensiona. Es la posición perfecta para tirarle un ladrillo a la policía. El primer pride después de Stonewall, 1969, fue un funeral. Ahí también, la cabeza arriba para mirar el camino que queda adelante, hasta el día en que sea posible que los muertos entierren a sus muertos.
Las perversiones criptofascistas que acechan desde dentro a los movimientos LGBT no tienen orgullo. El homonacionalismo que ya cruza el Atlántico hacia estas costas, que busca integrar la homosexualidad (sobre todo masculina) con ideales hiperconservadores de género y nación. La reacción terf que ya gotea fuera de Twitter, que quiere (re)deificar un biologicismo precientífico y quebrar la lucha travesti trans, y su furia. No tienen orgullo: tienen miedo.
Los cruces entre afectos y política son necesarios, y peligrosos, y contingentes. Construir una sociedad que no eduque para la vergüenza, desgusanar el mundo, hacer justicia: actos que no podemos permitir que nazcan del miedo. Requieren posiciones que surjan del orgullo. Desde el orgullo hay que mirar arriba, pero no desde arriba. Dejar fluir, no empantanar. Por eso la respuesta es política. No se hunde en una sustancia: propaga, inunda, hace que el sentido desborde la frase.
Hay ciento setenta y seis días entre la sanción de la IVE y el cupo laboral travesti trans. Menos de medio año. Las luchas por la ampliación de derechos civiles son la potencia política más fuerte del país. Han sabido tejer redes transpartidarias y transgeneracionales, cruzar solidaridades inéditas, evitar el amontonamiento reaccionario transgrediendo poros en los partidos de derecha. Seis meses transformaron la vida de millones, radicalmente. Orgullosamente.
Es una palabra difícil. Es una lucha difícil. Es un año difícil.Que sea sin miedo. Que sea justicia.
Retomo esto último; no es fácil sentir orgullo, pero sin dudas es liberador y emocionante. Si bien llegar a sentirse orgullose es un proceso y no sucede de la noche al día, es importante saber que es absolutamente grupal. La construcción y el sentimiento son siempre colectivos, y son un elemento increíble de transformación constante de la realidad.