Abre la puerta del edificio Gonzalo con Onetti -su diminuto perro- a upa. Originalmente, nos había pedido hacer la nota en su casa porque Onetti tiene cerca de tres meses y no quiere dejarlo mucho tiempo solo. Es un cachorro negro que, según relata Gonzalo, aún no controla esfínteres, y participó activamente durante nuestra conversación meando distintas zonas del living.
Entramos. El departamento está empapelado de libros, con bibliotecas que trepan hasta el techo. “Allá está la parte más política”, señala mientras nosotros recorremos con ojos voraces los miles de ejemplares de obras que más tarde nos va a recomendar con una curaduría entrañable. Los estantes se interrumpen para dejar lugar a un cuadro con la camiseta de Independiente firmada por la formación del 88/89. Debajo del cuadro, sobre un estante, se despliegan dos hileras de mamushkas: unas con la camiseta del rojo y otras con los íconos peronistas hasta llegar a Cristina. La escena ilustra la conversación que estaba a punto de iniciarse condensando un sinfín de temas: la política, la literatura, el 2001, los setenta, el feminismo, la poesía, el yoísmo, la familia, el sindicalismo, la violencia y las pasiones.
Gonzalo tiene 36 años y lleva publicadas dos novelas, Que todo se detenga (2015) y Lila (2018), una nouvelle llamada Acordes menores para Marion Cotillard (2011) y dos libros de poesía, De otra luz (2007) y Distancia que nadie ocupará (2011). Recientemente publicó Tu jardín salvaje (2021), un libro de relatos.
¿Cómo vivís el entrecruzamiento, notorio en tus novelas, de la literatura y la militancia?
Depende qué se quiera hacer en política. Yo tuve una etapa militante, de casi toda mi vida, pero llegó un punto en el que ya me demandaba tanto la literatura como la política y concluí que no se podía ser aprendiz de todo y sabio de nada. Se me hizo muy difícil seguir en la práctica política, en su gimnasia. Siempre viví de y para la política, trabajo en el Congreso, trabajé muchos años con Guillermo Moreno, en la legislatura, tuve unidades básicas acá en Capital. Mi familia es una familia política de toda la vida, mi abuelo Juan era diputado socialista en los años 30, mi viejo fue varias veces diputado, fue Ministro de Trabajo, Embajador, Presidente de la Legislatura, y se murió en el 2009 siendo Director del Archivo General de la Nación. Tengo hermanos de 60 años, uno es secretario general de UPCN de salud; el otro, Pablo, es uno de los fundadores de la JUP, que murió. En mi casa a mí no me costaba el tema político. Durante mi adolescencia mi papá se enfermó, por el pucho, por el EPOC, tenía cerca de 70 y la forma de acortar la brecha generacional que yo tenía con él era hablar de política. Yo no lo conocí como lo conocieron mis hermanos, en la plenitud de la vida política y de las campañas, más bien lo vi postrado en una cama. Yo era un poco la extensión de lo que había sido su vida.
Y mis años de formación coinciden con el 2001, la llegada de Néstor… cuando terminamos la secundaria. Ahí se daba todo, empezabas a salir, a tener novias, a vincularte, a ir a la cancha, a los recitales. Yo soy de esa generación, entre el post menemismo y Cromañón. Vivimos toda la primavera Néstor, o nosotros la vivimos como una primavera desde la militancia. En la secundaria hablar de política era una mala palabra, era la época del que se vayan todos. Si eras hijo de un político eras por añadidura un ladrón o un hijo de ladrones. Nadie tenía ni idea de lo que era una Unidad Básica. La llegada de Néstor, sobre todo a partir del segundo año, empieza a consignarnos eso que en el imaginario político era el peronismo. La cercanía con la gente, la festividad, empezaron las fiestas peronistas, la básica… Pero todo eso va en simultáneo con mi carrera de escritor. En un determinado punto, ya cuando gana el macrismo, se me hizo muy difícil sostener todo. Tuve medio una crisis nerviosa. La literatura tiene esto que la política quizás no, que en general casi ningún otro oficio tiene, que es jugar a ser el soberano de un mundo construido a través de una página en blanco. Y la política es la demanda del día a día, te absorbe, te obliga necesariamente a estar en su esgrima constantemente. Y yo no podía mantener las dos, llegaba demolido. y cuando tuve que elegir… Sentía que los rosqueros sobraban y me iba a ir mejor como un escritor con militancia política que como un político que escribe. Un poco me separé del día a día de la política. Y por eso te digo, no la pude llevar del todo bien porque en algún punto la política me venció, me ganó la pulseada.
Cuando empecé a escribir Que todo se detenga, donde creo al personaje de Germán Baraja, ya tenía un montón de herramientas para hacerlo un tipo con militancia política, y en esa época se vivía muy a flor de piel. Entonces dije: de todas las características que quiero que tenga este personaje, que son el nihilismo, la drogadicción, la falta de empatía, que también sea -no un apolítico- un contra político. Una especie de militante defraudado de los post 90. Y como es un personaje que prácticamente agrede todo lo que toca, o todo con lo que interactúa, también la política cayó en ese bache. Yo igual cuando escribí Que todo se detenga, y Lila también, militaba y trabajaba en política. El último libro es el único que no hice estando 10 horas diarias en asuntos políticos. Por ende -la política- me quedaba muy a mano para hacer literatura, yo uso muchos recursos de la gente que conozco en la literatura, propios también.. Si bien las novelas no son novelas estrictamente de la rosca política, como pueden ser Los Reventados de Asís, o La casa operativa, siempre mis personajes tienen una postura respecto de el de qué lado de la mecha te encontras, como dice la canción.

¿Hay en vos algo de ese desencanto societal post 90s que transmite Germán Baraja?
Sí, pero no porque yo sea… Germán Baraja en Que todo se detenga no es tan malo si se quiere, es alguien que enuncia. Yo después, si quería imprimirle una pasión, tenía que ser una pasión que él utilizase para su provecho, como un ejercicio de manipulación o progreso social. Yo eso no lo tengo. Como te digo, de la política no es que me defraude su lógica, pero sí me siento a veces defraudado yo, porque hay que tener unos nervios de acero para sobrevivir en ese mundo. Por lo menos si querés mucho más que analizar o comentar, si estás peleando una candidatura en una lista, las pujas internas… Todo eso sí me agota un poco. Que también creo que es lo que después nos termina matando, que nos terminamos hablando a nosotros mismos en vez de hablarle a la sociedad. En Germán Baraja lo que traté es de que no tuviese nada a lo que vos te puedas aferrar y decir “ah, este personaje acá sí es un tipo normal”. Vamos a hacerlo lo más asqueroso que se pueda, dije. Es imposible empatizar con un tipo así, no te dan ni ganas de curarlo. Querés pegarle un tiro en la cabeza.
Tanto Que todo se detenga como Lila provocan una oscilación entre no soportar ni un segundo más y no poder parar de leer. Se produce como un híbrido entre rechazo y fascinación que nos produce cierta culpa. ¿Qué te ocurrió a vos narrando a Germán Baraja?
Cuando vos vas a narrar el horror, y sobre todo cuando el narrador de la novela es una primera persona en tiempo presente, el protagonista es el propio narrador, como es un psicópata tan agudo tiene que estar permanentemente endulzándote el oído. Por eso yo trato de que sea un libro que no puedas dejar de leer. Y que, si en algo empatizas, sea con el hecho artístico de cómo está contado, ¿se entiende? Porque incluso la realidad es muy superior a la ficción, si hoy abrís el diario seguro ves un femicidio. Entonces para que no fuese todo un golpe bajo, para que no fuese una mera descripción ni una novela de acción que narre un femicidio, lo que se narra es todo el mecanismo de razonamiento de la perversión para concluir en ese asesinato, que era el lado B que a mi me parecía que no estaba contado. Uno nunca se tiene que olvidar que lo que hace es literatura, uno tiene que producir un hecho artístico que no espante al lector, que lo quiera leer y recomendar. Si yo le ponía la puntuación carveriana típica de la acción, y te narraba un femicidio… Hay muchas maneras, vos podés decir “llovía” o podés decir “la lluvia regresaba tímida, emparejaba su rumor, quedó fija como un objeto añadido a esa noche”. Es lo mismo, vos estás diciendo que llovía… Esto que estoy citando es un párrafo de Onetti, no vayan a creer que lo acabo de inventar [risas].
Entonces, como esto era muy difícil de digerir, el truco tenía que estar en la forma en la que esté contado. ¿Qué es lo que tiene de atractivo que un personaje así te cuente cómo mató a alguien? Todo su regodeo perverso, narcisista, de decir “mirá lo que hice”. Que lo haga con determinada altura. Que te demuestre lo que se dice, que nada de lo humano nos es ajeno. Además yo quería ver, no tanto la holliwoodización o la espectacularización de la psicopatía, un tipo que apila cadáveres en un freezer en el fondo de la casa, sino que hay muchos psicópatas premiados por la sociedad, que nunca llegan a cometer un asesinato pero son vampiros espirituales, te chupan la autoestima, te desjerarquizan, te manipulan, te dan el trato de un objeto y como todo objeto, una vez que deja de funcionar te tiran a la basura con la misma culpa con la que barres un vaso que se te cayó al piso.
Cuando le preguntamos por qué le dieron ganas de contar a un personaje como Germán Baraja se entusiasma hablando del impacto de los cuestionamientos del feminismo tras el primer Ni Una Menos. “Sin la lucha de las mujeres yo no hubiese podido escribir Lila. No hubiese tenido yo ninguna herramienta para construir un personaje así. Si no se hubiese traído a colación todo lo que implicaba ser el macho con privilegios no me hubiese dado cuenta.”
Cuando publiqué Que todo se detenga mucha gente me decía: ¡cómo creaste ese personaje y no hace nada más! ¡que salga a la calle! Entonces yo dije bueno: es cocainómano, es un militante defraudado, es un misógino… y esa novela yo la escribí entre el 2012 y 2014, y se publicó a principios del 2015. Yo trabajaba en el Congreso en ese momento y se produce el primer Ni Una Menos. Estaba en el edificio del Anexo en el piso 13, y me acuerdo cómo vibraban las paredes de la cantidad de gente que había. Se empezó a tomar conciencia de lo que era la violencia machista, y empezó a cambiar el vocabulario, empezaron a introducirse todas otras ópticas que nos llevaron a darnos cuenta de cómo había funcionado todo en nuestra vida ¿Qué hace un mimado del patriarcado en esta situación? Porque ser femicida en el año 72, o un maltratador de mujeres, era mucho más fácil que ser un maltratador de mujeres ahora que tenés un botón antipánico, un canal de denuncia o de escrache, o la sororidad misma. Ahí dije: si del personaje construido extremo la misoginia, ¿Cómo se las rebusca aún siendo consciente de este despertar, de esta lucha que está ganando las calles, que está siendo tan protagonista del mundo? Lila se lo dedico a mi hermana porque también uno se va dando cuenta de todas las formas en las que ejercías una tiranía automatizada, que creías adjudicada por el derecho divino de ser hombre. Te empezás a dar cuenta de que hay una forma subyacente de psicopatear a la mujer desde todas las esferas. Porque si vos como hombre te criás estudiando la historia y viendo a tu alrededor un mundo en el que todos los que ocupan los lugares de poder son hombres, lo que te está diciendo el sistema es que vos sos la segunda de un campeonato de dos. Estás siendo desplazada todo el tiempo de la historia. Y todos los roles que ocuparon las mujeres como por un decreto divino el hombre los amputó de la narración de la historia, cuando en realidad son los roles fundamentales, y se reservó para sí mismo la plusvalía de lo público. Es esto, el “Padre de la Patria”, el “Santo de la espada”… y parir, criar a los hijos son todos actos menores cuando en realidad son los actos constitutivos del ADN de una persona.
Ahí dije bueno, cambiando las reglas del juego veamos cómo cambia la cabeza de estas personas, cómo el mal se readecúa ahora que existe esta concientización. Quería que Lila tuviese una capacidad intelectual superior a la de él y, no obstante eso, poder acabar siendo vulnerada. Ver cómo ubicar a un personaje así, con ese grado de misoginia y de narcisismo, en un mundo que no es en el que él se crió. Porque lo que tiene Baraja es este interminable abanico de máscaras que son las que le sirven frente a cada circunstancia. Entonces acá hay algo muy atractivo de narrar, porque aunque esté narrado por ejemplo en El Túnel, de Sábato: es un femicida, pero no está hecho en plena época de la revolución de las mujeres. Me alimentaba mucho ver cómo se empezaban a magnificar esos debates, hay un sistema que se pone en jaque. Pero los femicidas no van a desaparecer, posiblemente proliferen, porque cuando ven amenazada su estructura de razonamiento su tendencia es a defenderse con violencia. En este mundo en el que el patriarcado empieza a caer, ¿cuál va a ser la postura que adopten estos personajes? Es mucho mejor si el Baraja creado en Que todo se detenga extrema la misoginia, que si pasa a ser un psicópata en política donde proliferan…
¿Pudiste encariñarte con Germán?
No, de hecho quise escribir la tercera parte para que fuese una trilogía, y empecé a escribir los capítulos que iban a ser los de su infancia intercalados con los del presente, post Lila, y me hartó. Lo dejé en dos relatos que son independientes ahora, cuando lo lees te das cuenta que tienen mucho de Baraja, pero son relatos independientes. Uno se encariña con el libro, además uno es el titiritero de todo, no puntualmente con el personaje. Sí es cierto que por ahí es como mi personaje…
Porque además se repite en tus dos novelas.
Claro, pero son los libros que lo tienen como protagonista y narrador los que me dieron más satisfacciones. Ahora se está haciendo la película de los dos, y ya se terminó de filmar la de Que todo se detenga, proceso que llevó muchos años. La mayoría de las cuestiones por las que me han convocado fueron por estos dos libros, entonces hay un cariño hacia esas obras… Dicho en criollo son las que más puertas me abrieron, me dieron si se quiere un nombre en la literatura. Hay un cariño producto del trabajo, no de la simpatía o no que te genere el personaje, sino que evidentemente está bien construido porque si a la gente le impacta, porque si aunque sea el tema más escabroso del mundo no lo puede parar de leer, y vende más o menos bien, y quieren hacer la película… Uno escribe para uno pero publica para los demás, y cuando es un oficio ya ni siquiera escribís para vos, escribís para que te lean. Pero ahora es el cariño que le tengo a Tu jardín salvaje.
Es muy difícil encariñarse con Baraja. Ahora hablando como el autor, corrés un riesgo de repetirte, de decir: leer a Unamuno es solo leer a un tipo malo. A mi me pasaba que si tengo que hacer la tercera ¿Cómo lo hago más malo? ¿Cómo lo hago más hijo de puta? ¡Si aparece un bebé lo tiene que matar! [Risas] Tu jardín salvaje es más diabólico que Lila, no digo que no me interese. Además yo no creo que haya que ir todo el tiempo variando, porque tampoco creo que exista o que pueda salir bien.
¿Qué referentes políticos, escritores o militantes marcaron el signo de tus textos?
Mi hermano Pablo, sobre el final de su vida -murió muy joven, a los 58 años- me influenciaba mucho, él era un tremendo lector y un gran intelectual. Esto como un personaje característico que venía de la política y se dedicó únicamente a leer, él no escribía.
Hay dos políticos que a mí siempre me llamaron la atención, uno es John William Cooke y el otro es Vandor. Después hay algunos libros de tipos que estaban totalmente vinculados a la política que me marcaron tremendamente, algunos los puedo señalar como los libros que para mí debería leer cualquier persona que le interesa la política, la militancia y la literatura. Por ejemplo La noche quedó atrás de Jan Valtin -Jan Valtin era un doble agente del comunismo alemán, y ese libro es tremendo-. Otro que es un gran solapado por la literatura norteamericana, porque era un militante socialista en Estados Unidos que ganó el premio Nobel, que es Jhon Steinbeck que tiene Las Uvas de la Ira, que la película la hace James Dean. Si no es el mejor libro que leí le pega en el palo, es impresionante. Los rusos tenían mucho eso, había mucho durante la Unión Soviética de esto de los “escritores del régimen”. Y ese, Vasili Grossman tiene un libro que se llama Vida y Destino que es sobre los gulags y cada veinte páginas llorás. Se publicó treinta años después de que murió, lo echaron de la Unión Soviética, no lo mataron de milagro. Otro tipo que me influyó mucho es un escritor húngaro, Sandor Márai, porque él tiene también esa condición de tipos a quienes la política les quitó todo, sobre todo los que vivieron los períodos de las guerras y las entreguerras, o de las guerras civiles, y cuando Hungría es ocupada él pierde todo y se tiene que ir al exilio. Él siendo un burgués de clase alta y un escritor. Tiene las memorias: Confesiones de un Burgués. Acá Walsh también es un personaje que siempre me atrajo mucho. Al que más cariño le tengo es a Paco Urondo, creo que cuando empecé lo que quería era ser Paco Urondo viste, poeta y guerrillero [se ríe].
¿Por qué Vandor y John William Cooke?
Porque son personajes muy curiosos de la historia del peronismo. Vandor es un tipo que es acusado de traición por querer independizarse de Perón pero probablemente no había nadie más peronista que Vandor. Era un tipo sumamente parco, era un rubio de ojos celestes medio albino, de pocas palabras pero de puño de hierro… Y Cooke era casi todo lo contrario, un tipo lleno de vicios, un mujeriego, un orador extraordinario, presidente del bloque de diputados durante el primer peronismo, después jefe de la resistencia. Mi viejo en ese momento era secretario general del sindicato bancario y militaba en las 62 organizaciones peronistas, entonces tenía mucha interacción con ambos. Y uno por izquierda y el otro por derecha siempre me atrajeron mucho. Los dos eran genios del combate, la política era todo para ellos. Además tipos austeros. Cómo la propia historia va encasillando a los personajes como quiere… Cuando vos hablabas con esos viejos te decían “no es tan así, había matices”. Ese sindicalismo que iba con veinte tipos enfierrados con metrallas… La muerte de Vandor es una película, ese tiroteo que hay ahí, tenían todas las puertas blindadas, las oficinas antibombas. Un poco parecida a lo que le hicieron a Trotski. Trotski también es uno de los tipos que más me influyó… pero no desde lo ideológico sino desde lo personal. Hay una biografía de Isaac Ducher que se llama El profeta armado que es impresionante.
Pisa a Onetti que grita desesperado y nos cuenta que a la noche no se ve, que es un peligro. Aprovecha la distracción y nos trae fotos de su juventud, de un viaje a México y de su participación en la protesta del No al ALCA.
Otro tipo que me influenció enormemente es Mario Vargas Llosa, que es un personaje detestable pero es un escritor tremendo. Yo creo que si moría en el año 78 era uno de los grandes escritores de izquierda. Él fue candidato a presidente en Perú, perdió en el ballotage con Fujimori, y se retiró para siempre de la política. Tiene unas memorias que se llaman El pez en el agua sobre toda esa experiencia. Era una época donde América colonizó Europa desde las letras. Lo de García Márquez es impresionante, un tipo que salió de Aracataca y pasó a ser el tipo más traducido del mundo. Cien Años de Soledad, esa obra tan típicamente latinoamericana, con tantos colores…. es como ir al zoológico leer ese libro.
Es como el amor, ya está escrito. Depende de cómo lo encares. El mal ya está escrito. Si vamos para atrás ya está todo en los griegos, el tema es ver cómo se reformula. Ya hay aberraciones narradas como Lila, y crímenes a lo largo y ancho de la historia de todas las características. Pero como lo que va mutando es la cabeza, son las generaciones, es ver cómo es el amor en tiempos de pandemia, cómo es la violencia de género en tiempos de feminismo, cómo es la política cuando las mujeres tienen más preeminencia en ella, cómo va a ser el sindicalismo cuando dejen que las mujeres estén a cargo.
¿Y alguna mujer que te haya influenciado?
¡Sí! Sobre todo en poesía. Clarice Lispector, Flannery O’Connor, Idea Vilariño. Muchas contemporáneas, que ya no sé si son influencia o es admiración. Gabriela Cabezón Cámara me gusta mucho. Agota Kristof tiene un libro tremendo, Claus y Lucas. Después las poetas rusas que son excelentes, Anna Ajmátova por ejemplo. María Moreno es una de las grandes cronistas de este tiempo. Me gustan Silvina Ocampo, Sara Gallardo, Amélie Nothomb. Pero es como decíamos, porcentualmente la oferta, la comunicación. No era tan fácil encontrarse con colecciones o con generaciones que incluyesen a las mujeres, más bien es algo que pasó a lo largo de la historia, se las solapaba. El 90% de lo que llegaba eran hombres. Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar es una obra maestra. Ahora está muy equiparado mi porcentaje, pero no porque haya que adecuarse, sino porque ya vas a una librería y te encontrás con que es más parejo de lo que históricamente fue.
Se dice a menudo que la poesía es la intensidad de la vida. Joaquín Giannuzzi esboza una definición que me resulta interesante para problematizar este asunto. Él dice que: “La poesía no nace / Está allí, al alcance de toda boca / para ser doblada, repetida, citada / total y textualmente.” De alguna manera, a la poesía hay que detectarla en la vida cotidiana y reproducirla con un texto. El cierra diciendo “No agregue / No distorsione / No cambie la música de lugar / Poesía / Es lo que se está viendo.” ¿Estás de acuerdo con esta hermenéutica de la poesía? ¿Qué es para vos el trabajo poético?
Yo no sé bien a qué alude Joaquín, el término se ha ido ampliado mucho y es el que más se salió de su definición característica o literaria. Entonces vos ves un gran gol y decís “es un poema”. Se lo asocia como a instantes, a picos de belleza, entonces ya parece que no es un género literario sino algo más grande. En realidad la poesía es un trabajo también con la palabra, es la constitución de un mundo oral que puede disparar todo eso. Pero yo no creo que la poesía esté ahí, la poesía está en la cabeza del que la construye. Hay una frase que puede remitir a lo mismo de Miguel Angel, que el muy humildemente sobre el David dice “el David ya estaba en la roca, yo solo quité lo que sobraba”. El David nunca estuvo en la roca, ¡la roca iba a ser roca siempre! ¡El David sólo estaba en la cabeza de Migel Angel que lo esculpió! Lo que pasa es que es esa forma de “hay que podar lo innecesario”, la poesía tiene que ver mucho con la poda porque suprime mucho más, y tiene otras herramientas, ni mayores ni menores. Por ejemplo Vallejo, vos podés contar o hacer un relato de cómo es la vida en la cárcel o podés hacer como él en ese poema que termina “si estuvieran aquí, si vieran hasta qué hora son cuatro estas paredes…”, ya te sentís oprimido.
Pessoa lo dice muy bien en Tabaquería, que es un poema: “no soy nada, nunca seré nada, aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo”. Yo no le quitaria el rol de trabajo a la poesía, porque sino queda como en la lírica en términos peyorativos, ese lirismo hedonista: “el poeta es un ser contemplativo al que los poemas se le ordenan en la cabeza”… e implica muchísimo trabajo. Había una vieja canción que decía “Somos de la gloriosa banda de los poetas, la que aprieta el enter de manera flashera”. Como que los poetas escriben, ponen un enter raro y ya es… [se ríe]. Hay una poesía como factoría tipo McDonalds haciendo hamburguesas, hay gente que escribe muy similar sobre temas muy similares, hechos para ser leídos en determinados formatos. Hay como una supresión del lenguaje, todo tiene que ser leído en una pantalla o en las historias de instagram. Entonces es el género que mejor se adapta a las nuevas tecnologías, no podés subir el capítulo de una novela a instagram. Como en todo lo que se masifica creo que hay muchas cosas buenas y hay muchas cosas que no. Yo no estoy en contra de los poetas de instagram, como en su momento fue el fenómeno de los blogs. Pero hoy la literatura del yo se ha comido todo y eso se nota mucho en la poesía de los influencers de poesía, por llamarlo de alguna manera.
¿A qué te referís con literatura del yo?
A la literatura autorreferencial permanente, gente que en vez de hacer una historia del desayuno escribe un poema del desayuno, o de cómo cortó con el ex, de cómo hacían el amor, de cómo comían la banana… Ojo igual no te digo la literatura del yo únicamente en la poesía, pero es lo que tiene a viralizarse más, lo que más se adapta a ese formato. Ya hay como una idea de que no tiene sentido comprar un libro de poesía, ¿para qué lo voy a comprar si se lo pido por instagram a la autora o al autor?
Yo creo igual que siempre es interesante ver las cabezas más brillantes qué van a hacer con eso. Es saludable que no muera la poesía, que no muera la literatura, que se adapte. Evidentemente seguimos necesitando la literatura, que no es sólo la palabra. La palabra es la herramienta de comunicación de todas las personas y por ende, los que se dedican a trabajar con la palabra tienen como su materia prima el mecanismo mediante el cual todo el mundo se comunica. Si vos grabases las charlas con tus amigos y después la desgrabaras, tendrías una novela en diálogo. No es que vos no estás trabajando con la palabra mientras hablás, después hacer literatura es otra cosa, es bordar sobre el papel. Pero también en quitarle esa solemnidad puede haber algo de lo espontáneo que le agregue. Lo bueno de esto es que no hay nada más fácil de dejar que un libro malo, es como la comida que no te gusta.
No me parece un problema, hay muchos colegas que ponen el grito en el cielo o dicen el famoso “cómo nos coparon la parada los poetas del instagram”. Todos somos cazadores de historias muertas. Ustedes están cazando una historia que van a contar en su revista, que a su vez es una historia de otro montón de gente que hace historia con ustedes. Pero en definitiva es lo que hacemos los seres humanos y a lo que nos dedicamos, a atrapar y a contar historias. Todos somos una narración que nace y se agota en sí misma. Más allá que pueda trasladarse a un hecho artístico, a un hecho político. Siempre la obra se completa en el otro. El libro que yo escribí no es el mismo que vos leiste, pero no porque se hayan modificado las palabras, porque tus ojos no son los míos. Cada libro es un libro nuevo en un lector, por más que se repitan las mismas palabras. Si no nos gustaría a todos lo mismo, habría una unanimidad universal que no existe. A uno que se dedica esto lo único que no le gustaría es que se muera ¡para mi que se muera el libro en papel es como que me amputen una pierna!
Por ahí es una época del yo también. De la democratización de la imagen, de la palabra, del acceso a un montón de cosas. Y también la manipulación, el narcisismo, el poder crear identidades paralelas. Ya la redes sociales no es algo inocente, hay una identidad digital que uno va creando en paralelo a la propia.
Sobre el final de la entrevista nos cuenta sobre Tu jardín salvaje, su última publicación. Se trata de un libro de 17 relatos entre los que se encuentran, según él, narraciones más diabólicas que Lila.