Editorial Fantasma

Apuntes sobre criptofascismos

"El movimiento terf es tal vez el más claro ejemplo de lo que llamo criptofascismo. Que no es un fascismo, pero en ciertos rasgos se le asemeja. Los criptofascismos son torsiones discursivas: buscan reconducir ideas progresistas hacia los callejones sin salida del biologicismo y la xenofobia."

“El Mal es el desastre de una verdad, cuando se desencadena
en ficción el deseo de forzar la nominación de lo innombrable.”

Alain Badiou, Condiciones

1. Escenas de paranoia antiterf

Zer0 Books, la editorial cooperativa que fundó, junto con otrxs, Mark Fisher, ha hecho de la defensa de cómicos transfóbicos su batalla cultural del año. Me entero una mañana, bajando por mi inicio de Twitter; respiro hondo, pienso ¡¿por qué?! y aprieto el botón de unfollow. Una editorial de izquierda, pionera en la difusión de ideas novedosas en el apagado espacio cultural de comienzos de siglo, ha tomado como bandera una causa reaccionaria.

Paso historias en Instagram sin prestar demasiada atención, pero me detengo en una cuenta feminista que alza la voz contra el prefijo “cis-”, el antónimo de trans. Luego de una serie bastante poco original de argumentos, coronan anunciando que ese término fue “inventado por un varón”. Respiro hondo de nuevo: cis y trans son palabras latinas, literalmente quieren decir “de este lado” y “del otro lado”, y no las inventó nadie. Más propaganda contra la diversidad de género, pintada de falsos tonos feministas.

El punto es que si no hubiera visto ese tipo de planteos muchas otras veces, si no me hubiera parado a pensar diez segundos sobre el origen de ciertos términos, es probable que no hubiera captado el sentido de los discursos de odio que pasan ante mis ojos. En inglés se los denomina dogwhistles, por los silbatos que solo pueden oír los perros: son mensajes políticos sutiles que se colocan como trampas, ocultos en medio de discursos más amplios y que buscan interpelar a demografías específicas.

El movimiento TERF (feminismo radical trans-excluyente, por sus siglas en inglés) es experto en estas dinámicas. Parecen variar entre dos niveles de intensidad: el sigiloso tiempo de los códigos secretos, una política de espionaje e infiltración de ideas reaccionarias en espacios sociales más amplios, y el momento de griterío cuasi-psicótico que culpa a las personas que no se identifican con el género asignado al nacer de una conspiración global demoníaca. Esta segunda intensidad se reserva a quiénes ya fueron iniciadxs, y el término no es ingenuo: el terfismo opera muchas veces como un culto.

Así que aprendemos una serie de palabras, argumentos, imágenes que señalan su posible sombra: “no somos mujeres cis, somos mujeres y punto” (cuya implicancia es, claro está, que las travas y mujeres trans no lo son). Dudamos ante representaciones del feminismo que parecen reducirlo a categorías biológicas. Hacemos lo posible por no dar lugar a discursos transodiantes. A veces fallamos.

¿Qué está pasando? ¿Qué es este malestar ideológico?

2. Por qué cripto

El movimiento terf es tal vez el más claro ejemplo de lo que llamo criptofascismo. Que no es, precisamente, un fascismo, pero en ciertos rasgos se le asemeja. Los criptofascismos son torsiones discursivas: buscan reconducir ideas progresistas, políticas asociadas a la igualdad y la libertad, hacia los callejones sin salida del biologicismo y la xenofobia. Son ideologías que describen en términos de justicia construcciones de odio. 

El prefijo cripto refleja su carácter encubierto, velado, subterráneo. Son discursos parasitarios, no existen por sí solos. El terfismo es un intento de desviar el movimiento político de mayor peso en el siglo XXI, el feminismo, hacia una determinación biológica de lo que es Una Mujer. Se plantea en términos de sentido común y simplificación, como si el puntapié de la lucha no hubiera sido la desnaturalización de las mismas categorías genéricas. Y por supuesto, la misma noción biológica planteada es pseudocientífica y antigua: si algo ha demostrado la comunidad intersex es que los cuerpos son continuamente intervenidos quirúrgicamente, muchas veces en forma secreta desde el mismo parto, para adaptarse a ese binario genital que, supuestamente, es natural.

Los criptofascismos se parecen a lo que el filósofo francés Alain Badiou llama un desastre: en lugar de atreverse a la libertad que habilita la construcción de subjetividades abiertas, quieren fijar las identidades en torno a estándares inmóviles. Esperan que la Naturaleza los salve de la indeterminación y la complejidad de la vida social. Necesitan atarse a una Verdad, la que sea, sin comprender que la verdad solo puede derivarse de una búsqueda.

Y si pertenecen a la familia del fascismo, es por el desborde de violencia y goce que opera en su núcleo. Una y otra vez encuentro que este tipo de movimientos no parte solo de afectos cercanos a la rabia o la furia (que están muchas veces en el origen de reclamos de justicia), sino también del asco, de la repugnancia, y de un placer a veces hasta consciente por ocupar, por una vez, el lugar de autoridad.

Allí radica la fuente de su relación parasitaria con movimientos progresistas: desde discursos subordinados, que de por sí ensayan redefiniciones de categorías opresivas, se siente bien poner un límite en algún lugar, buscar alguna señal que determine un faro del que aferrarse. Y por supuesto, esto se completa con un enemigo fetiche, que en el caso de la transfobia son las personas trans, travestis o no binarias.

En Espectros de Marx, Derrida hablaba de “cripto-marxistas”, que “se esconderían tras rasgos o signos de pregunta que los ansiosos expertos del anticomunismo no están entrenados para desenmascarar”. Pero esta estrategia no está monopolizada por la izquierda: tenemos que entrenarnos para encontrar las máscaras en nuestras propias filas.

“Ex LGBT” marchan en la campaña de Keiko Fujimori, Perú, 2021. Registro de Pablo Stefanoni.

3. El dilema Yiannopoulos

El periodista Pablo Stefanoni ha analizado en múltiples ocasiones, incluido en su libro ¿La rebeldía se volvió de derecha?, otro de estos movimientos: el homonacionalismo. Se trata de una reacción xenófoba de varones gays que reivindican su homosexualidad como parte de una tradición masculina occidental. También existe, y cada vez más, su versión lésbica. Pueden remontarla a la antigua Esparta, o bien a Ernst Röhm, el líder homosexual de la fuerza paramilitar nazi SA bajo el mando de Hitler. El discurso tiene su enemigo fetiche en la otredad oriental, y en Europa, específicamente en la inmigración islámica, considerada de facto homófoba.

No hace falta mentir y negar la discriminación contra orientaciones sexuales no-hétero en muchas sociedades del Oriente próximo. La trampa, por supuesto, está en que esas mismas tramas existen en niveles idénticos en gran parte del mundo libre capitalista, y nunca son esencializadas de esa manera. Amén de que el discurso, en su xenofobia radical, no hace el menor lugar ni se preocupa en ningún sentido por las personas LGBT en los países árabes. 

Un caso claro: Israel ha montado un sensacional aparato de propaganda en torno a la gran diversidad sexual de sus fuerzas armadas, en un contrapunto con la “atrasada” Palestina.

En el mundo angloparlante, un referente clave del homonacionalismo era Milo Yiannopolous, que básicamente jugaba el rol del amigo gay que legitimaba a gran parte de los voceros de la ultraderecha y la alt right. Digo “era” porque a principios de año se declaró como ex gay: está curado.

Este inesperado giro nos señala un dilema central de los criptofascismos: por un lado, su misma existencia prueba que no hay ninguna sustancia esencialmente revolucionaria, ni siquiera progresista, en pertenecer a grupos sociales subordinados. Como dice el bello proverbio, lo puto no te quita lo facho. Pero a la vez, es evidente que ocupar los lugares simultáneos de puto y facho en un contexto social que tiende a oponerlos implica dificultades para sostener un discurso coherente.

Es decir: tensionar para que puto y facho parezcan identidades irreconciliables, aún cuando no lo sean necesariamente, es una estrategia útil que puede dar resultado.

4. Por qué no (paleo)libertarianismo

Quiero aclarar que no hablo en esta nota del tema predilecto de los medios progresistas en los últimos meses: el fenómeno libertario. El paleolibertarismo -es decir, la combinación específica de conservadurismo radical en temas socioculturales y liberalismo de mercado a ultranza en cuestiones económicas- que expresan figuras como Javier Milei, no es un criptofascismo en la versión que estoy intentando desarrollar.

No lo es porque no se plantea como la captura, disrupción y contaminación de elementos progresistas, sino que adopta la forma de una construcción discursiva ultra-simplista que sistematiza y ordena una serie de concepciones de la derecha en una nueva configuración. Tiene elementos comunes, sin duda, y más de una vez se hallarán combatiendo en el mismo bando. Pero operan sobre terrenos muy distintos.

5. Sobre el antiprogresismo

Sobre cualquier movimiento que luche por la justicia social en algún ámbito específico pueden montarse dispositivos criptofascistas. En el ambientalismo, por ejemplo, ganan fuerza discursos ecofascistas que hacen uso de la defensa de la Naturaleza para legitimar su agenda xenófoba. En ciertos países, la lucha por el derecho al aborto fue coptada por grupos defensores de la eugenesia. Y nada de todo esto es nuevo: en los 70, en Argentina, militantes como Rodolfo Galimberti se apropiaron del lenguaje antiimperialista para canalizar su antisemitismo.

Esto es así porque no hay ninguna Causa que valga por sí sola, ninguna lucha que sea esencialmente incorruptible: porque la política es un juego de intereses que se superponen. Y porque creer que las cosas son más simples de lo que son es exactamente lo que habilita la difusión de estos discursos.

Los criptofascismos se construyen sobre los límites del progresismo como lógica y como ideología. Contra estos límites, suele configurarse una suerte de pose antiprogre, que elige burlarse de alguien que, por ejemplo, se refiere con pronombres neutros a su mascota. Más allá del primer planteo que podríamos hacer (¿a quién jode alguien que dice “perrite”?), lo interesante es que esta posición es vulnerable a la trampa criptofascista. Es decir: una reacción que puede ser sana, bienintencionada (¡e incluso correcta!) contra las limitaciones de un progresismo que muchas veces parece preocupado por insignificancias corre el riesgo de legitimar discursos reaccionarios encubiertos.

¿Quiere decir eso que el progresismo es incriticable porque sus enemigos son demasiado malvados? No, pero sí indica que si no podemos cuestionarlo sin hacer lugar a discursos de odio estamos irremediablemente perdidxs.

Milo Yiannopoulos brings controversial talk to Pulse ground zero | News |  NSM.today
Milo Yiannapoulos con una bandera que une el orgullo gay con iconografía libertaria.

6. Contra la paranoia

A lo largo de esta nota, fui construyendo la imagen de un territorio ideológico-político lleno de riesgos, trampas, espías y paradojas. Una conclusión a la que es sencillo de arribar es que los problemas complejos no tienen soluciones simples, y que convendría desconfiar de toda alternativa que ofrezca definiciones tajantes y que inmediatamente confirmen nuestros prejuicios. (Claro que para muchos progresistas como el autor, esa conclusión en sí misma confirma nuestros prejuicios…).

En su artículo Nosotros, los dogmáticos, Mark Fisher planteaba la alternativa contraria. En lugar de una opción por la duda radical, planteaba una defensa del dogma: es necesario, sostiene, plantear que hay Verdades y que existe el Bien, porque cualquier relativismo que las niegue no tiene forma de cuestionar seriamente a ninguna otra postura política. La dificultad estriba en construir nociones de Bien y de Verdad que sean lo suficientemente abiertas para no correr el riesgo de excluir a otrxs, pero lo suficientemente concretas para significar algo.

Dudar de todo no es una alternativa, no solo porque es al fin y al cabo paradojal (no dudamos de que hay que dudar de todo) sino porque tenemos que ser capaces de articular porque aquello que apoyamos merece ser apoyado. Dudar de todo implica escapar a la tarea crucial de argumentar racionalmente: hay motivos por los que un feminismo que no se basa en nociones pseudobiológicas del género es y debe ser una causa por la que luchar.

Así como hay razones por las que pululan discursos criptofascistas. En un reciente libro, Alejandro Galliano se pregunta por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no. Si el capitalismo (el capital) sueña, estas son sus pesadillas.

Comencé estos apuntes con una serie de escenas de paranoia ante esta diseminación ideológica que capta e infiltra posiciones supuestamente progresistas. Pero la paranoia no es el camino. De hecho, en la definición de Deleuze y Guattari lo paranoide es precisamente lo fascista. La paranoia nos obliga a una ansiedad continua que es notablemente poco efectiva para combatir discursos de odio: más bien tiende a cristalizar una posición de angustia que nos hace vulnerables.

Contra la paranoia y contra un relativismo radical (y radicalmente insostenible), debemos intentar evitar que nuestras políticas se basen en esencias. Porque es cuando esencializamos (cuando planteamos, por ejemplo, que ser gay no es una identidad o una orientación sino una posición inherentemente revolucionaria) que comenzamos a movernos en el terreno cripto. Si no es en esencias, creo que nuestra política debería partir de injusticias, de la corroboración de instancias de lo injusto que requieren rectificación y reparación. 

Por ejemplo, y para que no queden dudas sobre el primer eje planteado, una política tal sería claramente capaz de distinguir la injusticia en un segmento de la población cuya expectativa de vida es menor a los 40 años y que se ve masivamente obligada, contra cualquier tipo de elección voluntaria, a ejercer la prostitución como forma de subsistencia. Y no hay definición esencialista de género, sea la que sea, que pueda negarlo. Y no hay, en consecuencia, movimiento que pueda llamarse popular, progresista o de izquierda sin reconocer la necesidad y urgencia de luchar por los derechos de la población travesti-trans.

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