Capital cultural

Los espejos del tango

"Además de dialogar con nuestra historia, Scalabrini se propuso entender las costumbres del porteño en una Buenos Aires empedrada en tangos. Una ciudad que sigue estando intacta en espíritu, aunque hoy nos parezca una fábula por lejanía."

Por Luciano Grinberg *

“El porteño tiene una muchedumbre en el alma”.

Scalabrini Ortiz, El hombre que está solo y espera

Hay quien dice que es una calle o una avenida. Otros van más lejos y sostienen que es un nombre inventado que no perteneció a nadie. O que quizás fue sólo un personaje de un tango ya olvidado o de una de las tantas historias que Macedonio Fernández les contaba a sus discípulos. Sin embargo, los fragmentos de su biografía nos dicen que Scalabrini Ortiz fue un filósofo, periodista, historiador, ingeniero y poeta, además de ser una de las figuras argentinas más importantes del siglo XX. Fue amigo de otros dos creadores de nuestro pasado: Homero Manzi y Arturo Jauretche. Ambos articularon política, poesía, música y filosofía criolla para dejar un legado a partir del cual todo argentino, aún sin saberlo, es también extensión y relectura.

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Raúl Scalabrini Ortiz

Pero además de dialogar con nuestra historia, Scalabrini se propuso entender las costumbres del porteño en una Buenos Aires empedrada en tangos. Una ciudad que sigue estando intacta en espíritu, aunque hoy nos parezca una fábula por lejanía, un recuerdo tergiversado por el paso del tiempo, un romance allanado en desamores. En sus escritos encontramos una mirada sobre las tradiciones, los deseos y los límites que definen no sólo nuestras acciones y prejuicios, sino también nuestra cultura. Así es como para hablar del amor entre porteños, dice lo siguiente: «El piropo del hombre porteño es su mirada». Y no contento con eso, lo lleva al plano de la música casi como si fuese natural relacionar ambas cuestiones:

«Los ojos de todos los argentinos se parecen», me decía en París una amiga que había conocido a muchos. (…)  Comprendí que mi amiga en los ojos porteños escuchaba una música. Y esa es la dificultad: ¿De qué palabras dotaremos a esa música que no se oye y que no se puede denominar sin desmentirla y falsearla?«

Scalabrini Ortiz, “El hombre que está solo y espera”. El subrayado es mío.
Homero Manzi

A raíz de esto, alguno me dirá que para qué escribo yo si el mismo autor ya dijo todo. No puedo estar más de acuerdo. Scalabrini nos está hablando de que el argentino tiene cierta vergüenza para exponer sus emociones sin traicionarlas. Digamos que siente cierto pudor para mostrarse como es. Posee una falencia para mostrar sus falencias, lo cual lo lleva a esquivar los temas que exponen su fragilidad. La única forma en la que uno puede entender al piropo es como una forma de protección frente al juicio ajeno. Una gambeta a la mirada inescrupulosa de otro varón. Porque si el otro sabe averiguar intenciones, será allí donde descubrirá la ternura que el piropo encubre.

Es por ello que el porteño esconde sus sentimientos en fórmulas retóricas, palabras vacías y expresiones que no llevan a ningún lado. No puede ser directo en cuanto a lo que siente porque ni él mismo lo sabe. ¿De qué forma puede entonces lo tierno salir a la luz en palabras que no lo delaten? El autor de El hombre que está solo y espera lo dice así:

«Una música, lastimada y sencilla, traduce esa admiración de resignada expectativa: es la música del tango. Y unas palabras superpuestas procuran fingirle una torpeza o una cavilación ajena a ella: son las letras de los tangos. La música dice las amarguras de todos los porteños; la letra, la de unos pocos en que los demás se justifican

Scalabrini Ortiz, “El hombre que está solo y espera”. El subrayado es mío.
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Arturo Jauretche

Este es un fragmento en el cual se muestra la profundidad de lectura a la que nos invita. Casi sin decirlo, nos muestra que en los ojos de los argentinos se escucha el tango. Se escucha la amargura de su existencia.La música, en su prescindencia de las palabras, logra transmitir la verdad del sentimiento porteño sin falsearlo ni decorarlo. Apenas lo recubre de cierta torpeza. Sus poesías nos dejan rastros de verdades, pequeñas metafísicas escondidas detrás de la rima. La historia más corriente bien cantada se vuelve una pequeña ventana que, como Alfred Hitchcock en su película La ventana indiscreta, nos hace descubrir posibilidades para nuestra propia vida. Pequeños retratos de otro, que nos recuerdan demasiado a nosotros mismos. Cuando escuchamos un buen tango estamos oyendo una mirada, o un piropo, que nos sacude la memoria. Nos volvemos reflejos de la música. En soledad y en espera, somos espejos de la historia.

* Conduce el programa «Sonido Consentido» en Radio Nacional Clásica todos los jueves a las 22hs. Estudiante de música en la UNA.

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