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El peronismo ante la crisis del trabajo

"¿Estamos simplemente ante la continuidad del esquema planteado por el menemismo? ¿Se trata del fin del consenso kirchnerista en base a su creciente incapacidad de prolongar el proceso de distribución y creación de empleo genuino? ¿O es algo más profundo?"

Por Lucía Hamilton y Dante Sabatto

Nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad marcada por un desempleo por encima de los dos dígitos y una informalidad que no baja de los 30 puntos. Argentina no siempre fue así: durante décadas, fuimos un país en el que avanzaba un proceso de industrialización, impulsado alternada o combinadamente por el Estado y la inversión extranjera, con sólida legislación laboral. Era el país donde Perón podía soñar con una ciudadanía que iba de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.

La sangrienta imposición del modelo neoliberal en los 70 y su consolidación y reestructuración democrática en los 90 acabaron con ese mundo. Pero entrando en la tercera década del siglo XXI, nos encontramos con una radicalización de ciertas tendencias que alteran las cosmovisiones acerca del trabajo. Parece que algo se está rompiendo: entramos en un período de crisis donde sobran incertidumbres. ¿Estamos simplemente ante la continuidad del esquema planteado por el menemismo? ¿Se trata del fin del consenso kirchnerista en base a su creciente incapacidad de prolongar el proceso de distribución y creación de empleo genuino? ¿O es algo más profundo?

Podríamos ver un simple ejemplo con el rol de los movimientos sociales asociados a la economía popular: de los piquetes de los 90 a la integración estatal en los 00, y de allí a la corporativización en los 10 (con la creación de la UTEP). Pero ¿cuál es el camino que seguirán en los nuevos años 20? ¿Disolución dentro de la CGT? ¿Partidización ante una crisis del frentodismo? ¿Tendremos un presidente piquetero?

En esta nota nos preguntamos por una sola de estas variantes: ¿qué significa la crisis del mundo laboral para el peronismo? Este movimiento concebía al trabajo como el eje rector de la vida social, e incluso de la realidad toda: una ontología laborista. Hoy, los espectros de la automatización, la renta básica universal y la economía popular, entre otros, acechan al continente: ¿cómo sostener las tres banderas ante estos nuevos vientos? 

¿Una sola clase de personas?

Más literal imposible, una de las 20 verdades peronistas enuncia que para el justicialismo existe una sola clase de hombres (y mujeres): los que trabajan. Esta reivindicación aparece en lo simbólico, desde ya, pero primariamente a través de la transformación material, visible a la luz de la historia, de las condiciones laborales y la ampliación de derechos. Hay que agarrar la pala, y no debe haber mucha gente -de cualquier color político- que rebata esta afirmación. Concretamente, para la juventud, el trabajo representa la posibilidad de la tan anhelada independencia de los padres, de la (alquilada) casa propia, las nuevas zapas Fila, la birra con amigos y tantas otras maravillas. La Verdad sigue siendo verdadera, pero aparece frente a nosotros de manera insoslayable un fenómeno que, de mínima, complejiza el panorama: la diversificación de lo que conocemos como trabajo. Y es entre la juventud donde estos cambios asoman y toman mayor fuerza. 

El mundo del trabajo tradicional, el de la fábrica o la oficina, de jornada media o completa, con jefes que dan órdenes y compañeros con los que compartir la hora de almuerzo, transita un apocalipsis. La razón principal es fácil de encontrar: no hay laburo. La tasa de desempleo roza los 10 puntos y alcanza un angustioso 20% para la juventud. Dicho de otra forma, de un grupo de 10 amigues, dos no consiguen trabajo. Y quienes sí lo hacen, seguramente sea en condiciones de precarización o informalidad.

Si terminaste el secundario después del Mundial de Sudáfrica, esto seguro te suena. 

La lenta recuperación post COVID-19 no alcanza todavía a nuestro sector etario. Es interesante cómo en un contexto donde la incertidumbre se encrudece, tras casi dos años de aislamientos intermitentes y tantos otros malestares que bien conocemos y cuya enumeración solo nos deprimiría, la juventud -desempleada, precarizada- termina reducida a una supuesta actitud individualista e imprudente frente a la pandemia. A quien estuvo todo el día mandando CVs como náufrago que tira una botella al mar, ¿quién le niega la fiesta clandestina?

El Gobierno aplicó una sanción a Rappi “por haber cometido una infracción  grave” - LA NACION

Pero, creemos, la crisis económica no basta para entender el apocalipsis del mundo laboral. Tal vez como método de supervivencia, de anticuerpo consuetudinario frente a las frustraciones que el mercado de trabajo inevitablemente ofrece, hay un desplazamiento en el ideal laboral que les jóvenes persiguen. Sea por mero deseo o por supremacía de la realidad, el mes pasado un amigo nos dijo que prefería pedalear tranquilo 14 horas el para Rappi, eligiendo él a qué hora empezar y terminar, que tener que cumplir un horario de lunes a viernes. El trabajo jóven resulta cada vez más anómalo y diverso. El sueño del pibe de ser jugador de fútbol o estrella de rock se metamorfoseó en ser influencer, tiktoker, youtuber o streamer y, gracias a las redes sociales, hoy en día es una posibilidad real que se considera tanto como estudiar abogacía… y 2000 vistas pagan cerca de un sueldo promedio de procurador. Tener un emprendimiento por Instagram o hacer changas garantizan estabilidad laboral a la altura de los trabajos disponibles, y permite comodidades que cada vez cotizan más, por ejemplo, “manejar tus horarios” o “que nunca nadie te diga qué tenés que hacer”. 

La digitalización del trabajo ya era un hecho en 2019 y la pandemia puso quinta. El homeoffice llegó para quedarse y discusiones tales como la jornada laboral de cuatro días o el salario básico universal comienzan a asomar. El monstruo del trabajo dentro del capitalismo de plataformas, que sin duda y de manera urgente tiene que ser objeto de regulación, es una instrumento de organización empresarial efectiva a la hora de maximizar las ganancias y, potencialmente, dar más laburo. En notable agravamiento de la atomización que el toyotismo tercerizador inauguró, que tu patrón sea un algoritmo y tu compañero un NN es un tiro en la frente para cualquier intento de organización sindical. Empresas multinacionales que contratan a través de un simple click, bajo formatos de contrato de adhesión (los famosos “Términos y condiciones”), y pagan en criptos vía servidores de la otra punta del mundo, garantizan los medios de subsistencia de cada vez más jóvenes. De la vereda de enfrente, lo mismo pasa con la economía popular que no para de crecer y comedores, vacunatorios, organizaciones, entre otros, son también sede laboral para muchísimas sub-30.. 

No hay que ignorar que prolifera en este mismo sentido, bajo el eslogan de “sé tu propio jefe”, un discurso que canjea empoderamiento berreta por precarización e informalidad. El foco de estas reflexiones son los nuevos ideales e intereses que se construyen respecto del vasto mundo laboral y la necesidad de, desde los pilares justicialistas y la reivindicación del sujeto trabajador, pensar cómo seguimos. ¿Hay verdaderamente una sola clase de persona si la mitad no puede, por motivos que les resultan ajenos, acceder a esa categoría? ¿El mero hecho que te paguen por algo, te hace un trabajador? ¿Es deseable darle cauce a estas transformaciones o en un sentido orientativo y de fondo, el pasado sí fue un tiempo mejor? ¿Es posible volver atrás? 

El apocalipsis del mundo del trabajo

El término apocalipsis no es, tal vez, el más apropiado para referirnos a lo que está ocurriendo con el mundo del trabajo. Esta palabra no solo remite al fin de los tiempos: su etimología indica que se trata de un momento de revelación (por eso el nombre del libro bíblico), de corrida de los velos. Pero lo que se multiplica en estas décadas es más bien la confusión: las veloces transformaciones en las formas de empleo no revelan ninguna verdad oculta sobre la organización de la vida humana. Se parece tal vez más a lo que el filósofo Evan Calder Williams llamó, en referencia al “desarrollo” en la teoría marxista, un apocalipsis desigual y combinado.

En la tradición peronista, el corporativismo como forma política era el correlato superestructural de la ontología laborista; la pregunta entonces es si se quebró esa superestructura (las transformaciones del capitalismo a nivel global y de la política argentina democrática impidieron la reconstrucción de ese frente político) o la materialidad por debajo (ya no es posible un mundo socialmente organizado en torno al trabajo).

El trabajo como ordenador social, en su acepción justicialista, parte de la premisa del aporte individual -productivo, en este caso- de cada hombre y mujer al colectivo social, a la Patria. La dialéctica individuo-sociedad sigue vigente y es menester seguir fortaleciendo esa noción de comunidad, pero el trabajo en su dimensión actual pone en jaque su carácter colectivo y nacional. El dato que en el mundo se produce más de lo que se consume es conocido, entonces la labor individual dista de ser eslabón necesario para la subsistencia y desarrollo del prójimo. Y, trabajar como acto patriótico tampoco representa una realidad en un mundo reinado por la globalización. 

La posibilidad de que la automatización y el avance tecnológico torne prescindible a una masa incalculable de trabajadores es una amenaza cierta. Y la posibilidad de reubicarlos en nuevos puestos de trabajo, una utopía distante. La precarización e informalidad es la norma y se agudiza a cada paso, bajo formatos desconocidos hace 20 años. Entonces, si las formas de trabajo están en crisis, las representaciones de la gente sobre el trabajo están en crisis, el peronismo está en crisis y el país está en crisis, ¿qué se hace?

Los sindicatos y los movimientos sociales -garantes innegables de una estabilidad social que sin duda sorprende en este contexto- intentan esbozar ciertas directrices que ordenen el caos. La CGT y sectores afines lo hacen con el acento puesto en los valores de la producción, el desarrollo industrial para crear puestos de trabajos y su conjugación con derechos laborales; los herederos del movimiento piquetero, en la identidad popular y la prédica del cooperativismo y la solidaridad. La bandera en común: la dignidad.  De esto queremos ocuparnos en los últimos párrafos de este texto: de rastrear y mapear las alternativas que surgen para el peronismo en el terreno concreto de la praxis política.

Automatización en el trabajo reemplazaría más trabajadores por robots

Qué hacer

Existe un desacople entre lo económico y lo político, entre lo gremial y lo partidario, entre dirigentes y estructuras, que hace difícil mapear la traducción en el mundo peronista de esta crisis del trabajo. Por ejemplo: el proyecto de convertir planes sociales en trabajo ve una alianza de CFK con Sergio Massa, mientras que Alberto Fernández se apoya en los movimientos sociales… Pero no en todos: el Frente Patria Grande aparece en la agenda de la vicepresidenta. Y a la vez, el actual mandatario tiene el apoyo de los sectores más tradicionales de la CGT (Héctor Daer, sobre todo), cuyo vínculo con el gremio de la economía popular, la UTEP, es… digamos “complejo”.

La propuesta de estos párrafos es, entonces, poner un poco de orden en este caos: definir las variables centrales y las alternativas que se presentan, dentro del peronismo del siglo XXI, para hacer frente al apocalipsis laboral. Esto implica construir una maqueta, un esquema, pero tratando siempre de volver a las disputas y los debates reales que ocurren efectivamente dentro de la coalición de gobierno, porque nada se da en el vacío. Los caminos que se abren no implican solo la construcción del futuro: son también una lucha por el pasado, por la historia del peronismo como representación sociopolítica fundamental de la historia moderna argentina.

A horas de las elecciones legislativas de 2021, la CGT renovó sus autoridades y emitió un comunicado en el que, desde el título, convocaba a “volver al trabajo como el gran organizador social”. Síntoma de los debates del presente.

Ante esto, la UTEP no tiene una respuesta única, sino que más bien se halla en una disyuntiva: aceleración o integración. La segunda de estas vías privilegia las formas organizativas: lo importante es que sobrevivan los movimientos sociales como herramienta de los sectores populares. La UTEP se integraría a la CGT, idea que viene siendo planteada hace años, sin hallar un sendero claro. La consecuencia es que la CGT no sería la misma: la forma de dar cuenta de la transformación estructural es cambiando el sentido mismo de lo que el trabajo es.

La aceleración implica plantear que los planes sociales no son un salario complementario sino otra cosa, que no pueden eventualmente transformarse en “trabajo genuino” porque la sociedad ya ha cambiado demasiado. Esta es la vía de la renta básica universal, de la economía popular como nombre del futuro. El tercer sector no pasará a transformar los anteriores, sino que los consumirá. Hoy en día, la dirigencia política argentina no avanza por estas vías: no aparece planteado en el Frente Patria Grande (sus raíces socialcristianas lo limitan), la UTEP (pasa otro tanto con su ADN peronista) ni la mayoría de la izquierda clasista (por razones de son de público conocimiento).

¿Podrá esto ser un peronismo? El movimiento de Juan Domingo pudo subsistir su transformación neoliberal en los 90, con el quiebre final del entramado industrial privado y público como locus del trabajo argentino, en parte porque los servicios recibieron a esos desempleados, y en parte porque para los que no se reubicaron continuaron teniendo el mismo eje ordenador. Solo que ahora era la falta de trabajo la columna vertebral de esos nuevos descamisados: una falta que parecía, tal vez, aún temporaria. Si el mundo laboral cambia al punto en que una gran población argentina desempeñe tareas que no solemos concebir como trabajo y subsista principalmente en base a transferencias directas del Estado: ¿qué será el peronismo?

Este es un planteo radical: es probable que no se llegue a este límite. Una versión más limitada (y probable) es la configuración efectiva de, digamos, un utepismo como versión del peronismo. Hoy, los sectores del kirchnerismo y los movimientos sociales que efectivamente plantean la alternativa de la aceleración son básicamente inexistentes, mientras que la vía de la integración parece un camino difícil. Pero el retorno al pleno empleo que “organice la vida de lxs argentinxs”, CFK dixit: ¿es algo más que un sueño?

Podríamos introducir en este punto diferencias internas al mundo de la economía popular. No todo el universo UTEP es homogéneo; de hecho, el sindicato ensambla una diversidad inmensa. Es posible que las actividades realizadas, por ejemplo, por cartoneros sean más asimilables al trabajo denominado “genuino”, que pueda considerarse incluso dónde radica la agregación de valor. Otra cosa pasa con desempleados que realizan changas inciertas y viven de un salario social complementario. Estas diferencias se reflejan en el vínculo UTEP-CGT, que tiene algunos lazos claros y positivos (Pérsico-Schmid, por ejemplo) y otros mucho más difusos.

Una mirada que aporta claridad es la que se dirige a la oposición: ante el apocalipsis del trabajo, el posmacrismo no solo no tiene tres caminos, como el peronismo. No tiene ninguno. No se les ocurre una sola forma de crear empleo más que destrozar las condiciones laborales actuales, con consecuencias dudosas.

Pero ante la crecientemente notoria necesidad de una inventiva que pueda dar solución, ni siquiera en el largo sino en el medio plazo, a esta república en estado de crisis permanente: ¿qué hará el peronismo? En su límite, las vías dos y tres planteadas más arriba se diferencian solo en una cosa: en si aquellas actividades que organizarán la vida de la gente se llamarán o no trabajo. No es solo una cuestión de nombre, sino de la posibilidad de que se incluyan en una relación de continuidad con lo que, hasta ahora, concebimos como trabajo. Es por eso que la segunda vía, la de una economía popular montándose sobre las estructuras organizativas del peronismo, participando de su identidad y sus tradiciones, transformándolas en el camino, puede ser la alternativa más viable. 

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