Editorial Fantasma

Malvinas después de Malvinas

"Se puede operar para cambiar la ecuación por nuestro lado: cada paso que la Argentina tome para ser un país con una economía pujante, una sociedad ejemplar y una política exterior digna, será un paso hacia la recuperación del ejercicio pleno de nuestra soberanía territorial."

El 2 de abril, los argentinos y las argentinas vivimos horas especiales. Recuerdos, homenajes, dolores y sueños circulan en las mesas familiares, en la televisión y en las redes sociales. Naturalmente, esto es muy importante. Y que cada año se hable un poco más del tema es francamente esperanzador. No es solo gritando la vida por Malvinas que se hace patria, pero un poco sirve.

Sin embargo, tras años de desmalvinización y paraguas de soberanía, la apertura política del debate que debería acompañar aquel proceso de reflexión colectiva para guiarnos hacia nuevas síntesis sobre el futuro de nuestro país pareció estancarse. Incluso durante los años álgidos del kirchnerismo, donde el tema fue puesto en la agenda local e internacional, en cada charla nos tiraba un impulso morboso, de esos que tiran fuerte hacia las discusiones interminables.

Un ejemplo notable es el debate “héroes-niños de la guerra” — si el lector alguna vez militó o usó Twitter o leyó un diario impreso durante el mes de abril, lo que acabo de mencionar probablemente le provocó un escalofrío. O la cuestión Seineldin. Otro ejemplo es la adicción a los contrafácticos, de la que yo, personalmente, padezco de manera compulsiva e irremediable (imaginense cómo estoy con Rusia-Ucrania). Qué hubiera pasado si tal personaje histórico no se moría trágicamente; qué hubiera pasado si este otro personaje elegía la opción “b” en vez de la opción “a”, etc. De la Primera Junta a la Contraofensiva Montonera, contrafácticos hay de sobra. Este tipo de juegos mentales son catárticos, difíciles de evitar e incluso pueden ser útiles para extraer aprendizajes, pero, al presuponer un diario-del-lunesismo fantástico, tienden a proyectar para atrás mucho más de lo que proyectan para adelante.

Sin embargo, en los últimos años, de la mano con un proceso de revisión más general de los problemas estructurales que enfrenta nuestro país, la discusión parece estar tomando otros caminos. Caminos que considero más prometedores. Pero antes, dado que tuve que hacer alusión al vicio de los contrafácticos, me permito una intermisión.

Intermisión

Por la salud de todos nosotros (la mía), no puedo continuar esta nota sin mencionar (a trazo grueso) al menos dos de estos casos de “qué hubiera pasado” que me irritan especialmente

1) En el período que va desde la aprobación de la resolución 2065 (1965) hasta el golpe de 1976, Argentina y Gran Bretaña desarrollaron numerosas instancias de negociación, llegando a realizarse ofertas de solución basadas en la administración conjunta y el traspaso paulatino de soberanía. Sin embargo, una serie de supuestos dudosos —fuertemente influenciados por los intereses de la Armada—llevaron al gobierno de facto a optar por un camino diferente. Numerosas fuentes dan cuenta del proceso por el cual la Junta Militar llegó a concluir que una operación militar, ante la “falta de voluntad” del adversario, sería el medio más adecuado para arrastrar a los británicos a la mesa de negociación. El Informe Rattenbach realiza una descripción dolorosa de los errores de concepción estratégica, los deslices diplomáticos y las definiciones apresuradas que, tomadas por Galtieri, Costa Méndez y la Junta Militar llevaron a la decisión de iniciar la acción bélica y a adoptar posiciones que dificultaron una salida negociada después del 2 de abril. Desde 1982, el Reino Unido cerró las puertas a cualquier negociación, ignorando los llamados de la comunidad internacional con el pretexto de su victoria militar. Al mismo tiempo, los lazos económicos y culturales con el continente se cortaron y, gracias a la extensión unilateral e ilegal de la zona de exclusión británica y el consecuente florecimiento de la industria pesquera (Rattenbach, 2022), por un lado, y el establecimiento de una “fortaleza Malvinas”, por otro, las islas alcanzaron niveles de independencia con respecto al continente que redujeron notablemente el poder de negociación argentino. 649 compatriotas dieron heróicamente su vida en el campo de batalla, pero el objetivo político —que siempre debe preceder y conducir al objetivo militar— no solo no se cumplió, sino que se volvió significativamente más difícil de alcanzar. ¿Qué hubiera pasado con las Islas del Atlántico Sur si se mantenía el orden constitucional en la Argentina? ¿Qué hubiera pasado si las altas decisiones de la Junta Militar hubieran sido adecuadamente asesoradas por el Servicio Exterior?

2) En 1979, Argentina había encargado a Francia 14 cazas Super Étendard y 15 misiles Exocet AM-39, por los que abonó por adelantado unos 160 millones de USD. Al 2 de abril de 1982, cuando el bloqueo comercial europeo interrumpió el contrato, la Armada Argentina había recibido tan solo 5 naves, con sus correspondientes misiles. Con ese escaso inventario, los pilotos argentinos hundieron el destructor HMS Sheffield (4 de mayo) y el carguero Atlantic Conveyor (25 de mayo) y, según la versión argentina no confirmada por los británicos, dañaron a los dos portaaviones de la Royal Navy, el HMS Hermes (4 de mayo) y el HMS Invincible (30 de mayo). Con 5 armas, 2 hundidos y 2 presuntamente averiados; una eficacia notable. Argentina se esforzó para conseguir más misiles como sea —recurriendo al Perú, Irak y traficantes de todo tipo—, pero nunca lo logró. ¿Qué hubiera pasado si los 15 Exocet se hubiesen entregado en tiempo y forma? Algo similar se puede decir de las bombas utilizadas por nuestra aviación: debido a falencias técnicas (la mayoría no estaba preparada para blancos navales; recordemos que la hipótesis de conflicto privilegiada era una guerra con Chile), cerca del 70% de las bombas argentinas no estallaron a pesar de dar en el blanco.

Como estos, existen cientos de casos. Cuánta vida, cuántos sueños, cuánta política correcta se podría haber preservado si las cosas hubiesen sido diferentes. Pero no. En fin, no entiendo cómo hacen los historiadores para ser felices. Ahora sí: volvemos.

Con el sol de nuestros sueños

Como decíamos, los desarrollos de las últimas décadas han empezado a nutrir un debate igual de necesario y, me atrevo a decir, mucho más interesante: cómo contribuir al ejercicio pleno de la soberanía territorial argentina desde diferentes ámbitos entre los que se destacan, entre tantos otros, la Ciencia y Tecnología (Pampa Azul, ARSAT, etc.), la Política Antártica, la Política Exterior (organismos internacionales, relaciones bilaterales, integración regional), la Política de Defensa (FONDEF, Escenario Geoestratégico Sur), la Política Energética (hidrocarburos, energías renovables), la demografía y el desarrollo patagónico, el control de la pesca.

Esta aproximación resulta muy alentadora porque demuestra una maduración en la capacidad de trascender la revalidación de los fines y la revisión de los medios utilizados en el pasado, para comenzar a pensar los medios con los que recuperaremos el ejercicio pleno de nuestra soberanía. No es poca cosa. Es que la causa Malvinas tiene la particularidad de ser, en términos estratégicos, a la vez el final y el principio: los pasos en el camino hacia su consagración se incluyen entre los pasos hacia la recuperación de la Argentina. No hay divergencia: cada ámbito de progreso hacia una meta sirve como indicador indirecto para la otra. Para ser un estado en serio hay que tener integridad territorial, para tener integridad hay que ser un estado en serio. No es una paradoja, es convergencia estratégica.

Resulta extraño que algunos afirmen que las Islas Malvinas, Georgias del Sur, Sandwich del Sur y sus espacios marítimos circundantes nos «costarían”. Primero que nada, porque sí cuentan con un valor económico relevante, teniendo en cuenta la disponibilidad de recursos naturales, la biodiversidad y las oportunidades vinculadas a la logística antártica, así como un valor estratégico sustancial, especialmente para un país bicontinental como el nuestro.Pero, más específicamente y diciéndolo en criollo, porque solo las vamos a recuperar desarrollando cosas que necesitamos más allá de Malvinas, porque las necesitamos para ser un país en serio. La construcción de una política exterior que sea capaz de expresar lo que la Argentina vale, lo que la Argentina quiere y lo que la Argentina espera de los demás irá atada, necesariamente, de la materialización de esos preceptos en el marco de nuestra política doméstica. 

Esta identidad Malvinas-Desarrollo corre el riesgo de ser reduccionista, pero permite reflejar una realidad inapelable. La soberanía no se regala: se la ejerce por mérito propio. El objetivo político de la República Argentina es volver a torcer el cálculo estratégico de Londres, ya sea en términos inmediatos o de mediano/largo plazo. El pabellón celeste y blanco volverá a flamear en Malvinas —allí de a donde nunca debió haberse ido— cuando exista una confluencia de factores que le indiquen al Reino Unido que los costos de seguir incumpliendo el derecho internacional superan a sus beneficios. Se puede esperar y rezar a que los costos aumenten por su cuenta (Brexit, fragmentación de las naciones constitutivas del reino, presiones domésticas sobre el gasto militar, golpe de suerte en organismos internacionales) —por cierto, tendrían que aumentar desproporcionadamente por sobre los beneficios, que también parecen encontrarse en crecimiento. O se puede operar decididamente para cambiar la ecuación por nuestro lado: cada paso que la Argentina tome para ser un país con una economía pujante, una sociedad ejemplar y una política exterior digna de su lugar en el mundo, será un paso hacia la recuperación del ejercicio pleno de nuestra soberanía territorial.

Los ingleses creen que después de 1982 la historia se acabó. Su impunidad descansa en la tranquilidad de sabernos impotentes, decadentes y divididos: tienen una imagen de los argentinos como oportunistas que exigen más de lo que saben que se merecen. Como suele pasar, el sesgo de la soberbia imperial perdida los hace pintar a todo lo que no sea del norte como una banda de bananeros incivilizados. Esos a los que el derecho internacional se les aplica como castigo, pero nunca se les reconoce como herramienta.

La tranquilidad británica se asienta en una convicción basada en evidencia, es cierto: hay muchas cosas en las que cada día estamos más perdidos. Con una dirigencia destartalada, la desesperanza y la desolación moral están a la orden del día. Pero, por más lejos que parezca, cada una de las herramientas que necesitamos para demoler su tranquilidad es alcanzable. El obstáculo no es material, no está determinado ni es inevitable. Se trata más bien de conectar medios con fines, deseos con resultados. Y tener paciencia. El que tiene la casa en orden no tiene apuro. El que no tiene apuro puede jugar con el tiempo. La construcción de la victoria nacional puede jugarse en muchos lados, pero, como siempre empieza por casa.

Las Malvinas no nos van a salvar. Pero si pueden ayudarnos a confrontar la realidad. Son un espejo que ordena prioridades y desnuda mezquindades. Tienen, como pocas otras cosas, la potencialidad de unir a actores que pueden y deben colaborar para sacarnos adelante, pero necesitan una excusa —y parece que la miseria y el hambre de sus compatriotas no alcanzó. Ayudan a ponerle nombre al país que queremos: justo, digno, soberano, sin hambre y con las Malvinas, Georgias, Sandwich y espacios marítimos circundantes. Son, también, una interpelación. Si en política exterior nos va como en política doméstica, falta mucho por hacer. Sirvan las islas como estrella de guía, como puente hermanador y como ideal compartido. No van a hacer magia; eso lo vamos a tener que hacer nosotros, con nuestro sueños al hombro y nuestros héroes en el alma. Porque los vamos a necesitar: de Aquiles a Maradona, una nación sin héroes, como dice un amigo, es un cuerpo sin alma.

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