Editorial Fantasma

Los consensos del Nunca Más

"¿Existe verdaderamente un consenso social sostenido por la dirigencia política en torno a las tres banderas de memoria, verdad y justicia? ¿Es una política de Estado o un acuerdo tácito con límites difusos?"

Cuando Mauricio Macri dijo en una entrevista que “no sabía” cuántos eran los desaparecidos, se dijo que el nuevo grupo político que ocupaba la Rosada, con su discurso refundacional, se proponía quebrar el Consenso del Nunca Más. El fallo de la CJSN que habilitó el 2×1 a condenados por delitos de lesa humanidad (rápidamente revertida ante el masivo rechazo social) fue considerado en este mismo sentido. Evidentemente, se leen en retrospectiva como movimientos que buscaban probar hasta donde se podía avanzar, pequeños tests del humor social en torno a un tema complejo.

Pero, ¿existe verdaderamente un consenso social sostenido por la dirigencia política en torno a las tres banderas de memoria, verdad y justicia?  ¿Es una política de Estado o un acuerdo tácito con límites difusos? ¿Atraviesa a los tres poderes estatales?

Esta nota, como anticipa su título, se propone hurgar en la historia de este “consenso” para descubrir en él una serie de etapas. La hipótesis es que la visión de un único consenso homogéneo, o la idea de sentido común de un quiebre en 2003 conducido en forma vertical por la decisión de Néstor Kirchner, no alcanzan para dar cuenta de la evolución de las construcciones de sentido que la sociedad argentina ha ido elaborando en torno a su historia: la del golpe, la del sistema concentracionario, la de los desaparecidos, la de su búsqueda, la de la recuperación democrática.

Estas imágenes de pasado inciden claramente sobre las construcciones políticas de presente y las expectativas de futuro. Hoy, los discursos que buscan relegitimar el terrorismo de Estado y los delitos de lesa humanidad cometidos por la última dictadura lo hacen desde una posición particular. Su asociación directa con la derecha libertaria (la diputada Victoria Villarruel dirige una asociación civil dedicada a la defensa de las “víctimas del terrorismo” de las organizaciones armadas de los 70), en ascenso en la escena política, requiere de herramientas más precisas para comprenderlos y poder enfrentarlos en forma más eficaz.

(1) Demonología

El alfonsinismo ha quedado directamente asociado a dos herencias: la de un progresismo socialdemócrata que la UCR nunca ha vuelto a representar, y la de la hiperinflación y la crisis económica de final de mandato. La restauración democrática está íntimamente vinculada con ambas partes: la primavera cultural, el ocaso y la instauración de un peronismo neoliberal.

En un segundo plano ha quedado la secuencia tríptica de eventos de, en términos de Juan Carlos Portantiero, producción del orden democrático. Estas son, por supuesto, el Juicio a las Juntas, los alzamientos carapintadas y las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Leídas en orden cronológico, y a partir del mismo discurso del presidente, pueden interpretarse teleológicamente. Quien quiera “salvar” a Alfonsín puede considerar que las Leyes fueron arrancadas a la gestión por la presión de los militares.

Pero esta historia es una construcción retroactiva que deja de lado, en su simpleza, la estrategia desarrollada por el gobierno radical. La Teoría de los Dos Demonios no es una consecuencia no deseada sino un elemento constitutivo del alfonsinismo. El presidente condenaba en un mismo discurso a los militares, los peronistas y los sindicalistas. La gestión de Alfonsín no tenía un relato refundacional: era objetivamente una refundación. Esto se llevó a cabo mediante la igualación discursiva de los militantes (guerrilleros, pero también activistas políticos) y la Dictadura.

La contraparte de esto es la desmalvinización, de nuevo un elemento constitutivo del alfonsinismo como tal, pero además originario. Lo que destacó a quien se convertiría luego en el primer presidente de la democracia fue su rechazo de la Guerra de Malvinas desde su mismo inicio, cuando otros sectores políticos la apoyaron (defendiendo en muchos casos el reclamo pero cuestionando a la conducción militar). Durante el período 1983-1989 se trabajó activamente para dejar atrás no solo la historia del conflicto bélico sino también el reclamo de soberanía sobre las islas.

El primer Consenso del Nunca Más tiene una ecuación simple: teoría de los dos demonios + desmalvinización. El Juicio a las Juntas es la excepción fundamental, la salvedad que permite la existencia de la regla. Precisamente la expresión Nunca Más surge al final de este proceso. Condenada la cúpula militar, es posible continuar la vida normal, y para eso debe regir el olvido. Las leyes del perdón están hechas a medida de esta necesidad.

(2) Reconciliación

El menemismo construyó, sobre la base de esta ecuación, una política que suele confundirse pero que en realidad es diferente. Las políticas de (des)memoria durante la década de los 90 no son solo un nuevo capítulo del alfonsinismo, una especie de epílogo extenso con continuidad. No son tampoco una simple profundización, porque hay una modulación relevante, un cambio de escala.

Menem inició la nueva era con un proceso doble: la represión del último alzamiento carapintada y la firma de los indultos. Pero esta frase miente la historia al violar el orden de los acontecimientos. En verdad, primero vienen los primeros indultos, los de octubre de 1989, a solo tres meses de gobierno. Luego, la insurrección de diciembre de 1990, la que fue reprimida por orden del presidente por las fuerzas leales. Y, finalmente, la segunda tanda de indultos, tres semanas después.

La composición de los indultos es crucial: los primeros fueron para militares juzgados entre el Juicio a las Juntas y las leyes de impunidad, para militantes guerrilleros y para insurrectos carapintadas. Los segundos, para los jefes de las Juntas Militares y los líderes de Montoneros. La Teoría de los Dos Demonios fundamentaba su estructura.

En materia de Malvinas, el proceso alfonsinista había consolidado una imagen particular del reclamo que adquirió bajo el menemismo una forma política específica: el “paraguas de soberanía”. De acuerdo a esta figura, se podían reestablecer los lazos con el Reino Unido bajo la condición de abrir un paraguas simbólico sobre las islas, haciendo como si el reclamo no existiera y la guerra no se hubiera desarrollado.

Del mismo modo que los indultos, el paraguas de soberanía demuestra un cambio cualitativo: la palabra clave ya no es “refundación” sino más bien “olvido”. El de Alfonsín aún era un discurso en términos políticos sobre la historia: el de Menem solo admite como praxis la reconciliación para plantar una nueva vida despolitizada. La que Silvia Schwarzböck, en su brillante libro Los espantos llama “la vida de derecha”. En términos de memoria, se trata de una represión (nunca un término mejor aplicado) de los hechos que habían definido la historia reciente y cuyas secuelas contaminaban el presente. La condición era el “como si”: se debía seguir viviendo como si nada hubiera ocurrido.

(3) Resquebrajamiento

Pero así como la democracia pre 2003 no es un bloque homogéneo, tampoco lo es el menemismo. Algo cambió un 24 de marzo en 1996, el día que se cumplieron veinte años del Golpe. Ese día, la movilización anual en defensa de los derechos humanos convocó a muchas personas más que en fechas anteriores. No se trató solo de que el número redondo fuera más llamativo, sino también que el modelo menemista había comenzado a fallar en los últimos meses, justo después de la reelección del presidente.

Esta etapa no está marcada por una política o un discurso estatal, como las dos previas, sino por una reactivación política de abajo hacia arriba. El consenso social se transformó no por el lado del gobierno, cuya postura no sufrió modificaciones relevantes, sino por el lado de la gente. Ya había signos de que algo se rompía: en 1994 nace H.I.J.O.S., y con esta organización, los escraches. En 1995, Roberto Baschetti comenzó a publicar los Documentos, una serie de compilaciones de volantes, informes y otras formas de documentación de las guerrillas, el Estado y las Fuerzas Armadas en los 60-70, que ampliaron radicalmente el acceso a este material y revolucionaron el campo de investigación sobre historia reciente.

También hay claros cambios en el ámbito militar, que responden sin duda a esta transformación de época. Es lo que Paula Canelo llamó el “agotamiento de la subordinación condicionada” del poder militar al civil. El eje de este proceso son las autocríticas pronunciadas por el nuevo jefe del Estado Mayor General del Ejército, el general Martín Balza. Si bien encuadradas en la teoría de los dos demonios, estos discursos pusieron cada vez más el foco en la responsabilidad de las fuerzas, tensionando internamente el relato construido bajo el menemismo hasta efectivamente romperlo: “el subversivo terrorista no tiene responsabilidad institucional, en cambio el militar debe regirse por códigos”, sostuvo Balza.

En 1998, el Estado se hizo cargo de la nueva etapa: el Congreso derogó las leyes de impunidad. Si bien esto no tenía efectos retroactivos, por lo que no permitió la reapertura de los juicios, es indicativo de que el orden establecido en la década y media previa estaba en proceso de descomposición.

(4) Justicia

El año de inicio de la nueva etapa es, más que el 2003, el 2004. Fue en ese 24 de marzo que Néstor Kirchner ordenó al general Roberto Bendini bajar los cuadros de Videla y Bignone en el Colegio Militar. Fue entonces que se reconvirtió a la ESMA en un centro de memoria. Los cambios introducidos por el kirchnerismo son muy conocidos, en particular en términos materiales. En 2003, ya se había votado la nulidad de las leyes de impunidad; en 2006, la Cámara de Casación Penal declaró la inconstitucionalidad de los indultos.

El kirchnerismo forjó con gran efectividad un nuevo Consenso del Nunca Más que atacaba las bases culturales y políticas de legitimación del terrorismo estatal. La búsqueda de la justicia en el presente, la configuración de una alianza explícita con los organismos de derechos humanos y el desarrollo de políticas educativas novedosas fueron sus ejes.

Para esto, el discurso de Néstor Kirchner y Cristina Fernández necesitó una recuperación de la memoria predictatorial, una traída al presente de los años 70. El camino para esto fue sinuoso. ¿Cómo hablar de la militancia sin recurrir ni a la Teoría de los Dos Demonios ni a un discurso anticapitalista? La estética fue romántica, simplista, pero a la vez justa y necesaria. Efectiva.

Los gobiernos del siglo XXI ensayaron también una remalvinización. Esta se basó en una recuperación de la Causa en el discurso político coincidente con un cambio en las relaciones con el Reino Unido. Se cerraba el paraguas. Esta etapa coincide con la rehabilitación de una disputa por el rol de las personas que habían participado de la guerra: ¿veteranos o excombatientes? Por momentos, el discurso K fue el de los “chicos de la guerra”, una versión que ponía el foco en el sufrimiento de los colimbas; su punto máximo es probablemente Iluminados por el fuego, la película de Tristán Bauer.

El quiebre del 2003-2004 es indiscutible. La reapertura de los juicios de lesa humanidad, la condena pública del terrorismo de Estado desde el mismo Estado y la posibilidad de discutir nuevamente la Dictadura son cambios trascendentales que pusieron a la Argentina en una posición en la que casi ningún otro país se ha encontrado. Pero la comprensión que podemos tener de las condiciones y los alcances de este giro requiere de rever la historia previa al 2003 en sus tres etapas. Creer que el kirchnerismo estuvo a la izquierda de la sociedad, que fue una vanguardia, es una posición elitista que se pierde de lo más interesante: cómo un proyecto político reunió y activó las resistencias a la hegemonía neoliberal, la teoría de los dos demonios y el programa de olvido y reconciliación y los articuló en un paradigma nuevo.

(5) ¿Presente?

Es difícil decir si esa etapa ha terminado. Desde 2017, parece que vivimos en un constante estado de excepción, una puesta en pausa de la “normalidad” que en algún momento, promete, retornará.

El macrismo fue muy regresivo en términos discursivos. En una primera etapa, la reacción contra la política de memoria de la década previa tomó la forma de una banalización; más adelante, ante la crisis económica y política, hubo un vuelco hacia una profundización del relato abiertamente pro dictatorial. Pero en ambos casos, se trató de pequeños gestos que no avanzaron coordinadamente. El macrismo por venir, en cambio, en 2023, asume que no habrá gradualismo en lo económico y por lo tanto, no cederán en la batalla cultural.

La masiva marcha contra el 2×1 en 2017 demostró la vigencia de un consenso social similar al de la era K. Ante la crisis del presente, ¿se sostiene eso? ¿Cómo comprobarlo? En términos organizativos, continúan surgiendo espacios. Ahora se suma una nueva generación: las agrupaciones de Nietes buscan continuar el legado. Y las continuidades con la era K se notan, por ejemplo, en el Stream por la Memoria organizado por Coscu, un influencer que generalmente no toca la política de cerca (y si lo hiciera, estaría probablemente en otro lado).

Con respecto a la cuestión Malvinas, se desarrolla actualmente una nueva etapa. La base de ella es una multiplicación de los discursos sobre las islas. Tanto para pensar la guerra como el reclamo de soberanía, proliferan cada vez más enfoques: desde los recursos naturales hasta la perspectiva de género, pasando por reconstrucciones históricas, miradas científico-tecnológicas y nuevas propuestas desde las Relaciones Internacionales. Sin la reapertura de esta cuestión elaborada por el kirchnerismo (y sin sus limitaciones), este nuevo proceso no se habría reabierto.

La moneda está, entonces, en el aire. Y no es posible ceder un solo centímetro en los avances conseguidos desde el resquebrajamiento del consenso de olvido y reconciliación a fines de los 90. El nuevo Consenso del Nunca Más que supimos construir debe continuar y profundizarse, y debemos estar dispuestos a pagar cualquier costo en pos de conseguirlo. Debemos afrontar esto, también, como un desafío generacional. Esto requerirá la elaboración de nuevos discursos que adoptarán formas originales.

En 2022, la Argentina se define entre la consolidación del paradigma vigente o la imposición de un nuevo consenso más parecido al imaginado por Alfonsín y elevado por Menem. Ninguna organización social o política, ningún ámbito institucional y ningunx ciudadanx es ajeno a este problema.

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