Por Mateo Barros y Alexis Schamne Aráoz
Conversamos con Alejandro «Pitu» Salvatierra, dirigente del espacio ‘Mugica Vive’ y referente del barrio Ciudad Oculta. Es una tarde gris más en otra semana de condiciones climáticas y políticas desequilibradas en la Argentina. Nos encontramos por Villa Crespo, a algunas cuadras de las oficinas de Futurock, radio en la que Pitu acompaña a Julia Mengolini en el programa «Segurola y Habana». Allí, así como en la conversación que mantuvimos, analiza y opina acerca de los sucesos políticos y sociales actuales y la economía popular, además de realizar semanalmente una columna sobre el movimiento villero. El hit mediático y político del momento son los llamados «planes sociales» y el debate acerca de la «tercerización» de estos recursos en los movimientos populares o su administración centralizada en el Estado. La Vicepresidenta colocó este debate en la agenda en su discurso en el plenario de la CTA en el municipio de Avellaneda. Luego, en Ensenada, esbozó un apoyo tácito a la iniciativa del Salario Básico Universal.
Sobre este eje, sobre la construcción de una narrativa propia de los movimientos sociales, la impugnación de la clase política y la emergencia de actores que derechizan el discurso en todo el espectro político; sobre las organizaciones, la lapicera y la disputa por el poder en una coalición de gobierno asimétrica y conflictiva, conversamos con el dirigente que protagonizó hace más de 10 años la Toma del Indoamericano y que hoy se dedica a la construcción de cooperativas de trabajo en Oculta y en otros barrios populares de la Ciudad de Buenos Aires.
Empecemos por lo obvio, ¿cómo ves al Gobierno de Alberto? ¿Cómo evaluás esta coyuntura crítica?
La situación es compleja, no la explica solamente el gobierno de Alberto. Me parece que no se resolvieron algunas cuestiones que se venían arrastrando de la gestión anterior. Lo que se nota en los sectores más excluidos de nuestra sociedad es un desánimo, más que nada. Una fuerte desilusión. Muchos habían puesto una fuerte expectativa en el gobierno de Alberto que no se concretó. Después podemos explicar por qué o buscarle alguna explicación. Creo que uno no puede obviar la pandemia, que impactó sobre el plan económico, y cuando superaste la pandemia te agarró una guerra como la de Rusia y Ucrania, que impactó de forma directa. Igual pudo haber sido un gobierno mejor. Le costó mucho manejar la inflación, tuvo una estrategia de diálogo con sectores que parecieran no tener la misma voluntad, entonces entró en una lógica medio ingenua que al mismo tiempo que te sentas a dialogar, te están remarcando los precios en los supermercados.
Pareciera que una parte importante de la crisis que vive la dirigencia del Frente de Todos, tiene que ver con el estilo de conducción de Alberto Fernández ¿Qué apreciación tenes sobre esto?
No debe ser sencillo conducir un gobierno con las características de esta coalición. Pocas veces se ha visto un gobierno que tiene alojado mayor concentración de poder en la Vicepresidenta que en el Presidente. Eso ya lo pone a Alberto en una situación compleja, de tener que conducir a quien tiene más volumen político que vos.
El Peronismo supo comprender a la sociedad civil y elaboró en 2019 una plataforma electoral que la represente. Pero le tocó gobernar y el experimento del FdT, pandemia mediante, no funcionó como se esperaba. ¿Qué falló en el frente y en el plan de Gobierno?
Primero, decir que no es lo mismo ganar una elección que gobernar un país. El frente que se armó fue un frente eficaz para ganar esa elección, en ese contexto y en ese momento histórico. Y que después nunca se logró institucionalizar ese frente, ni establecer mecanismos para que los debates más profundos se saldaran. Creo que al principio Cristina toma distancia de Alberto para romper con esa idea de que no lo iba a dejar gobernar, pero esa distancia se vuelve demasiado prolongada. Después vienen las elecciones de medio término y sus repercusiones. Ahí Cristina se convierte en la dirigenta que más sinceramente habló al pueblo sobre lo que estaba sucediendo en el gobierno. Relata incluso cuestiones que venían pasando antes de las elecciones, donde cuenta que le advirtió a Alberto que se perdían las elecciones por la situación económica que estábamos viviendo. Cuenta que desde el día de la elección estuvo esperando cuatro días para que la llamaran y no la llamaron, que ella terminó llamándolo a él. Ahí empieza a develarse cual fue la principal falencia de este espacio político, que es la no articulación entre los socios.
También hubo un problema en líneas generales con el armado del Estado. Se intentó conformar a todos y eso nunca sale bien. Entonces tenés al Ministro que no conduce al Secretario, y este no conduce a ninguno de los Subsecretarios, y eso hace que la gestión sea imposible. No me había pasado nunca, hasta ahora, de haber acordado algo con un Ministro y que después eso no se ratifique. Un dato más que no hay que dejar pasar, es que cuando Alberto anuncia en un acto que las candidaturas se tienen que definir en unas PASO, lo dice sin antes haberlo consultado con el resto de los espacios. Eso trajo consecuencias también.
Esa carta de Cristina que mencionás marca un punto y aparte, porque expone la fractura del Frente de Todos que permanecía oculta hasta ese momento. Sin embargo, en el acto de la CTA, por primera vez la Vicepresidenta no solo se limita a señalar lo que ella considera errores de gestión, sino que apunta directamente contra un actor de la coalición que son los movimientos populares, principal base de sustentación de Alberto. ¿Qué identificás detrás del movimiento de Cristina de mencionar a los movimientos populares y qué opinas sobre el consenso que se genera en toda la dirigencia política, de izquierda a derecha, en torno a la gestión de los programas sociales?
Con respecto a ese discurso creo que todos tomaron la última parte donde ella tuvo expresiones que hicieron mucho ruido, pero antes habló del festival de importaciones, habló de si la emisión monetaria es causa de la inflación o no, habló de un montón de cosas que son más interesantes que los últimos diez minutos. Sobre esa parte, me pareció irresponsable dar un debate tirando cuatro tiros al aire sobre un tema muy profundo. Mostró algún grado de ignorancia de lo que pasa en el territorio, o por lo menos quien le está transmitiendo lo que pasa en el territorio no lo estaría haciendo eficazmente. Nosotros que vivimos en la economía popular bajo ninguna circunstancia creemos que las organizaciones son parte de la tercerización de nada. Son parte de la construcción de un esquema comunitario. La diferencia entre el momento en que las organizaciones empiezan a hablar de la economía popular y estos años, es que antes tenías un nivel de consumo que generaba espacio para que por ejemplo, el vendedor ambulante, tuviera un piso de ingresos mínimo asegurado. La que vendía pan con chicharrón en la parada del colectivo a los laburantes, sabía que tenía una venta mínima, cuando viene el macrismo eso se corta. Y ahí es donde las organizaciones instalan la necesidad de una Ley de Emergencia Social, con dos temas muy puntuales: el Registro de los Trabajadores de la Economía Popular y el Salario Social Complementario.
Sobre lo que busca Cristina con este movimiento, me parece que se enmarca dentro de la disputa del Frente de Todos, y que ella está construyendo la alternativa de cara al 2023, y está identificando qué actores pueden formar parte de eso. Viendo la historia, es natural que Cristina ponga a algunos movimientos sociales en frente. Entonces me parece que está pensando el 2023 con los gobernadores y los intendentes adentro, y con el albertismo, más algunos movimientos sociales y la CGT afuera. Creo que en ese escenario tenemos que leer este bombardeo. El Movimiento Evita no deja de ser la base territorial de Alberto, entonces bombardear ahí es pegarle directamente al Presidente. Después hay realidades que uno no puede negar, el manejo de algunas organizaciones en cuanto a los planes es perverso. Algunos compañeros se ven en la tarea penosa de tener que pedirle a otro compañero que cobra un sueldo miserable un aporte para determinadas cosas que no quedan claras. Y después hay otras realidades, porque también hay que decir que en un comedor el Estado te da la comida, pero el gas y el mantenimiento del lugar lo hace la organización. Nosotros tenemos cuatro comedores comunitarios y tenemos un gasto mensual de 14 mil pesos que alguien tiene que poner, y lo resolvemos sin tener que sacarle nada a nadie. Hay que buscar los mecanismos para que el Estado se haga cargo sin que esto perjudique al tipo que cobra el programa social.
Creo que no debería haber intermediario entre el Estado y un beneficiario, ahora bien, hay que recordar cómo nace el Salario Social Complementario: nace de las organizaciones reclamando a un gobierno neoliberal, y las organizaciones se incluyen en la Ley para administrar esos recursos. No es muy distinto a los trabajadores organizándose en sindicatos y pidiéndole al Estado que pague la obra social. Cristina lo plantea en el marco de una pelea política, encarando mal el tema, le quiere pegar a los dirigentes y le termina pegando a los dirigentes barriales cuando dijo que no es peronismo un dirigente barrial que da alta por baja de un plan social. Puedo asegurarte que muchos compañeros que son dirigentes barriales se sienten tan o más peronistas que muchos de los que fueron funcionarios del gobierno de Cristina. Ya en el discurso de Avellaneda corrige esas cuestiones planteando lo del Salario Básico Universal, que es una salida por arriba, cuando en la primera no se entendió bien que quería, si barrer con todos los planes, que lo manejen los intendentes y los gobernadores o qué.
No es sencillo saber qué hacer con la gente que está fuera del mercado, como pasar del plan al empleo, en el enunciado está bien pero creo que se han hecho muchos diagnósticos sobre la economía popular, incluso algunos creen saber más que nosotros lo que pasa ahí adentro, pero lo concreto es que no hay una respuesta única a qué hacer con esto. Hay quienes dicen que es a través del mercado formal, pero nosotros decimos que la evidencia demuestra que en la Argentina es muy difícil superar los 6 millones de trabajadores registrados. Hace 20 años que nos vienen diciendo que los planes hay que transformarlos en empleo, pero nadie tiene una claridad de cómo hacer esto.
Volviendo al planteo inicial de Cristina, insisto en que no tiene que haber intermediario entre el Estado y el beneficiario, y que eso no debería molestar a ninguna organización. Lo que pasa es que no todas las organizaciones tuvieron una estrategia de construcción alrededor de estas políticas. Algunas hicieron la plancha, otras nos preocupamos por construir unidades productivas que mejoren los ingresos. Entonces para nosotros no sería un problema eso, los vínculos que nosotros tenemos con estas personas van mucho más allá de si cobra el programa social o no. Va por el puesto de trabajo que construimos en la cooperativa, va por las escuelas que fundamos en los barrios, y por la construcción de comunidad que hacemos en nuestros barrios. Administrar los programas es un problema incluso para el compañero que hace las cosas bien, porque siempre te queda más gente afuera que adentro. Por diez que vos inscribiste en el salario social complementario, tenés 150 que te están puteando como si vos definieras los cupos, cuando es algo que te viene de arriba.
Sobre esto último que decís de la construcción comunitaria, vemos que el peronismo, en la última década, pareciera haber dado un giro hacia el estatismo por sobre la comunidad organizada. ¿Es posible una política sin contacto con el territorio? ¿No se pierde ese contacto en la universalización de la asistencia sin mediar organizaciones comunitarias?
Sí, yo creo eso, creo que las organizaciones cumplen un rol fundamental en nuestra sociedad. Llegan a los lugares a los que el Estado no llega, pero lamentablemente eso no es algo reivindicado en estos tiempos. Inclusive, a veces es difícil diferenciar discursos de funcionarios de este Gobierno de los del Gobierno anterior. Aparece corrida a la derecha la política. Las organizaciones construyen comunidad y reconocen que no alcanza solo con un plan, el Estado hoy no tiene capacidad para generar eso en el territorio. Hay una caracterización algo negativa en estos tiempos que creo que tiene que ver con que las organizaciones se convirtieron en actores reales de influencia en la política: con poder, con capacidad de movilización y de disputa.
Ya no son los pobres y morochos organizándose, ahora te quieren disputar el poder, quieren ser parte de la estrategia, quieren definir, tener lapicera, poner candidatos, y eso siempre es traumático. Cuando parte de las organizaciones se enfrentaron al kirchnerismo en el 2017 los resultados no fueron tan buenos, eso los intendentes lo saben. Lo que pasa es que se pone la lupa sobre aquellos que hacen las cosas mal y se invisibiliza a cientos de miles que hacen las cosas bien. Creo que hay una oportunidad de transparentar todo y que el Estado pague el costo de los que no pueden entrar al programa, porque al final terminamos siendo nosotros los que ponen la cara y a veces ni sabemos porque no entraron. Es un debate positivo incluso, porque nos permite dar un montón de otras discusiones que hacen falta y que escapan al programa social, el problema es que parece que la única discusión que están dispuestos a dar es quien anota y quien no anota. Eso a mí no me preocupa, nosotros tenemos la capacidad para construir los ámbitos que nos relacionen con nuestra gente desde otro lugar y no depender de una lista si te anoto o no te anoto. Entonces cada uno sabrá qué hizo en este tiempo y si aprovechó o no esos recursos.
¿Por qué te parece que esta caracterización crítica a las organizaciones de la economía popular generó consenso, allí donde no lo hay para todo lo demás, en casi toda la dirigencia política?
Dentro del campo de centro izquierda, del progresismo, la crítica viene de un peronismo no aggiornado a estos tiempos que cree que consolidar la economía popular es no respetar los preceptos del peronismo en cuanto a la generación de puestos de trabajo. Hay otros que creen que las organizaciones sociales son un eje de combate. Y después hay otros que directamente no conocen y que creen que lo que están diciendo está bien, y esos son los más permeables, aquellos con los que hay que dar la discusión. Y esto tiene que ver con una disputa política histórica, que existe desde que las organizaciones sociales irrumpen en la política confrontando con ese mismo sistema político. Néstor y Cristina abrazaron a esas organizaciones y se apalancaron en ellas para dar algunas discusiones, pero esos movimientos sociales vinieron a romper con las lógicas tradicionales y esa lucha se sigue dando hasta hoy.
Justamente la movilización social de los 90-2000 expresa esta impugnación a la dirigencia política, hoy esa idea parece estar en boga nuevamente con esta idea de «la casta» al referirse a los políticos. Pareciera, también, que los políticos expresan poco a los distintos sectores de la sociedad. ¿Cómo se sale de esa encerrona? ¿Creés que hay que renovar a la dirigencia política para salir de esa impugnación?
De ahí vamos a salir cuando la política empiece a discutir las problemáticas cotidianas de nuestra gente. En estos últimos meses vimos cómo la política está más metida en disputas palaciegas que en los problemas concretos de la sociedad. Y ahí es donde crecen los que te dicen que hay que romper este sistema. Los pibes de mi barrio que votaron a Milei te dicen “¿Por qué yo tengo que cuidar este sistema si siempre me dejó afuera?”. A eso sumale la crisis de representatividad que hay. No hay emergentes de los nuevos actores sociales que ocupen lugares de relevancia. Y eso hace que tengas una dirigencia alejada de la realidad de nuestro pueblo. Cuando vos estás muy alejado de esas realidades se te hacen callos y te parecen menos importantes.
Por eso nosotros construimos los mecanismos que nos sigan manteniendo vigentes en el territorio, y eso va a pasar en la medida en que representemos los conflictos y seamos parte de las soluciones. Nosotros caminamos orgullosos nuestros barrios porque el vínculo con los vecinos lo cuidamos muchísimo, sobre todo que sienta que uno no es ajeno a lo que vive la gente. Nuestra organización tiene a todos sus actores viviendo en los barrios, no tenemos responsables políticos que viven en Palermo. Eso pasa en algunas organizaciones en que los dirigentes van creciendo, tienen un poder adquisitivo mayor, se van a vivir a otro lado. Y está bien, ¿quién puede reprochar eso? Pero tiene un costo, y no es un costo que estamos dispuestos a pagar.