“Somos un gobierno de científicos, no de CEOs.”
Alberto Fernández, Apertura de Sesiones Ordinarias 2020.
Estamos sedientos de libros políticos. En el país que nos dio el Facundo y La fuerza es el derecho de las bestias, la Doctrina socialista de Echeverría y hasta el Libro negro de la segunda tiranía, debemos decir que Sinceramente se queda bastante chico.
Pensamos en libros políticos, no libros de políticos, ni libros de ciencia política. Estamos hablando de ese punto donde teoría y praxis, doctrina y acción se unen; o tal vez, el momento antes de que se separen, donde su plena unidad dialéctica es un hecho dado. Manuales y biografías; estrategia, economía, geopolítica y hasta narrativa: el campo es amplio. Y no es necesariamente claro lo que define a un libro político, más allá de una plena intuición de que lo es.
Y claro, una trascendencia en el tiempo. Somos un país con una activa industria editorial y un subgénero en el que nadie nos gana: la literatura hipercoyuntural. Los libros sobre el último escándalo de corrupción, sobre cómo se generó una candidatura, sobre algún movimiento del periodismo, se venden por millones. El libro político no puede agotar su contenido en semanas, y ser vendido en meses por cincuenta pesos en la calle Corrientes.
El libro de ciencia política, de sociología, de economía, toca de cerca. Pero (como nos recuerda @guido_ce) los que mejor hacen política son las y los políticos, no los científicos. Haríamos bien en abandonar el mito del monarca ilustrado, que impregna hasta el discurso presidencial (y en nuestra opinión, consistió tal vez el único error del discurso de apertura de sesiones).
Tal vez el género más cercano, el que más se cruza con el libro político sea el ensayo, una tradición de larga data en nuestro país, que llega a nuestros días: ¿Por qué? La rápida agonía de la Argentina kirchnerista y la brutal eficiencia de la nueva derecha, de José Natanson, y La Grieta Desnuda, de Martín Rodríguez y Pablo Touzón, son tal vez los mejores exponentes de este género en el presente (pos)macrista.
No queremos, de todos modos, restarle importancia a los libros de ciencia social y su rol en la elaboración de políticas públicas. Hablemos de Ideas, el libro compilado por Santiago Cafiero, Nahuel Sosa y Cecilia Gómez Mirada, y prologado por el ahora presidente durante la campaña, es un gran ejemplo de un libro científico-político, mechado también con buenos ensayos. Es un libro importante, y útil, y necesario. Pero no suficiente.
A diferencia de estos, sin embargo, el libro político busca ser un hecho político en sí mismo. Busca releer el pasado no para entender el presente sino para transformarlo. La tesis once hecha género literario.
Porque el libro político está nutrido del saber específico del político: aquel que es militante, dirigente y funcionario a la vez. Aquel que es siempre juez y parte.
En este sentido debemos salir de las fronteras espacio temporales que vienen guiando estas líneas. El marxismo es posiblemente la tradición política más librera. No sólo las obras de sus padres fundadores (que parecen más del lado de la ciencia social y económica) sino sobre todo las de sus líderes. Lenin y su Estado y Revolución. Stalin y sus Cuestiones de Leninismo. Trostki y su Revolución Permanente. El Che y sus Pasajes de la guerra revolucionaria. El Libro Rojo de Mao.
Pero el marxismo continuó ampliando su biblioteca. Lo hace Ki Jong-Il. Lo hace Xi Jinping. Lo hacen líderes como Alberto Garzón, del comunismo español. Y no sólo ellos. El Libro verde de Gaddafi continuó en los 90 con Escape al Infierno. Desde la derecha, no hace falta mirar más lejos que la amplia bibliografía de Alexander Dugin en Rusia.
Llegamos a estas reflexiones preguntándonos por la actualidad y la historia presente de la doctrina peronista. ¿Se ha actualizado desde la muerte del Líder, en 1974? Si es así, ¿cuándo? y sobre todo ¿cómo? ¿Cuántos “peronismos” ha habido? Cinco parece la respuesta correcta, pero las cuentas varían.
Luder. La CGT y Ubaldini. Cafiero y la Renovación. Menem y la Revolución Productiva. El grupo de los 8 y el FrePaSo. La doble herencia: Cavallo y Duhalde. Duhalde-Lavagna-Kirchner. Nestorismo puro y duro. Kirchnerismo pleno. Massismo. Cristinismo solitario. Randazzismo. Unidad Ciudadana. Frentodismo.
Los intentos han sido múltiples y los grados de efectividad, más variados aún. El peronismo no tiene el ethos cientificista del marxismo, ni su institucionalismo partidista, que lo llevan a la sistematización del pensamiento. Ni ha solucionado el Problema de la Sucesión como lo hicieron los socialismos asiáticos, generando sistemáticamente Líderes que debieran encarnar una Renovación Doctrinaria. Ni que estuvieran legitimados para ello.
Las sucesivas crisis que enfrentó nuestra nación desde el retorno a la democracia, tanto económicas como sociales, políticas como de representatividad, nos han llevado a este hipercoyunturalismo. Estos (y otros) factores han conspirado contra la escritura de libros políticos que obren como guías, como manuales para sus militantes. Libros que se malinterpreten, que se citen en volantes, que se torrenteen por millones, que cite algún responsable de formación política en cada reunión de una unidad básica.

¿Faltan proyectos de largo plazo? ¿O sobran proyectos pero falta su consecución efectiva? Estas preguntas también pueden plantearse de la siguiente manera: ¿luego del 54%, por qué se quedó sin fuerza el Kirchnerismo? ¿Fue demasiado lejos con sus expectativas, o se quedó demasiado cerca, demasiado obsesionado con su guerra de guerrillas contra el Gran Diario Argentino?
El factor geopolítico no puede faltar, sin duda, pero aún en el momento hegemónico del plan UNASUR no pudimos pensar más allá.
Épica, ética, estética. El tridente del libro político. No nos faltan conductores, sin embargo, ni cuadros medios. Parece existir una cierta colonización del discurso público por la hipercoyuntura; este invasor, a diferencia del que protagoniza un poema de Neruda, parece habernos quitado las palabras.
Los libros no están puramente ausentes, claro. Además de Sinceramente, de la Vicepresidenta, se encuentran Vida, de Elisa Carrió, y Peronismo, Pampa y Peligro, de Felipe Solá, en los estantes principales de los últimos años. Son todos autobiográficos, claro, y sobre todo no aportan a esclarecer demasiado el panorama. Lo intentan, sin duda; probablemente sea el del actual Canciller, con su honestísima memoria de los 90, el que más sirva en este sentido.
Aquí, el pecado original del Frente de Todos: haberse construido a los tumbos, en el tiempo de descuento. Cristina no podía haber dado su paso a la construcción del Frente y la candidatura de Alberto en un libro de 600 páginas. Sólo podía hacerlo en un video de casi 13 minutos, un sábado de mayo a las 9 de la mañana.
Es cierto que para poder generar (otra vez) una narrativa sobre la historia argentina, el peronismo debe mirar para adentro. Es una idea trillada hoy la de que el justicialismo no puede integrar la totalidad de su historia. Sin embargo, el Frente de Todos pudo hacer en las bancas lo que no puede hacer en las páginas: hoy, los grandes proyectos históricos del PJ posdemocrático comparten espacio. Menem, Rodríguez Saá, Duhalde, Kirchner, Fernández, Massa, y hasta los portadores del apellido Cafiero. Sólo falta la corona de espinas, diría Fontanarrosa. (Y el peronismo cordobés.)
Creemos que es más el responsabilismo que caracteriza al peronismo (nacido de su insistente tendencia a hacerse cargo del país luego de una crisis económica) el origen de esta falta de libros. Su herida de Narciso: el peronismo se presenta como el centro de la política argentina, pero no su único actor. La imposibilidad de sentarse a escribir un proyecto para la Patria, desde la perspectiva justicialista, es una consecuencia indeseada de esto, una sobrecorrección para no pecar de orgullo.
Creemos que hace falta algo de orgullo. Porque sabemos que la imaginación política, la posibilidad de imaginar una vía de desarrollo e inclusión, un proyecto geopolítico, en fin, un destino de la Patria, no está cerrada. Con creatividad inusitada nos hemos repuesto de crisis tras crisis (esta idea tan cara al pensamiento de Alberto Fernández).
No son precisamente los primeros cien días de un gobierno los más certeros para escribir un nuevo Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Sabemos que aún los logros de 13 años pueden ser borrados de un plumazo. Pero esto debe operar en el otro sentido: ser una causa de que escribamos, no un obstáculo para que no lo hagamos. Tal vez los libros no se borren cuando todo lo sólido parece desvanecerse en el aire; tal vez un libro puede convertirse entonces en un refugio, pero también en un espacio de relectura, de unión, de contraataque. Porque toda relectura es una reinterpretación.
La doctrina peronista se recreó con cada presidente y cada gobierno. Pero no nos atrevemos a tocar las líneas que escribió el General (el único General que tuvo el Peronismo, como dijo una joven Cristina Fernández hace muchos años). Y está bien, no deberíamos. Nunca le llegaremos a los talones. Tampoco le llegaba a los talones Deng Xiaoping a Mao Tse Tung, y aún así debió escribir otra historia.
Un primer paso puede ser recordar que un libro político nunca termina con un punto final sino con un punto y seguido.
