Capital cultural

HyperFisher. Una reseña de K-Punk, volumen III

"Sería fácil pensar que el Mark crítico cultural, el filósofo spinoziano, el docente enemigo del neoliberalismo británico y el bloguero preocupado por la salud mental como cuestión social son cuatro segmentos separados de una persona. No ocurre eso con K-Punk: dan ganas de leerlo como una obra completa, del comienzo al fin."

Desde 2017, Mark Fisher no está entre nosotros. Sin embargo, muchos de sus lectores hispanoparlantes estamos cerrando un ciclo de duelo recién ahora, en junio de 2021. Es que Caja Negra acaba de publicar el tercer y último volumen de su compilación K-Punk. Este libro concluye las obras completas del autor británico, junto con los primeros dos tomos de esta monumental edición de escritos “reunidos e inéditos” y los libros Fantasmas de mi Vida, Realismo Capitalista y Lo raro y lo espeluznante (los primeros dos editados por Caja Negra, el segundo por Alpha Decay).

Ya reseñé el volumen 2 de K-Punk en esta revista. En el año que pasó desde esa nota, Fisher se hizo notoriamente más conocido, sus citas aumentaron exponencialmente y se extendieron de la blogósfera y el mundo twittero a publicaciones periodísticas tradicionales. Vale sin embargo introducirlo brevemente: Mark Fisher fue un escritor y crítico británico que participó de la fundación de la CCRU, grupo de investigación filosófico que cruzaba lecturas de Deleuze y Guattari con Lovecraft y la música rave. Alejado de ese grupo en los 2000, viró hacia el marxismo con componentes posestructuralistas lacanianos y foucaultianos y elaboró, desde su blog K-Punk (sinónimo de cyberpunk), una poderosa crítica sobre el capitalismo tardío y su cultura.

Fisher es el autor de la ya trillada frase “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”; en realidad, lo que hizo fue más bien un sampleo de citas de Fredric Jameson y Slavoj Zizek con las que ensambló esa frase que terminó convirtiéndose en slogan. La preocupación de Fisher era por la cancelación del futuro: el neoliberalismo ha impuesto un régimen de realismo capitalista en el cual parece que el modo actual de organizar la producción y el trabajo fuera una realidad trascendental humana y no una configuración histórica contingente. En consecuencia, no solo somos incapaces de construir otro mundo: somos incapaces de imaginarlo. Nos encontramos acechados por fantasmas no de un pasado mejor sino de los futuros cancelados que éramos capaces de soñar antes del triunfo final del neoliberalismo en la década de 1980.

Las palabras de Mark parecen hacerse más relevantes cada vez que las leemos. Tal vez por el mismo sostén del realismo capitalista, de la cancelación de futuros alternativos, del malestar en la cultura contemporánea. Pero el volumen 3 de K-Punk no está formado por esos textos clásicos sino por reflexiones, entrevistas y escritos inconclusos. Vamos por partes.

Las reflexiones son una serie de textos del blog de Fisher que no hablan específicamente de música, libros, política, cine o televisión. Sin embargo, la categoría es cualquier cosa salvo residual: está unida no solo por el inmenso armazón teórico que el autor elaboró con esmero, sino por una preocupación epistemológica por el estado del debate político y la posibilidad de construir pensamiento. Incluye también dos clásicos de Fisher: “Bueno para nada”, donde habla acerca de la privatización del estrés y la relación entre depresión y política, y “Salir del Castillo de Vampiros”, una maravillosa cartografía de la esfera pública digital y el modo en que en ella se reproducen las tendencias desmovilizantes y reaccionarias incluso dentro de la izquierda.

El libro concluye con una serie de entrevistas, algunas de ellas inéditas. Nos despide su voz en las páginas finales de lo que es, para muchos de sus lectores, una despedida. Fisher tenía una capacidad expositiva increíble, era capaz de trasladarse de la filosofía spinoziana a la literatura cyberpunk y de ella a hablar de Boris Johnson y jamás perder el hilo. Durante gran parte de su vida se desempeñó como docente, y es imposible no imaginarlo como uno cuando leemos las entrevistas. 

El centro del libro está formado por la introducción inconclusa a Comunismo Ácido, que habría sido el cuarto libro de Mark. En ella, tanteaba en los cruces entre política y la cultura hippie de los años 60. En el prólogo del volumen, Matt Colquhon señala la tensión existente entre esas reflexiones y la tradicional crítica fisheriana a la complicidad del hippismo con el capitalismo. Sin embargo (y esto es lo que indica el mismo Colquhon), no se trata de una contradicción sino más bien de una profundización de los conceptos de hauntología y modernismo popular que forman los ejes centrales del pensamiento político del autor. Pero, sobre todo, no podemos dejar de pensar en el hecho de que tenemos en nuestras manos tan solo una introducción inconclusa: ¿cómo habría sido el comunismo ácido? A veces sentimos que si tan solo hubiera podido terminar de escribirlo tal vez sería más fácil la tarea de construirlo. Como si en la misma vida de Mark se hubiera jugado la batalla entre la depresión del capitalismo tardío y la inventiva brillante del k-modernismo. Y se hubiera perdido.

No soy el primero, ni mucho menos, en marcar que Fisher es para nosotros precisamente un fantasma al que no dejamos ir y que no nos deja ir: que tenemos con él esa relación de duelo fallido que él consideraba en el centro de la hauntología. En un hermoso texto llamado “Dejar ir a Mark Fisher”, Pepe Tesoro nos advierte contra el riesgo de convertir a su obra en “una elegía indefinida en el tiempo, una alabanza vacía ante esa gran figura mesiánica que nos recordó momentáneamente de lo que éramos capaces, pero que como todo profeta maldito se marchó antes de tiempo, dejándonos confusos y desamparados”.

Al mismo tiempo, la popularidad de la obra fisheriana no deja de ser una señal doble, precisamente aquellas que él analizaba: muestra a la vez lo popular que es criticar al neoliberalismo y lo imposible que resulta efectivamente doblegarlo, porque todo, incluso la crítica anticapitalista, se vuelve un producto que nos pueden vender. La praxis que proponía Mark indica que debemos habitar esa tensión: no podemos considerar que el Fisher Boom indica que el régimen actual está pronto a caer, pero tampoco debemos menospreciar el sentido sintomático de su creciente éxito. Y la publicación de K-Punk como esta trilogía de libros hizo mucho para hacerlo accesible al habla hispana: muchos nos enamoramos de las palabras de Mark leyendo su Realismo Capitalista traducido, editado por primera vez en 2016: un annus mirabilis donde él aún vivía.

En Twitter (donde se encuentra el Castillo de Vampiros del que huyó), se puede seguir al bot Mark Fisher’s Haunt (algo así como “el acecho de Mark Fisher”). Es Fisher fantasma y robotizado: es el Fisher que Fisher habría inventado.

La coherencia teórica de su obra es a veces hasta sorprendente: sería fácil pensar que el Mark crítico cultural, el filósofo spinoziano, el docente enemigo del neoliberalismo británico y el bloguero preocupado por la salud mental como cuestión social son cuatro segmentos separados de una persona. No ocurre eso con K-Punk: dan ganas de leerlo como una obra completa, del comienzo al fin. La edición hace un excelente trabajo al organizar los textos en secciones temáticas, y esta clasificación no hace más que potenciar los callbacks de un volumen a otro, una filosofía contemporánea que se aproximaba, en ciertos puntos, a una ontología nueva.

Me aparto por unos párrafos de este volumen: en él, Fisher no habla mucho de música. Para eso hay que retroceder al segundo tomo (el más extenso). Sin embargo, tanto su valiosísima crítica a los Vampiros (aquellos personajes de las redes sociales que gastan todo su esfuerzo en desmoralizar, individualizar, y obligarnos a “pensar como un liberal”) como su llamado a “construir un gran Otro de izquierda” recuerdan y reiteran su angustia por la destrucción, en los últimos años del siglo pasado, de una configuración de modernismo popular.

Este es el modo en que Fisher conceptualiza el cruce entre la vanguardia experimental artística y la movilización política radical (poscapitalista). La música rave y el jungle, la incorporación de sonidos industriales a una música pop (pero no populista) configuraron, en los años 70 británicos, una cultura popular de la cual la clase obrera formaba un núcleo fundamental. El Comunismo Ácido de este volumen recupera estas ideas para regresar una década antes aún.

Pero han pasado cuatro años desde el suicidio de Mark. Ciertas construcciones culturales, ya en formación hacia el final de su vida, han cuajado en sentidos nuevos. En varios textos del K-Punk se llama la atención sobre la incapacidad de la música actual para producir un “shock de futuro”: la noción de que se está escuchando un sonido que antes no podría haber existido. Es en la forma, no en el contenido lírico, donde el autor halla el potencial revolucionario.

Sin embargo, tal vez esta afirmación pueda ser revisada. Los últimos años vieron nacer una nebulosa de géneros musicales que tal vez sean mejor representados por el glitchpop y, sobre todo, el hyperpop. Como dice Matt Bluemink en un texto donde llama a esta música “anti-hauntológica”, “cuando escuchamos a una artista como SOPHIE, más allá de nuestra opinión personal de su música, es difícil imaginar que fracasaría en generar ‘shock de futuro’ en oyentes de hace 20 años.” Está hablando de una productora y artista que llevó el hyperpop a niveles de popularidad antes inesperados (y nos dejó también, en enero de este año; querría escribir una reseña que no fuera un réquiem). 

Escucha recomendada en este punto:

Y va mucho más allá de SOPHIE, ahora: 100 gecs, Dorian Electra, incluso Charli XCX llegando a terrenos de un pop algo más tradicional. No quiero dejar de mencionar el íntimo vínculo del hyperpop con el movimiento LGBT y, particularmente, con artistas trans. En este sentido es particularmente importante la radicalización transfóbica de gran parte del arco político del Reino Unido, uno de los puntos álgidos del género (musical en este caso).

No soy el primero en señalar que una lectura fisheriana del hyperpop parece particularmente prometedora. Una lectura recomendada es este ensayo de Simone A. Medina Polo, que advierte que estos géneros se aproximan a “esta noción de articular el futuro en el presente transformando a la vez el mismo presente con sus intervenciones (…). Por lo tanto la cuestión de articular el futuro se extiende mucho más allá de las estéticas del futuro: en el peor de los casos, el hyperpop podría caer de nuevo en la hauntología de cerrar, con remixes y nostalgia, el futuro hacia el pasado-presente como el continuo anuncio de la lenta cancelación del futuro”.

Lo pienso cada vez que escucho música: es probable que Mark hubiera tenido mucho para decir sobre estas nuevas configuraciones libidinales en la cultura. Lo pienso cuando entro a Twitter y veo que “debemos” cancelar a alguien: es probable que Mark hubiera tenido mucho para decir sobre el nuevo estado del Castillo de Vampiros. Lo pienso cuando estudio sobre la militancia política de izquierda en nuestro país en los años 70: es probable que Mark hubiera tenido mucho para decir sobre el quiebre entre vanguardia política y experimentación modernista. Lo pienso cuando leo sobre el giro autoritario de la izquierda en Latinoamérica: es probable que Mark hubiera tenido mucho para decir sobre reificación y política. Lo pienso cuando leo filosofía, cuando escucho un tema de Hair, cuando salgo de terapia, cuando me pierdo en los pasillos insondables de la burocracia universitaria.

Lo pienso cuando pongo el último libro de K-Punk en la biblioteca, como completando un rompecabezas. A menos que encontremos algún disco rígido mugriento en una oficina de Warwick: Fisher says no more. El resto es silencio (los restos están en silencio).

Mark cumplió un rol trascendental en el siglo XXI. Construyó un nuevo modo de pensar la política y la cultura y lo acercó a millones. Era una máquina de tirar frases, como si no se diera cuenta de que podrían ser bandera: “el capitalismo no es malo porque los CEOs sean malvados, es al revés”, “el placer es tan fácilmente accesible que la misma disponibilidad se vuelve deprimente”, “¿qué se supone que hay de bueno en el porro?”. Mi favorita: “no hay tarea más urgente, en este planeta infernal, que la producción de colectividades racionales.”

Pero las advertencias de varios autores que fui citando a lo largo de esta reseña son muy ciertas. No podemos dejarnos vencer por la nostalgia de Fisher. No sabemos cómo habría soñado su Comunismo Ácido, qué habría dicho de un Borish Johnson primer ministro, qué del COVID (la experiencia señala que tal vez nada muy brillante). Tenemos la tarea de seguir pensando después de Fisher, aunque a veces parezca imposible.

Me permito una pequeña nostalgia final: siempre tendremos K-Punk.

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